Rocas lunares
En 1990 se descubrió que una roca extrañamente encontrada en la Antártida era un fragmento de la Luna. La gente se preguntaba cómo podía haber un trozo de Luna en la Antártida, pero no es algo tan misterioso como parece. La Luna y todos los cuerpos del Sistema Solar se formaron por la unión de fragmentos menores. Una vez que planetas y satélites se acercaron a las condiciones actuales, hace unos 4000 millones de años, todavía algunos cuerpos colisionaban con ellos. En realidad, con una frecuencia mucho menor, estas colisiones siguen ocurriendo incluso en la actualidad.
Observamos las señales de estas colisiones en los cráteres que hay en tantos mundos sin atmósfera, océanos ni flujos de lava que los erosione. En la Tierra, la mayoría de los cráteres ha sido arrasada, pero en la superficie de la Luna permanecen intactos y nuestro satélite está cubierto de cráteres.
Cada cráter es el resultado de un meteoro, a veces bastante grande, que choca contra la Luna a una velocidad de 30 kilómetros por segundo, más o menos. Un objeto así, que colisiona a semejante velocidad, provoca una enorme explosión en la superficie lunar y lanza gran cantidad de materia hacia el exterior.
Lo mismo ha ocurrido en la Tierra, pero debido a la gravedad, para que el material pueda expandirse es necesario que sea propulsado a una velocidad de 11 kilómetros por segundo. Ni siquiera el impacto de un meteoro enorme produciría semejantes velocidades, así que el material cae de nuevo a la Tierra. La Luna es un cuerpo más pequeño con una atracción gravitatoria mucho menor. Para expandirse, los objetos sólo necesitan moverse a una velocidad de 2,5 kilómetros por segundo. El resultado es que el bombardeo meteórico sobre la Luna propulsa partículas de materia hacia fuera constantemente.
Los pedazos de Luna no son nada extraordinarios. Los más grandes probablemente son poco mayores que la grava, y la mayoría es polvo. Muchos de ellos son arrastrados por el viento solar y los transporta a los confines lejanos del Sistema Solar. Otros, con el tiempo, caen de nuevo en la Luna. Y los que quedan en el espacio entre la Tierra y la Luna son polvo, un poco más denso que el material de las regiones del espacio exterior. Y alguna vez, uno de estos pedazos de Luna serpentea alejándose lo suficiente como para colisionar con la Tierra.
La Tierra es bombardeada constantemente por meteoritos diminutos, la mayoría de los cuales no son lo bastante grandes para sobrevivir al paso por la atmósfera y alcanzar la superficie del planeta. La mayoría de estos meteoritos son «primordiales», o sea han existido en el espacio desde que el Sistema Solar estaba en proceso de formación. Otros son restos de cometas muertos, pero sólo unos pocos son fragmentos de la Luna.
¿Cómo se estudian los meteoritos? Algunos se reconocen con facilidad porque son trozos de hierro metálico, que no se encuentra de manera natural en la Tierra. Pero por lo menos el 90% son objetos rocosos difíciles de distinguir de las rocas terrestres. A menos que se vea caer realmente a dichos meteoritos rocosos, es difícil localizarlos, e incluso si se logra, con el paso del tiempo, están contaminados con materia terrestre.
Hay una excepción poco común. Rodeando el polo Sur se encuentra el continente de la Antártida, con una extensión de 13 millones de kilómetros cuadrados y cubierto por una capa de hielo espesa y continua. En estos últimos años, los exploradores de la Antártida han encontrado de manera ocasional rocas en la superficie helada. Cualquier roca de la Antártida que no haya sido llevada por seres humanos tiene que ser un meteorito. No hay ninguna otra posibilidad de que una roca permanezca sobre el hielo. Por consiguiente, ha sido factible estudiar los meteoritos con más intensidad que nunca en la historia.
Pero aclarado esto, surge otra cuestión: ¿cómo se determina que un determinado meteorito es de origen lunar? Mediante análisis químicos. La Tierra y la Luna están compuestas por los mismos elementos químicos, pero en distinta proporción, porque los dos cuerpos son de diferente tamaño y han evolucionado de forma diferente. Hasta cierto punto, la proporción de los diferentes elementos representa una especie de «huella dactilar» del planeta. Así por ejemplo, los meteoritos primordiales, incluso cuando son rocosos, contienen mucho más hierro que las rocas de la Tierra o las de la Luna.
Se afirma que casi una docena de meteoritos de la Antártida tienen una composición elemental exactamente igual a la que caracteriza a la Luna, y la conclusión es que dichos meteoritos son fragmentos de ella. La primera roca lunar de la Antártida se encontró en 1979 y pesaba unos 60 gramos.
La roca lunar de mayor dimensión encontrada hasta la fecha fue descubierta en 1990 por Jeremy Delaney, de la Universidad Rutgers. Pesaba unos 700 gramos y medía poco más de 13 centímetros de largo. La totalidad de los restos lunares encontrados hasta ahora suman unos dos kilos y cuarto de peso y se pueden estudiar con tranquilidad sin necesidad de acceder a la Luna.
En ese caso, ¿por qué nos hemos molestado en ir a la Luna? Porque de esta manera y disponiendo de rocas lunares sobre el terreno, podemos determinar la «huella dactilar» química de las rocas lunares y, por tanto, identificar los objetos encontrados en la Tierra como pertenecientes a la Luna, sin ninguna duda.