¿Jaque mate?

No hace demasiado tiempo, un campeón del mundo de ajedrez, Gary Kasparov, derrotó sin problemas a un ordenador en dos partidas de ajedrez. Mucha gente respiró aliviada. Un ser humano había vencido a un ordenador y la superioridad humana seguía siendo patente.

En realidad, esta reacción es errónea en varios aspectos. Primero, porque la victoria es sólo temporal y no es probable que dure. Los ordenadores ajedrecísticos no son muy antiguos, sólo tienen unas pocas décadas. Han mejorado cada vez más a medida que la programación se ha vuelto más compleja y eficaz, y cuando la cantidad de los ordenadores para tener en cuenta la gran cantidad de jugadas posibles se ha incrementado constantemente.

En este momento el ordenador que juega al ajedrez ha vencido a otros grandes maestros y se necesitó un campeón del mundo para derrotarlo. Las dos derrotas van a ser estudiadas a fondo por los expertos informáticos y corregirán los fallos que aparecen en la programación. La próxima vez, a Kasparov le costará más y puede que sea derrotado.

Pero ¿qué pasa si esto sucede? No quiere decir nada desde el punto de vista de la «superioridad». Los ordenadores ya pueden realizar hazañas matemáticas en menos tiempo que los matemáticos, que necesitarían toda una vida para repetirlas. (Incluso una económica calculadora de bolsillo puede resolver problemas aritméticos con más rapidez que una persona). Los ordenadores no sólo pueden trabajar millones de veces más rápidamente que los matemáticos, sino que pueden hacerlo sin probabilidad de error.

Esto, sin embargo, no significa que los ordenadores sean «más inteligentes» que los matemáticos. Sólo pueden manipular números bajo las órdenes de alguien que piense con más rapidez, más precisión y menos cansancio. Los matemáticos deben seguir ordenando los detalles de la manipulación.

Tampoco la capacidad de jugar al ajedrez representa un avance esencial a este respecto. El ajedrez es un juego con muchas restricciones. Se juega en un tablero de 64 casillas con 32 piezas de 6 tipos diferentes y cada pieza se puede mover únicamente según unas reglas fijas y concretas. Bien es verdad que hay un sinnúmero de jugadas posibles, pero un hombre como Kasparov estudia ajedrez sin descanso y ha memorizado gran cantidad de aperturas, finales y jugadas intermedias, así que en ciertos aspectos (no en todos) juega de forma mecánica. En principio, un ordenador puede hacer esto con una mayor capacidad de memoria y, por tanto, a la larga, puede aventajar a cualquier ser humano. Si lo hace, no muestra más superioridad real que cuando resuelve grandes cantidades de ecuaciones diferenciales de forma simultánea.

De hecho, la victoria de un ordenador ni siquiera acabaría con el ajedrez como deporte de competición. Significaría sencillamente que a la larga se harían partidas entre personas y partidas entre ordenadores. Lo comprobamos en el mundo de las carreras. Un hombre a caballo puede correr más que cualquier ser humano así que, naturalmente, hay carreras de caballos que no admiten en carrera pedestre a los seres humanos. Pero existen las carreras pedestres, que se disputan con la misma ilusión. Y, si vamos a eso, hay carreras de coches que no admiten las de caballos.

Pero ¿podría ser que el juego del ajedrez no fuera más que un síntoma y que, con el tiempo, los ordenadores pudieran superar a los seres humanos en cualquier tipo de empresa intelectual? No creo que esto suceda.

El cerebro humano dispone de 10 000 millones de células nerviosas y 90 000 millones de células de apoyo. Pasará mucho tiempo antes de que los ordenadores contengan tantas unidades. Tampoco es sólo una cuestión de unidades; cada célula del cerebro humano está conectada con una complejidad inimaginable a muchas otras células según una pauta que no entendemos. Para terminar, las células no son meros interruptores de conexión-desconexión como las unidades del ordenador. Cada célula contiene millones de moléculas grandes y complejas cuyo funcionamiento detallado todavía no conocemos bien.

Pasará mucho tiempo antes de que un ordenador pueda imitar la complejidad del cerebro humano, y no tiene mucho sentido esforzarse por lograr ese objetivo. Sería más fácil mejorar el propio cerebro humano mediante técnicas de ingeniería genética y dejar que los ordenadores hagan su tarea, cada vez más eficaz, de rumiar números.

Pero ¿tendrá algo qué hacer el complejo cerebro humano después de que dejemos la resolución de los números a los ordenadores? Desde luego. Los juegos del arte, la literatura, la investigación científica y muchas otras actividades de este tipo son, que sepamos, ilimitados. Las piezas individuales son numerosísimas, sus combinaciones se sitúan más allá de la programación informática. Los seres humanos pueden ser artistas, escritores, científicos, músicos, inventores y muchísimas cosas más, no a tenor de procedimientos que se describen con facilidad sino gracias a la utilización de procesos desconocidos que llamamos «intuición», «perspicacia», «imaginación», «fantasía» y otros parecidos.

Estos procesos no se pueden describir con exactitud en términos que nos permitan programar un ordenador para reproducirlos porque no sabemos cómo los controla nuestro cerebro.

Teniendo esto en cuenta, los seres humanos siempre ocuparán un lugar que los ordenadores no podrán alcanzar. No nos harán jaque mate.

Fronteras II
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