Capítulo 49
Palacio de las Naciones.
Ginebra, Suiza.
Situada en el Palacio de las Naciones con vistas al lago Ginebra, la Oficina de las Naciones Unidas de Ginebra constituye el segundo centro en importancia de la ONU después de la sede de Nueva York. Sin que los empleados de la ONU que trabajan allí sean conscientes de ello, también es la sede informal de los miembros de la Orden Europea.
El secretario se disculpó educadamente para abandonar una reunión sobre comercio y desarrollo que tenía lugar en la sala de conferencias, salió del edificio E del Palacio de las Naciones por el pórtico norte de la primera planta y cruzó las cuarenta y cinco hectáreas del Ariana Park en dirección a la villa Le Bocage. Aunque aquel espacio se había convertido en oficinas para uso de la ONU, la villa del siglo XIX había sido silenciosamente ocupada por la Orden como base de sus operaciones en Europa.
Al secretario se le unió un miembro destacado de la delegación comercial de Italia.
—Buon giorno —dijo el diplomático italiano.
El secretario le saludó con una inclinación de cabeza.
Un ufano pavo real correteó por el patio de piedra que tenían delante, con la cola iridiscente verde esmeralda extendida en una muestra de cortejo.
Caminaron juntos en silencio.
Al aproximarse a la villa, el secretario vislumbró la Esfera Celeste, un monumento rodeado por cedros centenarios. Su marco esférico estaba adornado con sesenta y cuatro constelaciones doradas y doscientas sesenta estrellas de plata. Un motor escondido en la base permitía el giro lento de la esfera en torno a un eje alineado con la estrella Polar.
El secretario y el delegado comercial italiano fueron los últimos en llegar a la villa. En su interior se encontraron con cuatro conocidos oficiales europeos que también habían sido reclutados para las filas secretas de la Orden. Un lujurioso fresco que representaba El triunfo de Venus se cernía sobre el grupo mientras los miembros ocupaban sus sillas en torno a una mesa rectangular.
El secretario abrió la reunión.
—Supongo que todos estamos al tanto de la naturaleza de las acciones que emprenderemos hoy aquí. Tenemos que tomar una decisión. Una vez hayamos cruzado esta línea, no habrá vuelta atrás.
Un industrial francés cruzó las manos sobre la mesa.
—Ha llegado la hora —dijo éste—. Bajo el liderazgo de Tanaka, la Orden se siente preocupada. Sus tácticas agresivas suponen una gran amenaza a nuestros planes. No podemos permitir que esta locura siga adelante.
El secretario echó la cabeza hacia atrás y observó el abovedado techo de mármol.
—Sí —admitió con un suspiro—. Me temo que tiene razón.
El cónsul de Rusia dio un puñetazo sobre la mesa con su mano velluda.
—Creo que ya hemos soportado bastante. Ha llegado el momento de cambiar de líder.