Capítulo 60
Exterior de la Millennium Tower.
Manhattan, Nueva York.
Mientras el sol salía sobre Manhattan, la calle donde se alzaba la Millennium Tower se convertía en una zona de combate. Llegaron en metro, taxi, bicicleta y autobús. Llevaban pancartas, camisetas, altavoces y pasquines. Y estaban enojados.
Fanáticos, neoconservadores, derechistas y defensores de la vida se enfrentaban a progresistas, airados estudiantes universitarios, grupos defensores del aborto y la libertad de elección. Las interpelaciones verbales se convirtieron en concursos de gritos. Los ánimos se caldeaban.
—¿Qué coño le pasa a la gente cuando se agrupa? —preguntó Zoovas a la agente de la policía de Nueva York que estaba a su lado, en el vestíbulo de la Millennium Tower.
La sargento Lori Peters observaba la acera, donde agentes uniformados agrupaban a los dos bandos opuestos detrás de barricadas policiales y colocaban cintas amarillas a ambos lados de la entrada del edificio.
—Psicología de grupos. El poder de las masas —explicó ella—. Las personas razonan y actúan de manera distinta cuando forman parte de una turba hostil. —Se volvió hacia Zoovas—. Sin embargo has hecho bien en llamarnos antes de que las cosas se salieran de madre. ¿Cómo has conseguido acabar siendo el enlace entre Triad Genomics y el departamento de policía de Nueva York?
—¿El enlace? Bonita forma de describirlo. «El capullo» sería más adecuado. Mi jefe está que trina en estos momentos.
Peters hizo un mohín de disgusto.
—¿No disfrutas de mi compañía?
—Tranquila, agente —dijo Zoovas con una sonrisa—. Soy un hombre casado.
—Bien, en ese caso, ¿por qué no mueves ese culo casado hasta el Starbucks y me traes un café?
Zoovas se rió al reconocer el humor de su ex compañera de servicio.
—Bueno, si no recuerdo mal, siempre era yo quien iba a por el café cuando patrullábamos juntos.
—Te propongo un trato —dijo ella—: tú vas a comprarlo y yo lo pago.
La radio que Zoovas llevaba prendida del cinturón emitió un zumbido.
—Señor Zoovas. Informe, por favor.
Zoovas soltó un suspiro de exasperación.
—Hablando del rey de Roma... —Se llevó la radio al oído y contestó—: La policía está montando barricadas. Están acordonando parte de la acera para mantener alejados a los grupos de protesta. ¡Y a los antiprotesta!
—¿Antiprotesta? —preguntó Crowe con un gruñido.
—Bueno, ¿cómo los llamaría usted?
Crowe hizo caso omiso a la pregunta.
—¿El ambiente sigue tenso?
—Se ha calmado un poco. Los policías armados tienden a ejercer ese efecto sobre la gente.
—¿Quién está al mando del destacamento de policía?
—La sargento Peters.
—¿Peters es la oficial de mayor rango del grupo?
—Sí.
—¿De cuántos hombres disponen?
—Cinco. Seis, contando a Peters.
—De acuerdo. Le quiero ahí, con la policía. Es la persona más adecuada para tratar con ellos. Los abogados nos han dicho que no podemos dispersar a la multitud a no ser que se infrinja alguna ley. Libertad de expresión, libertad de asociación y toda esa mierda.
—Habla como un verdadero patriota —murmuró Zoovas dirigiéndose a Peters. Pero por radio dijo—: Entendido, señor.
—Manténgame informado, señor Zoovas.