CAPÍTULO XV
Tom Lochart fue sorteando con su viejo «Citroén» los escombros resultantes de la batalla librada la noche anterior mientras se dirigía a Galeg Morghi. La mañana era desagradable y muy fría, y ya iba retrasado a pesar de haber salido nada más amanecer.
Había pasado junto a muchos cadáveres y gimientes deudos; por el lado de muchos coches y camiones que habían ardido, de algunos de los cuales aún quedaban los rescoldos... Era la resaca de los disturbios nocturnos. Grupos de civiles armados o medio armados dominaban todavía los balcones o las barricadas y hubo de seguir numerosos desvíos. Muchos hombres ostentaban ya el brazalete verde de Jomeiny. Todos los Green Bands iban armados. Las calles aparecían ominosamente desiertas de circulación. De vez en cuando, camiones de la Policía, acompañados del ulular de las sirenas, pasaban veloces, y también alguno que otro vehículo, mas no le prestaban la más mínima atención salvo para tocar la bocina e imprecarle para que se quitara de en medio. Él les insultaba a su vez, casi sin importarle si llegaba o no al aeropuerto, lo cual sería una solución perfecta para su dilema. Sólo la idea de la mujer de Valik y sus dos hijos en manos de la SAVAK le obligaba a seguir adelante.
¿Cómo era posible que una mujer tan maravillosa como Annoush, que se mostrara tan amable con él desde que entró a formar parte de la familia, se hubiese casado con semejante bastardo? ¿Y cómo era posible que esos dos preciosos chiquillos que adoraban a Sharazad y a él le llamaban tío Excelencia...?
Hizo un brusco viraje para evitar a un automóvil que salía de una bocacalle de dirección prohibida. El coche no se detuvo y Tom lo imprecó. Maldijo a Teherán, a Irán, a Valik y proclamó en voz alta Insha'
Allah, pero no le sirvió de nada.
El cielo estaba encapotado, cargado de nieve, lo que no le gustó un ápice, y aborreció haberse visto obligado a abandonar la tibieza del lecho, y a Sharazad. La alarma del despertador los arrancó del sueño poco antes del alba.
—Creí que hoy no volabas, amor mío. Pensé que habías dicho que saldrías mañana.
—Se ha presentado un chárter inesperado, eso creo al menos. Es de lo que vino a hablarme Valik. Y antes he de ver a Mac. En el caso de que me vaya, sólo estaré fuera unos días. Vuelve a dormirte, cariño.
Después de afeitarse y vestirse apresuradamente, bebió una taza de café y salió. Afuera todavía estaba oscuro, vislumbrándose apenas, mortecinas, las primeras luces del amanecer. El aire le llegó acre y cargado de humo. Se escuchaban, en la lejanía, los inevitables y esporádicos disparos. De repente, los presentimientos lo atormentaron.
McIver vivía tan sólo a unas manzanas, Lochart quedó sorprendido al encontrarle ya vestido.
—Hola, Tom. Entra. La autorización ha llegado a medianoche, entregada a mano. Valik tiene poder... No creí, ni por un momento, que la obtendríamos. ¿Café?
—Gracias. ¿Lo viste anoche?
—Sí. —McIver le llegó a la cocina. No había rastro de Genny Paula o Nogger Lane. Sirvió café a Lochart—. Valik me dijo que te había visto y que habías aceptado pilotar.
Lochart gruñó.
—Le dije que iría si tú dabas tu aprobación, y después de hablar contigo. ¿Dónde está Nogger?
—Volvió a su piso. Cancelé su vuelo anoche. Todavía está conmocionado por haberse visto envuelto en aquellos disturbios.
—Me lo imagino. ¿Y qué ha pasado con la muchacha? Con Paula.
—Está en la habitación de invitados, aun no ha salido su vuelo de «Alitalia», aunque lo más probable sea que se vaya hoy. George, Talbot, se dejó caer por aquí anoche y dijo que se está limpiando el aeropuerto de revolucionarios y que hoy, con algo de suerte, habrá algunos vuelos de salida y llegada.
Lochart asintió pensativo.
—Entonces, acaso gane Bajtiar después de todo.
—Esperémoslo, ¿no? Esta mañana, la «BBC» ha dicho que Doshan Tappeh sigue todavía en poder de Jomeiny y que los Inmortales se limitan a cercar la ciudad, manteniéndose a la expectativa.
Lochart se estremeció pensando en Sharazad allí. Le había prometido no volver a ir.
—¿Dijo Talbot algo sobre un golpe militar?
—Sólo que corre el rumor de que Carter se opone a él. Si yo fuera iraní y general no vacilaría un momento. Talbot estuvo de acuerdo, dijo que el golpe se materializaría dentro de los tres próximos días.
Tienen que darlo, los revolucionarios empiezan a tener demasiadas armas.
Lochart podía prácticamente ver a Sharazad salmodiando junto a millares de personas, al joven capitán Karim Peshadi declarándose partidarios de Jomeiny y a los Inmortales desertando.
—Yo no sé lo que haría si fuese uno de ellos, Mac.
—Gracias a Dios no lo somos, y esto es Irán, no Inglaterra, con nosotros en las barricadas. De cualquier manera, si hoy llega el «125» sacaré a Sharazad en él. Estará más segura en Al Shargaz, al menos durante un par de semanas. ¿Le dieron ya el pasaporte canadiense?
—Sí, pero no creo que quiera irse, Mac. —Lochart le contó lo de su presencia en la insurrección de Doshan Tappeh.
—¡Dios mío! Necesita que le examinen la cabeza. Le diré a Gen que vaya a verla.
—¿Se irá Genny a Al Shargaz?
—No —repuso McIver malhumorado—. Si por mí fuera, estaría allí hace ya una semana. Haré lo que pueda. Sharazad se encontrará a salvo.
—Estupendo, pero desearía de veras que volviera la tranquilidad a Teherán. Me pongo enfermo sólo de pensar que ella se encuentra aquí y yo en Zagros —dijo Lochart, bebiendo después un largo sorbo de café—. Si he de irme, más vale que me ponga en marcha. No la pierdas de vista, Mac. —Se lo quedó mirando fijamente y con intensidad—. ¿Cuál es el motivo del charter, Mac?
McIver le miró impasible a su vez.
—Cuéntame con toda exactitud lo que Valik te dijo anoche. Lochart lo hizo así. Palabra por palabra.
—Es un perfecto bastardo intentando humillarte de esa manera.
—Ni que decir tiene que lo logró a la perfección. Por desgracia, sigue siendo de la familia, y en Irán... Bueno, ya sabes cómo son las cosas —dijo Lochart tratando de evitar la amargura en su voz—. Le pregunté por qué eran tan importantes unos cuantos repuestos y algunos rials y se hizo el loco. —Vio endurecerse los rasgos de Mac, haciéndole parecer más viejo y grave aunque, al mismo tiempo, más duro.
¿Qué importancia pueden tener algunos repuestos y unos cuantos rials, Mac?
McIver apuró su café y se sirvió más. Bajó la voz.
—No quiero despertar a Genny ni a Paula, Tom. Que esto quede entre nosotros.
Y le dijo a Lochart lo que ocurriera la noche anterior. Exactamente, —¿SAVAK? ¿Él y Annoush, y los pequeños Starem y Jalal? ¡Dios mío!
—Por eso, únicamente por eso me decidí a intentarlo. Tenía que hacerlo. Estaba igualmente acorralado. Los dos lo estamos. Pero todavía hay más.
McIver le habló del dinero.
Lochart se quedó sin respiración.
—¿Doce millones de rials en metálico? ¿O su equivalente en un Banco suizo?
—Baja la voz. Sí, doce para mí y otros doce para el piloto. Anoche dijo que la oferta seguía en pie y que no fuésemos «ingenuos» —añadió McIver sombrío—. Si Gen no hubiera estado aquí, lo hubiese echado de casa.
Lochart apenas le escuchaba. « ¡Doce millones de rials para hacerlos efectivos en otra parte! Mac tiene razón. Si Valik ofrece eso, aquí, en Teherán, ¿qué estará dispuesto a pagar cuando divise la frontera?»
—¡Santo Cielo!
Mac lo observaba.
—¿Qué te parece, Tom? ¿Sigues queriendo ir?
—No puedo negarme. No puedo. Y menos aún ahora que disponemos ya de la autorización.
Estaba sobre la mesa de la cocina y Lochart la cogió. Decía: EP-HBC autorizado con destino Bandar Delam. Vuelo con prioridad por repuestas urgentes. Repostará en IIAF Base Isfahan. Tripulación: capitán Lane. —El nombre de Lane estaba tachado, habiéndose consignado «Enfermo». Le sustituye el piloto... El nombre aparecía en blanco y McIver aún no había estampado su firma conjunta.
McIver miró hacia la puerta de la cocina que había cerrado antes y después se volvió a Lochart.
—Valik quiere que se le recoja fuera de Teherán, en privado. —Esto me huele cada vez peor. ¿Adónde habrá que llevarles? —Si llegáis a Bandar Delam, y eso ni siquiera es probable, te presionará para que los lleves a Kuwait.
—Claro. —Lochart se quedó mirando a su vez a Mclver. —Recurrirá a todos los medios de presión, la familia, Sharazad, a todos. Especialmente el dinero.
—Millones. En efectivo..., que como los dos sabemos me vendrían muy bien —dijo Lochart con tono monótono—. Pero si entro en Kuwait sin autorización iraní, en un helicóptero matriculado en Irán, sin la previa aprobación iraní o de la compañía, con pasajeros iraníes carentes de identificación que intenta huir de su Gobierno todavía legal, me convertiría en un delincuente, con sólo Dios sabe cuántos cargos criminales aquí y en Kuwait... Las autoridades kuwaitíes confiscarían el helicóptero, me meterían en la cárcel y, sin lugar a dudas, concederían mi extradición a Irán. De cualquier manera, habría dinamitado mi futuro como piloto y jamás podría volver a Irán, y Sharazad..., incluso la SAVAK podría cogerle, de manera que no estoy dispuesto a hacer semejante cosa.
—Valik es una bestia peligrosa. Irá armado. Es posible que te apunte a la cabeza y te obligue a seguir adelante.
—Es posible —dijo Lochart en tono tranquilo, aunque una dura batalla se libraba en su interior—. No tengo opción. He de ayudarle y lo haré..., pero no soy un maldito estúpido. —Al cabo de una pausa añadió—: ¿Está Nogger al corriente de esto?
—No.
Durante la vigilia de esa noche, McIver había decidido, una vez sopesados los posibles planes, volar él y no consentir que Lochart o Nogger Lane corrieran ese riesgo. «Al diablo con los médicos o con eso de que seré ilegal —se dijo—. Toda la aventura del vuelo es una locura, de manera que poco importará algo de demencia más.»
Su plan era sencillo: después de haber hablado con Tom Lochart se limitaría a decir que había decidido no permitir el vuelo y que no pondría su firma en la autorización. Lo único que haría sería dirigirse al punto de encuentro con la gasolina suficiente para que Valik hiciera el viaje por carretera. Incluso en el caso de que Lochart quisiera acompañarle, le resultaría fácil convenir un punto de cita con él, al que, por supuesto, no acudiría, sino que iría a Galeg Morghi, pondría su nombre como piloto en la autorización y despegaría. En cuanto al punto de recogida...
—¿Qué? —preguntó.
—Sólo hay tres posibilidades —respondió Lochart—: que te niegues a autorizar el vuelo, que me autorices a mí o que autorices a cualquier otro. Has cancelado a Nogger, Charlie no se encuentra aquí, de manera que sólo quedamos tú o yo. Tú no puedes ir, Mac. Es así de sencillo, no puedes, resulta demasiado peligroso.
—Claro que no iría, mi licencia ha...
—No puedes ir, Mac —repitió Lochart con firmeza—. Lo siento. Sencillamente, no puedes.
McIver suspiró, su experiencia se impuso a su obsesión por volar y se decidió por el segundo plan.
—Sí, sí. Tienes razón. Estoy de acuerdo. Así que escucha con atención: si quieres hacerlo, será bajo tu responsabilidad, yo no te lo ordeno. Te daré la autorización si así lo deseas, aunque lo haré bajo ciertas condiciones. Si llegas hasta el punto de encuentro y todo parece en orden, recógelos. Después, dirígete a Esfahan. Valik dijo que podría arreglar eso. Si en Esfahan todo continúa en orden, sigue adelante. Tal vez Mr. Fixit Iran pueda seguir haciéndolo durante toda la ruta. Ahí es donde nos arriesgamos.
—Ahí es donde yo me arriesgo.
—Bandar Delam está al final de la línea. No atravesarás la frontera. ¿De acuerdo? —preguntó Mac mientras le alargaba la mano.
—De acuerdo —respondió Lochart estrechándosela al tiempo que en su fuero interno rezaba para que pudiese mantener su promesa.
McIver le informó sobre el punto de recogida, firmó la autorización y se dio cuenta de que las manos le temblaban. Si algo saliera mal, era evidente que la SAVAK iría a por ellos. A por los dos. E incluso tal vez a por Genny, pensó McIver, embargado de nuevo por el temor. No le había dicho a Lochart que la noche pasada Genny había oído a Valik y se había figurado el resto.
—Pero estoy de acuerdo, Duncan —le había dicho con seriedad—. Es terriblemente arriesgado y, sin embargo, tenéis que intentar ayudarles. Tom está atrapado también. No hay elección.
Mclver entregó a Lochart la autorización.
—Tom, mi orden específica es que no cruces la frontera. Si lo haces, estoy plenamente seguro de que lo perderás todo, incluida Sharazad. —Todo este asunto es una locura pero..., qué remedio.
—Sí. Buena suerte.
Lochart asintió con la cabeza, le sonrió y salió.
Mclver cerró la puerta de entrada. «Espero que hayamos tomado la decisión acertada —pensó. Le dolía la cabeza—. Hubiera sido un despropósito que hubiese ido yo, y sin embargo..., desearía poder hacerlo yo y no él. Quisiera...
—¡Vaya! —exclamó sobresaltado.
Genny se encontraba en la puerta de la cocina, con un cálido batín sobre el camisón. No llevaba las gafas puestas y lo miró guiñando los ojos.
—Estoy..., estoy terriblemente contenta de que no hayas ido, Duncan —dijo con un hilo de voz.
—¿Cómo?
—Vamos, no seas tonto, te conozco demasiado bien. Apenas has pegado ojo en toda la noche, tratando de tomar una decisión... Claro que yo tampoco he dormido, preocupada por ti. Sé que si me hubiese encontrado en tu lugar hubiera ido, o hubiera querido ir. Pero Tom es fuerte, Duncan, y lo hará todo muy bien. Espero de todo corazón que saque a Sharazad de aquí y no regresen jamás... —dijo mientras las lágrimas empezaban a rodar por su rostro—. ¡Estoy tan contenta de que no hayas ido tú! —Se limpió las lágrimas bruscamente y se acercó al fogón para poner la tetera al fuego—. Maldita sea, lo siento. Realmente, a veces me comporto igual que una estúpida. Lo siento.
Mclver la abrazó.
—Si el «125» llega hoy, ¿querrás irte en él, Genny?
—Claro. Siempre que tú vengas también, querido.
—Gen, tienes que hacerlo.
—Escúchame un momento, por favor, Duncan —dijo volviéndose hacia él. Lo rodeó con sus brazos, descansó la cabeza sobre el pecho masculino y siguió hablándole con aquella vocecita que tanto le conmovía—. Tres de tus socios se han marchado ya con sus familias y con todo el capital que han logrado reunir, el Sha y su familia se han ido con todo su dinero, otros muchos miles, en su mayoría gente que conocemos, han abandonado Irán, tú mismo lo has dicho y, ahora, incluso el todopoderoso general Valik huye también, a pesar de todos los contactos que debe tener en ambos lados de la valla y..., e incluso los Inmortales no han aplastado la pequeña insurrección en Doshan Tappeh provocada por unos pocos cadetes de las Fuerzas Aéreas y civiles pobremente armados..., prácticamente en su propio terreno. Va siendo hora de que también nosotros echemos el cerrojo y nos vayamos.
—No podemos, Gen —la interrumpió él con fogosidad. Genny podía sentir desbocado el corazón de él, lo que contribuyó a aumentar su preocupación—. Sería un desastre.
—Estaríamos fuera poco tiempo, hasta que las aguas se calmasen. —Si yo abandonase Irán, sería el fin de «S-G».
—No entiendo nada de eso, Duncan, pero es de suponer que la decisión le corresponde a Andy, no a ti. Él nos envió aquí.
—Sí, pero él me pediría opinión y yo no podría recomendarle nuestra retirada abandonando detrás helicópteros y repuestos por un valor aproximado de veinte a treinta millones de dólares... En una situación tan turbulenta como la actual, no durarían siquiera una semana, los saquearían o los destrozarían, lo habríamos perdido todo, absolutamente todo..., no lo olvides, Gen, todo nuestro dinero para la jubilación está ligado a «S-G», todo.
—Pero, Duncan, ¿no crees que...?
—No abandonaré nuestros helicópteros y repuestos —repitió Mclver, y sintió verdadero pánico ante esa idea—. Sencillamente, no puedo.
—Entonces, llévatelos.
—Por Dios santo, ¿es que no lo entiendes? No podemos sacarlos de aquí, no nos lo autorizan, no podemos retirarlos del registro iraní... No podemos... Estamos atascados aquí hasta que la guerra termine.
—Nosotros no, Duncan. No lo estarás tú, ni yo, ni nuestros hijos, también tienes que pensar en ellos. Hemos de irnos. De todas maneras, nos van a echar gane quien gane. Sobre todo si el que gana es Jomeiny.
Se estremeció sólo de pensar en la primera arenga de aquél en el cementerio: «Ruego a Dios que corte las manos a todos los extranjeros...»