Capítulo 92
En la calle.
Millennium Tower.
Manhattan, Nueva York.
Densos grupos de gente salían de la Millennium Tower. Los guardias de seguridad situados en cada planta intentaban controlar el número de personas que usaba las escaleras, para evitar una avalancha provocada por el pánico. Jennifer y el reducido grupo de manifestantes que se habían ofrecido voluntarios para colaborar se hallaban junto a la entrada del atrio de la Millennium Tower dirigiendo el tráfico humano.
—El departamento de seguridad de Triad Genomics ha adiestrado al personal para esta clase de situaciones —había dicho Zoovas a Jennifer y al resto de voluntarios—. Pero todo va demasiado deprisa. Cabe esperar que la mayoría actúe con calma y siga las instrucciones de los guardias de seguridad que hay en el edificio.
Zoovas estaba impresionado por el valor de los voluntarios: estaban arriesgando sus vidas por ayudar.
—Pero siempre hay quien se pone nervioso. Algunos evacuados estarán desconcertados, agotados después de tantas escaleras, o abrumados. Incluso puede haber quien necesite asistencia médica por encontrarse enfermo. Lo que necesito de vosotros es lo siguiente: quiero que acompañéis a esas personas y las alejéis del edificio cuanto antes. Es vital que no dejemos que cunda el pánico. Intentad calmarlos.
Jennifer y los demás asintieron. Zoovas empezó a repartir entre ellos chalecos de color naranja marcados con la palabra «Seguridad» por delante y por detrás.
—Ponéoslos. La sargento Peters ha informado a la policía de que cualquiera que lo lleve puesto está ayudando en la evacuación. Si os lo quitáis, puede que la policía os obligue a salir del área.
Jennifer se pasó el chaleco por la cabeza y se lo ciñó a la cintura. Los demás siguieron su ejemplo.
—¿Alguna pregunta? —dijo Zoovas.
No había ninguna.
—De acuerdo —dijo Zoovas—. En marcha.
* * *
Pocos minutos antes de que se diera la orden de evacuación, Flavia Veloso iniciaba una retransmisión en directo delante de la Millennium Tower.
—Acabamos de enterarnos de que se ha producido una amenaza de bomba en la Millennium Tower, situada en el bajo Manhattan. Hace unos minutos, la policía y el personal de seguridad comenzaron las tareas de evacuación del edificio. Las fuerzas del orden consideran que con esta amenaza de bomba se pretende interrumpir la Conferencia Internacional de Biogenética que debía inaugurarse esta misma mañana.
El pánico empezaba a cundir a medida que la corriente de evacuados se convertía en riada. Atrapado en los grupos de personas que se apresuraban a salir de la Millennium Tower, un diminuto y anciano caballero hacía esfuerzos por mantenerse en pie.
Los empujones y codazos estaban acabando con sus fuerzas, que ya no eran muchas después de bajar treinta y cuatro pisos de escaleras. El anciano notó que le faltaba el aire.
«Moriré pisoteado.»
Justo cuando empezaba a perder la esperanza, un joven que llevaba un chaleco de color naranja se abrió paso entre la multitud y agarró al anciano por la cintura. El joven usó su cuerpo como coraza para impedir que el anciano fuera derribado por la multitud.
—No se preocupe —dijo—. Lo sacaremos de aquí y lo llevaremos a un lugar seguro.
Intentó tranquilizar al viejo caballero, distraerle del gentío que, cada vez más alterado, corría hacia las puertas del edificio.
—Me llamo John, John Vedder. ¿Cómo se llama usted?
—Edward —contestó el anciano—. Doctor Edward Sullivan. Soy genetista. Estaba aquí para la conferencia...
Sullivan advirtió entonces que Vedder llevaba un tatuaje en el hombro. Era una imagen de Jesucristo a todo color.
—Yo le conozco —dijo Sullivan, súbitamente alterado— Le he visto en televisión. Estaba usted con los manifestantes.
La preocupación le nubló la mirada.
Vedder asintió.
—Sí. Pero ahora eso no importa.
Sullivan observó el rostro del joven en busca de algún rastro de maldad. Sólo vio compasión.
—Gracias —dijo Sullivan.
Vedder sonrió; levantó en brazos al anciano genetista y lo sacó de entre la inquieta multitud.