Capítulo 72
Museo Field de Historia Natural.
Chicago, Illinois.
El doctor Vásquez apoyó la mano en el brazo de Madison.
—Tengo que confesarles algo —dijo—. Sabía que vendrían a verme antes de que llamaran.
Madison intentó disimular su inquietud.
—¿Cómo podía saberlo?
—Él me lo dijo —respondió Vásquez.
—¿Él?
—Joshua. El doctor Ambergris. Grace dio un paso atrás.
—¿El doctor Ambergris le dijo que Christian y yo vendríamos a verle?
—Sí. Joshua me dijo que algún día, no muy lejano, ustedes dos viajarían hasta aquí para formularme la clase de preguntas que me han hecho hoy.
El doctor Vásquez sonrió mientras se metía la mano en el bolsillo de la chaqueta.
—Joshua me pidió que les proporcionara las respuestas que solicitaran.
Vásquez sacó un pequeño CD-ROM guardado en una funda de plástico y se lo dio a Madison.
—También me pidió que les entregara esto.
De repente la cabeza de Vásquez se dobló de forma violenta. El CD cayó al suelo.
Una lluvia carmesí tiñó de rojo la mejilla derecha de Grace.
El amortiguado rumor del silenciador apenas llegó a oídos de Madison.
Antes de que Madison tuviera tiempo de reaccionar, el cuerpo de Vásquez cayó hacia atrás, impulsado por la aceleración de la bala. Con los brazos inertes, Vásquez se empotró contra la enorme estela maya con todo su peso.
—Maldita sea —gritó Crowe desde el otro lado de la sala.
El grito de Grace cortó el aire. Aterrada, intentó limpiarse la sangre de la cara con gestos frenéticos.
La estela de piedra tembló ante el impacto del cuerpo de Vásquez. Un crujido, el ruido de algo al partirse, resonó desde el pedestal donde reposaba la estela al mismo tiempo que ésta oscilaba.
La inmensa piedra se tambaleó.
Sin pensarlo demasiado, Madison cogió a Grace de la muñeca y la alejó del inestable monumento. Tras echar un vistazo por encima del hombro, pensó que la estela no llegaría a caerse. Pero entonces empezó a desplomarse despacio hacia atrás, con cierto estilo, cogiendo velocidad a medida que las dos toneladas de piedra tallada avanzaban en silencio hacia el suelo de mármol.
—¡Muévete! —gritó Madison mientras apartaba a Grace a rastras del centro de la sala y la conducía hacia la puerta.
De camino, se agachó a recoger el CD que había caído de los dedos sin vida de Vásquez.
El impacto del enorme monumento contra el suelo de mármol fue ensordecedor, un trueno que resonó por la galería con la fuerza de un cañonazo. La parte superior de la estela derribó un expositor de cristal, que quedó aplastado bajo el peso del monumento.
La estela se partió al chocar contra el suelo: trozos de piedra salieron disparados por el suelo. El aire se llenó de fragmentos de piedra y esquirlas de cristal, una lluvia de cascotes que volaban con fuerza.
Una niebla de polvo y piedra pulverizada se elevó de la estela caída como la nube en forma de hongo que sigue a las explosiones nucleares. Madison y Grace fueron derribados por los proyectiles que emergían de ella; las espaldas quedaron llenas de heridas provocadas por los cristales.
Madison se retorció de dolor mientras sus ojos intentaban buscar a quien había disparado. En sus manos ensangrentadas sujetaba el CD.
Grace yacía inmóvil.