CAPÍTULO XXIX
Los dos hombres miraban, ansiosos, la máquina de télex en las oficinas que «S-G» tenía en el ático.
—¡Venga, por Dios Santo! —musitó McIver, consultando otra vez su reloj. El «125» tenía la llegada a las cinco treinta—. Habremos de irnos pronto, Andy. Con la circulación nunca se sabe.
Gavallan se balanceaba con aire ausente en una vieja y crujiente mecedora.
—Sí, pero Genny todavía no ha venido. En cuanto llegue, nos vamos. En el peor de los casos, puedo llamar a Aberdeen desde Al Shargaz.
—Si Johnny Hogg logra atravesar los espacios aéreos de Kish y Esfahan y se mantiene la autorización en Teherán...
—Esta vez llegará. Tengo la halagüeña sensación de que nuestro mollah Tehrani quiere los lentes nuevos. Esperemos que Johnny las traiga para él.
—Esperémoslo.
Aquél era el primer día que el comité había permitido a los extranjeros volver a entrar en el edificio. Casi toda la mañana se la habían pasado ordenando y poniendo en marcha el generador que, naturalmente, se había quedado sin combustible. Casi de inmediato, su télex volvió a la vida.
—¡Urgente! Confirmen, por favor, si su télex funciona e informen a McIver que tengo un télex «Avisyard» para el jefe. ¿Sigue en Teherán?
El télex era de Elizabeth Chen, en Aberdeen. «Avisyard» era una clave de la compañía, rara vez utilizada, indicativa de que había un mensaje de la más alta prioridad, destinado sólo a McIver, por lo que éste había de manejar en persona la máquina. Tuvo que hacer cuatro intentos más antes de lograr que Aberdeen volviera a llamar.
—Hasta ahora no hemos perdido un solo pájaro —comentó Gavallan, formulando in mente una oración.
—También yo estaba pensando en eso —dijo McIver relajando los músculos de los hombros—. ¿Tienen alguna idea de qué cuestión es merecedora de un «Avisyard»?
—No. —Gavallan ocultó su tristeza al pensar en el verdadero «Avisyard, el castillo Avisyard, donde pasara tantos años felices con Kathy, que fue quien sugiriera la clave. «No pienses ahora en Kathy —se dijo—. Ahora no.»
—Aborrezco estas condenadas máquinas de télex, siempre se están estropeando —decía McIver. Tenía el estómago revuelto, debido principalmente a la discusión que había mantenido con Genny la noche anterior al insistir que debía subir a bordo del «125», pero también porque continuaba sin tener la menor noticia de Lochart. Y encima de todo ello, el personal iraní seguía sin presentarse al trabajo, tan sólo los pilotos habían acudido aquella mañana. McIver les había enviado a todos a su casa salvo a Pettikin que había quedado a la espera. Nogger Lane hizo su aparición a mediodía para informar que su vuelo con el mollah Tehrani, seis Green Bands y cinco mujeres había transcurrido sin novedad.
—Creo que nuestro amable mollah quiere realizar otro vuelo mañana. Te espera en el aeropuerto a las cinco treinta en punto de la tarde.
—Muy bien, Nogger, releva a Charlie.
—Vamos, Mac, viejo amigo, he trabajado duro toda la mañana, más allá del deber, y Paula está en la ciudad todavía.
—Si lo sabré yo, «viejo amigo» y, tal como están las cosas, seguirá aquí durante otra semana más —dijo Mclver—. Releva a Charlie, coloca tu impaciente trasero sobre la silla, pon al día nuestros libros de vuelo y si te oigo pronunciar otra condenada palabra, te enviré, sin pensármelo dos veces, a la condenada Nigeria.
Habían estado esperando, tristemente conscientes de que parte del recorrido de los télex se realizaba a través de las líneas telefónicas.
—Maldito si no hay demasiado hilo eléctrico de aquí a Aberdeen —farfulló Mclver.
—Saldremos tan pronto como Genny llegue. Antes de irme a casa, me aseguraré de que se encuentra perfectamente bien en Al Shargaz. Hiciste muy bien en insistir.
—Yo lo sé, tú lo sabes y todo Irán lo sabe, pero maldito si ella lo sabe.
—Mujeres —dijo Gavallan con diplomacia—. ¿Algo más que yo pueda hacer?
—No se me ocurre nada. Ha sido de mucha ayuda el que hayas podido exprimir a los dos únicos socios que nos quedan.
Gavallan había seguido su rastro. Mohammed Siamaki y Turiz Bajtiar, como comúnmente se conocía en Irán a los miembros de la poderosa, acaudalada y numerosa tribu Bajtiar de la que el antiguo Primer Ministro era uno de los jefes. Gavallan había logrado sacarles cinco millones de rials en metálico, algo más de sesenta mil dólares, una futesa si se comparaba con lo que los socios poseían, así como la promesa de que se les entregaría más cada semana, y, además, otra promesa y una nota manuscrita de rembolsarles personalmente «fuera del país si fuera necesario y pasaje en el "125", también de ser necesario».
—Muy bien, pero, ¿dónde está Valik? ¿Dónde puedo encontrarle? —había preguntado Gavallan simulando no saber nada de su huida.
—Ya se lo hemos dicho. Se ha ido de vacaciones con su familia —le había contestado Siamaki, grosero y arrogante como siempre—. Se pondrá en contacto con usted en Londres o Aberdeen..., se trata de la cuestión del impago de nuestros fondos en las Bahamas.
—Nuestros fondos conjuntos, querido socio, y está la cuestión de una deuda de casi cuatro millones de dólares por trabajos ya realizados, aparte de los pagos por el alquiler de nuestros aparatos, vencidos hace mucho, muchísimo tiempo.
—Si los Bancos estuviesen abiertos, tendría usted el dinero. No es culpa nuestra que los pestilentes aliados del Sha le hayan arruinado y también a Irán. Nadie puede culparnos de ninguna de las catástrofes, de ninguna. En cuanto al dinero que les debemos, ¿no les hemos pagado siempre hasta ahora?
—Sí, con seis meses de retraso por lo general, pero estoy de acuerdo, mis queridos amigos, finalmente, logramos recibir nuestra parte. Aunque, si en adelante se suspenden todas las empresas conjuntas como el mollah Tehrani me ha dicho, ¿de qué forma operaremos en lo sucesivo?
—Algunas empresas conjuntas, no todas. Su información es desmesurada e incorrecta, Gavallan, Estamos a la espera de volver a la normalidad lo más pronto posible. Los equipos podrán irse tan pronto como los sustitutos hayan llegado aquí sin novedad. Los campos petrolíferos deben alcanzar de nuevo la máxima producción. No habrá problema alguno. Pero para evitar cualquier dificultad, hemos afianzado nuestra sociedad. Mañana, mi ilustre primo Alí Kia, ministro de Finanzas, se incorporará a la Junta y...
—Un momento. Cualquier cambio en la Junta necesita mi aprobación previa.
—Usted solía tener ese poder, pero la nueva Junta ha votado el cambio de estatutos. Si desea oponerse a ella, puede plantearlo durante la próxima reunión en Londres, aunque pienso que, dadas las circunstancias, ese cambio era necesario y razonable. El ministro Kia nos ha asegurado que estaremos exentos. Por supuesto, los honorarios y el porcentaje del ministro Kia será con cargo a la cuenta de ustedes...
Gavallan procuró no mirar hacia la máquina de télex, aunque le resultaba muy difícil, mientras trataba de encontrar la forma de salirse de aquella trampa,
—Tan pronto parece que todo va bien y, de repente, la situación vuelve a enturbiarse.
—Sí, sí, Andy. Estoy de acuerdo. Talbot ha sido hoy el remate.
A primera hora de aquella mañana, habían tenido un breve encuentro con Talbot.
—Sí, viejo amigo, desde luego. Sin lugar a dudas, las empresas conjuntas son persona non grata hoy día. Lo siento —les había dicho sin ambages—. Los «De Las Alturas» han decretado que todas las empresas conjuntas quedan suspendidas, en espera de instrucciones, aunque no se han dignado decir de qué instrucciones se trata y ni de quién debe darlas. 0 quiénes son los «De Las Alturas». Suponemos que el «Olímpico» decreto procede del querido y viejo comité, ¡quienesquiera que sean! La otra cara de la moneda, amigo, es que tanto el Ayatollah como el Primer Ministro han asegurado que las deudas extranjeras serán saldadas. Naturalmente, Jomeiny se olvida de Bazargan y da nuevas instrucciones, Bazargan, a su vez, da instrucciones que el Comité Revolucionario ignora, los comités locales vigilan a quienes están aplicando su propia versión de la ley como el Evangelio, y ni un solo y maldito golfo ha entregado una sola arma. Las cárceles se están llenando a buen ritmo, ruedan cabezas, y pese a no haber carretas, todo presenta un viejo y tedioso aspecto familiar, amigo, y mi única sugerencia es que nos retiremos a Morgate mientras esto dure.
—¿Lo dices en serio?
—Sigue en pie nuestro consejo de que se evacúe a todo el personal que no sea imprescindible tan pronto como el aeropuerto abra, que Dios sabe cuándo será, aunque nos han prometido que ese día será el sábado. Disponemos de la BA para cooperar con los vuelos chárter de los «747». En cuanto al ilustre Alí Kia, es un funcionario de poca categoría, de muy poca en realidad, que no tiene poder alguno y es amigo de todos en los buenos tiempos. A propósito, acabamos de enterarnos que el embajador de los Estados Unidos en Kabul fue secuestrado por un mujadin chiíta fundamentalista y anticomunista, que intentó canjearle por otro mujadin, prisionero del gobierno prosoviético. En el tiroteo subsiguiente, resultó muerto. Las cosas se están poniendo al rojo vivo...
Sonó un clic en el cero y al punto centraron su atención en él, pero la máquina no funcionó. Ambos lanzaron juramentos.
—Tan pronto como llegue a Al Shargaz, puedo telefonear a la oficina y averiguar en dónde reside el problema... —Gavallan echó un vistazo a la puerta que se abría en ese momento.
Quedaron sorprendidos al ver a Erikki, él y Azadeh tenían que haberse reunido con ellos en el aeropuerto. Erikki estaba sonriente, como siempre, mas su sonrisa carecía de toda alegría.
—Hola, jefe. ¿Qué hay, Mac?
—Hola, Erikki. ¿Qué ocurre? —McIver lo miró con ojos penetrantes. —Un ligero cambio de planes. Nosotros, bueno, Azadeh y yo, vamos a volver primero a Tabriz.
La noche anterior, Gavallan había sugerido que Erikki y Azadeh salieran inmediatamente.
—Encontraremos un sustituto. ¿Qué te parece si os venís conmigo mañana? Tal vez en Londres podamos obtener una nueva documentación para Azadeh...
—¿A qué se debe este cambio, Erikki? —le preguntó—. ¿Acaso Azadeh ha cambiado de idea y no quiere salir sin documentación iraní?
—No. Hace una hora recibimos un mensaje... Yo recibí un mensaje de su padre. Mira, léelo tú mismo.
Erikki se lo pasó a Gavallan que lo leyó al mismo tiempo que McIver. La nota, escrita a mano, decía: De Abdollah Khan al capitán Yokkonen: solicito que mi hija regrese aquí inmediatamente y te pido que le des tu permiso. Estaba firmado Abdollah Khan. En el reverso de la nota aparecía el mismo mensaje en farsi.
—¿Estáis seguros de que es su escritura? —preguntó Gavallan.
—Azadeh está segura y también conoce al mensajero —dijo Erikki—. Éste no nos comentó nada más, sólo que allí se lucha mucho.
—La carretera está descartada —dijo Mclver y se volvió hacia Gavallan—. ¿Crees que nuestro mollah Tehrani daría una autorización de salida a Erikki? Según Nogger, esta mañana, después de su excursión aérea, parecía como transportado. Le acoplaríamos tanques de larga distancia al «206» de Charlie y Erikki podría llevárselo junto con Nogger o alguno de los otros para que se traigan el aparato de vuelta.
—Sabes el riesgo que vas a correr, ¿verdad, Erikki?
—Sí. —Erikki no les había hablado todavía de la matanza.
—¿Lo has meditado bien...? ¿Todo? ¿Rakoczy, el bloqueo de la carretera, la propia Azadeh? Podríamos hacer que Azadeh regresara sola y tú irte con el «125». Después la enviaríamos a ella en el vuelo del sábado.
—Vamos, jefe, tú nunca harías eso y yo tampoco lo haré..., no puedo dejarla aquí.
—Claro, pero yo tenía que intentarlo. Muy bien, Erikki, puedes ocuparte de los tanques de larga distancia mientras nosotros lo hacemos de la autorización. Sugiero que ambos volváis a Teherán lo más pronto posible y saquéis el «125» el sábado. Los dos. Quizá sea prudente que te traslademos y hagas una gira por alguna parte, Australia, tal vez Singapur... 0 Aberdeen. Pero aquello puede que resulte demasiado frío para Azadeh. Ya me lo dirás. —Gavallan le alargó la mano con un gesto de cordialidad—. Que os vaya bien por Tabriz, ¿eh?
—Gracias. —Erikki vaciló un instante—. ¿Alguna noticia de Tom Lochart?
—No, aún no... Todavía no hemos logrado comunicar con Kowiss o Bandar Delam. ¿Por qué? ¿Empieza Sharazad a estar inquieta? —Más que eso. Su padre está en la prisión Evin y...
—¡Santo Cielo! —explotó Mclver. Gavallan se mostró igualmente sobresaltado ya que conocía los rumores de detenciones y pelotones de ejecución—. ¿Por qué?
—Para someterle a un interrogatorio, ante un Comité. Nadie sabe por qué ni tampoco el tiempo que lo retendrán.
—Bien, si sólo es para interrogarle... —dijo Gavallan incómodo—. ¿Qué ha ocurrido, Erikki?
—Hace más o menos media hora que Sharazad llegó a casa toda llorosa. Cuando anoche regresó a casa de sus padres, después de la cena, se encontró con un espantoso drama. Parece ser que algunos Green
Bands fueron al bazar, apresaron al emir Paknouri, su ex marido, ¿recordáis?, bajo la acusación de «crímenes contra el Islam», y ordenaron a Bakravan que se presentara de madrugada para ser sometido a interrogatorio... Nadie conoce el motivo. —Erikki calló para recuperar el aliento—. Esta mañana, lo acompañaron hasta la prisión ella, su madre, sus hermanas y su hermano. Llegaron allí poco después de amanecer y esperaron. Aún seguirían esperando a no ser porque unos Green Bands que estaban allí de centinelas les dijeran a las dos de la tarde que se fueran.
Todos guardaron silencio, aturdidos.
—Intenta comunicar con Kowiss, Mac —lo rompió finalmente Erikki—. Diles que se pongan en comunicación con Bandar Delam. Tom debería saber lo del padre de Sharazad... —Calló al observar la mirada que cruzaron los dos hombres—. ¿Qué le pasa a Tom? —preguntó al fin.
—Sí, tú me dices eso, Mac también me lo ha dicho y lo mismo Sharazad. Tom le dijo a ella que estaría de regreso dentro de unos pocos días. —Erikki esperó. Gavallan se limitó a devolverle la mirada—. Bien—dijo al fin—, debéis tener muy buenas razones.
—Eso creo —dijo Gavallan. Tanto él como McIver estaban convencidos de que Tom Lochart no hubiese ido a Kuwait por decisión propia, por mucho que Valik le hubiera ofrecido. Ambos estaban prácticamente seguros de que lo habían obligado.
—Está bien. Tú eres el jefe. Bueno, he de irme. Siento haber sido portador de malas noticias pero pensé que era mejor que lo supierais. —Erikki esbozó una sonrisa forzada—. Sharazad estaba en un estado deplorable. ¡Te veré en Al Shargaz!
—Cuanto antes mejor, Erikki.
—Si te encuentras con Gen, no le menciones lo del padre de Sharazad, ¿de acuerdo? —le pidió Mclver.
—Claro.
—Bakravan es un mercader muy importante para que lo detengan por las buenas —dijo McIver una vez Erikki se hubo ido.
—Soy de la misma opinión. —Al cabo de una pausa, Gavallan añadió—: Espero fervientemente que a Erikki no le hayan tendido una trampa. Algo me huele mal en ese mensaje, es muy...
El repentino parloteo del télex les sobresaltó a ambos. Lo leyeron línea a línea, según iba saliendo. Gavallan empezó a maldecir y continuó maldiciendo hasta que la máquina se quedó quieta. —¡Ojalá los «Imperial Helicopters» se vayan al infierno!
Arrancó el télex y mientras Mac enviaba su señal de recibido y «Standby One», volvió a leerlo.
Era otra vez de Liz Chen:
Querido Jefe: Hemos intentado ponernos en comunicación contigo hora a hora desde que nos enteramos por Johnny Hogg que estabas en Teherán. Siento ser portadora de malas noticias, pero a primera hora de la mañana del lunes, «Imperial Air» e «Imperial Helicopters» anunciaron conjuntamente nuevos acuerdos financieros a fin de revitalizar su posición competitiva en el mar del Norte. Se ha autorizado a «IH» a cancelar 17.1 millones de esterlinas del dinero del contribuyente y a capitalizar otros 48 millones de su deuda de 68 millones, entregando papel a la Casa Central en lugar de la deuda. Acabamos de enterarnos, con carácter confidencial, que dieciocho de nuestros diecinueve contratos en el mar del Norte que habían de ser renovados por diversas compañías, han sido concedidos a «IH» bajo un costo real. Thurston Dell, de «Ex-Tex» necesita hablar contigo urgentemente. Nuestros operadores en Nigeria necesitan tres, repito, tres «212», ¿puedes facilitárselos de los excedentes de Irán? Supongo que hoy irás a Al Shargaz o a Dubai con John Hogg. ¡Aconséjame, por favor...! Si Él se ha ido ya, haz el favor de aconsejarme. Todo mi cariño para Genny.
—¡Estamos acorralados! —dijo Gavallan—. Esto es el gran robo con el dinero de los contribuyentes.
—Entonces, llévalos ante los tribunales —dijo nervioso McIver, sobresaltado ante el color de la cara de Gavallan—. ¡Competencia desleal!
—¡No puedo, por Dios santo! —luego añadió, con voz más fuerte e iracunda—. A menos que el Gobierno ponga las patas por alto, lo único que puedo hacer es aguantar. ¡Sin tener que preocuparse por su legítima deuda incluso pueden licitar por debajo de nuestro costo! ¡Dew neh loh moh sobre Callaghan y todos sus pinkos!
—¡Venga, Andy, no todos son pinkos!
—¡Lo sé, por Dios santo! —aulló Gavallan—. Pero suena bien. —Luego, su buen carácter se sobrepuso a su ira y rió con verdaderas ganas aunque su corazón seguía alterado—. El maldito Gobierno no sabe siquiera dónde tiene la mano derecha —agregó con aspereza.
Mclver se dio cuenta de que a él mismo le temblaban las manos.
—Dios mío, Andy, pensé que te iba a estallar un vaso sanguíneo —dijo, dándose perfecta cuenta de las implicaciones del télex. Tenían invertidos casi todos sus ahorros en valores de «S-G»—. Dieciocho contratos de diecinueve... Eso desequilibra nuestras operaciones en el mar del Norte.
—Nos desequilibra en todas partes. Con esas cantidades de depreciaciones, «IH» puede competir ventajosamente con nosotros a escala mundial. ¿Y Thurston quiere hablar conmigo urgentemente? Eso quiere decir que «ExTex» piensa retirarse o renegociar al menos a causa de una nueva licitación «ajustada» de «IH». Y yo que he firmado el contrato para nuestros «X63». —Gavallan sacó el pañuelo y se enjugó el sudor de la frente. Entonces, vio a Nogger Lane en la puerta, con la boca abierta—. ¿Qué diablos quieres?
—Hum, hum, nada, señor. Pensé que la casa estaba ardiendo. —«Struan's», Andy —dijo en voz baja cuando de nuevo se quedaron solos—. ¿No te echarían una mano?
—«Struan's» es posible, aunque este año no será fácil, en cuanto a Linbar, ni hablar. —Gavallan mantuvo también el tono bajo—. Cuando se entere de todo esto, bailará una maldita jipa. El momento no puede ser más perfecto para él.
Sonrió con tristeza recordando la llamada de Ian Dunross y sus advertencias. No le había dicho nada a McIver de ellas. Éste no formaba parte de «Struan's» aunque también era un viejo amigo de Ian. «¿De dónde diablo saca Ian su información?»
Paró el télex. Aquélla era la culminación de toda una serie de problemas con «Imperial Helicopters». Hacía seis meses, «IH» se había lanzado a la caza de uno de sus antiguos ejecutivos que se había llevado consigo muchos secretos de «S-G». Tan sólo un mes antes, Gavallan había perdido una oferta muy importante ante «North Sea Board ofTrade» a favor de «IH»... al cabo de todo un año de trabajo y grandes inversiones del Ministerio de Comercio. Consistía en desarrollar un equipo electrónico destinado a los helicópteros que llevaban a cabo la operación de rescate aire-mar en cualquier condición meteorológica, de día o de noche, de tal manera que los helicópteros pudieran sobrevolar con seguridad ciento sesenta kilómetros sobre el mar del Norte, permanecer inmóviles, recoger ocho hombres del mar y regresar rápidamente y sin novedad..., en condiciones cero-cero y vientos huracanados. En los meses de invierno, incluso con la indumentaria adecuada para la supervivencia en el mar, las expectativas de vida y resistencia en esas aguas eran, como máximo, de alrededor de una hora.
Alentado con el entusiasmo particular de Ian Duncan: «No olvides, Andy, que esos conocimientos y equipo se adaptarían perfectamente a nuestros proyectos en los mares de China», Gavallan había invertido medio millón de libras y un año de trabajo desarrollando los sistemas electrónicos y de dirección, junto con una compañía de electrónica. Entonces, llegado el gran día, el piloto de pruebas oficial fue incapaz de hacer funcionar el equipo, aun cuando los pilotos de líneas de «S-G», incluidos Tom Lochart y Rudi Lutz, no tuvieran después la más mínima dificultad. Mas «S-G» no pudo obtener la necesaria certificación a tiempo. «Lo realmente injusto de todo este deplorable asunto, es que "IH" ha obtenido el contrato utilizando un "Guerney 661" con un equipo danés sin certificación a bordo», había escrito a McIver. «A nosotros se nos exige al máximo y a ellos les hacen concesiones. Ese hijo de puta..., y a propósito, desde luego, no puedo probarlo, pero apostaría cualquier cosa a que compraron al piloto de pruebas... Le han enviado a que se tome un largo descanso. Claro que recuperaremos el dinero y el contrato dentro de un año o así, porque nuestro equipo es mejor, más seguro, y de construcción británica. Entretanto, soy de la opinión que "Imperial" está trabajando con unos niveles de seguridad que pueden mejorarse.»
«Eso es lo que realmente cuenta —pensó mientras releía el télex—. Seguridad..., lo primero y lo último, seguridad.
—¿Querrás enviar a Liz la contestación en mi nombre, Mac? Salgo ahora mismo para Al Shargaz y telefonearé a mi llegada. Ponle un télex a Thurston y pregúntale qué trato puede ofrecer en el caso de que yo duplique el número de «X63» en pedido actualmente. T...
—¿Cómo?
Bien, preguntar no cuesta nada. Lo más probable es que «IH» se entere de los problemas con que nos enfrentamos aquí y no voy a permitir que esos gusanos empiecen a señalarnos..., más vale mantenerlos desconcertados. De cualquier manera, podemos utilizar aquí dos «X63» para servir los contratos de «Guerney»... si las cosas cambiaran. Termina con el télex, te veré pronto.
—De acuerdo.
Gavallan se instaló de nuevo en la butaca dejando correr su imaginación, mientras hacía acopio de fuerzas. «Voy a tener que ser muy fuerte. Y muy astuto. Esto es algo que puede llegar a enterrarme a mí y a «S-G» y dar a Linbar cuanto necesita, esto junto con Irán. Sí, y ha sido realmente una estupidez que perdieras los nervios de esa manera. Lo que tú necesitas es el Shrieking Tree de Kathy... Ah, Kathy, Kathy.»
El Shrieking Tree era una vieja costumbre de clan, un árbol especial elegido por el miembro más anciano y que estuviera por las cercanías, hasta el que pudiera ir solo, cuando el diiiablo, como solía llamarle la anciana nana Dunross, la abuela de Kathy: «Cuando el diiiablo se apodera de ti, y allí puedes maldecir, despotricar, desvariar y maldecir un poco más hasta que ya no te queden maldiciones. De esa manera, siempre podrá haber paz en el hogar, y jamás se sentirá la necesidad de maldecir realmente a un marido, una esposa, un amante o un niño. Sí, un árbol pequeñito, porque un árbol es capaz de soportar todas las maldiciones que incluso el diiiablo pueda jamás inventar.»
La primera vez que hizo uso del Shrieking Tree de Kathy fue en Hong Kong. Había una jacarandá en el jardín de la «Great House», la residencia de Ian, el taipan de «Struan's» y hermano de Kathy. Ian, por aquel entonces era taipan. Gavallan recordaba perfectamente la fecha: miércoles, 21 de agosto, la noche en que ella se lo dijo.
«Pobre Kathy, mi Kathy —pensó, amándola todavía—. Kathy, nacida bajo un signo nefasto. Deslumbrada por uno de los Elegidos, John Selkirk, teniente de aviación, DFC, RAF. Se casó sin esperar un segundo, aún no había cumplido los dieciocho años, y quedó viuda inmediatamente, apenas habían transcurrido tres meses cuando derribaron su avión. Años espantosos de guerra y más tragedia, muertos en acción dos de sus queridos hermanos, uno de ellos gemelo suyo. Te conozco en Hong Kong en el cuarenta y seis, me enamoro al punto de ti esperando con todo mi corazón poder resarcirte, al menos en parte, de tu mala suerte. Sé que Melinda y Scot lo lograron, resultaron maravillosos, realmente magníficos. Más tarde, en el sesenta y tres, antes de que hubieras cumplido treinta y ocho años, la esclerosis múltiple.
»De regreso a Escocia, como tú siempre quisiste... Yo, para poner en práctica los proyectos de Ian; tú, para recuperar la salud. Pero esa parte no se hizo realidad. Hube de ver cómo morías. Hube de contemplar la dulce sonrisa tras la que solías ocultar el infierno que llevabas dentro, tan valiente y cariñosa, tan prudente y amante, pero yéndote paso a paso. Tan lenta y, sin embargo, tan rápidamente, de forma tan inexorable. En el sesenta y ocho, en una silla de ruedas, con la mente cristalina, la voz clara, el resto una cáscara, fuera de control y temblorosa. Y llegó el setenta.»
Aquellas Navidades fueron a pasarlas a Castle Avisyard. Y al segundo día del nuevo año, cuando va los otros se habían ido y Melinda y Scot estaban esquiando en Suiza...
—Andy, cariño, no puedo soportar un año más —le había dicho—, ni siquiera un mes, ni un día.
—Sí —se limitó a decir él.
—Lo siento, pero necesitaré ayuda. Tengo que irme y yo..., yo siento muchísimo que haya sido tan largo..., pero necesito irme ahora, Andy. He de hacerlo yo misma pero necesitaré ayuda. ¿Sí?
—Sí, cariño mío.
Pasaron un día y una noche charlando de las cosas buenas y de los buenos tiempos y en lo que habría de hacer por Melinda y Scot, y que Kathy quería que se volviera a casar. Ella le dijo lo maravillosa que había sido la vida con él, y rieron juntos. Las lágrimas de él llegaron más tarde. Sostuvo la mano paralítica de Kathy con las píldoras del somnífero, y mantuvo apretada la cabeza de ella contra su pecho, ayudándola con el vaso de agua, en el que había un poco de whisky diluido para darle suerte. Y no la soltó hasta que el temblor terminó.
—No la culpó —había dicho el médico, comprensivo—. Si yo hubiera estado en su lugar, lo hubiera hecho hace años, pobre señora. Luego, él se había ido junto al Shrieking Tree. Pero sin gritar palabras, nada..., sólo lágrimas.
—¿Andy?
—¿Sí, Kathy?
Gavallan levantó la vista y vio a Genny con McIver en la puerta, ambos observándole.
—Ah, hola, Genny. Lo siento. Estaba a miles de kilómetros de aquí —se excusó mientras se ponía en pie—. Creo que ha sido «Avisyard» lo que me ha hecho pensar.
Genny abrió los ojos sorprendida.
—¿Un «Avisyard»? ¿No se habrá estrellado ningún aparato?
—No, no, gracias a Dios. Sólo se trata de «Imperial Helicopters» que vuelve a las andadas.
—Menos mal —dijo Genny francamente aliviada. Llevaba un grueso abrigo y un bonito sombrero. Su gran maleta estaba en la otra habitación en la que Nogger Lane y Charlie Pettikin les esperaban.
—Bien, Andy —dijo él—, si no has cambiado de idea sobre Mr. McIver, supongo que debemos irnos. Yo ya estoy lista.
—Vamos, Gen, no hay for...
El gesto imperioso de ella le hizo callar.
—Andy —dijo con voz dulce—, ¿quieres decirle a Mr. McIver que esta batalla es la de todos?
—¡Gen! Quien..
—¡La de todos, por Dios santo! —gritó. Con ademán imperioso hizo apartarse a Nogger de su maleta. La cogió y vacilando ligeramente bajo su peso, salió con aire más imperioso todavía—. Puedo llevar mi propia maleta. Muchísimas gracias.
Hubo un inmenso vacío en el aire detrás de ella. McIver suspiró. Nogger Lane hubo de hacer un esfuerzo sobrehumano por no reír. Gavallan y Pettikin optaron por mantenerse al margen.
—Bien, humo, no es necesario que vengas con nosotros, Charlie —dijo Gavallan malhumorado.
—Aun así me gustaría ir, si no te importa —dijo Pettikin, aunque en realidad no tenía el menor interés, pero McIver le había pedido como un favor particular que le ayudara con Genny.
—Llevas un sombrero muy bonito —le había dicho aquella misma mañana, después de un delicioso desayuno con Paula.
Genny le había sonreído con gran dulzura.
—No intentes darme coba, Charlie Pettikin, o te voy a dar motivos para que lo hagas. Ha habido hombres que..., Bueno, de hecho, estoy hasta la coronilla...
Gavallan se enfundó su parka, cogió el télex y se lo metió en el bolsillo.
—En realidad, Charlie, si no te importa, prefiero que no lo hagas —dijo. Ahora, en su voz se revelaba algo de su preocupación—. Tengo algunas cosas pendientes que discutir con Mac.
—Claro, desde luego. —Pettikin alargó la mano, disimulando su satisfacción. Si no tenía que ir al aeropuerto, dispondría de algunas horas más para estar él solo con Paula. La «Rubia Paula» había estado pensando desde el desayuno, aunque, en realidad, fuera trigueña—. Te veré en casa —le dijo a Mclver.
—¿Por qué no esperas aquí? Quiero comunicar con todas las bases tan pronto como oscurezca y podemos volver juntos. Me gustaría que mantuvieras el fuerte. Tú puedes irte, Nogger.
A Nogger se le iluminó la cara y Pettikin maldijo para sus adentros. Ya en el coche, Mclver tomó el volante con Gavallan sentado a su lado. Genny se instaló detrás.
—Hablemos de Irán, Mac.
Examinaron sus opciones. Y cada vez llegaban a la misma y desalentadora conclusión: tendrían que esperar a que la situación se normalizara, que los Bancos volvieran a abrir, disponían del dinero que se les debía, que la empresa conjunta estaba exenta, que no estaban acabados.
—Tienes que seguir al pie del cañón, Mac. Mientras podamos operar, tienes que continuar, independientemente del tipo de los problemas. McIver se mostró tan grave como él.
—Lo sé. Pero, ¿cómo puedo operar sin dinero..., y qué me dices de los pagos de arriendo?
—Como sea, te encontraré dinero para que sigas operando. Dentro de una semana traeré dinero de Londres. Puedo prolongar durante unos meses el pago del alquiler sobre tu aparato y los repuestos. Incluso es posible que pueda hacer lo mismo con los «X63» si logro reprogramar los pagos pero, claro está, no había contado con perder tantos contratos por culpa de «IH», aunque es posible que logre recuperar algunos. Como quiera que sea, puede que la cosa esté difícil durante algún tiempo. Espero fervientemente que Johnny lo logre. Ahora he de irme a casa, hay mucho que hacer.
Mclver evitó por un pelo un choque frontal con un coche que surgió a toda velocidad de una bocacalle, estuvo a punto de ir a parar a la acequia y maniobró hasta lograr volver a la carretera.
—¡Maldito imbécil! ¿Estás bien, Gen?
Miró hacia atrás y se asustó al ver la expresión pétrea de ella.
Gavallan sintió también el glacial impacto, empezó a decir algo a Genny pero lo pensó mejor. «Me pregunto si podré hacerme con Ian. Acaso pudiera guiarme para salir de este abismo.» Pensando en ello, recordó la trágica muerte de David McStruan. Tantos de ellos, de los Struan, MacStruan, Dunross, sus enemigos los Gornt, Rothwell, Brock de los viejos tiempos, habían fallecido de muerte violenta o desaparecido, perdidos en la mar o muertos en accidentes extraños. Hasta el momento, Jan había sobrevivido. Pero, ¿hasta cuándo? No muchas más veces.
—Creo que éste es mi octavo, Andy —le había dicho Duross la última vez que se vieron.
—Y ahora, ¿qué ha sido?
—No muy grave. Un coche bomba estalló en Beirut, inmediatamente después de que yo hubiera pasado junto a él. Nada de qué preocuparse. Como ya he dicho, no hay un patrón establecido. Lo único que pasa es que tengo una vida hechizada.
—¿Como en Macao?
Duross era un corredor entusiasta y tomó parte muchas veces en el «Grand Prix» de Macao. En el sesenta y cinco, por entonces la carrera era sólo amateur, la ganó, pero el neumático delantero derecho reventó en el poste de llegada, lo lanzó a través de la barrera y le envió dando vueltas de nuevo a la pista, donde otros coches intentaron esquivarle aunque uno chocara contra él. Lo sacaron del destrozado coche prácticamente indemne salvo por el pie izquierdo que había perdido.
—Como en Macao, Andy —había dicho Gavallan con extraña sonrisa—. No fue más que un accidente. Las dos veces.
En la otra ocasión, su motor había estallado, pero él salió ileso. Corrían rumores de que habían manipulado el motor... y todo parecía apuntar a su enemigo Quillan Gornt, aunque no públicamente.
«Quillan ha muerto y Ian vive —pensó Gavallan—. Y yo también. Y desde luego Linbar; ese bastardo vivirá eternamente... Dios Todopoderoso, me estoy comportando de una manera morbosa y estúpida, tengo que poner fin a esto. Mac está ya bastante preocupado con la situación. Debo pensar en alguna manera de salir del atolladero.»
—Se trata de una emergencia, Mac. Enviaré mensajes a través de Talbot, haz tú lo mismo. Estaré de regreso, sin falta, dentro de unos días y para entonces tendré respuestas. Entretanto, aparcaré el «125» hasta nuevas noticias. Johnny puede ser un correo para nosotros. Eso es lo más que puedo hacer por el momento.
Genny, que no había dicho palabra, negándose cortésmente a intervenir en la conversación aun cuando escuchara con gran atención, también estaba más que un poco preocupada. «Es evidente que aquí no tenemos futuro y me encantaría poder irme..., siempre que Duncan se viniera conmigo.» Pero, de cualquier forma, tampoco podían irse mansamente, con el rabo entre las piernas y dejar que les robaran los ahorros de toda una vida de trabajo de Duncan. Eso le mataría más certeramente que una bala. «¡Puf! Quisiera que hubiese hecho lo que se le aconsejó, debió retirarse el año pasado cuando el Sha aún estaba en el poder. ¡Hombres! ¡Todos son unos condenados estúpidos! ¡Dios Todopoderoso, qué estúpidos son los hombres!»
La circulación era muy lenta. Por dos veces hubieron de desviarse a causa de las barricadas atravesando las calles. En ambas ocasiones, hombres armados vigilaban, no Green Bands, que les hicieron ademanes furiosos de que se alejaran. Cuerpos aquí y allá, entre los montones de desperdicios, coches incendiados y hasta un tanque. Entre ellos husmeaban los perros. Hubo un momento en que se escuchó un tiroteo cerca y ellos cogieron una calle lateral evitando así una batalla encarnizada entre dos facciones, jamás supieron cuáles. Un proyectil de bazooka perdido dio contra un edificio cercano pero sin peligro para ellos. Mac contorneó los restos de un autobús incendiado, más que contento de haber insistido en que Genny evacuara Irán. De nuevo volvió a mirarla por el retrovisor y cuando vio su rostro, pálido bajo el sombrero, se enterneció de verdad. «Es formidable —se dijo, orgulloso—, tiene mucho valor. Es formidable pero condenadamente testaruda. Aborrezco ese maldito sombrero. Los sombreros no le sientan bien. ¿Por qué diablos no hace lo que se le dice sin discutir? Pobre Genny. Me sentiré enormemente aliviado cuando esté fuera de peligro.»
Ya cerca del aeropuerto, la circulación quedó prácticamente colapsada, llegaban centenares de coches atestados de gente, muchos europeos, hombres, mujeres y niños, que acudían allí debido al rumor de que iban a abrir el aeropuerto, y se encontraban con iracundos Green Bands que les hacían volverse, en tanto que en árboles y muros habían colocado toscos carteles garrapateados en farsi y en un inglés terribles: EROPUERTO PROBUDO ARA EROPUERTO AVIERTO LUNES —SI VILLETE Y AUTORISASION SALIDA.
Necesitaron media hora para abrirse camino a través de la barrera. Finalmente, fue Genny la que lo logró. Podía hablar algo de farsi, al igual que todas las demás mujeres que habían de ir de compras y ocuparse de la vida cotidiana y de los sirvientes. Pero aunque no había dicho una sola palabra durante todo el camino, se asomó a la ventanilla y habló amablemente con los Green Bands. Al punto, les dieron paso.
—¡Santo Cielo, Gen, esto ha sido maravilloso! —dijo McIver—. ¿Qué le dijiste a ese bastardo?
—Andy —dijo ella con aire de suficiencia—, comunica a Mr. McIver que les he dicho que se suponía que era portador de la viruela por lo que le hacían salir del país.
Había más Green Bands junto a la puerta que conducía a la zona de carga y a la oficina, pero entonces ya fue más fácil y era evidente que les esperaban. El «125» se encontraba ya en la pista, rodeado de Green Bands armados y camiones. Dos motoristas Green Bands les hicieron señas de que los siguieran y enfilaron con gran estruendo por el asfalto abriéndoles camino.
—¿Por qué llegan tarde? —preguntó irritado, el mollah Therani, bajando la escalerilla del «125» seguido por dos revolucionarios.
Tanto Gavallan como McIver se dieron cuenta de que llevaba gafas nuevas. Avistaron a John Hogg dentro de la cabina y a uno de los revolucionarios en lo alto de la escalerilla apuntando con un metralleta.
—El aparato ha de salir de inmediato. ¿Por qué llegan tarde?
—Lo siento muchísimo, Excelencia, la circulación... Insha'Allah! Lo siento muchísimo —dijo McIver cauteloso—. Deduzco de lo que me ha dicho el capitán Lane que su trabajo para el Ayatollah, ojalá viva eternamente, ha sido satisfactorio.
—No ha habido bastante tiempo para terminar todo mi trabajo. Es la Voluntad de Dios. Es, hum, es necesario que vuelva mañana. Ocúpese de ello, por favor, a las nueve de la mañana.
—Encantado. Aquí está el permiso de tripulación y pasajeros.
En él aparecían Gavallan, Genny y Armstrong. Este último figuraba que se iba con permiso.
Tehrani leyó el documento con facilidad, palpablemente estático con sus lentes.
—¿Dónde está ese Armstrong?
—Bueno, supongo que se encontrará a bordo.
—A bordo no está más que la tripulación —dijo el mollah nuevamente irritado, superado el inmenso placer que sentía de poder ver bien por el nerviosismo de haber tenido que autorizar el aterrizaje del «125». Aunque estaba contento de haberlo hecho. Los lentes eran un regalo de Dios y con el segundo par prometido por el piloto para la semana siguiente, a fin de prevenir posibles roturas, y un tercer par sólo para leer... «Dios es Grande, Dios es Grande, gracias sean dadas a Dios por haber puesto la idea en la cabeza del piloto y por dejarme que lea bien»—. El aparato tiene que salir inmediatamente.
—No es propio de Mr. Armstrong llegar tarde, Excelencia —dijo Gavallan con el ceño fruncido. Ni él ni McIver lo habían visto desde el día anterior... y tampoco había acudido al piso aquella noche.
Por la mañana, Talbot se había encogido de hombros, diciendo que Armstrong había sufrido un retraso, pero que no se preocuparan. Llegaría a tiempo al aeropuerto.
—Tal vez esté esperando en la oficina —sugirió.
—Allí no hay nadie que no deba estar. El aparato saldrá ahora. No esperará. ¡A bordo, por favor! El avión saldrá ahora mismo.
—Perfecto —asintió Gavallan—. Es la Voluntad de Dios. Y a propósito, quisiéramos que se nos diera autorización para que el «125» regresara aquí el sábado y autorización para que un «206» vaya a Tabriz mañana.
Le alargó ceremonioso los documentos debidamente rellenados. —El, hum, el «125» puede volver, pero nada de vuelos a Tabriz. Tal vez el sábado.
—Pero, Excelencia, no compra.
—No —dijo el mollah, consciente de que otros le observaban. Ordenó al camión que bloqueaba la pista que se apartara. Miró a Genny que bajaba del coche en ese momento e hizo un signo de aprobación. Gavallan y McIver quedaron sorprendidos al darse cuenta de que se había ocultado el cabello bajo el pañuelo que formaba parte del sombrero de tal manera que no se le veía el rostro en absoluto y con aquel abrigo largo casi daba la impresión de llevar chador—. Suba a bordo, por favor.
—Gracias, Excelencia —dijo ella en correcto farsi que había estado ensayando durante toda la mañana con la ayuda de un diccionario y con el más perfecto grado de seriedad—; pero, con su permiso, voy a quedarme. Mi marido no está tan saludable de la cabeza como debiera, temporalmente, pero usted, siendo un hombre de tanta inteligencia, podrá comprender que aunque una mujer no debe ir en contra de los deseos de su marido, está escrito que incluso el propio Profeta tuvo que recibir los cuidados de alguien.
—Verdad, verdad —dijo el mollah.
Miró pensativo a McIver. Éste le devolvió la mirada perplejo, sin comprender.
—Quédese si así lo desea —repuso.
—Gracias —dijo Genny con una gran deferencia—. Entonces, me quedo. Gracias, Excelencia, por su comprensión y sabiduría. —Disimulando la satisfacción por su habilidad, continuó en inglés—: El mollah Tehrani está de acuerdo en que debo quedarme. —Viendo la expresión de su mirada se apresuró a alejarse—. Esperaré en el coche.
Estuvo junto a él antes que ella.
—Sube inmediatamente a bordo de ese condenado trasto —dijo—o maldito si no te meteré yo a la fuerza.
Ella se mostró solícita en extremo.
—No seas tonto, Duncan, cariño. Y no te excites, es malo para tu presión sanguínea. —Vio acercarse a Gavallan y toda su seguridad se desvaneció. En derredor suyo sólo había nieve sucia, un cielo también sucio y unos desabridos jovenzuelos mirándola con la boca abierta—. Tú sabes que amo de veras este lugar —dijo alegremente—; ¿cómo podría irme?
—Tú..., condenación, vas a irte... —McIver estaba tan furioso que apenas era capaz de hablar y, por un instante, Genny temió haber llegado demasiado lejos.
—Me iré si te vas tú, Duncan, ahora mismo. Pero no lo haré, repito, no lo haré sin ti, y si intentas obligarme, organizaré tal escándalo que hará retemblar el «125» y el aeropuerto en pleno. Andy, explícaselo a esta..., a esta persona. Sí, ya sé que entre los dos podéis forzarme a subir a bordo, pero si lo hacéis quedaréis completamente en ridículo, os conozco a los dos demasiado bien. ¡Andy!
Gavallan rompió a reír.
—¡Te la han jugado, Mac.
Pese a su furia, McIver rió también y el mollah que miraba y observaba, movió la cabeza con gesto de incredulidad ante las bufonadas de los Infieles.
—Tú..., tú lo has estado preparando durante todo este tiempo, Genny —farfulló McIver.
—¿Quién, yo? —Su actitud era de pura inocencia—. ¡Qué ocurrencia! —Muy bien, Gen —dijo McIver con gesto duro todavía—, muy bien, tú ganas, pero no creas que no has hecho el ridículo.
—¡A bordo! —exclamó el mollah.
—¿Y qué hay de Armstrong? —preguntó McIver.
—Conoce las reglas y el tiempo —repuso Gavallan. Después, abrazó a Genny y estrechó la mano de McIver—. Os veré pronto. Cuidaos.
Subió a bordo y el jet despegó. Durante todo el largo recorrido de regreso ni Genny ni Duncan se dieron cuenta de que el tiempo pasaba. Ambos estaban preocupados. Genny iba sentada delante. Se sentía cansada aunque también muy satisfecha.
—Eres una buena mujer —dijo McIver tan pronto como se encontraron solos—. Pero no creas que estás perdonada.
—Sí, Duncan —acató ella con docilidad, como lo hace una buena mujer..., de vez en cuando.
—Maldito si estás perdonada.
—Sí, Duncan.
—Y déjate ya de «Sí, Duncan» —estalló, y condujo en silencio un rato—. Preferiría que estuvieras segura en Al Shargaz pero me gusta mucho que estés aquí —dijo algo reacio.
Ella, prudente, no respondió palabra. Se limitó a sonreír. Y le puso la mano sobre la rodilla. Ahora, ambos se sentían en paz.
Una vez más, el recorrido fue horrible, con más desvíos, más tiroteos, y más cuerpos y perros y muchedumbres furiosas, y basura. Hacía ya meses que no limpiaban las calles y las acequias estaban obstruidas hacía ya mucho tiempo. Pasaban chirriantes coches y algunos camiones del Ejército abarrotados de hombres sin preocuparse lo más mínimo por la seguridad pública.
—Estás cansado, Duncan. ¿Quieres que conduzca yo?
—No, me encuentro bien. Gracias —dijo, sintiéndose muy cansado y en extremo contento cuando al fin entraron en su calle, sombría y amenazadora como todas las demás. La única luz visible era la de su oficina, en el ático. Hubiese preferido dejar el coche en la calle, pero estaba seguro de que al volver se encontraría con que le habían sacado la gasolina aun cuando el depósito estaba cerrado con candado... y eso, si el coche seguía allí. Entró en el garaje, cerró el automóvil, también el garaje, y subieron las escaleras.
Charles Pettikin les recibió en el rellano, la cara pálida.
—Hola, Mac, gracias a Dios qu... —Vio a Genny y se interrumpió—. Santo Cielo, Genny. ¿Qué ha ocurrido? ¿No llegó el «125»?
—Sí que llegó —dijo McIver—. ¿Qué diablos ha ocurrido, Charlie? Pettikin cerró la puerta de la oficina y luego se quedó mirando a Genny.
—Muy bien. Me voy al retrete.
«Dios mío —dijo para sí—, es todo tan condenadamente estúpido... ¿Nunca van a aprender? Duncan me lo dirá tan pronto como estemos a solas, así que me enteraré de todas maneras. Y yo preferiría oírlo de primera mano.» Se dirigió con paso cansino hacia la puerta.
—No, Gen —dijo McIver. Ella se detuvo sobresaltada—. Has preferido quedarte así que... —Se encogió de hombros—. Dinos lo que sea, Charlie.
Genny observó en él algo diferente, no sabía si mejor o peor.
—Hace menos de media hora, Rudi comunicó por HF —empezó a decir precipitadamente Pettikin—. Han derribado el «HBC», lo han hecho volar por los aires, no ha habido supervivientes...
Genny y McIver se quedaron atónitos y palidecieron.
—¡Dios mío! —Buscó una silla.
—¡No entiendo lo que está pasando! —siguió diciendo Pettikin con aire de impotencia—. Es todo una locura, como una pesadilla, pero Tom Lochart no ha muerto, está en Bandar Delam con Rudi. Es...
McIver volvió a la vida.
—¿Tom está bien? —preguntó—. ¡Se ha salvado!
—Uno no se salva en un helicóptero al que «han hecho volar por los aires». Nada tiene sentido a menos que se trate de una estratagema. Tom transportaba recambios, no llevaba pasajeros, pero ese funcionario dijo que estaba atestado de gente; Rudi me dijo: «Comunica a Mr. McIver que el capitán Lochart ha regresado de su permiso.» ¡Incluso he hablado con él!
McIver se le quedó mirando con la boca abierta.
—¿Qué has hablado con él? ¿Se ha salvado? ¿Estás seguro? ¿De qué permiso hablan, por Dios bendito?
—No lo sé, pero hablé con él. Se puso al teléfono.
—Espera un minuto, Charlie. ¿Cómo pudo comunicar Rudi con nosotros? ¿Está en Kowiss?
—No. Dijo que llamaba desde el Control de Tráfico Aéreo de Abadán.
McIver farfulló una palabrota, aliviado en cuanto a Lochart, aunque aterrado por lo de Valik y su familia. ¿Lleno de gente? ¡Si sólo tenían que ir cuatro! Había infinidad de preguntas cuyas respuestas necesitaba imperiosamente y era consciente de que Tom y él se encontraban en un callejón sin salida. No había hablado a nadie sobre la verdadera misión de Lochart o su propio dilema a autorizarla, salvo a Gavallan.
—Empieza a contármelo todo desde el principio, Charlie. Con exactitud —pidió, y miró a Genny que se había quedado petrificada—. ¿Te encuentras bien, Gen?
—Sí, sí. Voy... Haré té.
La voz les pareció muy débil a ambos. Genny se dirigió a la cocinilla. Pettikin se sentó trémulo en el borde de la mesa.
—Tan exactamente como lo recuerdo. Rudi dijo: «Está conmigo un oficial de las Fuerzas Aéreas iraníes y quiere saber de manera oficial...» Entonces esa otra voz habló a través del teléfono: «Al habla el comandante Qazani, Servicio Secreto de las Fuerzas Aéreas. Exijo una respuesta inmediata. «¿Es "HBC" un "212" de "S-G" o no lo es?» A fin de ganar tiempo, respondí: «Aguarde un minuto. Iré a buscar el registro.» Dejé pasar unos minutos esperando que Rudi me diera una indicación, pero no hubo nada de manera que supuse que podía decírselo: «Sí, "EP-HBC" es uno de nuestros "212".» En seguida, Rudi perdió los estribos y empezó a soltar tacos y a maldecir como jamás le había oído antes y luego añadió algo así como: «Santo Cielo, eso es algo terrible, porque "HBC" intentó escapar a Irak y las Fuerzas Aéreas iraníes derribaron la nave, con todo derecho, con todos los que iban a bordo, enviándole al infierno que se merecía... ¿Quién diablos la pilotaba y quién diablos iba a bordo?
Pettikin se limpió el sudor.
—Creo que yo también empecé a jurar y a maldecir, perdí los estribos, no recuerdo exactamente, Mac, luego dije algo como: «¡Eso es algo terrible! No se retire... Iré a buscar el registro de vuelos», confiando en que mi voz sonara más o menos normal. Lo cogí y vi tachado el nombre de Nogger con la nota «Baja por enfermedad» y luego el de Lochart y tu firma autorizando el vuelo charter. —Miró a McIver con gesto impotente—. Era evidente que Rudi no quería que nombrara a Tom, así que me limité a decir: «En nuestro libro de vuelos no figura que haya sido asignado a nadie...»
Mclver enrojeció.
—Pero si tú...
—Fue lo mejor que se me ocurrió en aquel momento. Dije: «No ha sido asignado a nadie.» Rudi empezó a maldecir de nuevo, pero me pareció que esa vez su voz sonaba diferente, como con cierto tono de alivio. «¿De qué diablos hablas? —me preguntó—. Le estoy comunicando, capitán Lutz, que, de acuerdo con nuestros registros, "HBC" sigue en el hangar, en Doshan Tappeh. Si no está, es que lo han robado», dije, y confié en que mi tono sonara convincente. Estaba inventando, Mac, y aún no sé cuál es el problema. Luego, la otra voz dijo: «Este asunto será llevado inmediatamente por los canales adecuados. Exijo disponer ya de su registro de vuelos.» Le respondí que muy bien, que me dijera adónde podía enviárselo. Eso le desconcertó un poco, ya que no hay manera de que se lo entreguemos ya. Finalmente, me dijo que conservásemos los registros en regla y que, más adelante, recibiríamos instrucciones. Después, Tom se puso al teléfono y dijo algo así como: «Capitán Pettikin, le ruego que presente mis disculpas a Mr. Mclver por mi retraso en incorporarme después de mi permiso, pero quedé aislado por una tempestad de nieve en una aldea, exactamente al sur de Kermanshah. Tan pronto como pueda, iré para allá.» —Pettikin respiró, descansado, y miró, primero a Genny y luego a Mclver—. Y ya está. Eso es todo. ¿Qué piensas?
—¿Sobre Tom? No lo sé. —Mclver se acercó pesadamente a la ventana.
Tanto Pettikin como Genny se dieron cuenta del peso que lo abrumaba. En la ventana había nieve y el viento había arreciado algo. A lo lejos se oían disparos esporádicos, de fusil y automática, pero ninguno de ellos se dio cuenta.
—¿Genny?
—Yo..., no tiene sentido, ni el más mínimo sentido, Charlie. No tiene sentido nada de eso sobre Tommy.
Con gesto fatigado vertió el agua hirviendo en la tetera. Había preparado ya las tazas, satisfecha de tener algo qué hacer con las manos, sintiéndose indefensa y con unas enormes ganas de llorar, hubiese querido poder vocear la injusticia de todo aquello; sabía que Tom y Duncan estaban atrapados. Su Duncan había firmado el plan de vuelo a sabiendas de que no podía decir nada sobre Annoush o los niños o Valik..., si es que estaban a bordo, tenían que estarlo, mas, ¿no era Tommy quien debía pilotarlo?
—El robo..., bien, es evidente que aquí está la autorización para Tommy y también está Duncan. Las autoridades de Teherán aún tienen la autorización. En ésta figura el nombre de Duncan así que lo del robo no creo que tenga mucho sentido.
—Ahora puedo verlo, pero en aquel momento la historia me pareció factible. —Pettikin se sentía fatal. Cogió el registro de vuelos—. ¿Qué pasaría si perdiésemos esto, si nos libráramos de él, Mac?
—En el Control de Teherán aún siguen teniendo el original. Además, Tom repostó y estará registrado.
—En época normal desde luego. Pero, ¿ahora? ¿Con todo este desbarajuste?
—Es posible.
—Tal vez pudiéramos hacernos con el original.
—Vamos. ¡No lo dirás en serio!
Genny empezó a verter el té en las tazas. El silencio se solidificó.
—Aún sigo sin comprender —dijo Pettikin desolado—cómo si Tom despegó de Doshan Tappeh y luego..., a menos que lo robaran en ruta o cuando él estaba repostando. —Irritado, se pasó la mano por el cabello—. Tiene que tratarse de un robo. ¿Dónde repostó? ¿En Kowiss? Tal vez ellos pudieran ayudarnos.
Mclver no contestó. Se limitó a mirar hacia fuera, a la noche. Pettikin esperaba. Finalmente, empezó a hojear el registro de vuelos, encontró el duplicado que buscaba y miró al dorso.
—¡Esfahan! —exclamó sorprendido—. ¿Por qué Esfahán? Mclver siguió sin contestar.
Genny añadió leche condensada al té y alargó una taza a Pettikin. —Creo que lo hiciste muy bien, Charlie —dijo no sabiendo qué otra cosa añadir. Luego llevó otra taza a Mclver.—Gracias, Genny.
Ella vio las lágrimas que hicieron brotar las suyas. Mclver la rodeó con el brazo pensando en Annoush y la fiesta de Navidad que él y Genny ofrecieron para los niños de todos sus amigos, hacía tan poco tiempo..., la pequeña Setarem y Jalal fueron las estrellas en todos los juegos, unos chiquillos maravillosos, convertidos ahora en cenizas o en pasto de los animales carroñeros.
—La suerte ha sido buena con Tommy, ¿verdad, cariño? —le dijo ella a través de sus lágrimas, olvidados completamente de Pettikin.
Éste, incómodo, salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí, sin que ninguno de ellos se diera cuenta.
—Ha sido buena la suerte con Tommy —repitió Genny—. Al menos ha habido algo bueno.
—Sí, Gen, al menos ha habido algo bueno.
—¿Qué podemos hacer?
—Esperar. Esperar y ver. Confiemos en que no subieran..., aunque, no sé por qué, estoy seguro que iban a bordo —susurró, enjugándole las lágrimas con ternura—. Pero el próximo domingo, cuando el «125» despegue, tú irás con él —dijo cariñosamente—. Te prometo que será tan sólo mientras solucionemos todo esto, pero esta vez has de irte.
Genny asintió. Mclver bebió su té. Estaba muy bueno. Sonrió.
—Haces un té condenadamente bueno, Gen —dijo, aunque no sirvió para mitigar su temor o su desolación, o su furia, ante todas aquellas muertes, inútiles y trágicas, y la agresiva usurpación de su medio de vida o los años que estaba descargando sobre su marido. «La preocupación lo está matando. Lo está matando», pensó con ira creciente. Y entonces, de súbito, se le ocurrió la respuesta.
Miró en derredor suyo para asegurarse de que Pettikin no estaba allí.
—Duncan, si no quieres que esos bastardos nos roben nuestro futuro —musitó—, ¿por qué no nos vamos llevándonos todo con nosotros?
—¿Eh?
—Aparatos, repuestos y personal.
—No podemos hacerlo, Gen. Te lo he dicho ya cincuenta veces.
—Sí. Claro que podemos si nos empeñamos y si montamos un buen plan —afirmó con una confianza tal que lo desarmó—. Está Andy que puede ayudar. Andy puede trazar el plan, nosotros no. Tú puedes llevarlo a cabo, él no. No nos quieren aquí, de acuerdo, nos iremos..., pero con nuestros aparatos, nuestros repuestos y nuestra dignidad. Tendremos que mantener el secreto más absoluto al respecto, pero podemos hacerlo. ¡Podemos hacerlo! ¡Sé que podemos!