CAPÍTULO XLVIII

En la Base Aérea de Kowiss: 6.35 de la tarde.

Starke se quedó mirando a Gavallan, absolutamente conmocionado.

—¿Torbellino en seis días?

Gavallan se bajó la cremallera de su parka y colgó el sombrero en el vestíbulo.

—Mucho me temo que sí, Duke. Quería decírtelo yo mismo. Lo siento, pero así está la cosa.

Los dos hombres se encontraban en el bungalow de Starke y había dejado afuera a Fredy Ayres vigilando para asegurarse de que nadie les oía.

—Esta mañana me he enterado que va a haber una orden obligando a que todos nuestros pájaros permanezcan en tierra a la espera de la nacionalización. Disponemos de seis días seguros para proyectar y poner en práctica Torbellino..., si es que lo hacemos. De ser así, se llevaría a cabo el viernes próximo. El sábado iríamos ya con tiempo prestado.

—¡Jesús! —Starke se bajó la cremallera de su chaqueta de vuelo con gesto ausente y se acercó al aparador. Sus botas dejaron un pequeño reguero de nieve y gotas de agua sobre la alfombra. Del fondo del cajón de abajo sacó su última botella de cerveza. La abrió y vertió la mitad en un vaso que alargó a Gavallan.

—Salud —dijo, bebiendo él de la botella al tiempo que se sentaba en el sofá.

—Salud.

—¿Quién está en esto, Andy?

—Scrag. Nada sé todavía sobre el resto de los muchachos pero mañana lo sabré. Mac ha establecido un programa y un plan general en tres fases que está lleno de agujeros pero que es factible. Digamos que lo es. ¿Qué hay de ti y de tus muchachos?

—¿Cuál es el plan de Mac?

Gavallan se lo dijo.

—Llevas razón, Andy, está lleno de agujeros,

—Si tuvieras que poner pies en polvorosa, ¿cómo lo planearías desde aquí? Tus distancias son las más largas y las más difíciles de cubrir.

Starke se acercó a un mapa de vuelos que había sobre la pared y trazó una línea que iba desde Kowiss hasta una cruz unos kilómetros afuera, en el golfo, marcando un yacimiento.

—Este yacimiento se llama Flotsam y es uno de nuestros habituales —dijo. Gavallan se dio cuenta de que el tono de su voz se había hecho hermético—. Necesitamos alrededor de veinte minutos para alcanzar la costa y otros diez para llegar al yacimiento. Ocultaría combustible en la playa, cerca de esta zona. Creo que puede hacerse sin levantar demasiadas sospechas; son dunas de arena y no hay una sola cabaña durante kilómetros. Muchos de nosotros solíamos ir allí de excursión. Un aterrizaje de «emergencia» para comprobar el mecanismo de flotación antes de salir al mar no atraería demasiado la atención del radar, aunque cada día que pasa se vuelven más intransigentes. Tendríamos que ocultar dos barriles de ciento cincuenta litros por helicóptero para que pudiéramos atravesar el Golfo y repostar en vuelo, a mano.

Ya casi había anochecido. A través de las ventanas podía verse la pista y, más allá, la base de las Fuerzas Aéreas. El «125», con autorización prioritaria para el vuelo a Al Shargaz, se encontraba aparcado sobre el asfalto esperando la llegada del camión cisterna que le proveyese de combustible. Estaba rodeado de Green Bands oficiosos e inquietos. En realidad, no necesitaban repostar pero Gavallan había dicho a John Hogg que lo solicitara de todas formas, así, él tendría más tiempo para hablar con Starke. A los otros dos pasajeros, Arberry y Dibble, que eran enviados con permiso después de su fuga de Tabriz, embutidos entre una carga completa de cajas de repuestos, preparadas apresuradamente y en las que figuraba el letrero PARA SU REPARACIÓN INMEDIATA Y DEVOLUCIÓN A TEHERÁN, no les fue permitido bajar del aparato ni siquiera para estirar las piernas. Y tampoco a los pilotos, salvo para el control de tierra y revisar la carga de combustible cuando llegara el camión cisterna.

—¿Te dirigirías a Kuwait? —preguntó Gavallan rompiendo el silencio.

—Desde luego. Kuwait es nuestra mejor carta, Andy. Tendríamos que repostar allí y luego abrirnos paso bajando por la costa hasta Al Shargaz. Si de mí dependiera, supongo que almacenaría más combustible con vistas a cualquier emergencia. —Starke señaló una minúscula isla cerca de Arabia Saudita—. Éste sería un buen sitio. Deberíamos mantenernos algo alejados de Arabia Saudita, nadie sabe lo que podrían hacer. —Observó las distancias escrupulosamente.

—La isla se llama Jellet, el Sapo, porque eso es lo que parece. Ninguna cabaña, nada, pero una pesca formidable. Cuando estuve destinado en Bahrein, Manuela y yo solíamos ir una o dos veces. Yo almacenaría allí combustible.

Se quitó la gorra para limpiarse el sudor de la frente, encasquetándosela de nuevo, el rostro más tenso y cansado que de costumbre, todos los vuelos más desordenados que de costumbre, cancelados, programados de nuevo y, luego, vueltos a cancelar, Esvandiary más inaguantable que de costumbre, todo el mundo nervioso e irritable. Hacía semanas que no recibían correo ni noticias de sus hogares, y la mayoría de su gente, incluido él, tenían pendientes permisos atrasados o reemplazos. «A todo eso hay que añadir los problemas del personal y aparatos del Zagros y qué hacer con el cuerpo del viejo Effer Jordon cuando lo traigan mañana.» Aquélla había sido la primera pregunta de Starke cuando recibió a Gavallan en la escalerilla del «125». El viento era glacial y soplaba con fuerza.

—Ya me he ocupado de eso, Duke —le había respondido Gavallan con tono preocupado—. He recabado el permiso de ATC para que el «125» vuelva mañana por la tarde a recoger el féretro. Lo enviaré a Inglaterra en el primer vuelo disponible. Algo terrible. Iré a ver a su mujer y a sus hijos tan pronto como regrese y haré lo que esté en mi mano.

—¡Perra suerte! Gracias a Dios que el joven Scot está bien.

—Sí, pero es horrible que alguien resulte herido, realmente horrible.

«¿Y qué si hubiera ocurrido de ser el cuerpo de Scot y el ataúd de Scot? —se decía Gavallan una y otra vez, sin hallar respuesta para el interrogante—. ¿Acaso habría considerado yo el asesinato con tanta soltura si hubiera sido Scot? No, claro que no. Lo único que uno puede hacer es bendecir su estrella por esta vez y hacerlo lo mejor que pueda..., sólo eso, lo mejor que pueda.»

—Lo verdaderamente curioso es que ATC en Teherán, al igual que el comité del aeropuerto se mostraron tan sobresaltados como nosotros y con un gran espíritu de colaboración. Vamos a tu bungalow y charlemos, no tengo mucho tiempo. Aquí tienes, el correo para algunos de los muchachos y una carta para ti de Manuela. Está muy bien, Duke. Dice que no te preocupes. Los chicos se lo pasan muy bien y quieren quedarse en Texas. Tus padres también se encuentran bien, tu mujer me pidió que fuera lo primero que te dijera cuando me reuniera contigo...

Luego, Gavallan había soltado la bomba de los seis días y, en ese momento, en la mente de Starke todo era confusión.

—Con los pájaros del Zagros aquí, tendré tres «212», una «Alouette» y tres «206», más un cargamento de repuestos. Nueve pilotos, incluidos Tom Lochart y Jean-Luc, y doce mecánicos. Eso es mucho para una aventura como la de Torbellino, Andy.

Gavallan miró por la ventana. El camión cisterna avanzaba pesadamente por un costado del «125» y vio a Johnny Hogg bajar la escalerilla.

—Lo sé. ¿Cuánto tiempo se necesitará para repostar?

—Si Johnny no los apremia, tres cuartos de hora por lo menos.

—No es mucho tiempo para trazar un plan —dijo Gavallan y volvió a mirar el mapa—. Pero, en cualquier caso, nunca sería suficiente. ¿Hay algún yacimiento cerca de esta marca que se encuentre vacío..., que siga cerrado?

—Docenas de ellos. Los hay por docenas, y siguen tal como los huelguistas los dejaron hace ya meses. Las puertas están prácticamente soldadas. De locura, ¿no? ¿Por qué lo preguntas?

—Scrag dijo que uno de ellos podría ser el lugar ideal para almacenar gasolina y repostar.

Starke frunció el ceño.

—Eso no es posible en nuestra área, Andy. Él dispone de algunas plataformas grandes, las nuestras son, en su mayor parte, más bien pequeñas. No tenemos ninguna en la que pueda tomar tierra más de un helicóptero cada vez y puedes apostar cualquier cosa a que ninguno querríamos esperar por allí. ¿Qué ha comentado el viejo Scrag al respecto?

Gavallan se lo explicó.

—¿Crees que logrará ir a ver a Rudi?

—Dijo que durante los próximos días. Ahora ya no puedo esperar tanto. ¿Podrías encontrar alguna excusa para ir a Bandar Delam? La mirada de Starke lo escudriñó.

—Seguro. Tal vez podamos enviar allí a un par de nuestros pájaros y decir que los estamos reorganizando..., no, aún mejor, dile a Hotshot que los prestamos durante una semana. Aún podemos obtener autorizaciones provisionales, siempre que ese hijo de puta se quite de en medio.

Gavallan saboreaba su cerveza haciéndola durar.

—Ya no podemos seguir operando en Irán. Lo del pobre Jordon jamás debió de haber ocurrido y lamento en lo más profundo de mi corazón no haber dado la orden de evacuación hace ya semanas. Lo lamento profundamente.

—Su muerte no ha sido culpa tuya, Andy.

—En cierto modo, lo fue. De cualquier manera, tenemos que arriesgarnos, con o sin planes. Hemos de intentar salvar lo que se pueda sin poner en peligro al personal.

—Cualquier aventura será condenadamente arriesgada, Andy. —El tono de voz de Starke era persuasivo.

—Lo sé. Me gustaría que preguntaras a tus muchachos si estarían dispuestos a participar en Torbellino.

—No hay forma de que podamos sacar todos nuestros helicópteros. Realmente, no hay manera.

—También lo sé de forma que propongo que nos concentremos únicamente en los «212». —Gavallan se dio cuenta de que había despertado el interés de Starke—. Mclver se mostró de acuerdo. ¿Podrías tú sacar los tres tuyos?

Starke reflexionó un momento.

—Dos es lo más que puedo manejar. Necesitaríamos dos pilotos y, digamos, un mecánico por helicóptero para casos de emergencia y algunos trabajadores extra que se ocuparan de los barriles de repuesto o de repostar en vuelo..., eso como mínimo. Será complicado pero con algo de suerte... —Emitió un silbido sordo—. Tal vez podamos enviar los otros «212» a Rudi, en Bandar Delam. ¡Claro! ¿Por qué diablos no habríamos de hacerlo? Le diría a Hotshot que se la prestamos durante diez días. Tú puedes enviarme un télex de confirmación, solicitando la transferencia. Pero con mil demonios, Andy, seguimos teniendo aquí tres pilotos y...

El teléfono interbase sonó.

—Maldición —exclamó irritado, levantándose y dirigiéndose a cogerlo—. Estoy tan acostumbrado a que los teléfonos no funcionen que salto como un gato escaldado esperando a Armagedón cada vez que suenan. Hola, Starke al habla. ¿Sí?

Gavallan se puso a observarle: alto, enjuto y muy fuerte. «Quisiera ser tan fuerte», pensó.

—Ah, gracias —estaba diciendo Starke—. De acuerdo, seguro..., gracias, sargento. ¿Quién? Sí, claro, comuníqueme.

Gavallan se dio cuenta del cambio en el tono de voz y aumentó su atención.

—Buenas tardes... No, no podemos, ahora no. ¡NO! ¡No podemos! Ahora no, ¡estamos ocupados! —Colgó el teléfono—. ¡Hijo de puta! —farfulló—. Hoshot quiere vernos. «Quiero que vengan a mi oficina inmediatamente.» ¡Imbécil! —exclamó. Bebió un trago de cerveza y se sintió mejor—. Wazari estaba también en la torre informando que el último de nuestros pájaros acaba de tomar tierra.

—¿Quién?

—Pop Kelly que ha estado en Flotsam transportando a algunos petroleros de un yacimiento a otro. Están trabajando a tope, salvo los culos gordos de los comités que se hallan más preocupados con las sesiones de rezos y sus tribunales populares que por bombear —dijo con un estremecimiento—. Te lo aseguro, Andy, a los comités los patrocina Satanás. —Gavallan se dio cuenta de la palabra pero no dijo nada mientras Starke proseguía—: Son realmente infernales.

—Sí. Estuvieron a punto de matar a Azadeh... ¡Lapidada! —¡Cómo!

Gavallan le relató lo ocurrido en la aldea y la forma que ella tuvo de huir de allí.

—Aún no sabemos dónde diablos está el viejo Erikki. La vi antes de salir y te aseguro que estaba como petrificada. Todavía no se había repuesto de la conmoción.

El gesto de Starke se endureció mucho más. Hizo un esfuerzo por dominar su ira.

—Digamos que podemos sacar los «212», ¿qué pasa con los muchachos? Tenemos por sacar de Irán tres pilotos, y acaso diez mecánicos, antes de lanzarnos a la aventura, ¿qué me dices de ellos? ¿Y de los repuestos? Dejaríamos tres «206» y la «Alouette»..., por no hablar de todas nuestras pertenencias, cuentas bancarias, apartamentos en Teherán, fotografías y todo lo de los niños..., no sólo lo nuestro sino lo de todos los demás, los muchachos que sacaremos con el éxodo. Si nos largamos así, lo habremos perdido todo. Absolutamente todo.

—La compañía indemnizará a todo el mundo. No puedo hacer nada respecto a las pequeñeces, pero rembolsaremos las cuentas bancarias y cubriremos el resto. En su mayoría son mínimos, ya que muchos de vosotros conserváis los fondos en Inglaterra y vais retirándolos a medida que los necesitáis. Durante los últimos meses y, desde luego, a partir de la huelga de los Bancos, hemos estado abonando todos los sueldos y gratificaciones en Aberdeen. Pagaremos por el mobiliario y los enseres personales. De cualquier forma, tengo la impresión de que tampoco podríamos sacarlos, los puertos siguen atascados, casi no hay camiones, los trenes no circulan, el flete aéreo es prácticamente inexistente. Se indemnizará a todo el mundo.

Gavallan asintió varias veces, apurando su cerveza hasta el fondo.

—Aunque logremos sacar los «212», vas a recibir una buena paliza.

—No —repuso, paciente, Gavallan—. Haz el cálculo tú mismo. Cada uno de los «212» cuesta un millón de dólares; cada «206», ciento cincuenta mil; una «Alouette», quinientos mil. Tenemos doce «212» en Irán. Si podemos sacarlos, todo irá bien, seguiríamos trabajando y me sería posible absorber las pérdidas de Irán. Justo. El negocio está prosperando y con esos doce aparatos seguiríamos adelante. Cualquier repuesto que nos sea posible sacar, será una prima extra. Y también a este respecto, podemos concentrarnos tan sólo en repuestos del «212». Con nuestros «212» estamos de nuevo en activo.

Intentaba conservar su confianza, pero empezaba a debilitarse. «Tantos obstáculos por superar, montañas que escalar, desfiladeros que atravesar. Sí, pero no olvidemos que un viaje de diez mil leguas empieza con un paso. Sé un pequeño chino —se dijo—. Recuerdo tu infancia en Shanghai y a la vieja niñera Ah Soong y lo que ella te enseñó sobre joss. «Joss es joss, joven Amo, bueno o malo. A veces puedes orar para un buen joss y lo logras, otras veces no. Pero ayeeyah, no confíes demasiado en los dioses. Ellos son como la gente: duermen, salen a almorzar, se emborrachan, olvidan lo que se supone que deben hacer, mienten y prometen, y vuelven a mentir. Pídeles lo que quieras, pero no depende de ellos, sólo tú y tu familia, e incluso ellos, dependen de ti mismo. Recuerda que a los dioses no les gusta la gente, joven Amo, porque la gente les recuerda demasiado a sí mismos...»

—Desde luego que sacaremos a los muchachos, hasta el último de ellos. Entretanto, ¿querrías pedir voluntarios para pilotar tus dos pájaros si... si aprieto el botón de Torbellino?

Starke volvió a mirar el mapa.

—Por supuesto —dijo—. Seremos Freddy, o Pop Kelly, y yo... El otro piloto puede llevar el «212» a Rudi y unirse a él en su plan, no tienen que ir muy lejos. —Sonrió irónico—. ¿De acuerdo?

—Gracias —dijo Gavallan sintiéndose muy contento en su fuero interno—. Gracias. ¿Mencionaste lo de Torbellino a Tom Lochart cuando estuvo aquí?

—Desde luego. Dijo que no contéis con él, Andy.

—¡Ah! —exclamó, y su sentimiento de satisfacción se desvaneció—. Entonces, todo se ha terminado. Si él se queda, no podemos seguir adelante.

—Está «acabado», Andy, le guste a él o no —dijo Starke con tono compasivo—. Está comprometido, con o sin Sharazad. Eso es lo terrible, «con» o «sin». No puede olvidar el «HBC», Valik y Esfahan.

—Supongo que tienes razón. Injusto, ¿no crees?

—Sí, Tom es formidable, al final lo comprenderá. No estoy tan seguro respecto a Sharazad.

—Mac y yo intentamos verla en Teherán. Fuimos a la casa Bakravan y estuvimos llamando durante diez minutos. No hubo respuesta. Mac volvió ayer otra vez. Tal vez todo se reduzca a que no quieren abrir la puerta.

—No es propio de los iraníes —dijo Starke quitándose su cazadora de vuelo que colgó en el pequeño vestíbulo—. Tan pronto como Tom regrese aquí mañana le enviaré a Teherán si todavía queda luz diurna suficiente..., el lunes por la mañana a más tardar. Iba a dejarlo solucionado con Mac esta noche durante nuestra llamada regular.

—Buena idea —dijo Gavallan, y pasó al siguiente problema—. Maldito si sé tampoco qué hacer respecto a Erikki. Estuve con Talbot y me dijo que vería lo que podía hacer. Más tarde, fui a la Embajada finlandesa y hablé con el primer secretario llamado Tollonen, y también se lo dije a él. Pareció muy preocupado e igualmente impotente. «Éste es un país bastante agreste, con una frontera tan inestable como la rebelión, insurrección o lucha que tenga lugar junto a ella. Y si está implicada la KGB...» Dejó la frase sin terminar, Duke. Sin más. «Y si está implicada la KGB...»

—¿Y qué me dices de Azadeh? ¿Acaso el Khan, su padre, no puede ayudar?

—Parece que todos ellos tuvieron una terrible discusión. Azadeh estaba muy trastornada. Le dije que olvidara su documentación iraní, que subiera al «125» y que esperara a Erikki en Al Shargaz. Pero mi sugerencia le sentó como una bomba. No piensa moverse hasta que Erikki reaparezca. Le recordé que el Khan es la ley en sí mismo, que si él quiere, puede llegar hasta Teherán y secuestrarla con toda facilidad. Azadeh se limitó a decirme: Insha'Allah.

—Apostaría cualquier cosa a que Erikki saldrá con bien de ésta —dijo Starke confiado—. Sus antiguos dioses lo protegerán.

—Así lo espero. —Gavallan seguía con la parka puesta—, y aun así, tenía frío. Por la ventana podía verse que seguían repostando combustible—. ¿Qué me dices de una copa antes de que me vaya?

—Claro.

Starke se dirigió a la cocina. Sobre el fregadero había un espejo y encima de la cocina de butano, frente a él, podía verse un bordado sobre cañamazo, viejo y desvaído, enmarcado, que una amiga de Falls Church regaló a Manuela como obsequio de boda: QUE SE JODA LA COCINA CASERA. Sonrió al recordar cómo rieron al recibirlo. Y entonces vio a Gavallan por el espejo mirando el mapa preocupado. «Debo de estar loco —se dijo—, cuando he aceptado una fecha tope de seis días y dos helicópteros. Cómo diablos vamos a largarnos de la base y seguir todos de una pieza. Porque Andy tiene razón, de un modo u otro, aquí estamos acabados. Debo de estar loco para ofrecerme voluntario. Pero, ¿qué diablos? No puedes pedir a uno de tus muchachos que se presente voluntario si tú mismo no lo haces. Sí, pe...»

Dieron con los nudillos en la puerta que, a renglón seguido, se abrió. —Hotshot viene hacia aquí con un Green Band —avisó Freddy Ayre con voz queda.

—Entra, Freddy y cierra la puerta —dijo Starke.

Esperaron en silencio. Una llamada imperiosa. Starke abrió la puerta, vio la arrogante sonrisa despreciativa de Esvandiary, y reconoció al punto al joven Green Band como uno de los hombres del mollah Hussain y también miembro del comité que lo interrogara.

—Salaam —dijo con toda cortesía.

—Salaam, Agha —repuso el Green Band con sonrisa tímida. Llevaba unos gruesos lentes resquebrajados, una indumentaria raída y un «M16».

De repente, Starke perdió la cabeza y se oyó decir:

—Creo que conoce a Hotshot, Mr. Gavallan.

—Mi nombre es Esvandiary..., Mr. Esvandiary —le corrigió el hombre, iracundo—. ¿Cuántas veces he de decírtelo? Beneficiará mucho a su negocio, Gavallan, si se libra de este tipo antes de que lo expulsemos por indeseable.

Gavallan enrojeció al escuchar aquella grosería.

—Oiga, espere un minuto. El capitán Starke es el mejor cap...

—Tú eres Hotshot, y un hijo de puta también —explotó Starke agitando los puños, y tan amenazador de pronto que tanto Gavallan como Ayre quedaron aterrados. Esvandiary retrocedió un paso y el Green Band se quedó con la boca abierta—. Siempre has sido Hotshot y te hubiera llamado Esvandiary, o cualquier otro condenado nombre que quisieras, a no ser por lo que hiciste al capitán Ayre. Eres un hijo de puta sin cojones y necesitas que te sacudan. Te llevarás tu merecido antes de que pase mucho tiempo.

—Te conduciré ante el comité mañ...

—Eres un cobarde tragador de mierda de camello, así que, ¡jódete!

Starke le dio la espalda con gesto despectivo, se volvió hacia el Green Band que seguía mirándole con la boca abierta, y, sin perder una coma, empezó a hablar en farsi, esta vez en tono cortés y deferente:

—Excelencia, he dicho a este perro —y señaló sin miramientos a Esvandiary con el pulgar—que es un tragador de mierda de camello, que no tiene valor, que necesita hombres con armas para protegerle mientras ordena a otros hombres que golpeen y amenacen a miembros pacíficos y desarmados de mi tribu, infringiendo la ley, que no...

Esvandiary, atragantándose de furia, intentó interrumpirle pero Starke se lo impidió.

—... que no es capaz de enfrentarse a mí como un hombre..., con cuchillo, espada, revólver o puños, según es costumbre entre los beduinos para evitar una enemistad a sangre entre familias. Y también de acuerdo con mis costumbres.

—¿Enemistad a sangre? Se ha vuelto loco. En el Nombre de Dios, ¿de qué enemistad a sangre hablas? Las enemistades a sangre van contra la ley... —Esvandiary siguió gritando y lanzando invectivas, mientras Gavallan y Ayre, lo miraban atónitos, sin entender una palabra de farsi y absolutamente desconcertados ante la explosión colérica de Starke.

Pero el joven Green Band había cerrado sus oídos a Esvandiary. Finalmente, alzó una mano, todavía deslumbrado por Starke y sus conocimientos, y sintiendo también una cierta envidia.

—Por favor, Excelencia Esvandiary —dijo con sus ojos agrandados por el grosor de sus resquebrajados lentes y, cuando éste al fin quedó callado, se dirigió a Starke—. ¿Reclamas el antiguo derecho de enemistad a sangre contra este hombre?

Starke podía oír los descompasados latidos de su corazón.

—Sí —se oyó a sí mismo decir, consciente de que se estaba arriesgando mucho, pero tenía que hacerlo—, sí.

—¿Cómo puede un Infiel reclamar semejante derecho? —preguntó furioso Esvandiary—. Esto no es el desierto. Nuestras leyes prohiben... —¡Reclamo ese derecho!

—Es la Voluntad de Dios —dijo el Green Band mirando a Esvandiary—. Tal vez este hombre no sea un Infiel, no verdadero. Este hombre puede reclamar lo que quiera, Excelencia.

—¿Estás loco? ¡Claro que es un Infiel! ¿Y acaso no sabes que las enemistades a sangre van contra la ley? Eres un loco, van contra la ley, está ac...

—¡Tú no eres un mollah! —dijo el joven ahora ya enfadado—. Tú no eres un mollah para poder decir lo que es la ley y lo que no lo es. ¡Cierra la boca! No estás hablando con un campesino analfabeto, sé leer y escribir, y soy miembro del comité designado para mantener la paz aquí y tú estás amenazando esa paz. —Miró feroz a Esvandiary quien, una vez más, retrocedió—. Preguntaré al comité y al mollah Hussain —dijo dirigiéndose a Starke—. Hay una pequeña posibilidad de que estén de acuerdo pero será la Voluntad de Dios. Yo también creo que la ley es la ley, y que un hombre no necesita a otros hombres con armas para golpear a inocentes desarmados contra la ley..., ni siquiera contra la maldad, cualquiera que sea esa maldad, sólo la fortaleza de Dios. Te dejo en manos de Dios. —Dio media vuelta para irse.

—Un momento, Agha —dijo Starke. Acto seguido, descolgó una parka que había en una percha junto a la puerta todavía abierta—. Toma —dijo, ofreciéndole la prenda de abrigo—, te ruego que aceptes este pequeño regalo.

—No puedo aceptarlo, en modo alguno —rechazó el muchacho con los ojos muy abiertos y rebosantes de anhelo.

—Por favor, Excelencia, es tan insignificante que ni siquiera merece la pena hablar de ello.

Esvandiary empezó a decir algo pero enmudeció al mirarle el joven, que de nuevo volvió su atención a Starke.

—No puedo aceptarlo de ninguna manera. Es demasiado costoso y desde luego no puedo aceptarlo a Su Excelencia.

—Por favor —insistió Starke armado de paciente, siguiendo con las formalidades. Y sostuvo la prenda de abrigo para que el muchacho se la pusiera.

—Bien, si insistes —dijo el joven, simulando mostrarse reacio. Entregó el «M16» a Ayre para poder ponerse la parka, mientras que éste y Gavallan no sabían a qué carta quedarse. Sólo Esvandiary, que estaba al tanto de todo, observaba y esperaba jurando vengarse.

—Es estupendo —dijo el muchacho, subiéndose la cremallera, y sintiendo calor por primera vez desde hacía muchos meses. Jamás, en su vida, había tenido una prenda semejante.

—Gracias, Agha. —Otra vez miró a Esvandiary, aumentando su desagrado hacia él... ¿Acaso no estaba aceptando un pishkesh como estaba en su derecho?—. Intentaré convencer al comité para que conceda el derecho que solicita Su Excelencia —dijo. Luego, salió feliz bajo el crepúsculo.

Starke se encaró al punto con Esvandiarey.

—Y ahora, ¿qué demonios quiere?

—Muchos pilotos tienen caducadas sus licencias y permisos de residencia y...

—¡Ni un solo piloto británico o americano tienen caducadas sus licencias, sólo los iraníes y son automáticas si las otras están en regla...! ¡Pues claro que están caducadas! ¿Acaso vuestras oficinas no han estado cerradas durante meses? Prueba a pensar con esa calabaza que tienes de cabeza.

Esvandiary enrojeció como una remolacha y, tan pronto como empezó a replicar, Starke le dio la espalda, dirigiéndose directamente a Gavallan por primera vez desde la entrada de Esvandiary.

—Es evidente que no podemos seguir operando aquí por más tiempo, Mr. Gavallan..., usted mismo ha sido testigo, se nos hostiga, golpean a Freddy, nos despojan de toda autoridad y así no hay forma de trabajar. Creo que debería cerrar la base durante un par de meses... ¡De inmediato! —añadió.

De pronto, Gavallan lo comprendió todo.

—Estoy de acuerdo —dijo, haciéndose con la iniciativa.

Starke suspiró aliviado. Dio unos pasos y se sentó con simulado malhumor, mientras el corazón le latía a ritmo acelerado.

—Voy a cerrar la base de inmediato —siguió diciendo Gavallan—. Enviaremos a nuestros pilotos y helicópteros a cualquier otra parte.

Freddy, reúne a cinco hombres con permisos pendientes y mételos ahora mismo en el «125» con sus equipajes, ahora mismo, y...

—¡No puede cerrar la base! —gruñó Esvandiary—. ¡Tampoco pue...! —¡Por Dios que ya está cerrada! —exclamó Gavallan, mentalizándose para poder demostrar una ira incontenida—. Se trata de mis aparatos y mi personal y no estamos dispuestos a soportar este acoso por más tiempo. Ni tampoco los ataques personales. ¿Quiénes tienen los permisos pendientes todavía, Freddy?

Ayre, desconcertado, empezó a citar nombres. Esvandiary estaba realmente trastornado. El cierre de la base no le convenía en absoluto. ¿Acaso el ministro Alí Kia no iba a visitarle el jueves y no iba él entonces a ofrecerle un extraordinario pishkesh? Si cerraban la base, todos sus planes se vendrían abajo.

—¡No puede sacar los helicópteros de esta zona sin mi aprobación! —gritó—. ¡Son propiedad iraní!

—¡Son propiedad de la sociedad cuando se haya pagado por ellos! —gritó Gavallan a su vez, realmente imponente en su furia—. Voy a presentar una queja ante las más altas autoridades, e informaré que usted está interfiriendo con la orden directa del Imán de que la producción vuelva a la normalidad. ¡Usted interfiere! ¡Usted...!

—Se le prohibe cerrar la base. Haré que el comité encarcele a Starke por amotinarse si us...

—¡Sandeces! Starke, le ordeno que cierre la base. Usted, Hotshot, parece haber olvidado que nosotros estamos muy bien relacionados con las altas esferas. Presentaré una queja directamente al ministro Alí Kia. Ahora es consejero de nuestra Junta y él se ocupará de usted y de «IranOil».

Esvandiary se quedó lívido.

—¿El ministro Kia está... está... está en la Junta?

—Sí, en efecto. Lo está. —Por un instante Gavallan se quedó desconcertado. Había dicho Kia porque era el único que conocía del actual gobierno y el impacto que ese nombre produjera en Esvandiary lo dejó asombrado. Pero, sin perder un instante, lo manipuló a su favor—. Mi buen amigo Alí Kia se ocupará de todo esto. Y también de usted por ser un traidor a Irán. Freddy, reúne inmediatamente a cinco hombres a bordo del «125». Starke, con las primeras luces, envíe todos los aparatos de que disponemos a Bandar Delam. ¡Con las primeras luces!

—¡Sí, señor!

—Espere —dijo Esvandiary, viendo que todos sus planes se venían abajo—. No es preciso cerrar la base, Mr. Gavallan. Tal vez haya habido algún mal entendido, sobre todo por culpa de Petrofi y de ese hombre, Zataki. Yo no fui responsable de los golpes. ¡No fui yo! —Se obligó a adoptar un tono de voz razonable pero en su fuero interno hervía de furia y hubiese querido verlos a todos en la cárcel, flagelados y pidiendo a gritos una misericordia que jamás recibirían—. No hay motivo para cerrar la base, Mr. Gavallan. ¡Los vuelos pueden seguir siendo normales!

—Está cerrada —repuso Gavallan con tono imperioso, mirando a Starke en busca de alguna indicación—, a pesar de que soy contrario a ello.

—Sí, señor. Tiene razón —dijo Starke con una gran deferencia en su tono de voz—. Desde luego, puede cerrar la base. No es posible reorganizar los helicópteros o inmovilizarlos. Bandar Delam necesita de inmediato un «212» para... para el contrato de «Iran-Toda». Tal vez podamos enviarles uno de los nuestros y dejar en tierra los otros.

—El trabajo se está normalizando día a día, Mr. Gavallan —alegó presuroso Esvandiary—. La revolución ha triunfado y la lucha ha terminado. El Imán lo tiene todo bajo control. Los comités..., los comités desaparecerán pronto. Habrá que cumplir todos los contratos de «Guerney». Tendremos que duplicar el número de los «212». En cuanto a la renovación de las licencias caducadas, ¡Insha'Allah!, esperaremos treinta días. No es necesario cancelar las operaciones. No resulta conveniente tomar decisiones apresuradas, Mr. Gavallan. Hace mucho tiempo que está en esta base, tiene una gran inversión aquí y...

—Sé perfectamente cuál es nuestra inversión —le interrumpió Gavallan con auténtico enfado, irritado ante aquella servil actitud—. Muy bien, capitán Starke, seguiré su consejo y, por Dios, que más vale que esté en lo cierto. Que esta noche suban a bordo del «125» dos hombres, sus relevos llegarán la semana próxima. Envíe mañana el «212» a Bandar Delam... ¿Por cuánto tiempo se prolongará el préstamo?

—Seis días, señor. Volverá el sábado próximo.

—Estará de regreso a condición de que la situación aquí haya mejorado —dijo Gavallan a Esvandiary.

—El «212» es nuestro..., el «212» pertenece al equipo de la base —se corrigió Esvandiary con rapidez—. Figura en nuestros manifiestos. Tendrá que regresar. En cuanto al personal, la regla establece que los pilotos y mecánicos de reemplazo lleguen antes de que los que tienen permiso se vayan y...

—Entonces, cambiaremos las reglas, Mr. Esvandiary, o cierro la base ahora mismo —dijo Gavallan tajante, y mantuvo la esperanza—. Esta noche haga subir a bordo a dos hombres; en el vuelo del jueves, a todos los demás, a excepción de la plantilla imprescindible, y el viernes, regresará con todos los reemplazos, siempre y cuando la situación esté volviendo a la normalidad.

—El Día Santo no se nos permite volar, señor —alegó Starke que observaba cómo Esvandiary volvía a enfurecerse—. El equipo completo habrá de venir a primera hora del sábado. —Miró a Esvandiary—. ¿No está de acuerdo?

Por un instante, éste pensó que iba a estallar, tal era la furia que lo dominaba, dando al traste con su resolución.

—Sí..., si se excusan... por los insultos y los malos modales...

Un profundo silencio en la habitación se hizo. La puerta seguía abierta, el cuarto estaba helado, pero Starke sintió caerle el sudor por la espalda mientras sopesaba la respuesta. Habrían logrado tanto... si conseguían que Torbellino siguiese adelante... Pero Esvandiary no era tonto, en modo alguno, y una rápida aceptación le haría entrar en sospechas en tanto que una negativa podría poner en peligro lo que habían adelantado.

—No me excuso de nada..., pero, en adelante, le llamaré Mr. Esvandiary.

Sin decir palabra, éste giró sobre sus talones y salió de estampía. Starke cerró la puerta. Debajo del suéter, sentía la camisa pegada a la espalda.

—¿A qué diablos viene todo esto, Duke? —preguntó Ayre enfadado—. ¿Estáis chiflados?

—Un momento, Freddy —intervino Gavallan—. ¿Se lo tragará Hotshot, Duke?

—Pues no... no lo sé. —Starke se sentó temblándole las rodillas—. ¡Jesús!

—Si lo hace... si lo hace... ¡eres un genio, Duke! La idea no ha podido ser más brillante.

—Tú cogiste la pelota, Andy, e hiciste un ensayo.

—Si es que es un ensayo. —Gavallan se limpió el sudor de la frente. Empezaba a explicárselo a Ayre pero calló al sonar el teléfono.

—¿Diga? Al habla Starke... Desde luego, un momento... Andy, es la torre. McIver está en la HF para ti. Wazari pregunta si quieres que te pase la comunicación ahora o si le llamarás tú más tarde. McIver ha dicho que te comuniquen que has recibido un mensaje de alguien llamado «Avisyard».

En la sala de control, Gavallan pulsó el botón de transmisión, casi enfermo de preocupación, mientras Wazari lo observaba y otro Green Band que hablaba inglés permanecía allí atento.

—¿Sí, capitán McIver?

—Buenas tardes, Mr. Gavallan, me alegro de haberle encontrado —sonó la voz de McIver, sorda por la estática e indiferente—. ¿Cómo me recibe?

—Tres por cinco, capitán. Adelante.

—Acabo de recibir un télex de Liz Chen. Dice: Por favor, hagan llegar a Mr. Gavallan el siguiente télex fechado el 25 de febrero y que acabamos de recibir: «Su solicitud está aprobada (firmado) Masson Avisyard. Se envía copia a Al Shargaz.» Mensaje terminado.

Por un instante, Gavallan no pudo creer lo que oía.

—¿Aprobada?

—Sí, repito, «Su solicitud ha sido aprobada». El télex está firmado por Masson Avisyard. ¿Qué debo contestar?

A Gavallan le resultaba difícil disimular todo el regocijo que sentía. Masson era el nombre de su amigo en la Aviation Registration Office de Londres y la «solicitud» era la de volver a inscribir en el registro británico, con carácter temporal, todos los helicópteros con base en Irán.

—Sólo tiene que acusar recibo, capitán McIver.

—Podemos seguir adelante con la planificación.

—Sí, de acuerdo. Saldré dentro de un par de minutos. ¿Algo más?

—Por el momento no..., pura rutina. Esta noche pondré al corriente al capitán Starke durante nuestra transmisión habitual. Me alegro mucho de lo de Masson, felices aterrizajes.

—Gracias, Mac. Y a ti. —Gavallan pulsó el botón cortando la transmisión y devolvió el micrófono al joven sargento Wazari. Había observado las huellas de los golpes, la nariz rota y la ausencia de algunos dientes aunque no dijo nada. ¿Qué podía decir?—. Gracias, sargento.

Wazari señaló la pista a través de la ventana donde el equipo que cargaba el combustible empezaba a recoger las grandes mangueras.

—Ya está lleno, señ... —Suprimió el tratamiento de «señor» a tiempo—. Aquí no tenemos, humm, luces de pista en funcionamiento, de manera que más vale que suba a bordo lo antes posible.

—Gracias.

Gavallan se sentía casi delirante mientras se dirigía hacia la escalerilla. El interbase HF cobró vida.

—Habla el comandante en jefe de la base. Comuníqueme con Mr. Gavallan.

Al punto Wazari pulsó el botón transmisor.

—Sí, señor. —Alargó nervioso el micrófono a Gavallan, cuya cautela había subido de grado—. Es el com... Lo siento, ahora es el coronel Changiz.

—Sí, coronel. Le habla Andrew Gavallan.

—Está prohibido que los extranjeros utilicen la HF para mensajes cifrados... ¿Quién es Masson Avisyard?

—Un ingeniero proyectista —respondió Gavallan. Era lo primero que se le había ocurrido. «Ándate con ojo —se dijo—, ese bastardo es listo»—. Ciertamente no inten...

—¿Cuál era su solicitud y quién es... —hubo una ligera pausa y voces en sordina—, quién es Liz Chen?

—Liz Chen es mi secretaria, coronel. Mi solicitud era para... —«¿para qué?», ansiaba gritar y luego, de repente, se le ocurrió la respuesta—, para establecer la configuración de seis filas de dos asientos a cada lado del pasillo en un helicóptero nuevo, el «X63». Los fabricantes querían una configuración distinta pero nuestros ingenieros opinan que este seis por cuatro aumenta la seguridad y facilita una salida más rápida en caso de emergencia. También se ahorra dinero y ade...

—Sí, muy bien —le interrumpió el coronel malhumorado—. Y repito, la HF no se utilizará sin permiso previo hasta que dé fin el estado de emergencia y, desde luego, no con mensajes cifrados. Ya han terminado de cargar el combustible y tiene autorización para el despegue inmediato. No está aprobado el aterrizaje mañana para recoger el cuerpo de la baja en el Zagros. Eco Tango Lima Lima puede aterrizar mañana entre las once y las doce horas de la mañana, sujeto a la confirmación por el cuartel general que se enviará a radar Kish. Buenas noches.

—Pero ya tenemos la aprobación en firme de Teherán, señor. Mi piloto se la entregó a su jefe de aterrizaje tan pronto como llegó.

El tono del coronel se hizo más duro si cabía.

—La autorización del lunes está pendiente de confirmación por parte del cuartel general de las Fuerzas Aéreas de Irán. El cuartel general de las Fuerzas Aéreas de Irán. Esto es una base de las Fuerzas Aéreas de Irán, ustedes están sometidos a la reglamentación y disciplina de las Fuerzas Aéreas de Irán y respetarán la reglamentación y disciplina de las Fuerzas Aéreas de Irán. ¿Lo ha entendido?

—Sí, señor —dijo Gavallan al cabo de una pausa—, lo he entendido, pero nosotros somos operadores civiles y...

—... y están en Irán, en una base de las Fuerzas Aéreas de Irán y, por lo tanto, sujetos a la reglamentación y disciplina de las Fuerzas Aéreas de Irán.

La transmisión enmudeció. Wazzari, nervioso, empezó a ordenar su escritorio, ya perfectamente meticuloso.

Torbellino
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml