45

Scott Daggart despertó a su amigo. Aunque sabía que Jonathan Yost solía levantarse temprano, aún faltaba mucho para que amaneciera, en México y en Chicago.

—Siento molestarte —dijo Daggart.

—Por Dios, Scott, ¿sabes qué hora es?

—Temprano, ya lo sé. Por eso te llamo al móvil, para no despertar a Alice.

—Ni siquiera me he levantado aún, fíjate si será temprano. Y soy muy madrugador.

—Necesito ayuda.

Jonathan se quedó callado. Daggart, que un momento antes le había imaginado frotándose la cara para despejarse, lo visualizó ahora incorporándose en la cama, completamente alerta.

—Tú dirás.

Sentado en el coche de Del Weaver, en una callejuela desierta de Playa del Carmen cuyas mimosas acariciaban el techo del automóvil, Daggart le contó todo lo ocurrido desde la última vez que habían hablado. Cuando acabó, le pareció detectar una nota de escepticismo en la voz de Jonathan.

—¿Estás seguro de que no es una coincidencia? —preguntó su amigo.

—Segurísimo.

—¿Esa gente intenta de verdad matarte?

—Estoy seguro, Jonathan. Lo he visto.

—No es que no te crea, pero tú eres profesor. Profesor de antropología.

—Gracias por tu apoyo.

—Ya sabes lo que quiero decir. ¿Qué tienes tú que pueda querer esa gente?

—Nada.

—Entonces ¿qué creen que tienes?

—Creen que sé dónde está el Quinto Códice.

—Pero no lo sabes.

—No.

—Pues no lo entiendo. ¿Por qué van detrás de ti? Si no sabes dónde está, ¿por qué te siguen?

Jonathan era su amigo, pero desde que se había convertido en gestor había desarrollado una extrema cautela. Daggart suponía que eran gajes del oficio. La política y todo eso. Lo cual le recordaba que debía mantenerse alejado de papeleos.

Una mujer encorvada, vestida con huipil, pasó por allí acarreando a la espalda un hatillo de palos y ramas. Daggart la vio alejarse. El arrastrar de sus pasos se lo tragó la niebla.

—La verdad es que no sé por qué me siguen —contestó Daggart cuando estuvo seguro de que la mujer no le oía—. Supongo que creen que puedo ayudarles, pero no puedo. Tengo algunas hipótesis y las estoy siguiendo, pero no sé nada concreto.

Jonathan vaciló.

—Pues sigo sin entenderlo. ¿Cómo puedo ayudarte?

—Podrías darme algún consejo, para empezar. Todo esto es nuevo para mí.

Daggart le oyó suspirar. Se lo imaginó yendo hacia la cocina, encendiendo la cafetera, quizá.

—No sé qué decirte, Scott. Yo trato con decanos y rectores. No con asesinos. Aunque algunos tal vez dirían que no hay tanta diferencia. El caso es que yo no me muevo en ese terreno. Esa gente va en serio.

—Dímelo a mí. —Se pasó una mano por el pelo.

—En gran parte me gustaría que salieras de ahí echando leches. Ahora mismo. Como amigo, quiero que te montes en el primer avión y que vuelvas a casa, donde estés a salvo. Y como jefe, te necesito en clase. El decano y el jefe de tu departamento están poniendo el grito en el cielo por las faltas injustificadas y, para serte sincero, en eso no puedo llevarles la contraria.

Tienen razón. Firmaste un contrato y se supone que debes estar aquí.

—Pero entiendes que no puedo abandonar esto ahora así como así, de verdad?

—En un plano intelectual, sí.

—¿Pero? —preguntó Daggart, notando que Jonathan estaba tentado de decir algo más.

—No hay peros que valgan. Ahí corres peligro. Y tu sitio está aquí. Punto.

Daggart quería darle la razón, pero no podía. Su sitio estaba allí, en México. Hasta que se descubriera el Quinto Códice, era más útil allí. Alguien tenía que tomar el relevo de Lyman Tingley. Alguien había de encargarse de que los asesinos de Del Weaver fueran llevados ante la justicia.

—Mira —dijo Jonathan—, ¿no puedes al menos entregarte a la policía? Cuéntaselo todo. Puede que te proporcionen algún tipo de escolta. Que te protejan al menos de esos cruzoob.

—Soy el principal sospechoso, Jonathan. Si la policía vuelve a verme el pelo, me encerrarán de por vida.

—Entonces, francamente, no sé qué decirte, Scott.

Se quedaron los dos callados; un burro que tiraba de un carro avanzó por la calle. El eco de sus cascos flotaba en el aire como la niebla misma. El hombre de mediana edad que montaba al animal parecía haberse quedado medio dormido agarrado a las finas riendas de cuero. Daggart dejó que pasara el carro antes de volver a hablar.

—Jonathan, hace un momento has dicho que en parte crees que debería salir de aquí echando leches. Pero ¿qué hay de la otra parte?

—Vamos, Scott…

—Hablo en serio. Quiero que me lo digas.

—Era sólo un modo de hablar.

—Tratándose de ti, no. No eres tan sutil. —Oyó que Jonathan profería una pequeña y liviana carcajada—. Dímelo. ¿Qué dice esa otra parte de ti?

—No puedo contártelo.

—¿Por qué no? A fin de cuentas, ¿acaso crees que a estas alturas voy a empezar a hacerte caso?

—Tienes razón. —Jonathan Yost se detuvo un momento antes de continuar—. Otra parte de mí cree que deberías tomarles la delantera a los de Right América y encontrar el Quinto Códice por tus propios medios. Sólo para dar un escarmiento a esos cabrones. Sé que puedes, y prefiero que lo encuentres tú a que lo encuentren ellos.

—Gracias, Jonathan. Eso creo yo también. —Daggart se dispuso a colgar.

—Pero, Scott, aún no sabes dónde está el códice.

—No, aún no lo sé, pero confío en encontrarlo en El Cairo.

—¿En Egipto?

—Me voy esta misma tarde.

—¿Scott?

—¿Sí?

—Buena suerte.

El Quinto Codice Maya
titlepage.xhtml
Khariel.htm
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Cita.xhtml
Prologo.xhtml
Capitulo001.xhtml
Capitulo002.xhtml
Capitulo003.xhtml
Capitulo004.xhtml
Capitulo005.xhtml
Capitulo006.xhtml
Capitulo007.xhtml
Capitulo008.xhtml
Capitulo009.xhtml
Capitulo010.xhtml
Capitulo011.xhtml
Capitulo012.xhtml
Capitulo013.xhtml
Capitulo014.xhtml
Capitulo015.xhtml
Capitulo016.xhtml
Capitulo017.xhtml
Capitulo018.xhtml
Capitulo019.xhtml
Capitulo020.xhtml
Capitulo021.xhtml
Capitulo022.xhtml
Capitulo023.xhtml
Capitulo024.xhtml
Capitulo025.xhtml
Capitulo026.xhtml
Capitulo027.xhtml
Capitulo028.xhtml
Capitulo029.xhtml
Capitulo030.xhtml
Capitulo031.xhtml
Capitulo032.xhtml
Capitulo033.xhtml
Capitulo034.xhtml
Capitulo035.xhtml
Capitulo036.xhtml
Capitulo037.xhtml
Capitulo038.xhtml
Capitulo039.xhtml
Capitulo040.xhtml
Capitulo041.xhtml
Capitulo042.xhtml
Capitulo043.xhtml
Capitulo044.xhtml
Capitulo045.xhtml
Capitulo046.xhtml
Capitulo047.xhtml
Capitulo048.xhtml
Capitulo049.xhtml
Capitulo050.xhtml
Capitulo051.xhtml
Capitulo052.xhtml
Capitulo053.xhtml
Capitulo054.xhtml
Capitulo055.xhtml
Capitulo056.xhtml
Capitulo057.xhtml
Capitulo058.xhtml
Capitulo059.xhtml
Capitulo060.xhtml
Capitulo061.xhtml
Capitulo062.xhtml
Capitulo063.xhtml
Capitulo064.xhtml
Capitulo065.xhtml
Capitulo066.xhtml
Capitulo067.xhtml
Capitulo068.xhtml
Capitulo069.xhtml
Capitulo070.xhtml
Capitulo071.xhtml
Capitulo072.xhtml
Capitulo073.xhtml
Capitulo074.xhtml
Capitulo075.xhtml
Capitulo076.xhtml
Capitulo077.xhtml
Capitulo078.xhtml
Capitulo079.xhtml
Capitulo080.xhtml
Capitulo081.xhtml
Capitulo082.xhtml
Capitulo083.xhtml
Capitulo084.xhtml
Capitulo085.xhtml
Capitulo086.xhtml
Capitulo087.xhtml
Capitulo088.xhtml
Capitulo089.xhtml
Capitulo090.xhtml
Capitulo091.xhtml
Capitulo092.xhtml
Capitulo093.xhtml
Capitulo094.xhtml
Capitulo095.xhtml
Capitulo096.xhtml
Capitulo097.xhtml
Capitulo098.xhtml
Epilogo.xhtml
notas.xhtml