Capítulo 7

Millennium Tower, planta 34.

Manhattan, Nueva York.

El despacho de Madison en Triad Genomics estaba a ciento noventa y cuatro pasos del mostrador de seguridad del vestíbulo de la planta treinta y cuatro. Sin darse cuenta, los contaba mientras cruzaba las distintas salas esterilizadas y puertas que lo separaban del espacio que tenía asignado.

Mientras se acercaba a su despacho el sistema de seguridad de Triad Genomics detectó la etiqueta de identificación por radiofrecuencia insertada en la tarjeta que llevaba prendida del bolsillo de la camisa, confirmó su identidad y abrió cortésmente la puerta de su despacho. El sistema informático también se ocupó de subir la iluminación y la temperatura en el interior del despacho en función de sus preferencias personales y empezó a emitir música clásica por los altavoces ocultos.

Madison soltó el viejo maletín de cuero sobre la cómoda. Mientras se sentaba a su mesa, el sistema informático de Triad Genomics desbloqueó su ordenador y abrió un canal seguro con el servidor central. Luego, como si lo estuviera esperando, sonó el teléfono.

—Christian Madison —contestó él.

—Hola, Christian. Soy Kate.

Madison se sintió como si alguien acabara de propinarle un puñetazo en la boca del estómago.

—Kate... —dijo, esforzándose por ahuyentar la emoción de su voz—. Ha pasado mucho tiempo.

—Sólo quería saber si estabas bien, Christian. Quiero decir que... hoy es un día muy duro para mí y sé que para ti también debe serlo.

—¿Te ha llamado mi madre?

Silencio.

—Bueno... sí. Me ha llamado. No te enfades con ella. Sólo está preocupada por ti.

—¿Así que esta llamada no ha sido idea tuya?

—Christian, no te pongas así.

—¿Que no me ponga así? Dame un respiro. Hace semanas que no hablamos. ¿Y ahora te da por llamarme e interesarte por cómo estoy?

Un veinteañero de corta estatura con gafas de montura metálica entró en el despacho con una Coca-Cola light en la mano. Su aspecto era el del director general de una de esas empresas «puntocom» que proliferaron en los noventa. Iba vestido con pantalones de color caqui y camiseta negra. Su cabello, oscuro y algo más largo de lo normal, estaba estratégicamente despeinado.

—¿Te pillo en mal momento? —preguntó Stefan Quiz Goertz, ingeniero de sistemas de Triad Genomics y gurú informático de la casa.

—No, ya casi he terminado —dijo Madison, y devolvió su atención al teléfono—. Bueno, como iba diciendo, gracias por llamar. No tardes tanto la próxima vez.

—Christian, espera...

Madison colgó el teléfono.

—Llegas tarde otra vez —dijo Quiz, obviando de manera de— liberada la tensión que flotaba en el ambiente. —¿Por qué lo dices? Quiz sonrió.

—¿La gran conferencia te ha cogido desprevenido?

—Es pan comido —dijo Madison—. El doctor Ambergris se encarga del discurso principal por parte de Triad Genomics. A mí sólo me queda la sesión dividida, un grupo de discusión sobre el Proyecto Arca.

—¿Con cuántas especies trabajas? —preguntó Quiz.

—Alrededor de once mil. Noé tal vez reuniera a una pareja de todos los animales en los días que precedieron al Diluvio universal, pero él contaba con ayuda divina.

Madison suspiró y se repantigó en su silla.

Quiz señaló una portada de la revista Time enmarcada que había en la pared. El reportaje presentaba a Triad Genomics, la primera compañía de biotecnología que había secuenciado la totalidad del genoma humano. Debajo de una foto de Madison y de su mentor, el doctor Joshua Ambergris, el titular rezaba: «LOS DESCODIFICADORES DEL ADN».

—El doctor Ambergris y tú. Siempre jugando a ser Dios.

—¿Disculpa?

—No os basta con haber trazado un mapa del genoma humano —explicó Quiz—. Ahora queréis jugar a Darwin y reinventar el origen de las especies.

—No todos podemos ser genios de la informática como tú —replicó Madison—. Además, hace más de seis meses que Ambergris no muestra interés alguno por el Proyecto Arca. Mantiene en secreto la investigación que lo ocupa actualmente.

—Sí, pero...

—Mira —interrumpió Madison—, no tengo ni idea de en qué está trabajando.

—Vosotros solíais ser uña y carne.

—Ya no. Grace Nguyen es su nueva mascota. Es ella quien colabora en sus nuevos proyectos.

—¿Y la conferencia de biogenética?

—Él da el discurso central. Corre el rumor de que planea proclamar un descubrimiento asombroso.

—Ambergris es un tipo raro —comentó Quiz—. Tiene buen gusto para elegir ayudantes, eso no se puede negar —añadió, al recordar a la atractiva genetista que gozaba ahora de la confianza del doctor Ambergris.

—Pero ya basta de arribistas como la joven doctora Grace Nguyen —dijo Madison, y obsequió a Quiz con una mirada de desaprobación mientras se volvía hacia su ordenador.

La estación de trabajo de Madison cargó los documentos e informaciones con los que había estado trabajando el día anterior. En el monitor del ordenador, una doble hélice en tres dimensiones giraba lentamente en el ciberespacio.

Un pitido de sintetizador alertó a Madison de la existencia de nuevos e-mails. Presionó el icono del correo electrónico. La primera entrada de la bandeja estaba fechada el 11 de junio a las 4.40 de la madrugada. El remitente del mensaje era el doctor Joshua Ambergris.

«Un e-mail del doctor Ambergris.»

«¿A las 4.40 de la madrugada?»

Madison abrió el correo. En su rostro se dibujó una expresión de perplejidad. Movido por la curiosidad, Quiz se inclinó hacia la pantalla para ver qué había sorprendido a Madison.

Prioridad: Urgente

Fecha: Martes, 11 de junio 04.39.57 - 0400 (EDT)

A: Dr. Christian Madison

(cmadison@triadgenomics.com)

De: Dr. Joshua Ambergris

(jambergris@triadgenomics.com)

Asunto: [ninguno]

Debajo de la cuadrícula aparecía una sola frase: «Éste es el principio del mundo antiguo».

—¿Qué es eso? —preguntó Quiz.

—No tengo ni idea.