Ayudar a las plantas

Todos sufriríamos si la vida vegetal desapareciera de repente. Las criaturas que se alimentan de plantas serían las primeras en desaparecer, y después los carnívoros que se alimentan de herbívoros. En las profundidades del océano sobrevivirían los animales que se alimentan de las bacterias que viven de los compuestos químicos procedentes de los cráteres volcánicos, pero la tierra sería un cementerio lleno de bacterias. La humanidad, si hubiese sido lo bastante sensata, habría almacenado semillas en una colonia espacial, o algún que otro humano desesperado superviviente podría experimentar el cultivo de bacterias -¡puf!- en tinajas para alimentarse, mientras intentaba acelerar la evolución artificial y desarrollar de nuevo las plantas.

Los seres humanos son omnívoros, y siempre lo han sido, a pesar de la idea que tenemos de que nuestros antepasados vivían de la caza. El hecho es que el Homo Sapiens Sapiens prehistórico era un recolector de alimentos vegetales y, además, cazador. También lo era el Homo Sapiens Neanderthalensis, que se zampaba los frutos del bosque y adornaba con flores los féretros de sus seres queridos.

En los últimos tiempos, el aspecto botánico de la naturaleza ha destacado en los periódicos. Muchos tipos de cáncer son estadísticamente menos frecuentes en población cuya dieta es abundante en verduras, fruta y frutos secos. Se dice que los compuestos químicos de plantas crucíferas como la berza y el brócoli disminuyen el riesgo de cáncer de mama, al aumentar el metabolismo de los estrógenos, reduciéndolos a una forma inactiva.

A medida que disminuye la selva lluviosa, los botánicos la investigan en busca de plantas maravillosas para ayudar a la humanidad. Más al norte, una conífera llamada Taxus, o tejo, está logrando cierta notoriedad. Su corteza contiene taxol, útil como droga anticáncer, ya que interrumpe la división celular.

A un nivel algo menos médico, científicos como Sharon Long, de Stanford, estudian el crecimiento de las plantas con la intención de ayudar a la humanidad. El laboratorio de Long ha desarrollado un ensayo para descubrir las variedades más ventajosas de alfalfa y está investigando cómo funciona su relación simbiótica con la bacteria Rhizobium meliloti, que vive en sus nódulos radiculares. El conocimiento botánico alcanzado a partir de estos estudios puede ayudar a desarrollar fertilizantes y pesticidas dirigidos sólo a las raíces de ciertas plantas, sin efecto en otras.

Las plantas ayudan a los humanos de muchas formas, pero ¿qué hacemos para ayudar a las plantas? Luchar para salvar las zonas verdes en desaparición es la batalla principal, pero hay otros modos de ayudar más asequibles. Por ejemplo, la producción de tomate en invernaderos para los mercados británicos se ha visto impedida por el hecho de que a las abejas melíferas no les gusta mucho la flor del tomate y son melindrosas respecto de la temperatura y la luz del Sol, ninguna de las cuales son de fiar en los países nórdicos. La polinización artificial por trabajadores es muy costosa, ineficaz y a veces perjudicial para las flores del tomate. Se ha descubierto una abeja doméstica y menos social que trabaja durante más horas, más meses y sin perjudicar a las flores del tomate.

El mundo vegetal sería mucho más sano si los seres humanos no contaminaran el aire quemando plásticos no biodegradables. Recientemente, ingenieros genéticos estadounidenses han inoculado genes bacterianos en un tipo de berro, que entonces fabrica polihidroxibutirato, un plástico biodegradable. Si algún día logramos plásticos «sanos» podríamos dejar de fabricar los que se acumulan en los vertederos, matan la vida marina y contaminan el aire. Me divierte la idea de un granjero roturando sus plantaciones de tabaco para sustituirlo por el cultivo del plástico.

Según un grupo de científicos de Edimburgo, los granjeros, con el tiempo, serán capaces de saber con antelación que sus cultivos están en peligro. En cada campo se instalarán «biosensores» para detectar el peligro y la necesidad de ayuda. Mediante la ingeniería genética ya se han producido plantas que contienen una proteína llamada «ecuorina», que en sus orígenes procede de una medusa. Los científicos depositan el gen de la medusa productor de ecuorina en un trocito de ADN, que a su vez se inocula en lo que ellos llaman un microorganismo «caballo de Troya». El microorganismo (Agrobacterium tumefaciens) parásita la planta, añadiendo el gen a los de la planta. El resultado es un vegetal que emite una luz azulada al sufrir tensiones.

Los esfuerzos para salvar árboles están logrando progresos. Los biólogos moleculares podrían ayudar a recuperar los magníficos castaños que proporcionaban sombra, belleza y alimento a los primeros colonizadores de América del Norte. El devastador añublo de los castaños (un hongo) puede ser bloqueado inoculándole el gen de un virus que reduce su virulencia.

Los humanos malgastan el papel, lo que representa enormes cantidades de árboles abatidos. Después de utilizado, el papel se puede reciclar. Actualmente la fabricación del papel se puede mejorar. Por lo general, la pulpa de madera se procesa eliminando sus carbohidratos y después alisándola y secándola. El ingeniero químico G. Graham Alian de la Universidad de Washington afirma que el espacio vacío resultante en la pulpa de la madera se podría rellenar sumergiendo la pulpa en una solución que precipite carbonato cálcico en los espacios. Con este método, el 30% de la pulpa podría reemplazarse por el relleno, salvando de esta manera enormes cantidades de árboles, necesarios para la pulpa inicial.

Si todo mi énfasis en la ayuda a las plantas parece de rebote un SOS a la humanidad, ése es el asunto, pues todo está implicado. ¡Somos vida en un planeta!

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