Capítulo 106
Tres semanas después.
Manhattan, Nueva York.
El Sikorsky RAH-66 Comanche se hallaba sobre la pista cual gigantesca ave de presa. Las hélices del helicóptero azotaban el aire con ritmo sostenido.
—Nadie diría que esto es un helicóptero para pasajeros —dijo Grace al escolta militar, y sonrió a Madison.
—No, señora, no lo es. Como les he dicho, mis órdenes son trasladarlos tan pronto como sea posible al centro de investigación y asegurarme de que llegan sanos y salvos. El Comanche puede alcanzar los ciento sesenta nudos, y por mi madre que sabe cuidar de sí mismo. Y perdone la incorrección, señora.
Ella echó una mirada a los tanques auxiliares de mil seiscientos litros que iban sujetos al suelo del Comanche.
—¿Vamos muy lejos, comandante? —preguntó Grace.
Éste sonrió.
—Ya sabe que no puedo decírselo, señora.
A los pocos minutos el Comanche estaba en el aire. El suelo se alejó hasta quedar a unos trescientos metros de distancia. Grace se repantigó en el asiento y miró a Madison.
Luego posó la vista en una gruesa carpeta que llevaba en su regazo. En la tapa alguien había escrito:
ESTE MATERIAL ESTÁ CLASIFICADO COMO ALTO SECRETO
Su lectura por parte de personas no autorizadas es un delito criminal castigado con multas de hasta 200.000 $ y penas de cárcel de hasta 50 años.
Su título era: «EL PROYECTO GÉNESIS».
—Me siento como Alicia después de bajar por la madriguera del conejo —dijo Grace.
Después de que Madison hubiera recibido atención médica en el centro médico Mount Sinai, ambos habían ido directamente al FBI. En cuanto las autoridades tuvieron conocimiento del descubrimiento realizado por el doctor Ambergris en relación con el mensaje oculto en el genoma humano y su predicción de una catástrofe global, el gobierno de Estados Unidos reunió a un grupo de expertos para que descifrara el resto del Código Génesis. Grace y Madison fueron invitados a colaborar con el equipo del Proyecto Génesis, alojado en unas instalaciones militares secretas en un remoto rincón de Nevada.
—¿Qué crees que hará Quiz ahora que el gobierno ha dejado de investigarle? —preguntó Grace.
Madison se rió.
—Usaron la estrategia del palo y la zanahoria. Le han proporcionado su propia empresa consultora y le han concedido lucrativos contratos con el gobierno. Si coopera, tiene solucionado el resto de su vida. Pero si se le escapa una palabra de lo que sabe sobre el Código Génesis, se pasará los próximos cincuenta años en una prisión militar.
Grace miró por la ventanilla.
—Le voy a echar de menos.
—Yo también.
Pasaron los siguientes minutos en silencio. Grace le cogió la mano.
—Dime, ¿por qué huiste de mí después de la muerte de Justin?
Los ojos de ella le observaban con atención.
Él tardó un momento en contestar.
—Creo que la posibilidad de querer a alguien me dolía demasiado. O tal vez creía que no merecía volver a ser feliz. No lo sé.
—O quizá te comportaste como un idiota —dijo Grace con una sonrisa, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Vale, me lo merezco —reconoció Madison. Le apretó la mano; su semblante se sosegó—. Pero ahora estoy aquí.
Grace le dio un beso. Sus labios eran cálidos y suaves. Unos segundos después, se apartó.
—¿Cómo va ese brazo?
Madison subió y bajó el brazo derecho e hizo varias rotaciones de hombro.
—Aún me duele un poco. El hombro también. Pero el médico ha dicho que se me curará con el tiempo.
Grace se mordió el labio inferior.
—Aún no me puedo creer que ya no estén —dijo ella en voz baja—. Giovanni. Ambergris. Bowman y Vásquez.
—Lo sé. Intento no pensar en ello. No se me da muy bien asimilar la muerte y las pérdidas.
Con una sonrisa en los labios, Grace le cogió la mano.
—Te pondrás bien —le aseguró—. Ambos nos recuperaremos.
* * *
En su cubículo de la WXNY, Flavia Veloso contemplaba el titular que encabezaba la primera página de The New York Times.
EL FBI AFIRMA QUE AL-QAEDA ESTÁ DETRÁS
DEL ATENTADO CONTRA LA MILLENNIUM TOWER
Ella no se lo creía. Ni por asomo.
Circulaban rumores de que el gobierno quería encubrir algo. En los días que siguieron a la explosión, algunas fuentes que tenía en la Millennium Tower le hablaron del asesinato del doctor Ambergris, que había tenido lugar poco antes del ataque. Había rumores sobre un descubrimiento científico increíble que el gobierno pretendía silenciar.
Pero no tenía ninguna prueba. Nada sólido.
Un mozo de valijas interrumpió sus pensamientos.
—Un paquete para usted, señora Veloso.
Ella cogió el sobre. Iba dirigido a Flavia Veloso, WXNY. No constaba el remitente.
«Qué raro.»
Abrió el paquete. En su interior encontró un grueso manuscrito. Cuatrocientas páginas llenas de letra impresa.
Madison y Grace habían decidido que el mundo tenía derecho a conocer la historia del Código Génesis. Pero también pensaron que quizá la Orden aplicaba una cierta lógica al creer que el mundo no estaba preparado para encajar los perturbadores avisos que contenía. Así que habían optado por preservarla y presentar la historia del Código Génesis de la misma forma en que había sido conservado durante el pasado: escondido entre mitos y leyendas.
En las páginas de ficción de aquel manuscrito que habían enviado a Veloso, Grace y Madison contaban la historia del Código Génesis a aquellos que poseían la inteligencia y sabiduría necesaria para discernir los retazos de verdad que se escondían en los párrafos inventados.
Flavia abrió el manuscrito por la primera página y se dispuso a leerlo.
Había dejado la cubierta sobre la mesa. En ella aparecía escrito el título del manuscrito:
«EL CÓDIGO GÉNESIS»
Fin