Capítulo 9
Despacho de Christian Madison.
Millennium Tower, planta 34.
Manhattan, Nueva York.
Madison contempló el extraño e-mail.
—La verdad es que no tengo tiempo para este tipo de cosas —dijo, sin poder ocultar un deje de irritación en la voz.
Descolgó el teléfono con la intención de marcar la extensión del doctor Ambergris, pero se detuvo cuando Grace Nguyen apareció ante la puerta de su oficina.
—Buenos días, Christian. Quiz.
Su altivez habitual parecía alterada. Madison advirtió las arrugas que el estrés formaba entre las cejas de Grace cuando se enfadaba.
—Buenos días —dijo Madison.
—Hola, doctora Nguyen —saludó Quiz, mientras se llevaba la mano a la cabeza como si tocara un sombrero imaginario. Ella sonrió a Quiz.
—Ya basta. Me llamo Grace. Deja de dirigirte a mí como doctora Nguyen.
—Mi madre siempre me dijo que era de mala educación dirigirme a mis mayores por su nombre de pila. Intentó disimular una sonrisa traviesa. Grace enarcó una ceja.
—¿De verdad te parezco mayor?
Él la miró de arriba abajo.
—Bueno, al menos mayor que yo.
Entonces no hagas que me enfade o te daré unos azotes, Stefan.
Quiz soltó un gruñido. Como bien sabía Grace, odiaba su nombre. Levantó las manos en señal de burlona rendición.
Madison se repantigó en la silla.
—¿Qué te trae al lado malo del camino?
Sus palabras tenían un tono acerado.
Grace levantó sus ojos azules y los clavó en los de Madison. Sus iris azules eran un regalo genético de su padre británico, un deslumbrante destello de color en un rostro de rasgos asiáticos.
Grace se tragó una réplica aguda, pero en su voz se percibía un deje de amargura.
—Necesito hablar contigo, Christian —dijo.
—¿Algún problema? —preguntó Christian.
Silencio.
—Sí —respondió ella.
Otra pausa.
Madison se tomó su tiempo para preguntar:
—¿De qué se trata?
Grace apoyó el peso de su cuerpo sobre un pie y luego en el otro.
—Creo que he cometido un error.
—¿Qué ha pasado?
—Esta mañana había un grupo de manifestantes a las puertas del edificio. Debían de ser unos veinte. Una de ellos me sacó de quicio. Me desafió y me dejé llevar. Creo que me he excedido.
—¿En qué sentido? —preguntó Madison.
—Espera un momento —intervino Quiz—. ¿Manifestantes?
—Protestaban contra la investigación con células madre —explicó Grace.
—¿Acaso hacemos eso? —preguntó Quiz.
—No —dijo Madison.
—Pero la conferencia de biogenética atraerá a mucha prensa —dijo Grace—. Supongo que buscan aparecer en los medios.
—¿En qué te has excedido? —insistió Madison.
—Dije algunas cosas que no debería haber dicho.
Hizo un resumen del encuentro.
—Bueno, tampoco suena tan mal —dijo Quiz.
—En circunstancias normales estaría de acuerdo contigo, pero creo que nos han filmado. Había una periodista y un cámara en la calle.
Madison negó con la cabeza lentamente. Los ejecutivos que dirigían el curso financiero de Triad Genomics eran muy sensibles a la mala prensa. Un reportaje negativo en los medios podía conllevar efectos adversos en el mercado de acciones. Triad Genomics invertía millones de dólares todos los años en los gurús de Madison Avenue para mantener una guerra de relaciones públicas contra sus críticos y dibujar una imagen positiva de la empresa en la mente del público.
—Si eso aparece en televisión, el cuadro de directores querrá tu cabeza. En una bandeja —dijo Madison.
—Eso es lo que me temo —dijo ella—. ¿Qué crees que debería hacer?
—¿Por qué no se lo preguntas al doctor Ambergris?
—Te lo pregunto a ti.
—¿Quieres saber mi opinión? Pues creo que volviste a abrir la boca sin pensar.
—Christian, creí que, tú mejor que nadie, me entenderías...
—Mira, no sé por qué se te...
Quiz los interrumpió.
—Eh, chicos...
—Quiz, siempre hace lo mismo —continuó Madison—. Nunca se para a considerar...
Pero al ver la expresión de alarma en la cara de Quiz, Madison se detuvo bruscamente a media frase.