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S
e frotó los ojos e
intentó despejarse.
—Bueno, ¿y si no lo encuentra? —preguntó Frank Boddick desde el otro lado de la línea.
Frank le había arrancado de un sueño profundo; todavía estaba intentando despertarse del todo. París era la Ciudad de la Luz, pero eso no significaba que la gente pudiera pasar sin dormir. Frank Boddick, sin embargo, se hallaba en la franja horaria del Pacífico: con nueve horas de diferencia. Y no es que a Frank le importara. Él siempre llamaba cuando le venía en gana. Ser una estrella de cine tenía sus ventajas.
—Lo encontrará —dijo el hombre de París—. Créame.
—¿Por qué iba a creerle —preguntó Frank.
—Porque ese tipo es bueno.
—¿Tiene a alguien vigilándole?
—Cada minuto del día. —Al ver que Frank no respondía, el hombre de París añadió—: No se preocupe. Todo saldrá bien.
—Nos jugamos mucho.
—Lo sé.
—Si esto sale mal, se irá todo al traste.
—Lo sé. —Lo que de verdad sabía era que Frank Boddick era una estrella del celuloide, un niño mimado que se las ingeniaba para controlar hasta el último detalle de su vida.
—Bueno, ¿qué ha averiguado ese tipo?
Se sentó en la cama con desgana y apoyó los pies en el suelo. Desde la ventana del hotel veía la puerta de los Jardines de Luxemburgo. Todavía era de noche, pero sabía que más tarde el parque se llenaría de corredores, de amantes, de lectores, de gente que iba allí a fumar… Parisinos de todo pelaje iban a los jardines.
—Es difícil saberlo con certeza. Está buscando en los lugares adecuados, eso salta a la vista, y nos conducirá al Quinto Códice. Me apuesto lo que sea.
—Espero que se dé prisa.
—Yo también, pero hay que darle tiempo. Sólo lleva veinticuatro horas en esto.
A una distancia de nueve franjas horarias, oyó a Frank Boddick pasearse por la habitación.
—Estoy dispuesto a recurrir a nuestro plan alternativo —dijo Frank con cierto exceso de dramatismo. Como un personaje de sus películas.
—Si esto no funciona, no me opondré —dijo el hombre de París—. Pero esperemos primero a ver cómo acaba esto. ¿De acuerdo?
—Supongo que sí.
—Confíe en mí. Según mis noticias, es posible que todo se resuelva en un plazo de veinticuatro horas.
Aquello pareció aplacar al actor.
—Bueno, está bien, pero solamente un día más. En caso contrario, la habremos jodido.
—De acuerdo, de acuerdo. —Sabía ya que de vez en cuando convenía seguir la corriente a Frank Boddick, aunque uno no se creyera una palabra de lo que decía. Después, siempre podía convencerle de que era el mejor camino a seguir.
—Mire, no puedo seguir hablando —dijo Frank, como si no fuera él quien había llamado—. Mañana tengo que madrugar. Necesito dormir.
Típico de un actor, pensó el hombre de París. Preocupándose de sus preciosas horas de sueño aunque llamara a los demás a las tantas de la madrugada.