Mapas de las estrellas
Los mapas de estrellas registran una historia muy larga. El primer mapa significativo lo elaboró un astrónomo de la antigua Grecia, Hiparco, hacia el año 130 a. C. Había descubierto una nueva estrella en el cielo (lo que en la actualidad llamamos una «nova») y quería estar seguro de que más adelante ese fenómeno se podría reconocer sin problemas. Para hacerlo, elaboró una lista de las 850 estrellas más brillantes y les adjudicó su posición dividiendo el cielo en líneas de longitud y latitud. Cualquier estrella brillante que no contuviera la lista sería reconocida de inmediato como una nueva estrella.
Hacia el año 150 d. C., otro astrónomo, Ptolomeo, incorporó los datos de Hiparco a su propio tratado sobre el tema y añadió 170 estrellas más. El mapa de Ptolomeo se utilizó durante catorce siglos. En la década de 1580, no obstante, el astrónomo danés Tycho Brahe elaboró el primer mapa de estrellas moderno. Utilizó instrumentos diseñados por él mismo para consignar posiciones más exactas que las logradas en la antigüedad. Su mapa incluía 788 estrellas localizadas con toda precisión.
Un siglo después, en 1661, un astrónomo alemán con vista de lince, Johannes Hevelius, trazó un mapa que contenía 1564 estrellas, más exacto todavía que el de Tycho. Pero Tycho había realizado su trabajo antes de que se inventara el telescopio y Hevelius se había negado a utilizarlo.
Después de la época de Hevelius, las estrellas sólo se cartografiaron utilizando un telescopio. Esto permitió distinguirlas con más precisión de lo que se podía hacer a simple vista. Con el telescopio también se pudo ver y localizar estrellas demasiado tenues para ser distinguidas sin ayuda.
El primer mapa telescópico de estrellas significativas fue realizado por un astrónomo inglés, John Flamsteed. El mapa se publicó en 1725, seis años después de la muerte de Flamsteed, y contenía 3000 estrellas.
Entre 1859 y 1862, utilizando telescopios más precisos y dedicándose por completo a esta tarea, el astrónomo alemán Friedrich Argelander trazó un mapa gigantesco de las estrellas, catalogando no menos de 457 848 en cuatro grandes volúmenes, en una lista que relacionaba la latitud y longitud de cada una.
Nadie en su época habría pensado posible un mapa de estrellas más amplio y preciso, pero Argelander había trabajado sin las ventajas de la fotografía, que todavía no se había desarrollado hasta el extremo de registrar la luz estelar.
Una vez que se pudo fotografiar el cielo por la noche mediante telescopios enormes, no era necesario calcular la posición de cada estrella mientras se observaba. Bastaba con hacer una foto y después registrar las posiciones de las distintas estrellas con tranquilidad. En la primera década de este siglo, se podía disponer de mapas de estrellas que incluían millones de ellas.
Un mapa de 1989, preparado por el Instituto de Ciencia Telescópica y Espacial, cataloga la posición y el brillo de 18 829 291 objetos. De ellos, alrededor de 15 millones son estrellas de nuestra propia Galaxia. Los tres o cuatro millones restantes se sitúan en otras galaxias fuera de la nuestra.
Los seres humanos con buena visión sólo pueden observar unas 6000 estrellas a simple vista. Alcanzan hasta la sexta magnitud de brillo (cuanto más alta es la magnitud, más oscura es la estrella). El mapa de 1989 contiene todas las estrellas y otros objetos hasta la magnitud quince, pero nuestros telescopios pueden distinguir objetos hasta de la magnitud veintiuno, así que el nuevo mapa de estrellas en ningún caso incluye todos los objetos visibles.
Los mapas futuros de estrellas -a partir de nuevos descubrimientos- probablemente seguirán registrando inexactitudes, ya que todas las estrellas están en movimiento. Se lanzan a lo largo de trayectorias enormes que las llevan alrededor del centro de la Galaxia, unas en órbitas casi circulares y otras en órbitas alargadas y elípticas. Nuestro Sol, por supuesto, también se está moviendo.
El resultado claro de todo esto es que las estrellas que vemos se mueven en el cielo, en todas direcciones, como un enjambre de abejas. Los movimientos son muy lentos, pero representan cambios en las posiciones que, aunque mínimos, exigirán nuevas observaciones.
Actualmente los astrónomos están calculando el movimiento aparente de todas las estrellas de manera que se pueda incorporar esta información a los futuros mapas de estrellas.