¿La proteína más antigua?

Es probable que las proteínas más antiguas sean las que fueron descubiertas en 1991 por un equipo del Laboratorio Nacional de Los Álamos en Nuevo México, dirigido por W. Dale Spall. Fue resultado del estudio de unos huesos. Los huesos son algo más que minerales muertos. Contienen estructuras complejas de proteínas que permanecen incluso después de la muerte del organismo. Naturalmente, las proteínas se descomponen lentamente, pero en determinadas circunstancias no lo hacen por completo.

Los huesos que han proporcionado las proteínas más antiguas (posiblemente) son en sí muy poco corrientes, ya que proceden del dinosaurio más grande y más largo descubierto hasta ahora. Es el «sismosaurio», la primera parte de cuyo nombre quiere decir «terremoto» porque se piensa que, cuando andaba, hacía temblar la tierra.

Este sismosaurio se encontró en una excavación en la zona central de Nuevo México y mide cerca de cincuenta metros de largo.

Naturalmente, una criatura como el sismosaurio tenía unos huesos enormes y recónditamente podían contener proteínas protegidas del mundo exterior. El equipo de Los Álamos perforó y extrajo una muestra de una de las enormes vértebras del sismosaurio y utilizó disolventes para deshacer la materia inorgánica del fósil. Encontró un material que parecía ser proteico de dos, o quizá tres, tipos distintos.

Si fuesen efectivamente proteínas dispuestas en las vértebras a la muerte del animal, podrían tener unos 150 millones de años. Lo cual es todo un récord, ya que las proteínas más antiguas con las que los científicos han trabajado hasta ahora sólo tienen 1 o 2 millones de años. Por desgracia, no había material suficiente para poder identificar las proteínas. En los huesos comunes, la proteína más común es la que se conoce como «colágeno», pero no era éste el material obtenido del sismosaurio. Si se pueden identificar aminoácidos en el material, entonces no hay duda de que lo que contiene son proteínas.

Por supuesto, siempre hay problemas. Por ejemplo, en los años sesenta cayeron meteoritos que fueron analizados y se descubrió que contenían aminoácidos. Naturalmente, al principio, se dio por sentado que esto eran señales de vida en los meteoritos.

Sin embargo, hay dos tipos de aminoácidos, L y D: los L-aminoácidos están presentes en los seres vivos, pero los D-aminoácidos no. Si los aminoácidos se hubiesen formado en los meteoritos por procesos químicos ordinarios, debería haber aminoácidos D y L en cantidades iguales. Esto resultó ser así, pero no era una prueba de la existencia de vida.

Cuando se observó caer a los meteoritos en cuestión, se analizaron enseguida. Los que habían estado en el suelo durante cierto tiempo pudieran contener L-aminoácidos, no porque mantengan alguna conexión con la vida, sino porque la Tierra está llena de L-aminoácidos. Existen en las aguas subterráneas y en donde quiera que haya organismos vivos. En consecuencia, los meteoritos se contaminan.

¿Era el material proteico obtenido de los huesos del sismosaurio resultado de esta contaminación? Spall sostiene que puesto que los huesos del sismosaurio estaban extraordinariamente bien conservados, la proteína podría estar sin contaminar por el agua subterránea, aunque admite que también existe esta posibilidad. Stephen A. Macko, un geoquímico de la Universidad de Virginia, ha ayudado a analizar el material proteico de huesos de dinosaurio y señala que, incluso si hay aminoácidos presentes, puede ser que no formen parte de las moléculas de proteína sino de otras sustancias.

Así que la situación sigue siendo incierta, pero sería de gran interés para los paleontólogos que el material fuera proteico y no estuviera contaminado. Si se acumula material suficiente, sería posible determinar el orden en que se disponen los aminoácidos y compararlo con el orden en otros tipos de dinosaurios, en reptiles vivos, en aves, etc. Macko señala que si se consigue esto, podrían descubrirse relaciones entre diferentes grupos de animales que, en la actualidad, no se puede determinar.

De esta manera, podremos formar un nuevo «árbol de la vida» más exacto que los que se establecen actualmente y que nos ayudaría a descubrir el curso del cambio evolutivo en tiempos primitivos.

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