61

Tingley no tenía el Quinto Códice —dijo Daggart—. Lo estaba escribiendo.

—No entiendo.

La voz de Ana sonaba lejana y débil, y Daggart se pegó el teléfono a la oreja. Se había detenido junto a su puerta de embarque, en el Aeropuerto Internacional de El Cairo, y el trasiego de los pasajeros y el ruido amortiguado de la megafonía le impedían oír bien. Ya le había dicho que, después de que el pistolero se matara en Khan el-Khalili, él se había perdido entre el gentío y había cogido un taxi hasta el aeropuerto, sin molestarse siquiera en volver a su hotel. En el último momento había conseguido pasaje en un vuelo a Cancún que hacía escala en Roma. Mientras hablaba, un sol brillante y anaranjado se alzaba sobre la pista de despegue.

—Imagino que los de Right América decidieron que, si el propio Tingley escribía el Quinto Códice, podrían poner en él lo que quisieran —dijo—. En lugar de buscar el original, contrataron a Lyman Tingley para que les hiciera uno nuevo.

—¿Estás seguro?

—Tengo los papeles que estaba usando como modelo. —El pequeño fajo había sobrevivido al tiroteo en la Biblioteca de Libros Raros y a la persecución por el bazar de El Cairo—. Tingley no iba a la biblioteca a estudiar el manuscrito. Iba a falsificarlo.

—Pero ¿por qué se prestó a eso? Yo creía que en su campo era muy respetado.

—Y lo era, pero hay una respuesta muy sencilla. —Daggart recordó la última hoja de papel que había encontrado en la caja de Tingley, en el fondo mismo de aquella fortificación metálica, era una fotocopia del recibo de una transacción con el Banco Nacional de las Islas Gran Caimán. Un cheque por cinco millones de dólares—. Right América descubrió cuál era el precio de Tingley. Y era más dinero del que habría ganado en toda una vida dedicado a la enseñanza. —Le habló a Ana de su descubrimiento.

—¿Dónde está la fotocopia? —preguntó ella.

—La he mandado por mensajero a mi casa de Chicago, junto con todo lo que encontré en la caja de Tingley: los papeles, el falso códice, todo. Hay una oficina de correos aquí, en el aeropuerto. He sido su cliente más madrugador.

—¿Tingley tuvo alguna vez el Quinto Códice?

—Creo que no.

—Entonces ¿por qué no acabó la falsificación? —quiso saber Ana.

—Imagino que en algún momento, después de aceptar trabajar para Right América, descubrió dónde estaba escondido el códice auténtico. Y posiblemente al descubrirlo perdió interés por la falsificación.

—¿Para qué molestarse con una falsificación si podía hacerse famoso con el mayor descubrimiento del siglo?

—Exacto.

—¿Aunque hubiera ganado más dinero con Right América?

—Recuerda que, a pesar de su talento, Lyman Tingley era uno de los hombres más vanidosos que he conocido nunca. Descubrir el Quinto Códice habría puesto su nombre en los libros de historia para siempre jamás. Y esa clase de fama no se compra ni con cinco millones de pavos.

—Si descubrió dónde estaba el Quinto Códice, ¿por qué no lo recuperó?

—Puede que fuera demasiado difícil. Determinar su ubicación es una cosa. Y abrirse paso en la selva, otra muy distinta.

—¿Y por qué regresó a El Cairo la semana pasada?

—En mi opinión, quería dejar pistas para que alguien encontrara la falsificación. Quería desentenderse del asunto, pero Right América no lo dejó. A pesar de todos sus defectos, Tingley dejó una serie de pistas para que yo, u otra persona, descubriera que su códice era falso.

—Y encontrara el auténtico.

—Y encontrara el auténtico —repitió Daggart.

—Tenía que estar muy seguro de dónde se hallaba el verdadero códice.

Daggart había llegado a la misma conclusión. Pero pese a todas las pistas dejadas por Tingley, seguía sin poder señalar la ubicación precisa del Quinto Códice. Si tuviera sólo una pieza más del rompecabezas, tal vez el cuadro tomara forma definitiva.

—Sigue habiendo una cosa que no entiendo —dijo Ana—. Dices que Tingley era muy listo. ¿Cómo pudo pensar que iba a hacer pasar por auténtica una falsificación?

—Eso es lo asombroso. Cuando abrí la caja y tuve el manuscrito en mis manos, pensé que era un original. El papel, la encuademación, las ilustraciones, las esquinas carcomidas por el moho, todo. Quiero decir que tenía pinta de ser auténtico.

—¿Cómo lo hizo?

—Supongo que encontró papel de ese periodo y empezó por ahí. Si se databa con carbono, parecería del siglo XII o XIII. Y como los jeroglíficos parecían absolutamente auténticos, dudo que algún científico se tomara la molestia de analizar la tinta. Una vez verificado el papel, lo darían por auténtico y lo meterían en una vitrina herméticamente cerrada para que todos lo vieran. El nuevo gran hallazgo para los expertos de todo el mundo.

—¿Y su contenido?

—El que quisiera Right América. En cuanto Uzair reciba el paquete tendremos una traducción aproximada.

—¿Y qué hacemos ahora?

Daggart miró su billete. Faltaban diez minutos para que embarcara.

—Aterrizo en Miami esta noche y llego a Cancún mañana. Ponte en contacto con Héctor Muchado. Quiero que nos reunamos con él lo antes posible.

—¿Y luego qué?

—Luego haremos lo que Lyman Tingley me pidió que hiciera desde el principio.

—¿El qué?

—Encontrar el Quinto Códice.

El Quinto Codice Maya
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