Capítulo 41
Despacho de Quiz.
Semisótano, Millennium Tower.
Manhattan, Nueva York.
Quiz arrancó el envoltorio de plástico de otra chocolatina y continuó leyendo. La siguiente entrada del diario del doctor Ambergris aparecía fechada el 25 de marzo.
25 de marzo
Un hombre mucho más listo que yo dijo una vez que Dios no juega a los dados con el universo. Después de mucha reflexión, no puedo aceptar la idea de que un ser supremo emplazara un código oculto en nuestro ADN para transmitir un mensaje secreto a la humanidad. Por atractiva que resulte la idea para aquellos que buscan consuelo en una prueba de comunicación directa con nuestro Creador, mi mente racional no puede por menos que rechazar tal teoría.
Pero no cabe duda de que el Código Génesis existe. Hasta el momento mis esfuerzos por descifrar el texto encriptado ubicado en la estructura química de nuestro genoma han resultado infructuosos. La pregunta se mantiene: ¿quién lo puso allí y con qué propósito?
Las referencias crípticas al ADN y la genética en los antiguos textos hebreos aún se conservan. Creo que los académicos hebreos se limitaban a recitar fragmentos de conocimientos científicos avanzados que quedaban muy lejos de su comprensión dada la época en la que vivían. Estoy ampliando mi revisión de la literatura antigua para incluir estudios de escritos de culturas ancestrales. Ya he encontrado referencias en la mitología maya y en textos egipcios parecidos a los que se recogen en el Sefer Yetzirah.
Predigo que la inclusión de conceptos científicos avanzados y codificados en narraciones primitivas será un tema común en muchas de nuestras civilizaciones más antiguas.
Pero si Dios no fue el responsable del Código Génesis, ¿quién fue? Existe otra hipótesis que merece considerarse.
Hace varias décadas, el matemático Johann von Neumann propuso la idea de una máquina que se autorreproducía y que depuraría el universo mientras existiera la vida.
¿A qué se refería Von Neumann cuando hablaba de autorreproducción? Imaginemos un aparato que despega de la Tierra y se dirige hacia el sol más cercano, Próxima Centauri. El aparato tiene ordenadores y sensores para detectar la existencia de planetas que giren alrededor de cualquier estrella con que se encuentre. Halla un planeta y aterriza en busca de indicios de vida. Al no encontrar ninguno, los mecanismos robóticos a bordo del aparato recogen metales y productos químicos de la superficie de ese planeta.
Puede ser cuestión de siglos, pero el aparato de Von Neumann acaba construyendo una réplica completa de sí mismo y repara o reemplaza cualquier parte dañada durante el aterrizaje en el citado planeta. Ahora tenemos dos máquinas de Von Neumann. Ambas despegan y parten en busca de otros planetas. A lo largo de decenas de miles de años, las máquinas se multiplican y se dispersan por la galaxia, en busca de vida.
Von Neumann se adelantaba mucho a su tiempo, pero sus ideas no son inconcebibles. En el futuro, la nanotecnología podría construir una máquina capaz de realizar las funciones que proponía Von Neumann. Pero ¿por qué enviar máquinas al espacio si existe otra forma mucho más simple de conseguir el mismo objetivo?
El ADN es un aparato orgánico que se autorreproduce y que ya existe en la naturaleza. No hay razón para construir una máquina como la que propugnaba Von Neumann. El mecanismo necesario para cumplir ese objetivo ya existe en forma de ADN.
Cada célula del organismo contiene el ADN necesario para reproducirlo. Así que, ¿para qué usar una maquinaria tecnológica compleja cuando el ADN microscópico puede hacer lo mismo?
Las hebras de ADN podrían diseminarse por el universo igual que la máquina de Von Neumann. Podríamos sembrar la galaxia de ADN de la misma forma que un granjero siembra sus campos de semillas. Parte del ADN encontraría planetas que tuvieran componentes químicos apropiados para que el ADN se replicara a sí mismo.
El ganador del premio Nobel Francis Crick defendió la idea de que una civilización alienígena podría haber inundado el espacio de microorganismos hace cientos de millones de años, diseminándolos por el universo y sembrando de vida el cosmos. En el ADN de esos microorganismos nuestra hipotética civilización alienígena podría haber adjuntado mensajes, o incluso un idioma universal completo, para que ese conocimiento se transmitiera a las sucesivas generaciones.
Cuando estos mensajeros genéticos encontraran vida, podrían insertar el Código Génesis en el ADN, casi del mismo modo en que la terapia genética inserta nuevas secuencias de genes en el ADN de pacientes vivos. El mensaje oculto en el Código Génesis se preservaría y se transmitiría de generación en generación, a la espera de ser descubierto por la vida inteligente.
¿Es éste el origen del Código Génesis? ¿Un mensaje genuinamente antiguo que llega hasta nosotros a través del tiempo y del espacio? ¿La comunicación de una civilización remota?
Quiz descolgó el teléfono y marcó la extensión de Madison. Sonó cinco veces antes de que saltara el buzón de voz.
—«Éste es el contestador automático de Christian Madison. En este momento estoy atendiendo otra llamada o me encuentro fuera del despacho...»
«¿Por qué no está Madison en su despacho?»
Quiz aguardó con impaciencia a la señal para dejar el mensaje.
—Christian, soy Quiz. Llámame en cuanto oigas esto. No te lo vas a creer...