CAPÍTULO XXV

En la presa de Dez: 4.31 de la tarde.

El «212» de Lochart se encontraba aparcado delante del cobertizo que servía de hangar, cerca de una plataforma de aterrizaje perfectamente cuidada, que se encontraba junto a la entrada al patio de la casa pavimentado con adoquines. Lochart se hallaba de pie, en la parte superior del helicóptero, comprobando la columna del rotor, con su infinidad de conexiones, retenes..., y puntos peligrosos. Mas no encontró nada anormal. Bajó con cuidado, limpiándose con un trapo las manos llenas de grasa.

—¿Okay? —preguntó Alí Abbasi, tumbado al sol. Era el joven y bien parecido piloto de helicópteros iraní que ayudara a liberar a Lochart cuando éste fue detenido en la base aérea de Esfahan, poco antes del amanecer y que durante todo el viaje hasta allí permaneciera sentado junto a él en la carlinga—. ¿Todo en regla?

—Desde luego —repuso Lochart—. Está en perfectas condiciones y a punto para salir en cualquier momento.

Hacía un hermoso día, despejado y cálido. Cuando una hora más tarde se pusiera el sol, la temperatura bajaría de veinte a treinta grados, pero eso poco importaba. Sabía que no tendría frío porque los generales siempre se procuraban lo mejor..., y también a aquellos que les eran necesarios para su supervivencia. «En este momento, Valik y el general Seladi me necesitan, pero sólo por ahora», pensó.

De la casa le llegaban risas en sordina y también de los que tomaban el sol o nadaban en las aguas límpidas y azules del lago que se extendía abajo. Entre tanta desolación, la casa resultaba una incongruencia, un moderno bungalow, de una sola planta, espacioso, con cuatro dormitorios y la vivienda del servicio aparte. Se hallaba enclavada en un ligero promontorio que daba al lago y la presa, y era el único edificio en todo el área. El lago y la presa estaban rodeados de terrenos estériles, pequeñas colinas de roca surgiendo en una alta meseta desprovista de toda vegetación. La única forma de llegar allí era a lomos de cabalgaduras, o por el aire, con helicóptero o avioneta para aterrizar en la pista corta, angosta y polvorienta, que fuera construida a golpes sobre el abrupto terreno.

La primera vez que Lochart lo vio, dudó que un bimotor pudiera llegar hasta allí. Tenía que ser un solo motor. Y no había posibilidad de movimiento alguno... Una vez allí, te quedabas. Pero de lo que no cabía la menor duda era de que se trataba de un magnífico escondrijo..., realmente magnífico.

Alí se puso en pie, desperezándose.

Habían llegado aquella misma mañana, sin el menor tropiezo. De acuerdo con las órdenes y directrices dadas por el general Seladi, modificadas sin alharacas por el capitán Alí, Lochart había despegado, evadiendo los controles, y evitando toda ciudad y aldea. Su radio había permanecido conectada todo el tiempo. El único informe que oyeron fue una virulenta comunicación desde Esfahan, repetida varias veces, en relación con un «212» rebosante de traidores que huía en dirección sur y que sería interceptado y derribado.

—No han dado nuestros nombres..., ni tampoco nuestra matrícula —observó Alí excitado—. Deben de haber olvidado registrarlos.

—¿Y cuál es la condenada diferencia? —había preguntado Lochart—. Debemos ser el único «212» que surca los cielos.

—No se preocupe. Manténgase a treinta metros como máximo y gire hacia el Oeste.

Aquello había dejado asombrado a Lochart, que esperaba dirigirse a Bandar Delam, situado casi al Sur.

—¿Adónde nos dirigimos?

—Olvídese de la brújula. A partir de aquí, yo le orientaré.

—¿Adónde nos dirigimos?

—A Bagdad —dijo Alí riendo.

Nadie le había informado sobre su punto de destino hasta que estuvieron preparados para aterrizar y para entonces, a poco más de trescientos cincuenta kilómetros desde Esfahan, volando muy bajo durante toda la ruta, con vientos en contra, el consumo máximo y muy por encima de la duración máxima esperada..., Alí se encomendaba a Dios sin rebozos.

—Si tomamos tierra en esos yermos olvidados del cielo, jamás podremos salir de ellos. ¿Qué hay del combustible?

—Cuando lleguemos allí hay cantidad de... ¡Alabado sea Dios! —dijo excitado Alí cuando sobrevolando el promontorio divisaron el lago y la presa—. ¡Alabado sea Dios!

Lochart se había hecho eco de su agradecimiento, y tomado tierra rápidamente. Junto al helipuerto había un tanque subterráneo, con una capacidad de 20.000 litros, y el cobertizo que servía de hangar. En éste se encontraban algunas herramientas y cilindros de aire para neumáticos así como hileras de esquíes náuticos y equipos de navegación.

—Retirémoslo —dijo Alí.

Juntos, hicieron rodar al «212» hasta el cobertizo, que parecía hecho a su medida, y colocaron calzos a las ruedas. Mientras Lochart ajustaba el inmovilizador del rotor, observó tres planeadores en la estantería superior. Estaban cubiertos de polvo y hecho jirones.

—¿De quién son?

—En un tiempo, éste fue el retiro de fin de semana privado de Hassayn Aryani, general de las Fuerzas del Aire Imperiales. Eran suyos.

Lochart silbó. Aryani era el legendario jefe de las Fuerzas Aéreas quien, según los rumores, también fuera capitán de la Guardia Pretoriana en la época romana del Sha, y estaba casado con una de sus hermanas. Se había matado dos años antes mientras volaba con planeador.

—¿Fue aquí donde murió?

—Sí. —Alí señaló hacia el otro lado del lago—. Dicen que encontró una turbulencia y se estrelló contra aquellos acantilados.

—«¿Dicen?» ¿No lo cree usted? —preguntó Lochart mientras le observaba.

—No. Estoy seguro de que fue asesinado. La mayoría de nosotros, en las Fuerzas Aéreas, estamos convencidos de ello.

—¿Quiere decir que sabotearon su planeador?

Alí se encogió de hombros.

—No lo sé. Tal vez sí, tal vez no. Aunque debe pensar que era un piloto, demasiado cauteloso e inteligente quizá, y también un excelente planeador para verse inmerso en una turbulencia. Aryani jamás hubiera volado con vientos adversos. —Salió de nuevo al sol. Desde abajo seguían llegándoles risas y voces de los otros y vieron a los niños de Valik jugando a orillas del lago—. Para lanzarse, utilizaba una lancha rápida. Solía llevar esquíes náuticos cortos, sujetándose luego a una larga cuerda sujeta a la lancha rápida que atravesaba veloz el lago. Cuando iba lo bastante veloz, se soltaba los esquíes y ascendía a los cielos, volando a ciento cincuenta metros, a quinientos, para luego abandonar y, descendiendo en espiral, tomar tierra a sólo unos centímetros de la almadía, allá abajo.

—¿Tan bueno era?

—Sí, tan bueno. Era demasiado bueno, por eso lo asesinaron. —¿Quién lo hizo?

—No tengo ni la menor idea. Si lo supiera, haría mucho tiempo que él o ellos estarían muertos.

Lochart pudo darse cuenta de su adoración.

—Entonces, ¿lo conocía usted?

—Fui su ayudante. Uno de sus ayudantes durante un año. Desde luego, era el hombre más formidable que jamás he conocido... El mejor general, el mejor piloto, el mejor deportista, esquiador..., el mejor en todo. Si ahora viviera, los extranjeros jamás hubieran engañado al Sha ni nuestro encarnizado enemigo Carter le hubiera tendido una trampa, el Sha jamás habría abandonado, jamás hubiera dejado que Irán se hundiera en el abismo y los generales nunca se hubieran permitido traicionarnos. —Las facciones de Alí Abbasi se contrajeron por la furia—. Es imposible concebir que hubieran llegado a traicionarnos de esa manera de estar él vivo.

—Entonces, ¿quiénes lo mataron? ¿Los seguidores de Jomeiny?

—No. Imposible hace tres años. Era un nacionalista famoso, chiíta, aunque moderno. ¿Quién? Los Tudeh, fedayines o cualquier fanático de derechas, izquierdas o centro que quisiera ver debilitado al Irán. —Alí se le quedó mirando, con los ojos oscuros, como brasas destacando entre sus facciones cinceladas—. Hay quienes incluso dicen que en las altas esferas había gente que temían su popularidad y poder crecientes.

Lochart parpadeó.

—¿Quiere decir que el Sha hubiera podido ordenar su muerte?

—No. No, claro que no. Pero era una auténtica amenaza para quienes aconsejaban mal al Sha. Era un farmandeh, un líder del pueblo. Era una amenaza para todo el mundo: para los intereses británicos porque respaldaba al Primer Ministro Mossadegh, que nacionalizara la «Anglo-Iranian Oil», apoyó al Sha y a la OPEP cuando cuadruplicaron el precio del petróleo, era pro israelita aunque no antiárabe y por lo tanto una amenaza para la OLP y Yaser Arafat. Pudo también ser considerado como una amenaza... para cualquiera de las Siete Hermanas o para todas ellas, porque maldito lo que le importaban o cualquier otro. Cualquiera. Porque por encima de todo era un patriota. —Los ojos de Alí reflejaban una mirada extraña—. El asesinato es un arte antiguo en Irán. ¿Acaso ibn-al-Sabbah no era uno de nosotros? —Sonrió con los labios, pero no así con los ojos—. Aquí somos diferentes.

—Lo siento..., ¿ibn-al-Sabbah?

—El Viejo de la Montaña, Hassan-ibn-al-Sabbah, el líder religioso ismailí, que en el siglo xi inventara a los asesinos y su culto al asesinato político.

—Sí, claro. Lo siento, no me acordaba. ¿No se decía que era amigo de Omar Khayyam?

—Algunas leyendas lo aseguran. —Los rasgos de Alí parecían esculpidos en piedra—. Aryani fue asesinado, nadie sabe por quién. Todavía. Entre los dos cerraron la puerta del cobertizo.

—¿Y ahora qué? —preguntó Lochart.

—Ahora, esperaremos. Luego, seguiremos adelante.

«Al exilio —se dijo Alí—. No importa, sólo será temporal y al menos yo sé adónde voy, no como el Sha, pobre hombre, que es un proscrito. Yo puedo ir a los Estados Unidos.»

Únicamente él y sus padres sabían que tenía un pasaporte americano. Maldición, tenía que reconocer que su padre era muy inteligente.

—Nunca se sabe lo que Dios nos reserva, hijo mío —le había dicho con voz grave—. Te aconsejo que saques un pasaporte mientras te sea posible. Las dinastías jamás perduran, sólo la familia. Los Sha se van como vienen, los Sha se propagan entre sí y los dos Pahlevi juntos sólo hace cincuenta y cuatro años que ostentan la realeza... ¡Majestades Imperiales! ¿Qué era Reza Khan antes de que se coronara a sí mismo Rey de Reyes? Un soldado de fortuna, el hijo de unos aldeanos analfabetos de Mazandaran, cerca del Caspio.

—Pero, desde luego, padre, Reza Khan era un hombre especial. A no ser por él y por el Sha Mohammed Reza, aún seguiríamos siendo esclavos de los británicos.

—Los Pahlevi nos fueron muy útiles, hijo mío. Sí. Bajo muchos aspectos. Pero el Sha Reza falló. Se falló a sí mismo, y también a nosotros, cuando pensó estúpidamente que los alemanes ganarían la guerra e intentó respaldar al Eje... De esa forma, dio una excusa a los ocupantes británicos para destronarle y exiliarle.

—Pero, ¡el Sha Mohammed no puede fallar, padre! Es más fuerte de lo que jamás lo fuera su padre. Nuestras Fuerzas Armadas son la envidia del mundo. Tenemos más aviones que Gran Bretaña, más tanques que Alemania, más dinero que Creso. América es nuestra aliada, somos la primera potencia militar y policial del Medio y Cercano Oriente y los líderes extranjeros le hacen reverencias..., incluso Breznev.

—Sí, mas aún no sabemos cuál es la Voluntad de Dios. Saca el pasaporte.

—Pero un pasaporte estadounidense puede ser muy peligroso..., ya sabes lo que se dice, que casi todo pasa por la SAVAK hasta el Sha. ¿Qué ocurriría si llegara a enterarse? ¿O si se enterara el general Aryani? Arruinaría de forma absoluta mi carrera en las Fuerzas Aéreas.

—¿Por qué habría de ser así? Porque, en ese caso, tú les dirías, rebosante de orgullo, que obtuviste el pasaporte y lo mantuviste en secreto para el día en que hubieras de usarlo para bien de los Pahlevi. ¿Eh?

—Pues claro.

—Abre bien los ojos a las maniobras de este mundo, hijo mío... Las promesas de reyes no tienen valor alguno. Pueden invocar conveniencia. Si este Sha o el siguiente, o incluso tu gran general hubieran de elegir entre tu vida o algo que para ellos tuvieran un valor mayor, ¿qué elegirían? No deposites tu confianza en príncipes, generales o políticos, te traicionarán a ti, a tu familia y a tu herencia por un pellizco de sal para ponerla en una fuente de arroz que ni siquiera se molestarán en probar...

«¡Qué gran verdad! Carter nos vendió a nosotros y a sus generales, luego el Sha y sus generales y nuestros generales hicieron lo mismo con nosotros. Pero, ¿cómo pueden ser tan estúpidos como para asesinarse a sí mismos? —se preguntó Alí, estremeciéndose al recordar lo cerca que había estado de la muerte en Esfahan—. ¿Todo el mundo debe de haberse vuelto loco!

—Hace frío a la sombra —comentó Lochart.

—En efecto, lo hace. —Alí se volvió a mirarle y trató de dominar su ansiedad. «Todos los generales son iguales. Mi padre tenía razón. Incluso estos dos bastardos, Valik o Seladi, nos habrían traicionado de haber sido necesario, aún podrían hacerlo. A mí me necesitan porque soy el único que puede pilotar su avión..., aparte de este pobre loco que ignora lo que se le avecina.»

—Líbrate de ese Lochart —le había ordenado Selim—. ¿Por qué sacarle de aquí? Nos habría abandonado en Esfahan, ¿por qué no dejarle a él aquí? Muerto. No podemos dejarle con vida, nos conoce a todos y nos traicionaría.

—No, Excelencia tío —había dicho Valik—. Ahora nos es de más utilidad como regalo a los kuwaitíes o a los iraquíes, pueden encarcelarlo o extraditarlo. Él fue quien robó el helicóptero iraní y quien estuvo de acuerdo en pilotar nuestro avión por dinero, ¿rio es así?

—Sí, pero, de todas maneras, aún puede dar nuestros nombres a los revolucionarios.

—Para entonces, nosotros estaremos a salvo y también nuestras familias.

—Te digo que os deshagáis de él..., se hallaba dispuesto a sacrificarnos a nosotros. Deshazte de él e iremos a Bagdad, no a Kuwait.

—Por favor, Excelencia, reconsidérelo. Lochart es el piloto con más experiencia...

Alí consultó su reloj. Sólo faltaban treinta minutos para la marcha. Vio a Lochart echar una ojeada a la casa en la que Valik y Seladi se encontraban. «Me preguntó quién de ellos habrá ganado, Valik o Seladi. ¿Cuál será el destino de este pobre infeliz, una cárcel kuwaití o iraquí o una bala en la cabeza? ¿Y qué harán con él después de matarlo? ¿Lo enterrarán o se lo dejarán a las rapaces?»

—¿Qué pasa? —preguntó Lochart.

—Nada. Nada, capitán. Sólo pensaba en lo afortunados que hemos sido al escapar de Esfahan.

—Sí, aún sigo creyendo que le debo la vida a usted. —Lochart estaba seguro de que si Alí y el comandante no le hubieran liberado, habría acabado ante un tribunal ilegal del comité. ¿Y si lo apresaban ahora? Lo mismo. Hasta entonces no se había permitido pensar en Sharazad, en Teherán o en hacer un plan. «Eso vendrá luego —se dijo una vez más—. Cuando veas cómo resulta esto y dónde acabas tú.»

«¿Qué proyectan, adónde piensan ir? ¿A Kuwait? ¿O tal vez atravesar rápidamente la frontera a Iraq? Habitualmente, en Iraq se muestran hostiles con los iraníes, por lo que ese plan comporta peligro. Volar a Kuwait desde donde nos encontramos es fácil y la mayoría de los kuwaitíes son sunnitas y, por lo tanto, enemigos de Jomeiny. Como contrapartida, para llegar hasta allí, hay que deslizarse por una amplia zona de espacio aéreo en extremo sensible ya que tanto iraníes como iraquíes están nerviosos, inquietos, y le dan al gatillo con demasiada facilidad. En un radio de ochenta kilómetros debe de haber veinte bases aéreas iraníes a punto para entrar en combate, con aviones bien dotados y docenas de aterrados pilotos ansiosos por demostrar su lealtad al nuevo régimen.

»¿Y qué hay de tu promesa a Mclver de no volar con ellos la última etapa?

»Lo ocurrido en Esfahan te ha marcado ya... No es posible que los revolucionarios olviden tu nombre o la matrícula del aparato. ¿Viste a alguien escribir tu nombre? No, no lo creo. Aun así, más te valdrá largarte mientras puedas, estás complicado en una fuga, en Esfahan murieron hombres... Como quiera que lo consideres, estás marcado.

»¿Y qué hay de Sharazad? No puedo dejarla.

»Habrás de hacerlo. Ella está segura en Teherán.

»¿Y qué me dices si van a buscarte y Sharazad abre la puerta y se la llevan a ella en tu lugar?»

—Me vendría bien una bebida fresca —dijo con la boca seca de repente—. ¿Cree que tendrá coke o algo parecido?

—Iré a ver.

Los dos se quedaron mirando a los hijos de Valik que llegaban desde el lago corriendo por el sendero, con Annoush detrás de ellos.

—¡Ah! —dijo ella con su eterna sonrisa feliz, aunque en aquel momento mostrara unas profundas y oscuras ojeras—. El día está muy hermoso, ¿verdad? Somos muy afortunados.

—Sí —respondieron ambos al tiempo que se preguntaban cómo una mujer semejante pudo haberse casado con aquel hombre. Era muy atractiva y tan hermosa como puede serlo una madre.

—¿Dónde está mi marido, capitán Abbasi?

—En la casa, Alteza, con los demás —contestó Alí—. ¿Me permite escoltarla? Yo iba precisamente hacia allí.

—Por favor, ¿no le importaría encontrarle por mí y rogarle que se reúna conmigo?

Alí no deseaba dejarla sola con Lochart porque ella estaba presente cuando Valik y Seladi le habían comunicado sus planes, pidiéndole su opinión sobre el punto de destino más adecuado..., aunque no respecto a la eliminación de Lochart. Eso había sido más tarde.

—No quisiera molestar al general por mi cuenta, Alteza. Acaso podríamos ir juntos.

—Haga el favor de buscarlo por mí —dijo con un tono tan imperioso como el del general, a pesar de que lo hizo con amabilidad y sin deseo de ofender.

Alí se encogió de hombros. Insha'Allah, pensó mientras se alejaba. Una vez que estuvieron completamente solos, mientras los dos niños corrían en derredor del cobertizo, jugando al escondite, Annoush puso suavemente la mano sobre el brazo de Lochart.

—Aún no te he dado las gracias por salvar nuestras vidas, Tommy.

Lochart se sobresaltó. Era la primera vez que lo llamaba por su nombre de pila... Siempre había dicho «Capitán Lochart» o «mi primo político», o también «Su Excelencia, el marido de Sharazad».

—Me sentí muy feliz de poder ayudaros.

—Sé que tú y el querido Mac lo hicisteis por los niños y por mí... No te muestres tan sorprendido, querido. Conozco los puntos fuertes de mi marido y... y sus debilidades también... ¿Qué esposa no los conoce? —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Sé lo que esto significa para ti... Habéis puesto en peligro tu vida, la de Sharazad, tu futuro en Irán, tal vez, incluso el de vuestra compañía.

—La de Sharazad no, ella está absolutamente segura. Su padre, Su Excelencia Bakravan, la tendrá a salvo hasta que pueda salir. Claro que está segura.

Miró los ojos castaños de Annoush y leyó lo que había detrás de ellos. Sintió encogérsele el alma.

—Lo pido de todo corazón, Tommy y suplico a Dios que te conceda ese deseo. —Se enjugó las lágrimas—. Jamás me he sentido tan triste en toda mi vida. Nunca pensé que pudiera sentir tanta tristeza, tristeza por tener que huir, tristeza por ese pobre soldado que se está muriendo entre la nieve, tristeza por todas nuestras familias y amigos que tienen que quedarse y tristeza porque ya nadie está seguro en Irán. Temo muchísimo que a la mayoría de los de nuestro círculo los persigan los mollahs. Siempre hemos sido..., ¿cómo lo diría?, demasiado modernos y..., demasiado progresistas. Aquí ya nadie está seguro..., ni siquiera el propio Jomeiny.

—Insha'Allah —se oyó decir Lochart, pero, en realidad, no la escuchaba, súbitamente aterrado ante la posibilidad de no volver a ver jamás a Sharazad, de no poder regresar a Irán o de que a ella no le fuera posible salir—. Pronto volverá todo a la normalidad. Permitirán de nuevo viajar y todo irá bien. Claro que sí, dentro de unos meses..., tiene que ser así. Claro que pronto volverá todo a la normalidad.

—Así lo espero, Tommy, porque quiero mucho a tu Sharazad, y sentiría de todo corazón no poder volver a verla y no conocer al pequeñín. —¿Eh? —Se la quedó mirando con la boca abierta.

—Claro, tú no lo sabes. —Se limpió las últimas lágrimas—. Era demasiado pronto para que lo supiera. Sharazad me dijo que estaba casi segura del embarazo de su primer hijo.

—Pero... pero, bueno, ella... —Calló sin saber qué decir, irritado pero extasiado al mismo tiempo—. ¡No es posible!

—Bueno, todavía no estaba segura, Tommy, pero sentía que así era. Algunas veces, las mujeres pueden saberlo... Se siente una tan diferente y tan maravillosamente realizada —añadió, ahora ya con la voz rebosante de gozo.

Lochart estaba intentando pensar, plenamente consciente de que a ella le sería imposible comprender el tumulto de sentimientos que había generado en él. «Dios del Cielo! —penso—. ¿Sharazad?»

—Han de pasar todavía unos días para que esté segura —seguía diciendo Annoush—. Han de pasar tres o cuatro días. Me parece. Déjame pensar. Sí, incluido hoy, martes, cuatro días más para estar segura. Así sería al día siguiente, al día siguiente de haber visto a su padre —dijo ella con delicadeza—. Teníais que verle ese Día Santo, el Viernes, dieciséis según vuestro calendario. ¿No es así?

—Sí —repuso Lochart. Como si le fuera posible olvidarlo—. ¿Estabas enterada de eso?

—Pues claro. —Annoush estaba sorprendida por la pregunta—. Una petición tan extraordinaria por tu parte y una decisión tan importante habían de ser conocidas de todos nosotros. Sería realmente maravilloso que estuviera embarazada... ¿No dijiste a Su Excelencia Bakravan que deseabas tener hijos? Espero de todo corazón que Dios la haya bendecido porque seguramente eso le hará pasar feliz los días y las noches hasta que logremos sacarla de Irán. Kuwait no está lejos. Sólo siento tanto que no viniera con nosotros..., de esa manera todo sería absolutamente perfecto.

—¿Kuwait?

—Sí, pero no nos quedaremos allí... Iremos a Londres. —De nuevo apuntó la tormenta—. Yo no quiero dejar mi hogar ni a mis amigos y... yo no...

Por detrás de ella, Lochart vio abrirse la puerta de la casa. Valik y Seladi salieron, acompañados de Alí. Observó que los tres llevaban armas al cinto. Debían de tener allí armas ocultas, pensó ausente, mientras que Alí, después de saludar, se encaminaba presuroso por el sendero en dirección al lago. Los dos niños, desbordantes de energía, se lanzaron desde detrás del cobertizo a los brazos de Valik. Éste tras lanzar a la chiquilla al aire, la dejó de nuevo en el suelo.

—Dime, Annoush —preguntó a su mujer.

—Querías que estuviera aquí con los niños exactamente a esta hora.

—Sí. Prepara a Setalem y a Jalal. Pronto partiremos.

Los chiquillos corrieron al punto al interior de la casa.

—¿Está preparado el helicóptero, capitán?

—Sí. Sí lo está.

Valik volvió a mirar a su mujer.

—Ve a prepararte, querida.

Annoush sonrió sin moverse.

—Sólo he de coger mi abrigo. Podemos irnos cuando quieras.

Ya iban acercándose el resto de los oficiales. Algunos de ellos llevaban fusiles automáticos.

Lochart se forzó a apartar su mente de Sharazad, del Día Santo y de los cuatro días más.

—¿Cuál es el plan? —preguntó rompiendo el silencio.

—Bagdad. Despegaremos dentro de unos minutos —respondió Valik. —Creí que íbamos a Kuwait —observó Annoush.

—Hemos decidido ir a Bagdad. El general Seladi lo considera más seguro que dirigirnos hacia el Sur. —Valik seguía observando a Lochart—. Quiero despegar dentro de diez minutos.

—Le aconsejo que espere hasta las dos o las tres de la madrugada y enton...

Seladi lo interrumpió con frialdad.

—Pueden acorralarnos aquí. Los soldados pueden tendernos una emboscada... Cerca, hay una base aérea, podrían enviar una patrulla. Usted no entiende de cuestiones militares. Saldremos para Bagdad de inmediato.

—Kuwait es mejor y más seguro, pero en ambos países confiscarán el aparato si no dispone de una autorización iraní —dijo Lochart.

—Tal vez sí o tal vez no —repuso Valik con calma—. Baksheesh y algunas conexiones establecerán la diferencia.

«Tú, el intruso en mi familia —pensó solazándose—, tú junto con la donación del «212», seréis compensación suficiente para satisfacer incluso a los iraquíes, porque nosotros estaremos de acuerdo en que has volado ilegalmente..., incluso la autorización que obtuviste en Teherán era ilegal. Los iraquíes comprenderán y no harán nada contra nosotros. La mayoría de ellos aborrecen y temen a Jomeiny y su versión del Islam. Contigo, con el «212» y con algún extra más, ¿por qué habrían de molestarnos?»

Se dio cuenta de que Lochart le estaba observando.

—¿Algo más?

—Creo que Bagdad es una mala elección.

—Ahora nos vamos —se limitó a decir, tajante, el general Seladi. Lochart enrojeció ante aquella grosería. Algunos de los otros se agitaron incómodos.

—Con toda seguridad despegarán cuando el aparato esté preparado y también el piloto. ¿Ha volado sobre estas montañas?

—No..., no lo he hecho. Pero el «212» es superior y es a Bagdad adonde nos dirigimos. ¡Ahora!

—Entonces, les deseo mucha suerte. Sigo aconsejando Kuwait como punto de destino y también esperar. Pero ustedes hagan lo que quieran porque yo no pienso pilotar.

Se hizo un silencio más profundo aún. Seladi enrojeció.

—Prepárese para salir. ¡Ahora mismo!

—Cuando nos dirigíamos a Esfahan, le dije que no volaría con ustedes el trecho final. No volaré más. Ali puede hacerlo..., está plenamente cualificado.

—Pero ahora le buscan a usted tanto como a nosotros —alegó Valik asombrado ante tal estupidez—. Claro que volará el trecho final.

—No, no lo haré. Regresaré desde aquí... Ya sé que no pueden perder tiempo dejándome en alguna parte. Alí podrá llevarles, está destinado en esta área y conoce el radar. Sólo necesito que me dejen un fusil y me dirigiré a Bandar Delam, ¿De acuerdo?

Los otros miraban tan pronto a Lochart como a Seladi y Valik. Esperaban.

Valik reflexionaba sobre aquel nuevo problema. Y también Seladi. Los dos hombres llegaron a la misma conclusión Insha-Allah! Lochart había elegido quedarse y, por lo tanto, Lochart tendría que cargar con las consecuencias.

—Muy bien —dijo Valik con calma—. Ali nos llevará. —Sonrió y luego, como respetaba en Lochart al piloto, se apresuró a añadir—: Y como somos un pueblo muy democrático sugiero que lo pongamos a votación... ¿Iraq o Kuwait?

—Kuwait —dijo al punto Annoush y los demás se hicieron eco de su decisión sin dar tiempo a Seladi a interrumpir.

«Estupendo —se dijo Valik—, he permitido que dieran de lado mi propuesta, porque Seladi aseguraba conocer al jefe de Policía de Bagdad y aseguró que la entrada para mí, mi familia y él no costaría más de 20.000 dólares en billetes de los Estados Unidos, inconmensurablemente más barato que en Kuwait, lo que los demás hayan de pagar es asunto de ellos. Confío en que lleven dinero o que tengan medios para obtener el suficiente con rapidez.»

—Naturalmente, estará de acuerdo, Excelencia tío. Kuwait. Gracias, capitán. ¿Tal vez quiera decir a Alí que será él quien pilote? Está abajo, en el lago.

—Desde luego. Voy a coger mi equipo. ¿Me dejarán un fusil?

—Por supuesto.

Lochart se dirigió al cobertizo, desapareciendo en su interior.

—Que algunos de ustedes saquen el helicóptero y nos pondremos en marcha.

Se dispusieron a obedecerle. Lochart salió del cobertizo, dejó sus sacos junto a la puerta y se encaminó hacia el lago por el sendero. Seladi le observó alejarse y luego se acercó impaciente al «212».

Valik se dio cuenta de que su mujer le estaba observando.

—¿Qué pasa, Annoush?

—¿Qué habéis planeado para el capitán Lochart? —preguntó en voz queda, aun cuando nadie más podía oírles.

—Es..., ya le has oído. Se niega a volar y quiere quedarse. Se irá caminando.

—Sé cómo trabaja tu cerebro, querido. ¿Vas a hacer que le maten? —Sonreía deliciosamente—. ¿Que lo asesinen?

—Asesinato es una palabra equivocada —repuso Valik con una sonrisa forzada—. Estoy seguro de que no me negarás que Lochart representa ahora un gran peligro para nosotros. Nos conoce a todos, nuestros nombres... Todas nuestras familias sufrirán cuando lo cojan, lo torturen y lo condenen. Es la Voluntad de Dios. Él ha elegido. De cualquier forma, Seladi quería que se hiciera... Es una decisión militar. Yo dije que no, que nos llevaría hasta el final.

—¿Para sacrificarle en Kuwait o en Bagdad?

—Seladi fue quien dio las órdenes a Alí, no yo. Lochart está marcado, el pobre hombre. Es trágico, pero necesario. Estás de acuerdo, ¿verdad?

—No, querido. Lo siento, pero no lo estoy. De manera que si aquí le hacen algún daño o siquiera lo tocan, habrá muchos que vivirán para lamentarlo. —Annoush siguió sonriendo inmutable—. Y tú también, querido.

Valik enrojeció. Detrás de él, los hombres habían sacado el «212» y lo estaban cargando en aquellos momentos. Bajó la voz.

—No me has escuchado, Annoush. Representa una amenaza. No es uno de nosotros, Jared apenas lo tolera y te aseguro que representa un gran peligro para todos nosotros, para quienes se quedan aquí..., tu familia al igual que la mía.

—¿Acaso no me has oído, marido? Te aseguro que conozco muy bien los peligros, pero si lo matan aquí..., si lo asesinan..., también a ti te matarán.

—¡No seas ridícula!

—Alguna vez te dormirás y no volverás a despertarte. Habrá sido la Voluntad de Dios.

Ni por un momento cambió su sonrisa ni la dulzura de su voz.

Valik vaciló durante unos instantes. Luego, su rostro adquirió una expresión hermética y tomó presuroso el sendero. Los niños salieron de estampía de la casa, lanzándose hacia ella.

—Esperad aquí, queridos —les dijo, cariñosa—. Volveré dentro de un momento.

Junto al lago y a un nivel superior, sobre pilotes, había un área de barbacoa, abierta por un lado, y un bar protegido por un alero. También había unos escalones que conducían directamente al agua, para los esquiadores o para utilizar la motora amarrada en un cobertizo contiguo.

Lochart se encontraba al borde del agua con las manos en alto.

Alí lo apuntaba con la automática. Había recibido órdenes terminantes de Seladi: que fuera al lago y esperara. Una de dos, le llamarían para que volviera o enviarían al piloto a reunirse con él. Si éste llegaba en su busca, tenía que matarlo y luego regresar con ellos inmediatamente.

Aborrecía tener que cumplir aquella orden. Bombardear o atacar a los revolucionarios o a los sublevados desde un helicóptero no era un asesinato. Eso sí. Su rostro estaba lívido, jamás había matado antes a nadie y suplicaba el perdón de Dios. Pero una orden era una orden.

—Lo siento —dijo, apenas capaz de pronunciar las palabras. Y se dispuso a apretar el gatillo.

En aquel mismo instante, las piernas parecieron fallarle a Lochart y cayó de lado en el agua. Alí siguió el movimiento de manera automática, apuntó al centro de la espalda, como en unos ejercicios de tiro, consciente de que a aquella distancia jamás podría fallar. ¡Fuego!

—¡Alto!

La fracción de segundo que duró su vacilación fue suficiente para que su cerebro escuchara la orden y la cumpliera agradecido. Estremeciéndose por el propio alivio, sintió que su dedo dejaba de presionar sobre el gatillo. Valik se reunió presuroso con él. Ambos escudriñaron las aguas, oscuras allí, a la sombra y muy profundas. Esperaron. Lochart no reapareció.

—Tal vez esté debajo del suelo..., o de la balsa —dijo Alí limpiándose el sudor de la cara y de las manos, al tiempo que daba gracias a Dios por no habérselas manchado con la sangre del piloto.

—Sí —asintió Valik sudando también, pero él de miedo. Jamás había visto antes aquella mirada en los ojos de su mujer, aquella sonrisa que prometía la muerte durante la noche. Herencia de sus infames antepasados, se dijo. Era una Qajar, los del linaje Qajar eran capaces, sin el menor remordimiento, de cegar o asesinar a sus rivales al trono..., o a los hijos de sus rivales. ¿Acaso no era archisabido que sólo un Sha Qajar había abandonado su trono por muerte natural durante los ciento cuarenta y seis años de su dinastía? Valik miró a su alrededor y la vio de pie, a la entrada del sendero. Entonces, él se volvió hacia Alí.

—Déme su pistola —ordenó.

Luego, tembloroso, dejó el arma sobre el tosco suelo de madera y gritó:

—Le dejo aquí una pistola, Lochart. Todo ha sido un error. El capitán cometió una equivocación.

—Pero, general...

—Suba al helicóptero —le ordenó Valik en voz alta—. Seladi está loco..., jamás debió darle la orden de que matara a ese pobre hombre. Nos vamos inmediatamente y nos dirigimos a Kuwait..., no a Bagdad. Váyase, Alí, y ponga el aparato en marcha.

Alí se alejó. Al pasar junto a Annoush la miró con curiosidad. Después, siguió su camino con rapidez. Ella bajó por el sendero reuniéndose con Valik.

—¿Lo viste? —preguntó él.

—Sí.

Esperaron. Ni el más leve ruido, ni el más ligero movimiento de agua lamiendo los pilotes. Todo era hermoso y tranquilo, la superficie del lago parecía un espejo y no había el menor soplo de viento.

—Rezo por que esté escondido en alguna parte —dijo ella, con profundo sentimiento. Pero ya era hora de rellenar la brecha que los separaba—. Estoy contenta de que no haya sangre en nuestras manos. Seladi es un monstruo.

—Más vale que regresemos. —Permanecían completamente ocultos al helicóptero y a la casa. Sacó su automática y disparó al suelo, cerca de ellos—. Esto es por Seladi. Yo..., bueno, le di a Lochart cuando salió a la superficie..., ¿eh?

Annoush se agarró de su brazo.

—Eres un hombre prudente y bueno —dijo mientras subían el sendero cogidos del brazo—. Sin ti, sin tu inteligencia y valor, jamás hubiéramos logrado escapar de Esfahan. Pero el exilio... Por...

—Sólo exilio temporal —la interrumpió Valik con jovialidad, aliviado de que aquel momento atroz entre ellos hubiera pasado—. Luego, volveremos a casa.

—Eso sería maravilloso —asintió Annoush, forzándose a creerlo. «He de hacerlo o me volveré loca. ¡Tengo que hacerlo por los niños!»—. Estoy contenta de que eligieras Kuwait..., nunca me gustó Bagdad. Y esos iraquíes..., ¡ufff! —Sus ojeras seguían siendo profundas—. ¿Estaba Lochart equivocado en lo que dijo de esperar hasta que anochezca?

—Hay una base aérea a sólo unos kilómetros. Pueden habernos localizado por el radar, Annoush, o por observadores en las colinas. Seladi tiene razón en eso. La base enviará una patrulla en busca nuestra. —Llegaron arriba. Los niños les esperaban junto a la portezuela de la cabina. Todo el mundo se encontraba ya a bordo. Apresuraron el paso—. Kuwait es mucho más seguro. He decidido hacer caso omiso de ese pomposo loco de Seladi..., nunca se puede confiar en él.

Subieron en cuestión de minutos, dirigiéndose hacia el Norte sobre el rimero de aquellas colinas, evitando los riscos, sobrevolando el área lo más cerca posible del suelo para evitar el peligro cercano de la base aérea. Alí Abassi era un excelente piloto y conocía bien todo el lugar. Una vez hubo dejado atrás el rimero y entrado en el valle, giró hacia el Oeste y se escurrió por un desfiladero para evitar el perímetro exterior del campo de aviación, la frontera iraquí a unos ochenta kilómetros de distancia. La nieve cubría la cima de las montañas muy por encima de ellos y también parte de las laderas, aun cuando el suelo de algunos valles aparecía verde aquí y allá entre toda aquella rusticidad rocosa. Pasaron rápidamente sobre una aldea desconocida e imprevista, giraron casi hacia el Sur, siguiendo el curso del agua, volando paralelos a la frontera que se encontraba, alejada, a su derecha. El vuelo hasta su destino apenas duraría dos horas, dependiendo de los vientos, y en ese momento les eran favorables.

Los que iban sentados cerca de las ventanillas veían, felices, pasar la tierra rápidamente, acomodados los niños en las mejores posiciones, Jalal sobre las rodillas del comandante, Valik con su hija junto a Annoush. Todo el mundo estaba contento, algunos rezaban en silencio. Pronto se pondría el sol y eso les beneficiaría, entre nubes matizadas de rojo, «rojo cielo nocturno, deleite de los pastores», canturreó en voz queda Annoush a Setarem en inglés, y allá, delante de ellos, los motores sonaban de maravilla con todas las agujas en «Verde».

Alí se sentía contento de estar volando, contento de no haber matado a Lochart que permaneció en pie, frente a él, sin decir palabra, sin suplicar por su vida ni rezar, sólo de pie, con las manos en alto, esperando. «Estoy seguro de que se encuentra a salvo bajo los pilones, gracias sean dadas a Dios...»

Echó un rápido vistazo al mapa para refrescar su memoria. Pero, en realidad, no era necesario, había pasado muchos años formidables allí, volando por los desfiladeros. Pronto dejaría atrás las montañas, entraría en las llanuras pantanosas del Tigris y el Éufrates, se mantendría casi al nivel del suelo, bordeando Dezful, después Ahvaz y Khorramshahr, cruzaría veloz el estuario de Shatt-al-Arab y la frontera, y al fin Kuwait y la libertad estarían a su alcance.

Delante de él apareció la cordillera con la cumbre dominante que había estado esperando y ascendió con rapidez saliendo del valle para descender de nuevo en el siguiente, embargado ya por el gozo de volar. Pero, de súbito:

—HBC, ascienda a trescientos metros y reduzca velocidad —retumbaron en sus auriculares y en su cerebro. Apenas hacía seis minutos que se hallaba en el aire.

La orden había sido dada en farsi y repetida en inglés, luego de nuevo en farsi y una vez más en inglés. Y en todo momento, Alí lo mantuvo bajo, intentando desesperadamente pensar.

—Helicóptero HBC, está volando ilegalmente. Salga del valle y reduzca la velocidad.

Alí Abbasi miró hacia arriba, escudriñando los cielos, pero no vio avión alguno. El suelo del valle pasaba rápidamente. Delante había otro rimero y luego se encontraría con una serie de rimeros y valles que desembocaban en los llanos. Hacia el Oeste, la frontera iraquí se encontraba a unos ochenta kilómetros..., y veinte minutos.

—¡Helicóptero HBC, por última vez, está volando ilegalmente, salga del valle y reduzca la velocidad!

«Tienes tres posibilidades», le gritó su cerebro. Obedecer y morir, intentar escapar, o tomar tierra y esperar toda la noche e intentarlo de nuevo con las primeras luces..., suponiendo que sobrevivas a sus proyectiles y balas.

Delante de él y a su izquierda vio árboles, y la tierra que descendía, las paredes del valle cortadas a pico formando un barranco, de manera que se introdujo en él, decidido a lograrlo. Su mente ya funcionaba. Se quitó los cascos, se puso en manos de Dios, y se sintió mucho mejor. Al llegar al final del barranco, redujo la velocidad, sorteó algunos árboles y se introdujo en otro valle pequeño. Reduciendo aún más la velocidad, siguió, cauteloso, el lecho del río. Más árboles y afloramientos que fue bordeando.

«Manténte bajo y lento, economiza combustible y ve abriéndote paso hacia el Sur —reflexionaba con confianza creciente—. Acércate a la frontera cuando puedas tomarte el tiempo necesario. Si haces uso de tu ingenio, jamás te alcanzarán. Pronto oscurecerá..., en la oscuridad puedes despistarlos y conoces los instrumentos de vuelo lo suficiente para llegar a Kuwait. Pero, ¿cómo han podido localizarnos? Casi parece como si nos hubieran estado esperando. Puede que nos tuvieran en el radar cuando entramos en la presa de Dez... ¡Cuidad0000!»

Allí, los arbolados eran más densos y bordeó varios de ellos en la ladera de la montaña. Se acercó más a las rocas y ascendió hacia las crestas y el siguiente valle. Una vez a salvo en él, y cuando hubo descendido en busca de la protección de las rocas, escudriñó arriba y abajo, siempre en busca de un buen lugar para tomar tierra en el caso de que un motor fallara. Se concentraba y se sentía confiado, haciendo bien su trabajo. Todos los instrumentos marcaban el punto de seguridad. Los minutos transcurrían y, a pesar de escudriñar los cielos con suma atención, no vio nada. A la entrada del siguiente valle puso el helicóptero a cien metros y recorrió con todo cuidado el cielo. Nada sobre ellos.

¡Estaban a salvo! ¡Le habían perdido! Insha'Allah! Respiró hondo y, en extremo satisfecho, giró de nuevo en dirección sur. Sobrevolarían la siguiente cordillera. Y luego la otra. Más allá estaban las llanuras. Los dos cazas le estaban esperando. Eran «F14».

Torbellino
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