Capítulo 48
Biblioteca Beinecke de manuscritos y ejemplares únicos.
Universidad de Yale.
New Haven, Connecticut.
La Universidad de Yale, originalmente llamada Escuela Universitaria, se fundó en 1701 en la casa de su primer rector, Abraham Pierson. La joven institución fue rebautizada con el nombre de Universidad de Yale en 1719, en honor del mecenas Elihu Yale, que realizó una donación consistente en nueve fardos de bienes, un retrato y una armadura del rey Jorge I y unos cuatrocientos libros.
Desde entonces, Yale ha añadido unos cuantos tomos a su colección.
La biblioteca Beinecke de manuscritos y ejemplares únicos, cuya fachada está revestida de placas de mármol traslúcidas para que protejan la colección de los daños provocados por la luz del sol, es uno de los mayores edificios del mundo dedicado en su totalidad a los libros raros. Entre la torre central y los sótanos pueden hallarse unos quinientos mil volúmenes y varios millones de manuscritos.
Una visita al Departamento de Historia de Yale reveló que la doctora Georgia Bowman había pasado la tarde investigando en la biblioteca Beinecke. La amable recepcionista les comentó que tal vez la encontrarían aún allí, estudiando complejos textos pertenecientes a la enorme colección de la biblioteca, en su rincón habitual de la sala de lectura de la cuarta planta.
Un corto paseo llevó a Grace y a Madison hasta el centro del campus de Yale. A medida que se acercaban, la biblioteca Beinecke apareció sobre la plaza de granito del mismo nombre con unas proporciones que evocaban la pureza platónica: la estructura medía exactamente el doble de ancho que de alto, y era tres veces más larga. El frío granito gris combinado con el mármol blanco de la biblioteca contrastaban con el cálido ladrillo rojo de los edificios contiguos, la Facultad de Derecho de Yale y el Berkeley College.
—Christian —dijo Grace cuando llegaron a la puerta de la biblioteca, al tiempo que cogía la mano de Madison—. Gracias por lo que has hecho hace un rato.
Grace se detuvo y se volvió para mirar a Madison sin soltarle la mano.
—Cuando Crowe me atacó me quedé completamente aterrorizada. No sé lo que habría pasado de no ser por ti. Si no hubieras estado allí para defenderme...
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—De nada —dijo Madison—. De todos modos nunca me cayó bien.
Grace sofocó una carcajada y se secó las lágrimas con la otra mano.
—Eh, era lo menos que podía hacer —continuó él—. Me apoyaste. Aunque no fui capaz de apreciarlo en ese momento. Cuando Justin...
El recuerdo penetró entre los muros de su mente y llegó a su conciencia.
Justin, reducido al fantasma de un niño, yacía frágil y enfermo sobre las rígidas sábanas blancas de la cama del hospital. Un amasijo de tubos y cables le inundaba el pecho, conectando su cuerpo agonizante a bolsas de suero, monitores y máquinas.
El monótono pitido del indicador cardíaco marcaba el paso de los segundos. Christian Madison estaba sentado a su lado, con la mano de su hijo entre las suyas.
Madison se esforzó por encontrar las palabras.
—Después de que Justin nos dejara, y de que Kate se fuera, no creí que pudiera superarlo. Nunca te he dicho lo mucho... lo mucho que significó que estuvieras a mi lado.
Grace se enjugó otra lágrima.
—Entonces, ¿por qué...? ¿Por qué te apartaste de mí?
—No lo sé, Grace.
La emoción ensombreció el rostro de Christian.
—Nunca me dijiste por qué. Ni siquiera tuviste en cuenta mis sentimientos cuando me dejaste —dijo ella.
—¿Tenemos que hablar de ello ahora? —Él cerró los ojos—. No creo que pueda hacerlo.
Grace desvió la mirada y se secó la mejilla con el dorso de la mano. Le dio la espalda a Madison y echó a andar hacia la biblioteca Beinecke.
Él quería contarle cómo se sentía de verdad. Quería alcanzarla, cogerla entre sus brazos y decirle que todo saldría bien.
«Espera. Vuelve.»
Pero fue incapaz de pronunciar esas palabras.