Capítulo 82
8.00, 13 de junio.
Aparcamiento subterráneo, nivel dos.
Millennium Tower.
Manhattan, Nueva York.
La furgoneta blanca llegó a las ocho en punto. Los transeúntes la vieron pasar, pero se olvidaron de ella al instante; el conductor maniobró con cuidado en la entrada al aparcamiento subterráneo de la Millennium Tower.
El hombre que iba al volante llevaba un mono tejano; era un individuo de aspecto corriente, altura media y barba bien recortada. No era la clase de persona que destacara en la multitud ni permaneciera en la memoria de las personas que se cruzaron con él y que después serían interrogadas por las fuerzas del orden.
Condujo despacio por el aparcamiento hasta el nivel dos, donde puso punto muerto y esperó durante tres minutos y trece segundos exactamente. A las ocho y cinco en punto, un Cadillac color tostado dejaba libre una plaza situada a pocos metros de una de las columnas que sostenían el edificio.
Con una mirada rápida pero atenta, el conductor del Cadillac confirmó la presencia de la furgoneta y luego se marchó sin mirar atrás.
La furgoneta ocupó la plaza vacía. Con gesto decidido, el barbudo conductor se apeó, cerró la portezuela con llave, se la guardó en el bolsillo y se encaminó a la escalera. Salió a la calle y no tardó en desaparecer entre el gentío que se apresuraba hacia el trabajo a esas horas de la mañana.
Dos minutos antes de que la furgoneta blanca llegara a la Millennium Tower, Omar Crowe atendía una llamada en su despacho.
—Crowe.
—Señor, tengo al jefe de policía al teléfono.
—Muy bien. Pásamelo.
Un clic indicó que la llamada era transferida a la extensión de Crowe.
—Buenos días, inspector. Soy Omar Crowe, jefe de seguridad. ¿En qué puedo ayudarle?
—Hola, señor Crowe. El centro de emergencias del 911 y las comisarías locales de la policía de Nueva York han recibido varias amenazas de bomba dirigidas a la Millennium Tower. He pensado que debería comunicarle la noticia personalmente.
Crowe sonrió.
—Gracias por su preocupación, jefe. Como sabrá, la Millennium Tower está equipada con la mejor tecnología de seguridad que se puede comprar con dinero. Disponemos de detectores de alta sensibilidad y equipos de rayos X situados en cada una de las entradas del edificio. Resulta prácticamente imposible que alguien pueda introducir un explosivo en el interior de nuestro edificio. Nuestros sensores detectan cualquier material químico, biológico o radiactivo en concentraciones de aire tan pequeñas como dos partes por millón. Nuestra tecnología es tan buena como la que tienen en el Pentágono.
—Sí, señor Crowe. He presenciado las demostraciones y me han parecido impresionantes. Esa avanzada tecnología de que disponen ha sido la única razón por la que no hemos enviado equipos de artificieros a su edificio al recibir esas amenazas. Bueno, eso y la llamada que realizó del gobernador en persona, recalcando la importancia de que la conferencia de biogenética se celebre sin contratiempos. No me cabe duda de que Triad Genomics tiene gran influencia política.
—Eso queda por encima de mis responsabilidades, jefe. Pero sí, da la impresión de que nuestro cuadro directivo tiene buenos amigos en las altas esferas.
La voz del jefe de policía adoptó un tono conspirador.
—No siento el menor interés por cuestionar esa clase de cosas. Si me dicen que los deje en paz, eso pienso hacer.
—Aprecio la llamada de todos modos, jefe —le agradeció Crowe.
—No tiene importancia. Salude al señor Giovanni de mi parte, por favor.
Mientras Crowe colgaba el teléfono, un programa que se había insertado discretamente en el sistema de seguridad de la Millennium Tower desactivó los detectores de la entrada este del aparcamiento. Éstos permanecieron desconectados durante tres minutos mientras la furgoneta blanca entraba en el garaje y luego volvieron a activarse.