Capítulo 31
Despacho del doctor Christian Madison.
Planta 34, Millennium Tower.
Manhattan, Nueva York.
—¿Qué diablos se cree que está haciendo, Crowe? —gritó Madison.
—Doctora Nguyen —dijo Crowe—, ¿sería tan amable de explicarme por qué se hallaba en el edificio anoche entre las cuatro y once y las cuatro cuarenta y seis de la madrugada?
—¿Qué? No me acerqué al despacho anoche —dijo Grace— Y a esas horas estaba durmiendo, como cualquier persona normal.
Crowe entrecerró los ojos mientras hablaba.
—El control de entradas la sitúa en la planta treinta y cuatro a las cuatro y once. Era la única persona que andaba por allí a la hora en que el doctor Ambergris fue asesinado.
—Chorradas —gritó Grace—. ¿Ha revisado la cinta de las cámaras de seguridad?
Crowe negó con la cabeza y esbozó una sonrisa irónica.
—Como supongo que sabe perfectamente, esa información ha sido borrada del servidor. La de todas las cámaras de esa planta, entre las cuatro y las cinco de la mañana. Muy conveniente, ¿no cree?
—Un momento, Crowe... —interrumpió Madison.
—Manténgase al margen de esto, doctor Madison —le espetó Crowe.
—Por favor, me conocen —dijo Grace—. No he tenido nada que ver con esto.
—Pues no —replicó Crowe—. Me parece que no la conozco en absoluto.
—Crowe —dijo Madison, alzando la voz—, deténgase un momento. ¡Y escúcheme! Acabo de recibir un aviso telefónico según el cual las personas que mataron al doctor Ambergris planean hacer explotar una bomba en la Millennium Tower el primer día de la conferencia de biogenética. ¡Grace no tiene nada que ver con esto!
—Le advertí que no se metiera, Madison —gritó Crowe—. Y ya de paso, me gustaría saber qué hace Grace en su despacho. ¿A qué viene tanto interés por defenderla? ¿Quizás está también implicado en todo esto?
Grace retrocedió un paso.
—Usted no va a ninguna parte —dijo él, y la agarró con rudeza del brazo.
Grace emitió un grito de dolor y se debatió, intentando liberar el brazo de la férrea mano de Crowe.
—¡He dicho que basta! —gritó Crowe tirando con fuerza del brazo de Grace, quien tropezó y, al caerse, se golpeó la cabeza contra la pared.
Madison, a pesar de los veinte kilos que lo separaban de Crowe, le agarró de la muñeca e intentó soltar a Grace. Crowe le cruzó la cara de un fuerte revés que derribó a Madison contra el suelo.
Grace se giró y clavó los dientes en el musculoso antebrazo de Crowe.
—¡Maldita sea! —rugió éste, que se volvió hacia Grace y la agarró del pelo.
Ya en pie, Madison se aprovechó de la distracción momentánea provocada por Grace y se abalanzó sobre la espalda de Crowe.
Le rodeó el cuello con un brazo y tiró con fuerza con el otro en un intento de hacerle una llave en la garganta.
—Suéltala —gritó, al tiempo que clavaba la rodilla en los riñones de Crowe.
Crowe se llevó ambas manos al cuello y agarró los dedos de Madison con todas sus fuerzas. Sin respiración, se movió en círculos por el despacho, haciendo que el cuerpo de Madison chocara con los muebles y las paredes en un desesperado intento de zafarse de él.
Grace, libre por fin, cogió una lamparita de bronce de la mesa de Madison, mientras Crowe seguía dando vueltas y las piernas de Madison chocaban contra la mesa.
Grace levantó la lámpara en el aire y saltó sobre Crowe, estampándosela en la nuca.
Crowe se desplomó como una muñeca de trapo. Madison cayó al suelo a su lado.
—¡Christian! —gritó Grace—. ¿Estás bien?
Madison, jadeante por el esfuerzo, se puso de rodillas. Hizo un rápido repaso de sus heridas y golpes.
—Creo que no tengo nada roto —afirmó mientras se palpaba las costillas.
Madison se acercó a Crowe y estudió la fractura que éste tenía en el cráneo. Un agujero del tamaño de una pelota de golf. Su mano se llenó de la sangre de Crowe.