Capítulo 97
Semisótano, nivel C.
Millennium Tower.
Manhattan, Nueva York.
Grace corrió por el estrecho pasillo, girando una y otra vez, en busca de una ventana o una salida de emergencia. Todas las puertas que encontró en su camino estaban cerradas con llave. Aminoró el paso para recobrar el aliento y se dio cuenta de que se había perdido. No tenía ni idea de cómo salir del semisótano de la Millennium Tower.
Intentó controlar el pánico; alejó de su mente las imágenes de explosiones y edificios derruidos que intentaban apoderarse de ella.
Grace giró una vez más y topó con un pasillo sin salida.
«Mierda.»
El corredor terminaba bruscamente a unos siete metros. Una única puerta situada al final del pasadizo se convirtió en su última esperanza.
Grace corrió hacia la puerta y giró el pomo. Al otro lado se oía el zumbido de alguna máquina. Cerró los ojos y empujó.
«¡No está cerrada!»
Grace abrió la puerta y cruzó al otro lado.
Una sala cavernosa se extendía hasta más allá de lo que alcanzaba a ver con aquella débil luz. Un estrecho pasillo surcaba el centro de la sala entre altos estantes llenos de maquinaria industrial que emitían un zumbido sordo. Unas tuberías plateadas salían de las entradas de aire y recorrían el techo. Los compresores de aire y unos agotados ventiladores llenaban la sala con un coro de ruidos metálicos.
El agua condensada en las tuberías provocaba una llovizna intermitente sobre el revestimiento de metal del suelo. De las tuberías salía un vapor sibilante, que trazaba nubes de niebla blanca en la atmósfera húmeda y maloliente.
Grace avanzó por el pasillo y cruzó aquella selva de máquinas y equipos eléctricos. A sus pies, algunos huecos del revestimiento de metal revelaban un enorme foso.
A la derecha vio un teléfono, montado en una columna de acero. Pegado a él había un papel amarillento donde constaban apellidos y extensiones telefónicas.
Se llevó el auricular al oído. Sólo se oía silencio. Colgó y descolgó varias veces.
No había línea.
Frustrada, golpeó la pared con el teléfono.
«¡Maldita sea!»
Estaba agotada, le dolía la cabeza. Le costaba respirar.
Por encima de su cabeza, una nube de vapor surcó la oscuridad. Al final del pasillo, a su espalda, la misma puerta por la que había entrado se abrió de golpe. Un débil fluorescente iluminó la silueta que cruzaba el umbral.
Grace se quedó paralizada de terror.
«No es lo bastante grande para ser Crowe.»
La silueta entró en la sala y cerró la puerta.
«Un hombre, sin duda.»
—¿Christian? —gritó ella.
La silueta se detuvo.
—No —replicó—. No soy Christian.