Capítulo 75
Museo Field de Historia Natural.
Chicago, Illinois.
La ira asomó a sus ojos cuando vio que Madison y Grace escapaban de la sala de Babilonia. Con gran esfuerzo Crowe intentó contener la furia que dominaba su mente y sofocó el sentimiento de frustración. Sus ojos recorrieron la sala.
«Observa.» «Orienta.» «Decide.» «Actúa.»
Crowe respiró hondo, tal como le habían enseñado en el campamento militar, para controlar la adrenalina que fluía por sus venas. Con ánimo frío y calculador, cruzó la sala en busca de su presa.
Gotas de sangre manchaban el suelo de piedra.
«Uno de ellos está herido.»
Crowe se maldijo en silencio por dejar que la emoción nublara sus facultades. Acarició la pistola; no volvería a fallar.
Con pasos largos y rápidos Crowe cubrió la distancia que le separaba del extremo opuesto. Pasó entre los mudos guardias imperiales, cuyas armas se alzaban amenazadoras en señal de aviso. Después de cruzar el falso arco de piedra que conducía al palacio imperial, Crowe abrió con cautela la puerta doble y entró en la tumba de Tutankamón.
«Salid, dondequiera que estéis.»
Oscura y en sombras, la cámara contenía una réplica exacta de la tumba del rey Tutankamón, tal como fue descubierta por el arqueólogo británico Howard Carter bajo las arenas del desierto del Valle de los Reyes.
Iluminadas por un círculo de luz blanca, unas letras estilizadas dibujadas sobre un papiro anunciaban: «Tumba de Tut-ankh-Amen. La verdadera imagen de Amen».
Un rápido vistazo al interior de la cámara no reveló movimiento alguno.
En el aire flotaba un olor denso, mezcla de tierra mojada y aromas de especias. Crowe presionó con fuerza la visión láser de la pistola y un fino rayo de luz roja surcó la penumbra. Un puntito rojo apareció en la pared de enfrente.
Crowe movió aquella línea roja fantasmal dibujando un arco lento por toda la cámara.
Detrás del cristal que tenía a su izquierda, una pieza de yeso que antaño había sellado la entrada hacia la cámara funeraria de Tutankamón se hallaba dispuesta sobre un fondo de terciopelo negro. Impresos en el yeso se distinguían siete sellos que mostraban imágenes de Anubis llevando a cabo rituales. Uno de ellos mostraba al Dios cerniéndose sobre nueve cautivos, arrodillados y con las manos atadas a la espalda.
El punto de luz roja enfocó las flores de loto que brotaban de las ataduras de los nueve cautivos.
Crowe escuchó con atención.
Sólo se oía silencio.
Si Madison y Grace se hallaran en alguna de las salas contiguas, él podría oír sus pasos.
«Están escondidos en alguna parte.»
A medida de que sus ojos se acostumbraban a la falta de luz, Crowe se percató de que se hallaba en una especie de antecámara. Estaba llena de objetos que cubrían las paredes desde el techo hasta el suelo. En el muro sudeste, había cuatro carros bellamente decorados, desmantelados.
Tres plataformas doradas con asas, usadas para transportar sarcófagos, ocupaban la pared oeste. Cada una de ellas estaba adornada con la imagen de una diosa.
Sejmet, hija de Ra, el dios del sol.
Hathor, la madre diosa.
Tueris, la diosa de las madres que dan a luz.
Contra la pared había varias cajas de madera que contenían fiambres. Un par de figuras de madera de tamaño natural custodiaban ambos lados de una puerta.
De un brillante candil de cobre colgaba un cartel de madera que, escrito con una letra que imitaba la del arqueólogo Howard Carter, rezaba:
«CÁMARA FUNERARIA»