Capítulo 79
Autopista John F. Kennedy.
Chicago, Illinois.
Grace cerró los ojos y notó la caricia del aire que entraba por la ventanilla del taxi; tenía la sensación de que aquella brisa fresca le lavaba la cara. Se dio un suave masaje en las sienes, destinado a reducir la intensa jaqueca que sufría. Las contusiones de la espalda le quemaban como si hubiera estado demasiado tiempo al sol. Los músculos le dolían del agotamiento.
Por el rabillo del ojo observó a Madison. Este miraba por la ventana, absorto en sus pensamientos. Sus dedos no paraban de masajear sus nudillos.
—Eh —dijo Grace en voz baja.
Madison apartó la mirada de la ventanilla y la posó en los ojos azules de Grace.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—No estoy seguro —respondió él esbozando una media sonrisa.
La huida del museo Field y de Crowe había dejado exhaustos a Madison y a Grace, tanto física como emocionalmente. Después de salir por una puerta de emergencia que se hallaba detrás de la sala principal, se refugiaron durante un rato en una estación de servicio. Grace se aseó en los lavabos mientras Madison engullía tres perritos calientes con chile que compró a un vendedor ambulante jamaicano.
—Soy incapaz de volver a ver a alguien morir —dijo Madison.
Apoyó la cabeza en el respaldo del asiento del taxi y cerró los ojos.
Justin, reducido al fantasma de un niño, yacía frágil y enfermo sobre las rígidas sábanas blancas de la cama del hospital. Un amasijo de tubos y cables le inundaba el pecho, conectando su cuerpo agonizante a bolsas de suero, monitores y máquinas.
El monótono pitido del indicador cardíaco marcaba el paso de los segundos. Christian Madison estaba sentado a su lado, con la mano de su hijo entre las suyas.
Durante la mayor parte del tiempo Justin no parecía ser consciente de lo que ocurría. Miraba al frente, con ojos vidriosos e inexpresivos. Le costaba respirar. A ratos, el movimiento de su pecho se detenía por completo. Su boca emitía un sonido seco, una especie de arcada, y luego volvía a respirar.
Madison se sentía impotente. Para él la ciencia era como una religión, pero esa misma ciencia que tanto amaba se negaba a obrar un milagro en honor de uno de sus más fieles discípulos. Rezó a un Dios en el que no creía por la vida de su hijo moribundo.
La caricia de Grace le devolvió al presente. Madison abrió los ojos.
—No veré morir a nadie más —repitió él. Luego se irguió en el asiento. Sacó fuerzas de su propia ira—. Tenemos el CD. Con un poco de ayuda técnica por parte de Quiz, deberíamos ser capaces de traducir el Código Génesis. Hay que volver a Nueva York.