Capítulo 27

 

Despacho del doctor Christian Madison.

Millennium Tower, planta 34.

Manhattan, Nueva York.

 

—¿Crees que este lío de números es un mensaje con sentido del doctor Ambergris? —preguntó Madison—. ¿Por qué no limitarse a escribirlo?

—Debía de temer que lo leyera alguien más —repuso Grace—, así que lo envió en forma de código.

Madison no ocultó su escepticismo.

—¿Un código que sólo reconocerías tú?

Grace examinó la hoja impresa.

—El doctor Ambergris debió de pensar que si algo le sucedía, yo acudiría a ti. La única forma en que puede descifrarse este mensaje es si tú y yo intentamos hacerlo juntos: un seguro adicional para mantenerlo oculto a los demás.

—Eso no tiene sentido —dijo Madison—. Sólo el personal de Triad Genomics tendría acceso al correo de mi ordenador.

Grace se mordió el labio inferior.

—Tiene sentido si le preocupaba la posibilidad de que hubiera un traidor en la empresa. Alguien que trabaje en Triad Genomics.

Grace dirigió la atención de Madison hacia la cuadrícula de ocho por ocho llena de dígitos, recién impresa en negro sobre papel blanco.

—Deja que te enseñe cómo funciona esto —dijo Grace—. Suma los números de la primera fila.

Madison tardó unos momentos en realizar el cálculo mental.

—Arroja un total de doscientos sesenta.

—Exactamente. Ahora elige cualquier otra fila y repite la operación.

Madison apoyó un dedo en la tercera fila y calculó mentalmente el resultado.

 

 

—Doscientos sesenta —dijo él. Sin detenerse, fue sumando los números de cada una de las columnas—. El total siempre es doscientos sesenta.

—Es un cuadrado mágico. Los números están dispuestos de forma que cualquier fila o columna suma el mismo resultado —explicó Grace.

—¿Y cuál es el significado de doscientos sesenta?

Ella señaló una estatuilla que reposaba sobre la cómoda de Madison. La figura de piedra representaba un báculo emplumado adornado con dos serpientes entrelazadas enrolladas en él.

—¿Un regalo del doctor Ambergris? —preguntó ella.

—Sí. Es maya. La representación de Chac, la serpiente celestial y dios de la lluvia.

—El padre de Ambergris era catedrático de Yale, un reputado arqueólogo e historiador.

—Lo sé —dijo Madison.

—¿Y sabías que la antigua civilización maya era una de las pasiones de su padre? Dedicó su vida entera a estudiar a los mayas. Y compartió esa pasión con su hijo. Sé que el doctor Ambergris había acompañado a su padre en varias ocasiones en las expediciones que éste realizó a la península del Yucatán cuando Ambergris era niño. Incluso se planteó estudiar arqueología, siguiendo los pasos de su padre, hasta que descubrió su pasión por la ciencia y la genética. Pero me parece evidente que el interés del doctor Ambergris por los mayas y otras culturas antiguas siempre fue algo más que la simple curiosidad que siente un hijo por el trabajo de su padre.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Madison.

—El doctor Ambergris era hijo único. Cuando su padre murió, él se convirtió en el heredero universal de todas sus posesiones, incluida la mansión familiar en la ciudad, el fondo fiduciario de los Ambergris y la inmensa biblioteca paterna: una colección de libros y manuscritos a la que el fallecido había dedicado toda una vida.

—Pero...

—Dame un segundo —le interrumpió Grace, alzando un dedo—. Después de que su padre muriera, el doctor Ambergris renovó su interés por el trabajo de éste. Quizás ésa fuera la forma de mantenerse conectado a él, incluso después de muerto. ¿Quién sabe? Pero el hecho es que el doctor Ambergris empezó a revisar las investigaciones de su padre. Pasaba las horas, los días y las semanas leyendo las notas y libros de su padre.

Los dedos de Madison tamborilearon impacientes sobre la mesa.

—A veces hablaba de ello. Por eso reconocí el significado de estos números —continuó ella, al tiempo que señalaba la cuadrícula de ocho por ocho—. El número raíz de este cuadrado mágico, doscientos sesenta, es el número de días que tenía un año en el calendario maya.

Madison estaba empezando a hartarse.

—Pero ¿qué tiene que ver todo esto con su investigación genética?

Grace negó con la cabeza.

—No lo sé.

—Y la línea de texto: «Éste es el principio del mundo antiguo»...

Grace se encogió de hombros.

—La verdad, ni idea.

Madison estudió el críptico cuadrado mágico.

—Grace, esta parrilla contiene sesenta y cuatro dígitos —dijo, en un arranque de inspiración. Grace abrió mucho los ojos.

—El ADN tiene sesenta y cuatro codones. No puede tratarse de una coincidencia

 

Código Génesis
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