Capítulo 99
Semisótano, nivel C.
Millennium Tower.
Manhattan, Nueva York.
Inmóvil en el oscuro pasillo, Madison escuchó con atención. Por un momento lo único que oyó fue el débil sonido de la alarma proveniente del piso de arriba. Luego llegaron los pasos.
En su desespero por huir de Crowe, Madison se había perdido en el laberinto de pasillos y pasadizos del semisótano. En aquellas salas que conformaban el subsuelo de la Millennium Tower no había ninguna señal que le indicara una salida, ni ventanas o pistas visuales que le sirvieran para orientarse.
Los pensamientos de Madison viajaron hacia Grace, sola en aquel subsuelo, intentando encontrar una vía de escape. La culpa se apoderó de él por haberla abandonado a su suerte en aquel sombrío laberinto.
No podría soportar perderla. No podría soportar aquella clase de dolor. Otra vez no.
Justin, reducido al fantasma de un niño, yacía frágil y enfermo sobre las rígidas sábanas blancas de la cama del hospital. Un amasijo de tubos y cables le inundaba el pecho, conectando su cuerpo agonizante a bolsas de suero, monitores y máquinas.
El monótono pitido del indicador cardíaco marcaba el paso de los segundos. Christian Madison estaba sentado a su lado, con la mano de su hijo entre las suyas.
Durante la mayor parte del tiempo Justin no parecía ser consciente de lo que ocurría. Miraba al frente, con ojos vidriosos e inexpresivos. Le costaba respirar. A ratos, el movimiento del pecho se detenía por completo. La boca emitía un sonido seco, una especie de arcada, y luego volvía a respirar.
El ruido de pasos se oyó de nuevo, esta vez más cerca. «Hay más de una persona», pensó Madison. Se aproximaban, cada vez más.
Intentó buscar un lugar donde esconderse. La única puerta que tenía cerca estaba cerrada con llave. Los vacíos muros del pasillo no ofrecían cobijo alguno.
El foco amarillo de una linterna recorrió uno de los rincones del pasillo.
«Demasiado tarde.»
Madison se tensó, listo para luchar o para huir.
El rayo de luz voló hacia él y lo cegó durante un instante. Madison se agachó mientras intentaba adivinar a quién pertenecían las siluetas que había detrás del resplandor.
—¿Christian? —preguntó la silueta que sostenía la linterna.
Quiz bajó la linterna; el gesto alejó el brillo que cegaba a Madison.
—Gracias a Dios —dijo Madison—. Creo que ya no me quedan fuerzas para más peleas.
—Tienes un aspecto horrible —comentó Quiz, sonriendo.
—Pues anda que tú —replicó Madison.
—¿Cómo está ese brazo?
El improvisado vendaje que llevaba Madison en el brazo estaba empapado de sangre. Tenía el rostro macilento. El cabello oscuro se le pegaba a la frente.
—He tenido días mejores. Pero al menos creo que ha dejado de sangrar.
Madison advirtió que Quiz se agarraba la mano izquierda y se frotaba el pulgar contra la palma de esa mano. Los dedos se le arquearon en un espasmo involuntario.
—Quiz, ¿estás bien? —preguntó Madison.
Este asintió. Sus ojos se movían a toda velocidad.
—Creo que sí. Pero no llevo las pastillas.
Madison miró el reloj.
—Tenemos que salir de aquí —dijo—. ¿Sabes dónde hay una salida?
—Sí —dijo Quiz—. Bueno, tal vez. No conozco a fondo esta parte del sótano. Pero creo que puedo llegar hasta el servidor central. Y desde allí podemos salir a la calle.
—Vamos —apremió Madison—. Nos queda poco tiempo.