Capítulo 18
Despacho de Dante Giovanni.
Suite ejecutiva de Triad Genomics.
Manhattan, Nueva York.
El inmenso despacho de Dante Giovanni, situado en una de las esquinas de la planta, ofrecía una asombrosa vista panorámica de Central Park y del skyline de Manhattan. En una jornada laboral típica, Giovanni empezaba por leer The New York Times y The Wall Street Journal, mientras saboreaba un café de Colombia y disfrutaba de la vista.
Ese día, sin embargo, no era una jornada laboral típica.
Ese día estaba sentado con el jefe de seguridad en torno a una mesa redonda de caoba, mientras abordaba con calma el asesinato del doctor Joshua Ambergris: su compañero de negocios, su amigo más antiguo y el mejor genetista de Triad Genomics.
—Si exceptuamos la venganza personal contra el doctor Ambergris, algo que en mi opinión es altamente improbable, el motivo de su asesinato debe estar relacionado con su trabajo —dijo Crowe.
Giovanni cruzó los brazos y se repantigó en la silla. En cada una de las paredes del despacho, a la altura del techo, pequeños altavoces prácticamente invisibles emitían ruido rosa. A frecuencias indiscernibles para el oído humano, las emisiones de los altavoces bloqueaban cualquier intento de escucha por parte de aparatos electrónicos, ya estuvieran ocultos por la sala u orientados hacia ella desde el exterior.
—Podría ser —coincidió Giovanni.
—El doctor Ambergris tenía un círculo limitado de amigos y conocidos —dijo Crowe—. Era viudo. No tenía hijos. No tenía problemas con el juego ni costumbres sexuales poco comunes. Si su vida privada escondía algo que pudiera suponer un motivo para el asesinato, ese algo me resulta desconocido.
Alguien llamó discretamente a la puerta.
Giovanni presionó un botón disimulado debajo de la mesa. La puerta del despacho cedió y se abrió. Una de las jóvenes ayudantes de Giovanni entró con una cafetera, dos tazas de porcelana y una bandeja de pastas de desayuno, y lo depositó todo en la mesa de reuniones. A una señal de Giovanni, se apresuró a salir del despacho.
—Abordémoslo desde otro ángulo —continuó Crowe, volviendo a la conversación—. El asesino de Ambergris fue capaz de poner en jaque nuestra seguridad. A menos que nos enfrentemos a una operación extremadamente sofisticada, tal vez patrocinada por algún gobierno extranjero, resulta inconcebible que dicho sistema pueda ser burlado a menos que el intruso poseyera conocimientos internos de su funcionamiento. Información privilegiada. Lo que nos deja sólo dos posibilidades. —Tamborileó con los dedos sobre la mesa de caoba—. O el asesino conocía las claves de seguridad, o recibió ayuda desde el interior —concluyó.
—Sí. Supongo que es la conclusión lógica.
Crowe se sirvió una taza de café humeante.
—En cualquiera de los dos casos, hay un traidor en nuestras filas.