CAPÍTULO XXXVIII
Apenas habían transcurrido veintitrés horas de que Rakoczy fuera capturado y ya habían quebrado su voluntad y barboteaba el tercer nivel..., la verdad. Los primeros dos niveles fueron historias de cobertura, de medias verdades ensayadas una y otra vez por los agentes profesionales hasta que quedaban profundamente encastrados en el subconsciente con la esperanza de que esas verdades parciales sirvieran para satisfacer a los interrogadores y evitar así que siguieran ahondando o hacerles creer que ya estaban en posesión de toda la verdad. Desafortunadamente para Rakoczy, sus interrogadores eran unos expertos y se hallaban ansiosos por ahondar más y más. El único problema que ellos tenían era el de evitar que las torturas llegaran a matarle antes de tiempo. Y el suyo era cómo morir rápidamente.
Cuando el día anterior, al atardecer, fue capturado, intentó morder la punta del cuello de su camisa en la que llevaba cosida una ampolla de veneno, acción refleja practicada infinidad de veces. Pero sus aprehensores se le adelantaron, le mantuvieron la cabeza sujeta hacia atrás mientras le aplicaban el cloroformo y luego lo desnudaron por completo, examinándole la boca, por si llevaba alguna pieza postiza con veneno, y también el ano en busca de alguna cápsula.
Había esperado golpes y drogas psicodélicas.
—Si utilizan esos métodos con usted, capitán Mzytryk, está acabado —le habían dicho sus maestros—. No le resta mucho que hacer salvo morir antes de llegar a revelar algún secreto. Mejor es morir antes de que lo quebranten. No olvide jamás que nosotros lo vengaremos. Nuestra búsqueda podrá durar años pero quien le haya traicionado caerá en nuestras manos.
Lo que él no había esperado era el nivel de agonía al que le habían conducido con tal rapidez o las cosas indecibles que le habían hecho: electrodos en su interior, en la nariz, boca, estómago, recto, testículos y globo de los ojos. Con inyecciones de droga para hacerle dormir, despertándole minutos después, cuando se encontraba entre el sueño y la realidad, desorientado, podría decirse que vuelto completamente del revés.
—Por los clavos de Cristo, Hashemi —había dicho Robert Armstrong asqueado hacía ya mucho, muchísimo tiempo—, ¿por qué no le administráis la droga de la verdad? Vosotros la tenéis. No es necesario recurrir a toda esta mierda.
El coronel Hashemi Fazir se encogió de hombros.
—Algo de crueldad es bueno para el alma. Por Alá, tú has leído los expedientes, has visto lo que la KGB ha hecho a algunos de nuestros ciudadanos que ni siquiera eran espías.
—Eso no es excusa.
—Por Dios que necesitamos la información con urgencia. Necesitamos alcanzar ese tercer nivel del que tú hablas tan machaconamente. Yo no tengo tiempo para tu rebuscada ética, Robert. Si no quieres quedarte, vete.
Armstrong se había quedado. Cerró los oídos a los gritos, repugnándole aquella brutalidad. «No se necesitaba recurrir a esos métodos. Hoy día no», se dijo, consciente que de haber sido él, hacía horas que estaría muerto.
Había estado observando a los dos hombres a través de un espejo reflejo mientras volvían a trabajarle una vez más, en una cámara pequeña aunque bien equipada, sintiendo en cierto modo lástima por Rakoczy; después de todo, era un profesional como él, un hombre valiente que se había resistido a ellos de forma extraordinaria.
Bruscamente, los gritos cesaron y Rakoczy volvió a quedar inerte. Hashemi habló por el micrófono que transmitía la voz a los auriculares del hombre que se encontraba abajo.
—¿Está muerto? Os dije, estúpidos hijos de perra, que tuvieseis mucho cuidado.
Uno de los dos hombres era médico. El casco que llevaba le aislaba de cualquier sonido salvo de las instrucciones de los interrogadores. Irritado, levantó los párpados de Rakoczy y le examinó los ojos. Luego, escuchó los latidos del corazón con el estetoscopio.
—Está vivo, coronel. Tiene..., todavía le queda tiempo por delante. —Dadle cinco minutos y despertadle luego. Y no le matéis hasta que yo lo diga.
Hashemi, furioso, desconectó el micrófono y maldijo al hombre. —No lo quiero muerto cuando estamos tan cerca de averiguar hasta el último punto —dijo y miró a Armstrong con ojos brillantes—. Es el mejor que hemos tenido jamás, pero jamás, ¿eh? ¡Por Dios, Robert, es una auténtica mina de oro!
Hacía ya tiempo que Rakoczy había puesto al descubierto sus dos coberturas y luego su nombre auténtico, el número de la KGB, dónde había nacido, seguido sus estudios y casado, donde vivía, los nombres de sus superiores conocidos en Tbilisi, su implicación en Irán, el tudeh, el mujadin, cómo y dónde habían apoyado el movimiento kurdo de independencia, quiénes eran sus contactos.
—¿Quién es el más alto KGB en Azerbaiján?
—Yo..., no más por favor... porfavorpareeeennnn es el Khan Abdollah de Tabriz..., sólo él es importante y él... él había de... había de, había, había de ser el primer presidente cuando Azer... Azerbaiján sea... sea independiente pero ahora es demasiado grande e inde... independiente así que ahora... ahora es una Sección 16/a...
—No nos estás diciendo toda la verdad... ¡dale una lección!
—¡Ah! ¡La estoylaestoypro favor0000rrrr!
Luego, vuelta a reanimarle y de nuevo toda la retahíla sobre Ibrahim Kyabi, el padre de Ibrahim, el mollah Kowissi, quiénes eran los líderes de los estudiantes tudeh, sobre su mujer, sobre su padre y dónde vivía en Tbilisi y sobre su abuelo que perteneció a la policía secreta del Zar antes de convertirse en miembro fundador de la Cheka, luego de OGPU, NKVD y, finalmente, de la KGB... fundada en el cincuenta y cuatro por Kruschev, después de que Beria hubiera sido fusilado acusado de ser un espía occidental.
—¿Crees tú que Beria trabajaba como espía para nosotros, Mzytryk? —Sí... sí... sí lo era, la KGB tenía pruebas, ah sí... por favor pareeennn... por favor pareeeennnn... les diré todo lo que quieraaaannn.
—¿Cómo podían tener pruebas de esa mentira?
—Sí, era una mentira pero nosotros habíamos de creerlo, ah, sí... por favor pareeeennnn... nosotros teníamos teníamos... por favor pareeeennnn se lo suplicccc0000...
—Dejen ya de torturarle, bárbaros. —La voz de Armstrong llegó a modo de sugestión—. No hay necesidad de hacerle sufrir si está cooperando... ¿cuántas veces he de decíroslo? No habéis de tocarle mientras os diga la verdad. Dadle un vaso de agua. Ahora, Mzytryk, dinos cuanto sepas sobre Gregor Suslev.
—Es... es un espía. Creo.
—¡No dices la verdad! —rugió al punto Hashemi, también a modo de sugestión—. Dale una lección.
—No... no... noporfavor pareeennnnoohDiosporfavor pareeeennnn es es Petr Oleg Mzytryk mi padre, mi padre... Suslev era su... su nombre de cobertura en el Lejano Oriente con base en Vlad... Vladivostok y y y otra cobertura en Brodnin... y y y vive en Tbilisi y es comisario y cons... consejero para asuntos iraníes y controlador de Abdollah Abdollah, del Khan Abdollah...
—Estás mintiendo de nuevo. ¿Cómo puedes conocer tú semejantes secretos? Dale una lec...
—No, por favor jurrrr0000 que no miento. Yo... leí su dossier secreto y sé que es verdad... Brodnin fue el último y luego él... Que Allah me ayuddddeeee. —Volvió a perder el conocimiento, y lo reanimaron de nuevo.
—¿Cómo se pone en contacto el Khan Abdollah con su controlador? —Él... mi... se reúnen en cualquier parte... a vec... a veces en la dacha, a veces en Tabriz...
—¿En qué parte de Tabriz?
—En... en el palacio del Khan.
—¿Cómo acuerdan la reunión?
—Mensaje cifrado... télex cifrado desde Teherán... desde el cuartel general.
—¿Qué clave?
—La... G16... G16...
—¿Cuál es el nombre en clave del Khan Abdollah?
—Ivanovich.
—¿Y el del controlador? —Armstrong tuvo buen cuidado de no despertar los sentimientos de aquel hombre impotente recordándole que había traicionado a su padre.
—Alí... Alí Khoy.
—¿Quiénes eran los contactos de Brodnin?
—Yo... yo no... yo no recuerdo...
—Refréscale la memoria.
—Porfavorporfavor oh Dios oh Di0000ssss esperen déjenme pensar no puedo acordarme era, era... esperen me dijo que eran que eran que eran tres... era algo como como como uno de ellos era un color, un color... esperen, sí, Grey sí Grey eso era... yy yy otro era... y otro era Broad algo... Broad algo... creo... tú era Julan Broad algo...
—¿Qué más? —preguntó Armstrong ocultando su sobresalto—. ¿Y el tercero?
—No... no puedo record... no esperrrreeeen déjenme pensaaaarrrr había otro... me dijo que eran me habló de cuatro... uno era... Ted... Ever... Ever algo... Everly... y y otro era... sí... yo... por fav000rrr... si pienso déjenme pensar y era y era Peter... no Percy... Percy Emedley sí Smedey Tailer o Smidley...
Armstrong se puso pálido.
—... eso fue todo eso fue todo lo que él lo que él me dijo... —Dinos todo lo que sepas sobre Roser Crosse.
No hubo respuesta.
A través del espejo vieron al hombre retorcerse sobre la mesa de operaciones, luchando por librarse de los cables al ir aumentando el dolor y empezó de nuevo a barbotear palabras mezcladas con los gemidos.
—Era, era... paaarrreeennn era el jefe no el subjefe de MI6 y casi nuestro agente secreto inglés más importante durante, durante... veinte años o más... y, y Brodnin Brod mi padre descubrió... descubrió que era un agente doble... triple y lo envió a la Sección 16/ a... Crosse nos engañó durante años nos engañó nos engañó nos engañó...
—¿Quién dio el soplo a Brodnin sobre Cross?
—Nolosé juroqueno lo sé no puedo saberlo todotodo sólo lo que estaba en el dossier y lo que él me dijo...
—¿Quién era el controlador de Roger Crosse?
—No lo sé, no lo sé cómo puedo saberlo yo sólo sé lo que leí secretamente en el dossier de mi padr... tienen que creeerrrmmmeee...
—Dime todo lo que había en el dossier —dijo Hashemi que al parecer, ahora ya se mostraba tan vitalmente interesado como Armstrong.
Escucharon, aislando las palabras de los gritos. A veces era una mezcla casi incoherente de ruso y farsi mientras Rakoczy seguía dando más nombres, direcciones, coberturas y rangos en respuesta a sus preguntas, aguzada su memoria mediante nuevos niveles de dolor, hasta quedar completamente derrumbado y repitiéndose de manera confusa. Él también estaba confuso y carente ya de toda utilidad. De repente en medio de todo aquel parloteo ininteligible «... Pah... mud... Pah... mudi...»
—¿Qué pasa con Pahmudi? —preguntó Hashemi con brusquedad. —Yo... él... me ayudddaaa...
—¿Qué hay de Pahmudi? ¿Es un agente soviético?
Pero ya sólo hubo parloteo, confusión y gimoteo.
—Más vale que le des un descanso, Hashemi. Su memoria es demasiado buena para permitir que se pierda. Mañana podremos averiguar lo que representa Pahmudi y volver de nuevo a la carga. También Armstrong se sentía exhausto, maravillado en su fuero interno por toda la información aportada por Rakoczy—. Te aconsejo que le des un período de descanso y le dejes dormir cinco horas. Luego volveremos a empezar.
En la cámara, los dos hombres esperaban instrucciones. El doctor consultó su reloj. Había estado allí durante seis horas sin la menor interrupción. Le dolía la espalda y también la cabeza. Pero hacía largo tiempo que era un especialista SAVAK y se sentía muy complacido de haber conducido a Rakoczy al nivel de la verdad sin haber tenido que recurrir a drogas. «¡Hijo ateo de un padre maldito!», se dijo con aversión.
—Déjelo dormir cuatro horas, luego empezaremos de nuevo —le llegó a través del altavoz.
—Sí, coronel. Muy bien —asintió. Examinó los ojos de Rakoczy levantándole los párpados y luego, midiendo cuidadosamente las palabras, se dirigió a su ayudante, sordomudo, pero capaz de leer los labios—: Déjale tal como está. Así nos ahorrará tiempo cuando volvamos. Necesitará una inyección para despertarle.
El ayudante hizo un gesto de asentimiento y ambos hombres salieron al abrirse la puerta al exterior.
En la habitación detrás del espejo, la atmósfera era densa y agobiante.
—Tiene que estar relacionado con Mzytryk, Petr Oleg —dijo Armstrong hojeando toda la información de Rakoczy, realmente asombrado.
Hashemi apartó la mirada del hombre que yacía sobre la mesa y desconectó la grabadora, accionando el botón de rebobinaje. En un cajón entreabierto había otras siete cintas grabadas.
—¿Puedo disponer de copias? —preguntó Armstrong.
—¿Por qué no? —respondió Hashemi que tenía los ojos enrojecidos, y a quien apuntaba oscura la densa barba aunque sólo hiciera unas horas que se había afeitado—. ¿Qué era tan importante respecto a Brodnin y esos otros nombres, Grey, Julian Broad y algo, Ted Ever y algo así y Percy Smedley o Smidley Tailer?
Armstrong se levantó para aliviar el dolor que sentía en los hombros y también para darse tiempo a pensar.
—Brodnin era un hombre de negocios soviético, de la KGB, pero también un agente doble para nosotros. Jamás hubo sospechas de que nos estuviera engañando. Julan Broad y algo más tiene que significar Julian Broadhurst. Jamás hemos sabido nada de él, ni siquiera un susurro, nada. Es una de las luminarias de la «Fabian Society», un miembro altamente respetado del Partido Laborista, está dentro o fuera del Gabinete siempre que se le antoja, consejero y confidente de Primeros Ministros. ¡Vaya patriota! —añadió despectivo.
—Pues ahora ya lo tienes bien cogido. Traidor. Túmbalo durante una hora sobre una mesa de operaciones, exprímele hasta la última gota y luego que lo ahoguen en el Támesis. ¿Grey?
—Lord Grey, tea de la izquierda, antiguo sindicalista, rabioso líder del lobby anti-China y anti-Hong Kong, cortés anticomunista, enviado a la Cámara de los Lores hace algunos años para provocar más problemas. Hace unos años llevamos a cabo una investigación sobre él pero salió más limpio que una patena... No encontramos nada, salvo su política.. —«Dios mío —pensaba Armstrong—, si los dos son espías y traidores..., y si podemos demostrarlo..., eso destrozaría al Partido Laborista, por no hablar de la explosión que Percy provocaría en los Tory. Pero, ¿cómo demostrarlo y seguir vivo?»—. Jamás hemos tenido nada contra él.
—Pues ahora también lo tienes cogido. Traidor. Hazle decir todo y que le peguen un tiro. ¿Ted Ever lo que sea?
—Everly..., la joya más preciada de TUC, destinado a los más altos puestos. Política centrista impecable. Ni el más leve matiz rosado y, ni que decir tiene, comunista.
—Ahora ya es tuyo, Acaba con él. ¿Smedley o Smidley Tailer?
Robert Armstrong le ofreció un cigarrillo. «Percy Smedley Taylor, gran terrateniente, acaudalado, Trinity College, homosexual apolítico que cuando le pescan se las arregla para que sus aberraciones no aparezcan en la Prensa... Crítico de ballet bien conocido, editor de revistas eruditas, con relaciones impecables e intocables en las más altas y delicadas fuentes del poder inglés. ¡Pero un espía soviético..., Dios Todopoderoso! ¡Imposible! No te portes como un condenado idiota. Has trabajado demasiados años, conocido demasiados secretos para que nada pueda llegar a sorprenderte.»
—No se trata de cualquiera, Hashemi, pero haré que le investiguen —dijo, no queriendo compartir la información hasta haber reflexionado sobre lo que debería hacer.
Se oyó un chasquido avisando que la cinta había terminado de rebobinarse. Hashemi sacó la cassette y la colocó junto a las otras en el último cajón, cerrando luego cuidadosamente con llave.
—Entonces trátalos a nuestra manera. Envíales un emisario, Robert, a ellos y a sus despreciables y poderosos amigos. Pronto te darán pishkesh a montones para compensarte de la pérdida de tu pensión. —Rió con expresión triste, al tiempo que introducía una nueva cassette—. Pero no se te ocurra ir tú mismo o acabarás en cualquier callejón con un cuchillo en la espalda o veneno en tu cerveza... Esos poderosos bastardos son todos iguales. —Estaba muy fatigado, pero la satisfacción de toda la formidable información que Rakoczy les facilitara le hacía olvidar toda idea de dormir.
—Con todo lo que nos ha facilitado, tenemos suficiente para dinamitar a los tudehs, controlar a los kurdos, detener la insurrección de Azerbaiján, hacer que Teherán y Kowiss estén seguros..., «y afirmar a Jomeiny en el poder», dijo para sí.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Y qué me dices de Abrim Pahmudi? A Hashemi se le ensombreció el rostro.
—¡Que Alá me permita tratarle como se merece! Rakoczy me ha dado una llave de oro posiblemente también para él. —Miró a Armstrong—. Y de oro también para ti, ¿ella.? ¿Ese Suslev, Petr Oleg, que asesinó al gran Roger Crosse? ¿Eh?
—Sí, Tú también. Ahora ya sabes quién es tu principal y peor enemigo.
—¿Qué es Mzytryk, ese Suslev, para ti?
—Tuve con él unas palabras hace años, en Hong Kong. —Armstrong tomó un sorbo de café frío, preparando el anzuelo—. Puede darte, y también a mí, más oro que su hijo. Puede machacar a Abrim Pahmudi, y si puede hacerlo con él sólo Dios sabe con quién más, ¿acaso con el Comité Revolucionario? Daría cualquier cosa por descifrar a Suslev. ¿Cómo podríamos hacerlo?
Hashemi logró apartar de su mente a Pahmudi para pensar únicamente en el peligro personal que él y su familia corrían,
—Y a cambio tú me facilitarás un pasaporte británico, salida segura del país y una sustanciosa pensión caso de necesitarlo.
Armstrong alargó la mano.
—Hecho —dijo.
Los dos hombres se estrecharon la mano, aunque ninguno de los dos diera a aquel gesto otro valor que el de la pura cortesía. Ambos sabían que, de ser posible, cumplirían, pero sólo si ello fuera en su propio interés.
—Si nos hacemos con él, Robert, yo seré quien lleve el interrogatorio y seré el primero en preguntar lo que necesito saber.
—Por supuesto, tú eres el jefe —respondió Armstrong, intentando dominar la excitación en sus ojos—. ¿Puedes hacerte con él?
—Quizá consiga de Abdollah Khan que prepare una reunión en este lado de la frontera. Rakoczy nos ha dado la suficiente información sobre él para hacerle sudar gotas de sangre, aunque he de andar con mucho cuidado... ¡También es uno de nuestros mejores agentes!
—Juega con la información de la Sección 16/a, apostaría cualquier, cosa a que ignora que lo han traicionado.
Hashemi asintió.
—Si cogemos a Petr Oleg a este lado de la frontera, no será necesario que lo traigamos aquí. Podemos interrogarle en nuestro puesto de Tabriz.
—Ignoraba que tuvieseis un puesto allí.
—Hay montones de cosas que tú ignoras de Irán, Robert. —Hashemi aplastó su cigarrillo. «¿De cuánto tiempo dispongo?», se preguntó nervioso, absolutamente desacostumbrado a la sensación de ser la presa y no el cazador—. Pensándolo mejor, prefiero que me des el pasaporte mañana.
—¿Tardarás mucho en persuadir al Khan Abdollah?
—Todavía hemos de seguir mostrándonos cautelosos... Ese bastardo es todopoderoso en Azerbaiján. —Ambos miraron a Rakoczy que por un instante se había movido, gimiendo. Luego se hundió una vez más en su pesadilla—. Hemos de tener mucho cuidado.
—¿Cuándo?
—Mañana. Tan pronto como hayamos terminado con Rakoczy iremos a visitar a Abdollah. Tú facilitarás el avión o... el helicóptero. Mantienes relaciones muy cordiales con «IHC», ¿no?
Armstrong sonrió.
—Estás enterado de todo, ¿verdad?
—Sólo de cuanto se relaciona con Teherán, las cuestiones islámicas y las cuestiones iraníes.
Hashemi se preguntaba qué haría McIver y los demás extranjeros que se encontraban allí para ayudar en la producción de petróleo si supieran que el ministro en funciones, Alí Kia, recién nombrado miembro de la junta ATC hacía sólo unos días, había recomendado la nacionalización inmediata de todas las compañías petrolíferas extranjeras, de todos los aviones con matrícula iraní, de todas las compañías aéreas y la expulsión de todos los pilotos y personal extranjeros.
—No necesitamos extranjeros —había dicho—. Nuestros propios pilotos darán servicio a los campos petrolíferos. ¿Acaso no tenemos centenares de pilotos que necesitan probar su lealtad? Supongo que debes de tener expedientes secretos de todos los pilotos extranjeros, de ejecutivos y todos los demás. El... hum... el comité los necesita.
—No creo que dispongamos de nada, Excelencia. Esos expedientes se hicieron a instancias de la SAVAK —le contestó Hashemi afable—. Supongo que estará al corriente de que esa terrible gente tiene en su poder un amplio expediente sobre Su Excelencia.
—¿Qué expediente? ¿Sobre mí? ¿SAVAK? Debes de estar equivocado.
—Tal vez. Yo nunca lo he leído, Excelencia, pero se me ha hablado de su existencia. Me dijeron que se remonta a más de veinte años. Probablemente, no contendrá más que mentiras...
Había dejado al ministro en funciones Kia profundamente sobresaltado, con la promesa de que intentaría hacerse en secreto con el expediente y entregárselo y había reído durante todo el camino de regreso hasta el cuartel general del Servicio Secreto Interno. El expediente sobre Alí Kia, el expediente que él mismo confeccionara, se remontaba, en efecto, a veinte años antes y contenía pruebas irrefutables de todo tipo de tratos comerciales que hedían: usura, votaciones e informaciones a favor del Sha..., junto con fotografías de prácticas sexuales tan ingeniosas que pondrían frenéticos a los fundamentalistas conservadores.
—¿Dónde está el chiste? —preguntó Armstrong.
—En la propia vida, Robert. Hace un par de semanas tenía a mi disposición, de necesitarla, toda una Fuerza Aérea; hoy, tengo que pedirte que me organices un vuelo. Tú arregla lo del vuelo y yo me ocuparé de la autorización. —Sonrió—. Tú me darás un pasaporte británico condenadamente válido, como diría Talbot, antes de despegar. ¿De acuerdo?
—De acuerdo. —Armstrong ahogó un bostezo—. Mientras esperamos, ¿podría escuchar la última cassette?
Hashemi, que ya se disponía a sacar la llave, se detuvo al oír unos golpes en la puerta. Se levantó con gesto de cansancio y la abrió. Toda la fatiga desapareció de pronto. Afuera había cuatro hombres, uno de ellos pertenecía a los suyos y tenía el rostro pálido, los otros tres eran Green Bands. Armados. Conocía al de más edad de ellos.
—Salaam, general. La paz sea contigo —dijo cortésmente, pero con el corazón oprimido.
—Salaam, coronel. La paz sea contigo —repuso el general Janan, un hombre de facciones duras, boca apretada en una línea. SAVAK. Miró a Armstrong con frialdad. Luego, sacó un papel y se lo entregó a Hashemi—. Tiene que entregarme al prisionero Yazernov inmediatamente.
Hashemi cogió el papel, dando gracias a Dios por haberlo arriesgado todo para capturar a Rakoczy y haberle conducido rápidamente al tercer nivel: Al coronel Hashemi Fazir, Servicio Secreto Interno. Dé cumplimiento inmediato: Por la autoridad concedida al Comité Revolucionario: Queda disuelto el Departamento del Servicio Secreto Interno y todo el personal quedará incorporado inmediatamente a esta organización bajo el mando del general Janan. Usted queda suspendido de todas sus funciones hasta nueva orden. Entregará al general Janan, de inmediato, al prisionero Yazernov así como todas las grabaciones del interrogatorio. (Firmado) Abrim Pahmudi, Director. SAVAMA.
—El espía se encuentra todavía en el segundo nivel por lo que habrá de esperar. Es peligroso moverlo y...
—Ya ha dejado de ser responsabilidad suya.
El general hizo una indicación a uno de sus hombres, el cual salió de la habitación para llamar a los que se encontraban en el corredor. Después, bajaron los escalones y entraron en la cámara que había abajo, acompañados ahora por el doctor, blanco como la pared y muy nervioso. A los Green Bands les brillaron los ojos al ver al hombre desnudo sobre la mesa, todos aquellos instrumentos y cómo tenía los cables conectados. El médico inició un movimiento para desconectarlos.
Arriba, en el cuarto de interrogatorios, Hashemi miró de nuevo al general.
—Oficialmente le informo que es peligroso moverle. Suya será toda la responsabilidad.
—Insha'Allah. Limítese a darme las grabaciones.
Hashemi se encogió de hombros y, abriendo el cajón de arriba, le entregó la docena de cintas, prácticamente inútiles, correspondientes al primero y segundo niveles.
—¡Y las otras! ¡Ahora!
—Ya no hay más.
—¡Abra el otro cajón!
Hashemi volvió a encogerse de hombros, eligió una llave y la utilizó con toda delicadeza. Si la hacía girar convenientemente, el magnetizador entraba en funciones y borraba cuanto hubiera grabado en las cintas. Sólo él y Armstrong conocían aquel secreto..., y también la instalación secreta de grabadoras que duplicaban las cassettes.
—Nunca se sabe cuándo o quién puede traicionarte, Hashemi —le había dicho Armstrong, hacía años, cuando juntos instalaron todos los dispositivos—. Puedes necesitar borrar cintas y, al propio tiempo, disponer de ellas para comprar tu libertad. En este juego uno jamás es lo bastante cauteloso.
Hashemi abrió el cajón mientras, en su fuero interno, rezaba para que ambos dispositivos hubieran funcionado. «Insha'Allah», se dijo al tiempo que sacaba las ocho cassettes.
—Le aseguro que están en blanco.
—Si es así, acepte mis excusas. En caso contrario..., Insha'Allah. —El general miró glacial a Armstrong—. Más vale que abandone Irán rápidamente. Le concedo un día y una noche, por los servicios prestados en el pasado.
Sharazad se encontraba en la cama, tumbada boca abajo, mientras le daban masaje y gimió de placer al aplicarle la anciana suavemente el aceite sobre sus magulladuras y la piel.
—Ten mucho cuidado, Jari...
—Sí, sí, mi princesa —ronroneó Jari, quitándole el dolor con sus manos vigorosas aunque acariciadoras.
Había sido la niñera y la sirvienta de Sharazad desde que ésta naciera y la había amamantado al morir su propio hijo, nacido una semana antes. Durante dos años le había dado el pecho a Sharazad y luego, como Jari era una mujer tranquila y cariñosa, y viuda, habían dejado la niña a su cargo. Al casarse Sharazad con el emir Paknouri, ella la acompañó a su casa y, una vez terminado el matrimonio, las dos volvieron al hogar. La opinión de Jarí era que había sido estúpido casar a semejante flor con alguien que prefería a los muchachos, por mucho dinero que ese alguien tuviera, aun cuando se libró mucho de expresar semejante opinión en voz alta. «Jamás, jamás, jamás. Es peligroso enfrentarse al jefe de la casa, a cualquier jefe de una familia, y todavía más con un avaro acaparador de dinero como Jared Bakravan. No siento que esté muerto», se dijo.
Al casarse Sharazad por segunda vez, Jari no había ido con ella al apartamento. Pero no le importaba porque Sharazad pasaba en la casa los días que el Infiel estaba ausente. Todo el servicio de la casa le llamaba así y lo toleraban por la felicidad de Sharazad que sólo las mujeres comprendían.
—Eeeee, los hombres son unos verdaderos demonios —dijo disimulando su sonrisa, pues lo comprendía muy bien.
Todos habían escuchado la noche anterior los gritos y los sollozos y aunque también todos sabían que un marido tiene derecho a pegar a su mujer y que Dios había permitido los golpes del Infiel para sacar a su ama de su estado en que se encontraba, la propia Jari había oído otra clase de gritos aquella mañana, poco antes de la amanecida, los gritos de ella y de él en el Jardín de Dios.
Ella jamás estuvo en él. Otras le habían hablado de sentirse transportadas, también Sharazad, pero las pocas veces que yació con su marido, habían sido sólo para el placer de él. A ella le había correspondido el dolor, y seis hijos antes de cumplir los veinte años, cuatro de ellos muertos en la infancia. Después, la muerte de él, algo que la libró a ella de la muerte de parto pues, de lo contrario, el embarazo hubiera sido inevitable, ¡La Voluntad de Dios! «Ah, sí —se dijo muy satisfecha—. Dios me rescató e hizo que muriera él, y ahora, con toda seguridad, arderá en el infierno porque era un horrible blasfemo que apenas si rezaba una vez al día. ¡Y Dios también me dio a Sharazad!»
Miró el bello cuerpo satinado y el cabello largo, tan oscuro. «Eeeee —se dijo—, es una bendición ser tan joven, tan húmeda, tan resistente, tan dispuesta a hacer por fin el trabajo encomendado por Dios.»
—Date vuelta, Princesa, y...
—No, Jari, me duele tanto..
—Sí, pero he de dar masaje a los músculos de tu vientre y prepararlos. —Rió Jari entre dientes—. Éstos pronto tendrán que estar muy fuertes.
Sharazad se volvió de golpe y se la quedó mirando, olvidado el dolor.
—¿Estás segura, Jari?
—Sólo Dios está seguro, Princesa. Pero, ¿acaso tuviste retrasos alguna vez? ¿No te ha pasado el tiempo..., y no hace tiempo que esperas un hijo?
Las dos mujeres rieron juntas. Luego, Sharazad volvió a echarse y se entregó a las hábiles manos, y al futuro y al instante feliz cuando dijera a Tommy: «Me siento honrada de decirte..., no, así no. Tommy, Dios nos ha bendecido..., no, eso tampoco, aunque sea verdad. Si al menos fuera musulmán e iraní resultaría mucho más fácil. ¡Oh, Dios y Profeta de Dios! Haz a Tommy musulmán y sálvale así del infierno, haz que mi hijo sea fuerte y permítele crecer para que tenga hijos e hijas, y ellos a su vez hijos... ¡Oh, cuán benditos somos de Dios...!»
Se dejó llevar. La noche estaba tranquila, todavía caía algo de nieve y no se oía mucho tiroteo. Pronto cenarían y luego jugarían backgammon con su primo Karim o con Zarah, la mujer de su hermano Meshang. Después, se iría a dormir, satisfecha por un día bien aprovechado.
Aquella mañana, cuando Jari la despertó, el sol ya estaba alto y, a pesar de que el dolor la había hecho llorar un poco, el aceite y el masaje la dejaron casi como nueva. Luego, las abluciones rituales y la primera oración del día, arrodillada delante de la capillita que tenía en un rincón del dormitorio y su sajadeh, el pequeño recuadro de preciosa tapicería labrada, con su cuenco de arena sagrada de Cabella y, más allá, la sarta de cuentas de oración y su ejemplar del Corán, bellamente decorado. Un rápido desayuno con té, pan recién hecho, todavía caliente del horno, mantequilla, miel y leche y un huevo, pasado por agua como siempre, rara vez había escaseado incluso en los peores momentos. Y luego, rápidamente, al bazar, cubierta con el velo y el chador, para ver a Meshang, su hermano adorado.
—¡Meshang, querido! Tienes un aspecto muy cansado. ¿Te has enterado de lo de nuestro apartamento?
—Sí, sí, me he enterado —dijo él despacio. Tenía unas profundas ojeras. Había envejecido en los cuatro días transcurridos desde que su padre marchara a la prisión Evin—. ¡Hijos de perra todos ellos! Pero no son gente nuestra. Me han dicho que son los de la OLP que actúan a las órdenes de ese Comité Revolucionario. —Se estremeció—. Es la Voluntad de Dios.
—Sí, la Voluntad de Dios. Pero mi marido me ha dicho que un hombre llamado Teymour, el líder, ese hombre dijo que teníamos hasta la oración de la tarde de hoy para recoger nuestras cosas.
—Sí, lo sé. Tu marido me dejó un mensaje antes de irse a Zagros esta mañana. He enviado a Alí y a Hassan y a algunos otros sirvientes, les he dicho que simularan ser los de las mudanzas y que recogieran cuanto pudiesen.
—Gracias, Meshang. ¡Qué inteligente eres! —Sharazad se sintió enormemente aliviada. Hubiese sido impensable que hubiera tenido que ir ella misma. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Sé que es la Voluntad de Dios pero me siento tan vacía sin padre...
—Sí, sí, lo sé, a mí me ocurre lo mismo... Insha'Allah.
No había nada más que él pudiera hacer. Se había comportado y lo había hecho todo correctamente: presenció el lavado del cuerpo, cuidó su envoltura con la mejor de las muselinas, le dio sepultura. La primera parte del duelo había terminado. Al cuarto día, otra ceremonia tendría lugar en el cementerio; durante ella, volverían a llorar inconsolables, se rasgarían las vestiduras y todo sería tristísimo. Pero entonces, como ahora, cada uno cargaría de nuevo con el peso de su vida: decir el Chahada cinco veces al día, obedecer los Cinco Pilares del Islam para asegurarte que irás al cielo y no al infierno..., la única razón importante en la vida. «Ciertamente yo iré al Paraíso», se dijo con una confianza absoluta.
Permanecieron sentados en silencio en la pequeña habitación, encima de la tienda que hacía tan poco tiempo fuera del dominio privado de Jared Bakravan. Sólo habían pasado cuatro días desde que el padre estuviera negociando con Alí Kia el nuevo préstamo, que, en definitiva, y como quiera que sea, nosotros habremos de facilitar, y Paknouri irrumpiera brutalmente dando comienzo a todas nuestras tribulaciones. «¡Hijo de perra! Todo es culpa suya. Atrajo hasta aquí a los Green Bands. Sí, y durante años ha sido una maldición. De no haber sido por su debilidad, Sharazad tendría ahora cinco o seis hijos y no llevaríamos a cuestas al Infiel que nos convierte en el blanco de miles de burlas de los mercaderes.»
Vio que Sharazad tenía amoratado el ojo izquierdo pero no dijo nada al respecto. Aquella mañana había dado gracias a Dios y se había mostrado de acuerdo con su mujer que la paliza parecía haberla sacado de su marasmo.
—Una zurra de vez en cuando no hace daño, Zarah —le había dicho él, contento, al tiempo que pensaba: «Todas las mujeres necesitan alguna que otra vez una buena paliza con sus constantes protestas, charloteo, lloros y altercados, con sus celos y sus intromisiones, con todas esas impías charlas sobre el voto, las manifestaciones y las protestas. ¿Contra qué? ¡Contra las leyes de Dios!»
«Jamás llegaré a entender a las mujeres. Además, incluso el Profeta, alabado sea su nombre, incluso él, el hombre más perfecto que jamás existiera, tuvo problemas con las mujeres y otras diez mujeres después de Khadja, la primera, que muriera después de haberle dado seis hijos... Fue muy triste que ningún varón le sobreviviera, sólo su hija Fátima. Incluso después de toda aquella experiencia con las mujeres, está escrito que incluso el Profeta, incluso él, tenía que aislarse de vez en cuando en busca de la paz.»
¿Por qué no se contentarían las mujeres con permanecer en casa, mostrarse obedientes, mantenerse tranquilas y no interferir?
«Hay tanto por hacer. Tantos cabos que recoger o descubrir, secretos que desvelar, cuentas, pagarés y deudas que poner sobre el tapete y tan poco tiempo. Todas nuestras propiedades robadas, las aldeas, la hacienda en el Caspio, casas y apartamentos y edificios por todo Teherán... ¡Todo aquello que esos demonios conocen! ¡Demonios! El Comité Revolucionario y los mollahs y los Green Bands, todos son demonios sobre la tierra. ¿Cómo podré hacer tratos con ellos? Pero tengo que hacerlo, no sé cómo, pero tengo que hacerlo, el próximo año haré el peregrinaje a La Meca.»
—Es la Voluntad de Dios —dijo y se sintió algo mejor. «Y ha sido la Voluntad de Dios que me haya tenido que poner al frente mucho antes de lo que esperaba, aunque estoy bien entrenado como mi hijo lo estará cuando haya de ponerse al frente de un imperio, incluso del imperio Bakravan.
»Y también ha sido Voluntad de Dios que yo sepa dónde se encuentra la mayoría de nuestros secretos, que mi padre me transmitiera sigilosamente durante los últimos años cuando descubrió que podía confiar en mí y que yo era más listo de lo que él jamás se imaginara. ¿Acaso no fui yo quien le sugirió, hace casi siete años, la idea de las cuentas bancarias numeradas en Suiza y le explicó las inversiones en bonos del Tesoro y en bienes raíces en Estados Unidos y, sobre todo, respecto a las Siete Hermanas? Ganamos millones, todos ellos a salvo de estos hijos de perra, ¡gracias sean dadas a Dios! Seguros en Suiza en oro, tierras, valores en Bolsa, dólares, marcos alemanes, yens y francos suizos...»
Se dio cuenta de que Sharazad lo miraba, esperando.
—No te preocupes, Sharazad. Los sirvientes lo harán todo antes de la puesta de sol —dijo. La quería mucho pero deseaba que se fuera de una vez para poder reanudar su trabajo. Aunque... era hora de recoger otros cabos sueltos—. Ese marido tuyo ha aceptado convertirse en musulmán, ¿no?
—¡Qué amable por tu parte de recordarlo, querido Meshang! Mi marido aceptó considerarlo —repuso ella a la defensiva—. Le adoctrino siempre que puedo.
—Muy bien. Cuando regrese, dile, por favor, que venga a verme. —Sí, naturalmente —dijo al punto Sharazad. Ahora, el cabeza de familia era Meshang y, como tal, tenía que ser obedecido sin rechistar. —Ya ha vencido el año y un día, ¿verdad?
El rostro de Sharazad se iluminó.
—Me siento honrada de comunicarte, querido Meshang, que acaso Dios nos haya bendecido. Llevo retraso de uno o dos días.
—Bendito sea Dios. ¡Eso sí que es digno de celebrarse! Se habría sentido tan complacido nuestro padre... —Le dio unas palmaditas en la mano—. Bien. Ahora, ¿qué hay de él..., de tu marido? Ésta sería la ocasión perfecta para el divorcio, ¿no crees?
—¡No, no! ¿Cómo puedes decir semejante cosa? —exclamó ella antes de poder contenerse—. En modo alguno, no, no. Eso sería terrible, me moriría, sería terr...
—Tranquilízate, Sharazad. Y reflexiona. —Meshang se sentía asombrado ante sus pésimos modelos—. No es iraní, no es musulmán, no tiene dinero, ni futuro. Apenas es digno de formar parte de los Bakravan. ¿No estás de acuerdo?
—Sí, sí, por supuesto. Estoy de acuerdo con todo lo que has dicho —se apresuró a decir, manteniendo los ojos bajos para disimular su sobresalto, maldiciéndose por no haberse dado cuenta hasta qué punto Meshang era contrario a su Tommy y que, por lo tanto, era un enemigo del que debía protegerse. ¿Cómo pudo ser tan ingenua y estúpida?—. Estoy de acuerdo en que puede haber problemas, querido, y también con todo cuanto dices... —se oyó decir con su voz más almibarada, mientras su mente trabajaba con la velocidad de la luz: analizaba, descartaba, intentando trazarse un plan, para ahora y para el futuro, ya que sin la benevolencia de Meshang la vida resultaría muy difícil—. Tú eres el más prudente de los hombres que conozco, pero acaso se me permita decir que Dios le puso a él en mi camino, nuestro padre dio su consentimiento a mi matrimonio así que hasta que Dios le aparte de mi camino y le guíe...
—Pero ahora soy yo el cabeza de familia y todo ha cambiado. El Ayatollah lo ha cambiado todo —la interrumpió él con tono tajante. Nunca le había gustado Lochart, le ofendía por ser un Infiel, la causa de todas sus dificultades presentes y pasadas. Le desdeñaba por intruso y por representar un gasto superfluo, aunque siempre había mantenido oculto ese desdén al no tener poder para intervenir y debido a la aceptación tácita por parte de su padre—. No le des vueltas a tu pequeña y bonita cabeza. La revolución lo ha cambiado todo. Vivimos en un mundo diferente a la luz del cual debo considerar tu futuro y el futuro de tu hijo.
—Tienes toda la razón, Meshang, y te bendigo por pensar en mí y en mi hijo. Eres maravilloso y yo muy afortunada al tenerte aquí para que cuides de nosotros —dijo ella, ahora ya perfectamente dueña de sí misma. Siguió derrochando halagos, zalamerías, arrepentimiento por su falta de modales, recurriendo a todas sus mañas sin permitirle meter baza y cambiando la conversación a otros temas. Luego, en el instante perfecto dijo—: Sé que debes de estar muy ocupado. —Se puso en pie sonriendo—. ¿Querréis tú y Zarah venir a cenar a casa? El primo Karim ha prometido acudir si puede salir de la base. ¿Verdad que será divertido? No lo hemos visto desde que... —Se detuvo a tiempo—. Desde hace al menos una semana, pero lo más importante, Meshang, es que el cocinero está haciendo tu horisht favorito, tal y como a ti te gusta.
—¿Ah? ¿De veras? Bien, sí, sí, iremos..., pero dile que no ponga demasiado ajo. Y ahora, sobre lo de tu marid.,.
—Eso me recuerda algo, querido Meshang —le interrumpió Sharazad jugando su última carta..., por el momento—. Me he enterado de que Zarah tiene ya tu permiso para participar en la «Marcha de las Mujeres» que se llevará a cabo pasado mañana. Ha sido un gesto realmente delicado por tu parte.
Le vio enrojecer de repente y rió para sus adentros, sabedora de que Zarah se mostraba inexorable en su decisión de asistir en tanto que él adoptaba idéntica actitud en contra de su asistencia. Su furia se desbordó. Ella le escuchó, paciente, la mirada inocente haciendo un gesto de asentimiento de vez en cuando para mostrar su conformidad.
—Mi marido está de acuerdo contigo por completo —aseguró con todo el fervor que la ocasión requería—. Sí, totalmente, queridísimo hermano, y yo recordaré a Zarah, si me lo pregunta, tus sentimientos en contra... —«Y no es que ello pueda influir en modo alguno en ella o en mí porque lo que tenemos seguro es que las dos participaremos en esa marcha de protesta.» Le dio un leve beso—. Adiós, querido, trata de no trabajar demasiado. Me aseguraré que hagan el horisht como tú lo quieres.
Al salir, había ido directamente en busca de Zarah para advertirla que Meshang estaba furioso todavía con el asunto de la «Marcha».
—Es ridículo. Todas nuestras amigas estarán allí, Sharazad. ¿Acaso quiere avergonzarnos ante ellas?
Juntas, trazaron un plan.
Para cuando terminaron la tarde estaba ya muy adelantada y Sharazad corrió presurosa a casa para advertir que tenían que hacer horisht.
—... tal como le gusta al amo y si pones demasiado ajo y no está perfecto, haré traer al viejo Ashabageh el Agorero para que te eche el mal de ojo. ¡Ve al mercado y compra el melón que tanto le gusta!
—Pero, ama, hace siglos que no hay mel...
—Encuentra uno —chilló Sharazad al propio tiempo que daba una enérgica patadita en el suelo.
Más tarde, se dedicó a observar cómo Jari ponía en orden toda su ropa y la de Tommy, derramando una lagrimita de vez en cuando, no por la pérdida del apartamento que a Tommy tanto le gustaba y donde él había disfrutado mucho más que ella, sino por la felicidad de encontrarse en casa de nuevo. El reposo, la última oración, luego un baño y ahora el masaje.
—Ya está, Princesa —dijo Jari con los brazos cansados—. Ahora deberías arreglarte para la cena. ¿Qué te gustaría ponerte?
El vestido que más gustaba a Meshang: la falda de lana multicolor y la blusa que él tanto admiraba. Luego, comprobando una vez más el horisht y el pollo, el estilo iraní de guisar el arroz con su costra dorada y que sólo con verlo se hacía la boca agua, y el otro gran capricho de Meshang: el melón, con su aroma dulzón, jugoso y perfectamente esculpido.
Mientras esperaba la llegada de su primo Karim Peshadi, a quien quería muchísimo, recordaba los momentos deliciosos que, desde pequeños, pasaran juntos. Sus familias siempre estrechamente unidas. Los veranos en sus propiedades del Caspio, nadando o navegando y, en invierno, esquiando cerca de Teherán; sólo fiestas y bailes y risas, Karim tan alto como su padre, el coronel comandante en jefe de Kowiss, y también tan guapo. Siempre asociaba a Karim con aquel primer atardecer de setiembre en que viera al extranjero alto y extraño, con ojos de un azul grisáceo..., ojos que ardieron con el fuego celestial del que hablaban los antiguos poetas en el instante mismo que se clavaron en ella...
—Alteza, Su Excelencia, su primo el capitán Karim Peshadi, pide permiso para verla.
Corrió, gozosa, a recibirle. Karim estaba mirando a través de una ventana en el más pequeño de los salones de visitas en el que las paredes eran todas pequeños espejos y ventanas formando un artístico diseño persa, siendo su único mobiliario el habitual diván bajo y continuo, adosado todo en rededor a las cuatro paredes, adelantándose sólo unos centímetros sobre una alfombra muy tundida. El diván era muelle y tapizado con el más hermoso tejido persa, al igual que el respaldo que recubría todas las paredes.
—Querido Karim, qué maravill... —se interrumpió—. ¿Qué sucede, Karim?
Era la primera vez que lo veía desde aquel día, hacía ya una semana, en el que juntos tomaron parte en los disturbios de Doshan Tappeh. Y ahora le parecía estar ante un extraño. La piel tirante sobre los altos pómulos, su espantosa palidez, las grandes ojeras oscuras, aquella barba de tres días, la ropa arrugada y sucia, algo desusado en él, que siempre iba impecablemente vestido y cuidado.
Karim movió los labios sin conseguir emitir sonido alguno. Lo intentó de nuevo.
—Mi padre ha muerto. Ha sido fusilado por crímenes contra el Islam, yo soy sospechoso también y estoy suspendido por ahora. Pueden detenerme en cualquier momento —dijo con amargura—. La mayoría de nuestros amigos están en las mismas condiciones, bajo sospecha. El coronel Jabani ha desaparecido, acusado de traición, ¿lo recuerdas? El que encabezó la lucha del pueblo contra los Inmortales y al que volaron gran parte de la mano.
Sharazad se había quedado como paralizada. Permanecía sentada, y lo escuchaba, mirándole.
—... pero todavía hay algo peor, querida Sharazad. El tío Valik y Annoush y los pequeños Jalal y Setarem, han muerto, todos. Los mataron cuando intentaban escapar a Irak en un «212» civil.
Ella sintió que el corazón se le paraba y que su calvario empezaba.
—...fueron interceptados y derribados cerca de la frontera de Irak. Me encontraba hoy en el cuartel general, esperando para contestar a las preguntas de nuestro comité cuando llegó el télex de nuestra base en Abadán... Esos hijos de perra del comité ni siquiera saben leer, así que me pidieron que lo hiciera yo, ignorando que estoy emparentado con Valik. El télex estaba marcado como secreto y decía que los generales traidores Valik y Seladi, encontrados entre los restos del «212», junto con otros, además de... una mujer y dos niños, habían sido identificados por sus documentos de identidad y nos pedían información sobre el helicóptero, al parecer uno de los de la compañía de Tom que había sido secuestrado, el «EP-HBC»...
Sharazad se desmayó.
Al volver en sí, Jari le estaba aplicando una toalla húmeda a la frente, mientras otros sirvientes se arremolinaban, ansiosos, en derredor suyo. Karim, con el rostro lívido, disculpándose, se hallaba detrás. Sharazad se le quedó mirando con la mente en blanco. Entonces, recordó lo que le acababa de decir, todo lo que Erikki le comentó y, también, la actitud extraña de Tommy. Y una vez atados aquellos tres cabos, sintió que una oleada de terror volvía a embargarle.
—¿Ha... ha llegado ya Su Excelencia Meshang? —preguntó con voz débil.
—No, no, Princesa. Déjeme que le ayude hasta la cama, se sentirá mej...
—Yo... no, gracias, Jari, estoy..., estoy bien. Dejadnos solos, por favor.
—Pero, Princ...
—¡Dejadnos solos!
Todos obedecieron. Karim estaba realmente angustiado.
—Perdóname, por favor, querida Sharazad, no debiera haberte preocupado con todos estos problemas, pero estoy... Hasta esta mañana no he... no he sabido lo de mi padre. Lo siento, Sharazad, no corresponde a una mujer preocuparse por, por...
—Escúchame, Karim, te lo suplico —le interrumpió ella con desesperación creciente—. Hagas lo que hagas, no menciones al tío Valik, no le menciones para nada delante de Meshang y de los otros, todavía no, por favor, todavía no. ¡No digas nada sobre Valik!
—Pero, ¿por qué?
—Porque... porque... —« ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¿Qué puedo hacer yo? —se preguntaba, con ansias de gritar—. Estoy segura de que Tommy pilotaba el "HBC". Oh, Dios mío, haz que esté equivocada, aunque seguro que eso fue lo que Erikki dijo cuando le pregunté cuánto tiempo estaría Tommy ausente. ¿Acaso no me contestó: "No te preocupes, Tommy pilota un charter a Bandar Delam... "HBC" con repuesto. Sólo estará fuera un día o dos"? ¿Acaso Bandar Delam no se encuentra junto a Abadán que está al lado de la frontera? ¿Acaso el tío Valik no vino a ver a Tommy por la noche muy tarde, demasiado tarde a menos que se tratara de un asunto muy urgente y luego, después que se marchó, Tommy había cambiado, estaba triste, y con la mirada fija en le fuego? "La familia debe ocuparse de la familia", ¿no fue eso lo que musitó? Oh, Dios, ayúdame...»
—¿Qué pasa, Sharazad, qué pasa?
«No me atrevo a decírtelo, Karim, aunque pondría mi vida en tus manos sin dudarlo un momento. He de proteger a Tommy. Si Meshang descubre lo de Tommy, es el fin de nosotros dos. Le denunciará, porque no querrá arriesgarse a tener más dificultades o..., ¡o crímenes contra Dios! ¡No puedo oponerme a la familia, y Meshang me obligará a divorciarme! ¡Que Dios me ayude! ¿Qué haré? Sin Tommy me, me... me moriré. Sé que será así, me mor... ¿Qué dijo Tommy de tomar un helicóptero para un transbordo a Al Shargaz? ¿Era allí o a Nigeria? No me atrevo a decírtelo, Karim, no me atrevo.»
Pero cuando sus ojos vieron lo inmenso de su preocupación, su boca se abrió, y no paró hasta haber dicho todo lo que ella no se atrevió a decir.
—Pero eso es imposible —balbuceó él—, imposible. El télex decía que no había habido supervivientes. Es imposible que él lo pilotara.
—Sí, pero lo pilotaba, lo pilotaba. Estoy segura de ello, estoy segura de ello. ¿Qué voy a hacer, Karim? Por favor ayúdame, por favor, te lo suplico, por favor ayúdammmmeeee! —sollozó y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y él la abrazó, en un intento tranquilizante—. Por favor, no se lo digas a Meshang, por favor ayúdame, sin mi Tommy... me moriré.
—Pero Meshang se enterará sin duda. ¡Tiene que saberlo!
—Por favor, ayúdame. Debe haber algo que tú puedas hacer, debe haber al...
La puerta se abrió y Meshang entró presuroso, acompañado de Zarah.
—Jari me ha dicho que te has desmayado, Sharazad, querida. ¿Qué ha ocurrido? ¿Te encuentras bien? ¿Cómo estás, Karim? —Meshang calló asombrado al ver el aspecto desaseado de Karim y su palidez—. ¿Qué ha pasado, por Dios?
En el silencio que siguió, Sharazad se llevó la mano a la boca, petrificada ante la idea de que pudiera volver a decirlo todo. Vio vacilar a Karim. El silencio se hizo aún más denso. Luego, le oyó decir precipitadamente:
—Tengo terribles noticias. Primero..., primero lo de mi... padre. Lo han matado, ha sido fusilado por... por crímenes contra el Islam. Meshang no pudo contenerse.
—¡No es posible! ¿Al héroe de Dhofar? ¡Tienes que estar equivocado!
—Su Excelencia Jared Bakravan no era posible, pero ahora está muerto, y mi padre está muerto, igual que él, y hay más noticias, todas malas...
Sharazad no pudo contenerse y empezó a llorar con enorme desconsuelo. Zarah la abrazó y el corazón de Karim no pudo soportarlo. Entonces, decidió callar lo referente a Valik y su mujer y los niños, dejando que otros transmitieran la trágica noticia.
—Insha'A11ah —dijo, renegando de la excusa que él no era capaz de seguir aceptando los crímenes blasfemos cometidos por hombres en el nombre de Dios, un Ser a quien semejantes hombres jamás conocerán. «El Ayatollah es, en verdad, un regalo de Dios. No tenemos más que seguirle para limpiar a Irán de todos esos repugnantes blasfemos —se dijo—. Dios los castigará después de la muerte como nosotros, los vivos, debemos castigarles con la muerte.»
—Mis noticias son todas malas. Sospechan de mí, de la mayoría de mis amigos, las Fuerzas Aéreas están siendo sometidas a juicio. Me porté como un estúpido y se lo dije a Sharazad... Yo quería que lo supieras, Meshang, y, como un tonto, se lo dije a ella y ése ha sido el motivo de que... que se desmayara. Por favor, disculpadme, lo siento muchísimo, no puedo quedarme, lo siento, he de irme... Tengo que regresar. Sólo vine para decíroslo... Tenía que contárselo a alguien...
McIver se encontraba solo en las oficinas del ático, sentado en la crujiente butaca, con los pies cómodamente instalados sobre la mesa, leyendo. La luz era buena y en la habitación se estaba caliente gracias al generador. Tenía el télex conectado y también la HF. Era tarde, pero no valía la pena regresar todavía a casa, fría y húmeda y sin Genny. Afuera, en la escalera, se escucharon pisadas presurosas. Un golpe nervioso sonó sobre la puerta.
—¿Quién es?
—¿Capitán McIver? Soy yo, el capitán Peshadi. Karim Peshadi.
Mclver, asombrado, corrió el cerrojo de la puerta, pues conocía bien al joven, tanto como estudiante para pilotar helicópteros como por ser un primo muy especial de Sharazad. Le estrechó la mano e hizo un esfuerzo para disimular su sorpresa ante la apariencia del capitán.
—Pase, Karim. ¿Qué puedo hacer por usted? He sentido terriblemente la detención de su padre.
—Lo fusilaron hace dos días.
—¡Santo Dios!
—Sí. Lamentablemente, pero nada de esto va a resultar agradable. —Cerró rápido la puerta y bajó la voz—. Lo siento, mas he de apresurarme. Hace ya horas que voy retrasado, pero vengo de casa de Sharazad. Fui a su apartamento y el capitán Pettikin me dijo que estaba usted aquí. Esta noche he leído un télex secreto de nuestra base en Abadán. —Y le comunicó su contenido.
McIver se quedó aterrado e intentó disimularlo.
—¿Se lo ha dicho al capitán Pettikin?
—No, no. Creí que sólo debía decírselo a usted.
—Por lo que yo sé, el «HBC» fue secuestrado. Ninguno de nuestros pilotos estaba implic...
—No estoy aquí con carácter oficial. Sólo he venido a decírselo porque Tom no se encuentra aquí. No sabía qué otra cosa hacer. He visto esta noche a Sharazad, descubriendo, por pura casualidad, lo de Tom. —Karim le repitió lo que Sharazad le había dicho—. ¿Cómo es posible que Tom esté vivo y todos los demás muertos?
McIver sintió que el dolor en el pecho empezaba de nuevo. —Está equivocada.
—¡En el nombre de Dios, dígame la verdad! Usted tiene que conocerla. Tom se lo habrá dicho, puede confiar en mí —explotó el muchacho, fuera de sí por la preocupación—. Tiene que confiar en mí. Tal vez yo pueda ayudar. Tom corre un peligro terrible y también Sharazad y todos nuestros familiares. Tiene que confiar en mí. ¿Cómo se libró Tom?
McIver sintió que el cerco comenzaba a estrecharse en torno a ellos... Lochart, Pettikin, él. «No pierdas la cabeza —se ordenó—, ten cuidado. No te atrevas a admitir nada. ¡No admitas nada!»
—Por lo que yo sé, Tom no estuvo siquiera cerca del «HBC»...
—¡Embustero! —le acusó el joven furioso y le espetó la conclusión a que había llegado mientras recorría el camino hasta allí, andando, abriéndose camino en un autobús, andando de nuevo mientras la nieve caía, frío y desesparado..., con la idea de que todavía tenía que presentarse ante el comité—. Usted tuvo que haber firmado la autorización, usted o Pettikin, y el nombre de Tom tiene que aparecer en ella... Le conozco demasiado bien, usted y su machaqueo de que hemos de volar cumpliendo las ordenanzas a rajatabla con los formularios firmados, siempre se debe tener un formulario firmado. Lo hizo, ¿verdad? ¿Lo hizo? —preguntó prácticamente a gritos.
—Creo que más vale que se vaya, capitán —dijo McIver, lacónico. —Usted está tan complicado en esto como Tom, ¿es que no lo comprende? Tiene tantos problemas com...
—Más vale que se vaya —repitió McIver con amabilidad—. Creo que está sobreeexcitado y que lo de su padre ha sido terrible. Le aseguro que lo siento, lo siento muy de veras.
El silencio más absoluto se adueñó del lugar a excepción del suave zumbido de la HF y del generador instalado en el tejado. McIver esperaba. Karim esperaba. Finalmente, el joven hizo un breve ademán de asentimiento.
—Tiene razón —dijo alicaído—. ¿Por qué habría de confiar en mí? Ya no existe confianza entre nosotros. Nuestro mundo se ha convertido en un infierno en la tierra y todo por culpa del Sha. Confiamos en él pero nos falló, nos dio aliados falsos, amordazó a nuestros generales y huyó dejándonos en la estacada, y humillados. Nos abandonó en manos de los falsos mollahs. Le juro por Dios que puede confiar en mí pero, ¿qué puede importarle eso a usted o a cualquiera? La confianza nos ha abandonado. —Su rostro se contrajo—. Acaso también Dios nos haya abandonado.
En la otra habitación, la HF emitió ligeros ruidos, la estática de una tormenta con aparato eléctrico en alguna parte.
—¿Puede comunicarse con Zagros? Sharazad dice que Tom volvió allí esta mañana.
—Lo he intentado antes y me ha sido imposible conectar con ellos —dijo McIver con absoluta sinceridad—. En esta época del año resulta casi imposible, pero me han comunicado su llegada. Nuestra base en Kowiss transmitió un informe poco después del mediodía diciendo que están bien.
—Más vale..., mejor que le diga..., más vale que diga a Tom, dígale lo que yo le he comunicado a usted. Dígale que se vaya. —El tono de Karim era sombrío—. Todos ustedes están bendecidos por Dios. Todos pueden irse a casa. —La desesperación le desbordó y se le saltaron las lágrimas.
—Muchacho... —McIver, compasivo, le pasó el brazo por los hombros tratando de calmarle. Era un chico de más o menos la edad de su hijo, a salvo en Inglaterra, con la seguridad que le daba haber nacido inglés, seguro sobre la tierra, médico y sin tener nada que ver con aviones, seguro... ¡Dios del Cielo...!, ¿quién diablos está seguro siempre?
Al cabo de unos minutos se dio cuenta de que Karim iba tranquilizándose. Para evitar que se sintiera incómodo se apartó, y se volvió hacia la cocinilla.
—Iba a tomar té, ¿quieres acompañarme?
—Beberé un poco de agua, después me iré. Gracias.
McIver fue a buscarla. «Pobre chico —se decía—, lo de su padre ha sido terrible, un tipo tan formidable, duro e inexorable, pero recto y leal, sin jugar sucio jamás. Terrible. Dios Todopoderoso, si le han matado a él, pueden matar a cualquiera. De todos modos, pronto todos estaremos muertos.
—Toma —dijo alargando el vaso a Karim. Se sentía abrumado.
El muchacho lo cogió, violento por haber perdido el dominio de sí mismo delante de un extranjero.
—Gracias. Buenas noches. —Se dio cuenta de que McIver le miraba de una manera extraña—. ¿Qué ocurre?
—Acaba de ocurrírseme una idea, Karim. ¿Tienes tú acceso a la torre de Doshan Tappeh?
—No lo sé. ¿Por qué?
—Si lo tuvieras, y sin que nadie se entere de lo que buscas, tal vez podrías hacerte con la autorización del «HBC»... Tiene que estar en el registro de salidas, suponiendo que aquel día lo utilizaran. Entonces, nos sería posible comprobar, hummm, podríamos comprobar quién lo pilotaba, ¿no crees?
—Sí, ¿y de qué serviría? —preguntó Karim mientras observaba los ojos claros hundidos en el rostro curtido—. Seguramente tendrían funcionando las grabadoras automáticas.
—Tal vez sí o tal vez no. Aquel día hubo lucha allí. Acaso no fueron tan eficientes. Por lo que nosotros sabemos, la persona que se llevó el «HBC» no tenía autorización verbal desde la torre. Simplemente, despegó. Tal vez con toda aquella agitación ni siquiera registraran la autorización. —McIver se sentía cada vez más esperanzado a medida que exponía su idea—. Sólo podría decírnoslo el registro, el registro de autorizaciones de despegue. ¿Lo harías?
Karim intentaba averiguar adónde quería llevarle McIver.
—¿Y qué pasará si figura Tom Lochart en él?
—No sé cómo podría ser eso porque habría de estar firmado por mí y entonces sería, hum, sería una falsificación. —McIver aborrecía la mentira y su historia, concebida a toda prisa, le parecía cada vez más inconsistente—. La única autorización que firmé fue para que Nogger Lane llevase algunos repuestos a Bandar Delam, pero el vuelo fue cancelado antes de que despegara. Los repuestos carecían de importancia y entre unas cosas y otras, el «HBC» había sido secuestrado.
—¿La autorización es la única prueba?
—Sólo Dios puede saberlo con seguridad. Si en la autorización figura Tom Lochart y está firmada por mí, se trata de una falsificación. Una falsificación semejante puede crear muchas dificultades. Como tal no debería existir. ¿No te parece?
Karim sacudió lentamente la cabeza, ya se veía en la Torre. Evitaba a los guardias, ¿habría guardias?, encontraba el registro y la página exacta y viendo... viendo a un Green Band en la puerta, y matándole. Luego, se alejaba con el libro tan silenciosa y secretamente como llegara, y se dirigía directamente al Ayatollah para comunicarle el monstruoso crimen cometido con su padre. El Ayatollah se mostraba prudente y atento a cuanto él le decía, no como aquellos perros que habían hecho uso y abuso de la Palabra, y ordenaba su castigo de inmediato en el Nombre del Único Dios. Luego se iba a ver a Meshang para decirle que la familia estaba a salvo pero, sobre todo, sabiendo que la Sharazad a la que amaba con locura y a la que deseaba con la misma locura pero que jamás podría alcanzar, pues eran primos hermanos e iba contra la ley coránica, no tendría ya nada que temer.
—La autorización no debería existir —dijo, completamente exhausto ya. Se puso en pie—Lo intentaré. Sí, lo intentaré. ¿Qué le pasó a Tom?
Detrás de Mclver, el télex empezó a parlotear. Ambos se sobresaltaron. Mclver centró de nuevo su atención en Karim.
—Pregúntaselo cuando le veas. Eso es lo correcto, ¿no crees? Pregúntale a Tom.
—Salaam.
Se estrecharon la mano y Karim se fue. Una vez hubo salido, Mclver volvió a echar el cerrojo. El télex era de Genny, desde Al Shargaz: Hola niño número uno. Hablé largo y tendido con Chinaboy que llegará mañana lunes, por la noche, y volará el martes en el «125» a Teherán. Dice ser imperativo te reúnas con él en el aeropuerto para una conferencia. Aquí tomadas todas las medidas para la reparación de los «212» y su descarga rápida. Acusa recibo. Hablé con los chicos en Inglaterra y todo está en orden. Me lo paso estupendamente aquí, divirtiéndome y por toda la ciudad, me alegro de que no estés conmigo. ¿Por qué no estás? MacAllister.
MacAllister era su nombre de soltera y siempre lo utilizaba cuando estaba enfadada con él.
—La buena de Gen —dijo en voz alta, sintiéndose mejor al pensar en ella. «Me tranquiliza que se encuentre a salvo y lejos de toda esta confusión. Me alegro de que llamara a los chicos, eso la hará sentirse mejor. La buena de Gen.» Releyó el télex. «¿A qué se deberán esas urgencias de Andy? Pronto lo sabré. Al menos, estamos en contacto a través de Al Shargaz.» Tomando asiento, empezó a teclear el acuse de recibo.
Al atardecer había recibido un télex del cuartel general en Aberdeen, pero le había llegado mutilado. Sólo la firma era legible: Gavallan. Inmediatamente, él había cursado uno solicitando una copia y desde entonces estaba a la espera. Esa noche, también la recepción por radio era pésima. Corrían rumores de fuertes tempestades de nieve en las montañas y el BBC Service World que llegaba aún peor que de costumbre, yéndose y viniendo sin cesar, había hablado de grandes tormentas sobre toda Europa y la Costa Este de América y de terribles inundaciones en Brasil. Las noticias habían sido desastrosas en general: «Las huelgas proseguían en Gran Bretaña. Duras batallas en el interior de Vietnam entre los Ejércitos chino y vietnamita. El derribo de un avión rhodesiano de las líneas regulares por las guerrillas. Se esperaba que Carter ordenase el racionamiento de la gasolina. Las pruebas, por los soviéticos, de un misil con un alcance de dos mil cuatrocientos kilómetros. En Irán, «el presidente Yaser Arafat se ha reunido con el Ayatollah Jomeiny en medio de un recibimiento multitudinario, los dos líderes se abrazaron públicamente y la OLP tomó posesión del cuartel general de la Misión israelí en Teherán. Llegan informes de que han sido fusilados otros cuatro generales. En Azerbaiján prosigue la encarnizada lucha entre fuerzas favorables a Jomeiny y las que se oponen a él. El Primer Ministro Bazargan ha ordenado a los Estados Unidos el cierre de dos puestos de escucha de radar en la frontera soviético-iraní y ha previsto una reunión con el embajador soviético y el Ayatollah Jomeiny en los próximos días para tratar de las diferencias existentes...»
Mclver, deprimido, había desconectado el aparato, al empeorar su dolor de cabeza debido al esfuerzo de intentar captar las noticias entre aquellos ruidos. Durante todo el día había tenido dolor de cabeza. Le había empezado aquella mañana, después de su entrevista con el ministro Alí Kia. Éste había aceptado pagarés sobre un Banco suizo, «derechos de licencia» por la salida de los tres «212» y también por los seis aterrizajes y despegues del «125» y había prometido averiguar cuál era la situación respecto a las expulsiones del Zagros. «Diga al comité del Zagros que, por el momento, su orden queda en suspenso por este departamento, pendiente de investigación.
«¡Maldito para lo que sirve eso si te está apuntando a los ojos el cañón de un arma! —se dijo—. Me preguntó qué estarán haciendo ahora Erikki y Nogger.» Aquella tarde había llegado a través de Tabriz ATC un télex procedente de «Iran-Timber» que decía: «Capitanes Yokkonen y Lane habrán de desplazarse aquí para un trabajo de emergencia durante tres días. El charter será de acuerdo con las condiciones habituales. Gracias.» Iba firmado como siempre por el gerente de la zona y se trataba de una solicitud normal. Era mejor para Nogger que permanecer sentado en su cabaña, se dijo McIver. Y se preguntaba para qué lo querría el padre de Azadeh.
Exactamente a las siete y media llegó Kowiss, pero la retransmisión apenas alcanzaba el dos por cinco, justo para que resultara más o menos audible, con constantes interferencias. Freddy Ayre informaba que Starke había regresado sano y salvo.
—¡Gracias a Dios!
—Repit... le estoy esc... do uno por cinco, Cap... ver.
—Le repito —dijo hablando muy despacio y con gran claridad—. Dile a Starke que estoy muy contento de que haya regresado. ¿Está bien?
—...tán Starke... ponder preg... rio... rio.
—Repítelo, Kowiss.
—Lo repito. Capit... arke resp... guntas del... iteh rev...
—Se te escucha uno por cinco. Inténtalo de nuevo a las nueve de la mañana. 0 mejor aún, yo estaré aquí hasta tarde y lo intentaré alrededor de las once.
—Comprendido. Lo... rá más tard... dor... ce esta noche.
—Sí. Alrededor de las once de la noche.
—Capt... hart y Jean-Luc lleg... Zagro... in novedad.
El resto de la transmisión resultó absolutamente incomprensible. Se dispuso de nuevo a esperar. Mientras lo hacía, dormitó algo, leyó un poco y en aquel momento, sentado ya ante la máquina de télex, consultó su reloj. Eran las diez y media de la noche.
—Tan pronto como acabe con esto llamaré a Kowiss —dijo en voz alta. Con sumo cuidado terminó el télex dirigido a su mujer, añadiendo para tranquilidad de Manuela que en Kowiss todo iba bien. «Y así es, en efecto —se dijo—, mientras Starke haya regresado, se encuentre en perfecto estado y los muchachos estén bien.»
Introdujo la cinta perforada en el transmisor dentado, mecanografió el número de Al Shargaz y empezó la interminable espera hasta recibir la respuesta. Pulsó el botón de transmisión. La cinta parloteó a través de los dientes. Otra larga espera, pero llegó la clave de aceptación de Al Shargaz.
—Bien. —Levantándose se desperezó. En el cajón del escritorio estaban sus píldoras y se tomó la segunda del día—. ¡Maldita tensión! —farfulló. En la última revisión médica su tensión fue de una máxima de 16 y una mínima de 11.5. Las píldoras se la habían bajado a un reconfortante 13.5 y 8.5.
—Pero escucha, Mac —le había dicho el doctor—, esto no significa que puedas empezar a abusar del whisky, el vino, los huevos y la crema... También tienes un índice muy alto de colesterol.
—Por todos los santos, ¿a qué condenado whisky y a qué crema te refieres, «doc»? Esto es Irán, ¿recuerdas...?
Recordó lo malhumorado que se sentía y que cuando Genny le preguntó:
—¿Qué tal?
—Formidable —le había contestado él—, mejor que la última vez, y no empieces con la monserga.
«Al diablo con todo. No puedo hacer nada que no esté haciendo pero ciertamente me vendría muy bien un whisky largo con hielo y soda, y luego otro.» Solían tener una botella en la caja fuerte y soda y hielo en el pequeño refrigerador. Pero ya no quedaba nada. Los suministros estaban a cero. Se hizo una taza de té. ¿Qué pasaría con Karim y el «HBC». «Ya pensaré sobre ello más tarde. Las once de la noche.»
—Kowiss, aquí Teherán, ¿me recibes?
Armándose de paciencia llamó una y otra vez hasta que, finalmente lo dejó. Al cabo de un cuarto de hora volvió a intentarlo. Ni el menor contacto. «Tiene que ser la tormenta —se dijo, perdida ya la paciencia—. Al diablo. Lo intentaré desde casa.»
Se puso el grueso abrigo y subió por la escalera de caracol hasta el tejado para comprobar el nivel del generador. La noche estaba muy oscura y tranquila, apenas se escuchaban disparos y cuando sonaban quedaban amortiguados por la nieve. No se veían luces por parte alguna. La nieve seguía cayendo lentamente. Desde la madrugada había alcanzado casi los doce centímetros. Se la quitó de la cara y enfocó la válvula con la linterna. El nivel de combustible se mantenía perfecto pero, de cualquier manera, en los próximos días tendrían que intentar obtener un nuevo suministro. Fastidioso en verdad. ¿Y qué pasaba con el «HBC»? Si Karim pudiera hacerse con el registro y les fuera posible destruirlo, no habría pruebas. Sí, pero todavía quedaba Esfahan, habían repostado en Esfahan.
Sumido en sus pensamientos bajó de nuevo, cerró la oficina y valiéndose de la linterna para alumbrarse empezó a descender los cinco tramos de escaleras. No oyó al télex cobrar vida detrás de él.
Ya en el garaje, se dirigió a su coche y abrió la portezuela. El corazón le dio un vuelco al ver una figura alta que se acercaba. Al punto, le vino al pensamiento: SAVAK y «HBC» y casi dejó caer la linterna, pero se trataba de Armstrong, con impermeable y sombrero oscuros.
—Lo siento, capitán McIver, no era mi intención sobresaltarle.
—¡Maldito si no lo ha hecho! —dijo furioso, con el corazón latiéndole aún con fuerza—. ¿Por qué diablos no avisa o sube a la oficina en lugar de ocultarse en las condenadas sombras como un condenado villano?
—Usted podía tener más visitantes. Vi salir a uno y pensé que más valía que lo esperase. Baje esa linterna.
McIver, todavía enfadado, hizo lo que le decía. Desde que Gavallan le llamara la atención sobre Armstrong, había estado rebuscando en su memoria, pero no recordaba haberle visto antes. Lo de Special Branch y CID no contribuía, en modo alguno, a hacerle más grato.
—¿Dónde diablos ha estado? Le esperábamos a usted en el aeropuerto pero no apareció.
—Sí, lo siento de veras. ¿Cuándo regresa el «125» a Teherán?
—El martes, Dios mediante. ¿Por qué?
—Excelente. Eso sería perfecto. Necesito ir a Tabriz. ¿Podríamos un amigo mío y yo contratar un vuelo charter?
—Ni hablar. Jamás me darían la autorización. ¿Quién es ese amigo? —Le garantizo la autorización. Lo siento, capitán, pero se trata de algo muy importante.
—He oído que en Tabriz luchan encarnizadamente. Hoy lo decían en el noticiario. Lo siento, no puedo autorizarlo. Representaría un riesgo innecesario para la tripulación.
—Mr. Talbot apoya de buen grado esta petición de ayuda —dijo Armstrong con el mismo tono tranquilo y paciente.
—No. Lo siento. —McIver dio media vuelta, pero se detuvo ante el tono incisivo del otro.
—Me permitirá que le haga algunas preguntas sobre el «HBC» y Lochart, y también sobre su socio Valik, su mujer y sus dos hijos.
McIver se quedó helado. Podía ver la cara de Armstrong, como hecha a cincel, con el gesto duro de la boca y los ojos que parecían centellear con el reflejo de la luz de la linterna.
—Yo no... no sé a qué se refiere.
Armstrong echó mano al bolsillo y sacó un papel que puso ante los ojos de Mclver. Éste lo alumbró con su linterna. Aquello era una fotocopia de un registro de salidas. La escritura era clara: «EP-HBC da la salida a 06.20 al vuelo charter de un IHC destino Bandar Delam, entrega de repuestos; piloto capitán Tom Lochart, vuelo autorizado por el capitán McIver» La parte inferior del documento era una fotocopia de la auténtica autorización firmada por él, en la que aparecía tachado el capitán N. Lane con la anotación de «enfermo» al margen y sustituido por el capitán T. Lochart.
—Un regalo mío con mis mejores saludos.
—¿De dónde lo ha sacado?
—Cuando el «125» entre en el espacio aéreo de Teherán, comunique por radio al capitán Hogg que tiene que salir de inmediato en vuelo charter con destino a Tabriz. Usted recibirá la autorización con tiempo suficiente.
—No. No haré nad...
—Si no lo organiza todo bien y con el mayor sigilo es posible, y esto que quede entre nosotros, que los originales de estos documentos vayan a la SAVAK, departamento rebautizado como SAVAMA —dijo Armstrong con un tono tan tajante y definitivo que McIver quedó aterrado.
—¡Eso es chantaje!
—Es un trueque.
Armstrong le puso el papel en la mano y se dispuso a irse. —¡Espere! ¿Dónde..., dónde están los originales?
—A buen recaudo, por el momento.
—Si... si hago lo que dice me los devolverá, ¿de acuerdo? —Debe de estar bromeando. Ni pensarlo.
—Eso no es justo... ¡Es condenadamente injusto!
Armstrong volvió sobre sus pasos y se acercó a él, su rostro era impenetrable.
—Claro que no es justo. Si se los entregáramos a usted, ya no podríamos apretarle las tuercas, ¿verdad? Y todos ustedes estarían libre de esto. Mientras los documentos sigan en nuestro poder, harán cuanto se les pida, ¿no le parece?
—¡Es usted un maldito bastardo!
—Y usted un loco que debería vigilar más su tensión arterial. McIver se quedó atónito.
—¿Cómo está enterado de eso?
—Le asombraría todo lo que sé sobre usted y Genevere MacAllister y Andrew Gavallan y la «Noble House» y montones de otras cosas que todavía no he empezado a utilizar —repuso Armstrong cuya voz se hizo más dura debido a que el cansancio y la ansiedad le hacían perder parte de su control—. Ustedes no tienen maldita idea de que existen grandes probabilidades de que los tanques y los aviones soviéticos se estacionen de manera permanente a este lado de Ormuz e Irán se convierta así en una condenada provincia soviética. Estoy cansado de practicar estúpidos juegos con las avestruces que todos ustedes son. Hará lo que yo le pida sin la menor objeción, de lo contrario, denunciaré a todo su maldito grupo.