CAPÍTULO LVIII

En el aeropuerto de Bandar Delam: 7.49 de la tarde.

Rudi Lutz se encontraba de pie en la pequeña terraza de su remolque, debajo de los aleros, viendo cómo arreciaba la lluvia.

—Scheiss —farfulló.

Detrás de él, la puerta estaba abierta y el rayo de luz hacía centellear las gruesas gotas de agua. Del interior salían las suaves notas de Mozart. La puerta del remolque contiguo, el de las oficinas, se abrió y vio a Pop Kelly con un paraguas abierto dirigirse hacia él chapoteando en los charcos. Ninguno de ellos distinguió al iraní oculto en las sombras. En alguna parte de la base, un gato bufaba y maullaba.

—Hola, Pop. Pasa. ¿Lo tienes?

—Sí, no ha habido problemas.

Kelly se sacudió la lluvia. El interior del remolque estaba caliente y confortable, todo muy ordenado y limpio. Estaba apartada. La tapa de la HF incorporada, había sido retirada y conectada de nuevo, se encontraba en «Standby», mezclándose la estática con la música. Sobre el fogón de la cocina había una cafetera.

—¿Café?

—Gracias, yo me serviré. —Kelly entregó el papel a Rudi y se acercó a la cocina.

El papel estaba lleno de columnas de cifras apresuradamente garrapateadas, temperaturas, direcciones de los vientos, fuerza por cada tantos mil metros, presiones barométricas y previsiones para el día siguiente.

—La torre de Abadán dijo que era hasta la fecha. Alegaron que incluía todos los datos recibidos para hoy de «BA». No parece que esté tan mal la cosa, ¿eh?

—Si es que es exacta...

Las previsiones predecían una disminución de las precipitaciones alrededor de la medianoche y una reducción en la fuerza de los vientos. Rudi subió el volumen de la música y Kelly se sentó junto a él.

—Puede estar muy bien para nosotros —dijo bajando la voz—, pero ser un desastre para Kowiss. Y aún tendremos que repostar en vuelo para llegar a Bahrein.

Kelly disfrutaba saboreando su café, caliente, fuerte y con una cucharada de leche condensada.

—¿Qué harías tú si estuvieras en el lugar de Andy?

—Teniendo que ocuparme de las tres bases, yo...

De afuera les llegó un ligero ruido. Rudi se levantó y miró por la ventana. Nada. Luego de nuevo, el maullido del gato, pero algo más cerca. —¡Malditos gatos, me ponen los pelos de punta!

—Yo he de reconocer que los gatos me gustan —sonrió Kelly—. En casa tenemos tres: Matthew, Mark y Luke. Dos son siameses, el otro atigrado. Betty dice que los chicos la están volviendo loca para que redondee la cuenta con John.

—¿Cómo se encuentra? —Aquel mismo día, en el vuelo de «BA» con destino a Abadán, había llegado Sandor Petrofi para el cuarto «212», junto con correo de Gavallan, enviado desde que empezaron los disturbios a través del cuartel general en Aberdeen, el primero desde hacía muchas semanas.

—Muy bien, de hecho, estupendamente..., ya sólo le quedan tres semanas. Por lo general, la chica es puntual. Me alegraré mucho de estar en casa en el momento álgido —dijo Kelly sonriendo de oreja a oreja—.

El doctor cree que al fin será una niña.

—¡Felicidades! ¡Eso es fantástico!

Todo el mundo sabía en la base que los Kelly habían estado esperando una niña contra toda esperanza.

—Siete chicos y una niña, eso es un montón de bocas que alimentar —añadió Rudi, recordando lo difícil que le resultaba a él atender los gastos y las facturas del colegio con sólo tres hijos y sin hipoteca alguna sobre la casa..., la casa que su mujer heredara de su padre, «Dios bendiga al viejo bastardo»—. Son muchas bocas, no sé cómo te las arreglas.

—Salimos adelante, glorificado sea el Señor. —Kelly consultó las previsiones meteorológicas y frunció el ceño—. ¿Sabes lo que te digo? Si yo fuera Andy, adelantaría la peripecia en lugar de aplazarla.

—Si fuera por mí, cancelaría o anularía toda esta descabellada idea. —Rudi siguió hablando en voz baja y se acercó más a Kelly—. Sé que resultará duro para Andy, tal vez incluso haya de cerrar la compañía. Tal vez. Pero nosotros podemos encontrar nuevos trabajos, mejor pagados incluso. Tenemos familias en que pensar y no me gusta nada eso de ir contra las reglas... ¿Cómo diablos podremos largarnos? No es posible. Si nos...

Unos potentes faros de coche iluminaron las ventanas, se oyó el rugido del poderoso motor de un coche que se acercaba y acababa deteniéndose delante del remolque.

Rudi fue el primero en acercarse a la ventana. Y vio a Zataki apearse del automóvil con algunos Green Bands. Luego, Namir, el gerente de su base, salió del remolque de las oficinas con un paraguas, reuniéndose con él.

—Scheiss! —farfulló de nuevo Rudi. Bajó el volumen de la música e inspeccionó el remolque rápidamente por si hubiera alguna prueba acusadora. Entonces, se guardó las previsiones meteorológicas en el bolsillo.

—Salaam, coronel —dijo abriendo la puerta—. ¿Me buscaba a mí?

—Salaam, capitán. Sí, sí, en efecto. —Zataki entró en la habitación, llevando colgada al hombro una metralleta del Ejército de los Estados Unidos—. Buenas noches —dijo—. ¿Cuántos helicópteros tiene ahora, aquí capitán?

—Cuatro «212» y... —empezó a decir Numir.

Zataki lo cortó en seco.

—Le he preguntado al capitán, no a ti. Si quiero información de ti, ya te la pediré. ¿Capitán?

—Cuatro «212» y dos «206», coronel.

Ante el sobresalto de todos ellos, en particular de Numir, Zataki dijo:

—Bien. Quiero que mañana dos «212» se presenten en «Iran-Toda» a las ocho de la mañana para trabajar de acuerdo con las instrucciones de Agha Watanabe, que es el jefe allí. A partir de mañana, se presentarán a diario. ¿Lo conoce?

—Sí, humm, yo, humm, una vez tuvieron un CASEVAC y les ayudamos —dijo Rudi, intentando dominarse—. ¿Es que, hummm..., es que trabajarán en el Dia Santo, coronel?

—Sí, Y vosotros también.

—Pero el Ayatollah dice... —empezó a decir Numir.

—Él no es la ley. ¡Cállate! —Zataki miró a Rudi—. Estarás allí a las ocho en punto.

Rudi hizo un gesto de asentimiento.

—Hummm, sí..., hummm, ¿me permite ofrecerle café, coronel?

—Gracias. —Zataki apoyó la metralleta contra la pared y se sentó en la mesa, con la mirada fija en Pop Kelly—. ¿No le he visto en Kowiss?

—Sí, sí, así es —respondió el hombre de elevada estatura—. Ésa es, humm, ésa es mi base habitual. He..., he traído un «212». Soy Ignatius Kelly. —Se dejó caer en la silla que había frente a Zataki, tan abrumado como Rudi, desanimado bajo aquella mirada indagadora—. Una noche de perros, ¿eh?

—¿Cómo?

—Me refiero a..., humm, la lluvia.

—Ah, sí —repuso Zataki. Se sentía contento de estar hablando inglés, perfeccionando el suyo, convencido de que los iraníes que pudieran hablar el idioma internacional y estuvieran educados iban a ser muy solicitados, con mollahs o sin ellos. Desde que tomó las píldoras que el doctor Nutt le dio, se sentía mucho mejor, habiendo mejorado enormemente aquellos dolores de cabeza que lo enloquecían—. ¿Impedirá la lluvia volar mañana?

—No, no si...

—Depende de que el frente empeore o mejore —se apresuró a decir Rudi desde la cocina. Entró de nuevo con la bandeja y dos tazas, con azúcar y leche condensada, intentando todavía hallar la forma de hacer frente a aquel nuevo desastre—. Sírvase usted mismo, coronel. Y en lo referente a «Iran-Toda» —dijo sopesando sus palabras cuidadosamente—, todos nuestros helicópteros están en arriendo y los tiene contratados «IranOil» siendo su gerente Agha Numir, aquí presente. Tenemos contratos con «IranOil». —Numir asintió con un movimiento de cabeza, empezó a decir algo, pero lo pensó mejor.

El silencio se hizo más denso. Todos miraban a Zataki. Éste, con una gran calma, echó tres cucharadas colmadas de azúcar en su café, lo agitó y bebió un sorbo.

—Es muy bueno, capitán. Sí, muy bueno, y sí, ya sé lo de «IranOil», pero he decidido que, por el momento, «Iran-Toda» tiene preferencia sobre «IranOil» y mañana usted tendrá preparados dos «212» a las ocho de la mañana con destino a «Iran-Toda».

Rudi miró al gerente de su base, que desvió la vista.

—Sí..., bien, pero, suponiendo que «IranOil» no esté de acuerdo, lo.. , —Está de acuerdo. —Zataki miró a Numir—. ¿No es así, Agha? —Si, sí, Agha —respondió Numir dócilmente—. Yo... informaré a la

Zona del cuartel general de tus..., tus eminentes instrucciones. —Bien. Entonces, todo está en orden. Bien.

«¡No está en orden!», sentía Rudi deseos de gritar, desalentado. —¿Puedo preguntar cómo, humm, cómo se nos pagará por el, humm, por el nuevo contrato? —preguntó, sintiéndose como un estúpido. Zataki se colgó el arma y se puso en pie.

—«Iran-Toda» tomará las medidas oportunas. Gracias, capitán, estaré de regreso mañana, después de la primera oración. Usted pilotará uno de los helicópteros, y yo iré con usted.

—¡Una idea fenomenal, coronel! —le interrumpió Pop Kally de repente, con el rostro iluminado con una sonrisa resplandeciente. Rudi hubiese podido matarle—. No es necesario que venga antes de las ocho de la mañana, eso sería mejor para nosotros. Tenernos tiempo más que suficiente para llegar allí..., digamos..., a las ocho y cuarto. Una idea fenomenal ésa de dar servicio a «Iran-Toda», realmente fenomenal. Siempre hemos querido ese contrato, no sé cómo darle las gracias, coronel. ¡Fantástico! De hecho, Rudi, deberíamos llevar nuestros cuatro pájaros y explicar la situación inmediatamente a los muchachos, así ahorraremos tiempo. Sí, de inmediato. Sí, señor, ¡los tendré preparados para usted!

Salió rápido de la habitación.

Rudi lo siguió con la mirada, casi bizqueando por la furia.

Torbellino
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