El quinto reptil

En 1989, Susan F. Schafer, del parque zoológico de San Diego, informó de que determinado animal parecía referirse a tres especies diferentes. Si esto resultase cierto, sería de gran interés para los zoólogos, ya que el animal es uno de los más extraordinarios que hay en la Tierra.

Se trata de un reptil, y hace cien millones de años los reptiles constituían la forma dominante de vida terrestre. Los enormes y majestuosos dinosaurios, los colosales ictiosaurios y plesiosaurios marinos y los pterosaurios que volaban por los aires, eran todos reptiles. Todos desaparecieron hace unos 65 millones de años, probablemente como consecuencia de la colisión contra la Tierra de un cometa o un asteroide de grandes proporciones.

Sin embargo, los pájaros y los mamíferos primitivos se mantuvieron, así como algunos reptiles. Los reptiles que sobrevivieron a la catástrofe, y que todavía viven en la actualidad, comprenden cuatro «órdenes» que nos resultan familiares a todos. El primero se refiere a las tortugas, las más antiguas del grupo, que evolucionaron incluso antes que los dinosaurios y actualmente se desenvuelven con éxito. El segundo se refiere a los caimanes y los cocodrilos, los reptiles actuales más próximos a los dinosaurios extinguidos. El tercero se refiere a los diferentes lagartos, y el cuarto lo forman los reptiles que han evolucionado más recientemente y los que se desenvuelven mejor en el mundo actual, las serpientes.

Pero ¡un momento!, pues existe un quinto orden de reptiles del que casi nadie, a no ser los especialistas, han oído hablar. Hace más de 200 millones de años, cuando los reptiles evolucionaban hacia todo tipo de variedades, existía el orden de los Rhyncocephalia, «cabezas de pico» en griego.

Los rincocéfalos evolucionaron hacia una gran variedad de especies diferentes, algunas de ellas de tamaño considerable, pero no subsistieron con mucho éxito. Incluso cuando los dinosaurios surgieron y se multiplicaron, los rincocéfalos quedaron reducidos a un solo género vivo, el Sphenodon (del griego «dientes en forma de cuña»).

No obstante, los animales de este género consiguieron resistir, y cuando ocurrió la catástrofe que destruyó a los dinosaurios, de alguna manera, el Sphenodon sobrevivió y una especie sigue viva en la actualidad y se localiza en Nueva Zelanda. Se la conoce como tuatara («lomo espinoso» en maorí).

Tiene el aspecto de un gran lagarto, puede alcanzar los 60 centímetros de largo y a veces llega a vivir hasta cien años. Es gris y está cubierto de manchas blancas y amarillas. Pero aunque tiene el aspecto de un lagarto, no es un lagarto. Está provisto de una fila de espinas a lo largo de la cresta de la cabeza y el lomo, que los lagartos no tienen. Posee una tercera membrana transparente en los ojos, que los lagartos tampoco tienen. Sus huesos muestran ciertas características que no se encuentran en los lagartos.

Probablemente lo más asombroso es que tienen una abertura en la parte superior del cráneo bajo la cual se encuentra la glándula pineal (una parte del cerebro). La estructura de la glándula pineal es parecida a la del ojo (en el caso del tuatara suele llamársele «ojo pineal») que parece indicar una cierta sensibilidad a la luz. El parecido a un ojo es muy acusado en los más jóvenes tuataras, mientras que en los adultos la piel de la cabeza se pigmenta de forma que puede atravesarla muy poca luz. Seguramente el ojo pineal ayuda al animal a determinar el nivel de luz en el cielo, y a distinguir entre los días soleados y nublados, entre la mañana, el mediodía y la tarde, y guía el comportamiento del animal de acuerdo con esto.

En tiempos primitivos, el tuatara se podía encontrar en toda Nueva Zelanda. Estas islas se habían separado de las otras masas continentales hacía tanto tiempo que nunca se habían desarrollado mamíferos terrestres autóctonos, así que el tuatara (y varios pájaros, como los moas gigantes) podían vivir en paz. Con el tiempo, sin embargo, llegaron los seres humanos y sus animales domésticos, y el tuatara y otros animales autóctonos de Nueva Zelanda disminuyeron.

Quedan muy pocos tuataras y el gobierno de Nueva Zelanda los protege con gran celo para mantener viva la especie.

Hay unos quinientos tuataras en la isla de North Brother, que mide sólo unas cuatro hectáreas, y una veintena en cada una de las islas de Stanley y Red Mercury. Susan F. Schafer visitó las distintas islas y detectó las diferencias esenciales en las criaturas de cada lugar como para afirmar que se trata de tres especies estrechamente relacionadas.

¿Por qué molestarse en salvar este animal? En primer lugar porque hay un cierto apego sentimental hacia los animales que son «fósiles vivientes», anteriores a los dinosaurios, y que todavía sobreviven. ¿Podemos consentir que se exterminen cruelmente?

Debemos preservar la variedad de la vida. La eficacia en el funcionamiento de la vida depende de la interacción entre las especies. Cada especie que desaparece es un desgarrón en la tela de araña de la vida y hace que las posibilidades de supervivencia de todas las demás disminuyan. Es preciso conservarlas.

Fronteras II
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