El fenómeno de los parques
Algunas criaturas marcan el territorio que les resulta más adecuado, otras crean hogares. Los seres humanos también lo hacemos, pero además marcamos y creamos lugares no para vivir en ellos sino para lo que se ha calificado como «recreo». A estos lugares se les llama ahora parques y la mayoría sentimos que renuevan nuestra salud física y mental.
El tipo de parques de que disponemos a finales del siglo XX no ha existido siempre. El primer parque conocido que se utilizó como recreo perteneció a un antiguo rey de Persia para su pasatiempo de caza. Con el paso del tiempo, las propiedades de la mayoría de los monarcas contaban con jardines y zonas de caza y, a veces, se permitía entrar al vulgo. A medida que la población común se fortaleció, utilizó y construyó parques para sí. El primer parque público de Estados Unidos fue el Boston Common y data de 1634.
La mayoría de los países ha reservado zonas deshabitadas y la mayoría de las ciudades dispone de parcelas de terreno con hierba y árboles. No es sólo una coincidencia curiosa que los parques grandes y pequeños a menudo se parezcan tanto al hábitat de bosque-sabana en el que evolucionaron nuestros antepasados. Los cazadores recolectores primitivos vivían en lo que sin duda reconoceríamos como un entorno parecido a un parque. Incluso la agricultura encaja en el paisaje. Probablemente la inventó una mujer primitiva pensando que sería más cómodo que deambular buscando plantas a la ventura. Con el tiempo, los humanos aprendieron no sólo a plantar y recolectar, sino a trabajar con plantas vivas. Eligieron las semillas, no sólo la colecta. Había nacido el verdadero jardín.
En muchos países, los parques con jardines adoptaron un aspecto formal, tal vez con el afán humano de demostrar que podían ejercer un control completo sobre la naturaleza. En Gran Bretaña, estas sabanas artificiales adoptaron su aspecto con arreglo a las ideas del «naturalismo». Los parques, sobre todo en las propiedades grandes, se diseñaron para que parecieran «naturales», con sus correspondientes ondulaciones, y no a base de líneas rectas como las favorecidas en Versalles.
Hay un parque excepcional, ejemplo del entorno jardín-bosque-sabana naturalista, diseñado de forma deliberada. Se llama Central Park y soy afortunado por vivir junto a él. Central Park, como a los neoyorquinos les gusta decir, tiene aproximadamente el tamaño del principado de Mónaco. Los grandes arquitectos paisajistas Olmstead y Vaux diseñaron y construyeron Central Park en una tierra baldía llena de chabolas ilegales y basura. En Central Park hay una sola línea recta, el Mall, bordeado de árboles, y concluye en las famosas escaleras que conducen a la fuente del Belvedere y al estanque de botes.
Central Park tiene de todo: un paisaje ondulado, salpicado de árboles y rocas altivas, arroyos y estanques, césped y campo. Cualquier cazador recolector estaría encantado, aunque en la actualidad, por desgracia, los únicos cazadores son los hombres que atacan a otros hombres. Sin embargo, hay muchos recolectores de distintos grupos étnicos que consiguen ejemplares tales como ajo de oso, cenizo blanco, persicaria picante, bollunera, espino, cerezas, manzanas y nueces (que debemos compartir con pájaros, ardillas, ratas, marmotas y a lo mejor hasta algún mapache).
Con la excepción de la fantástica Alicia en el país de las maravillas que se puede escalar, las estatuas más famosas de Central Park no son humanas: el Patito Feo al lado de Hans Christian Andersen, el león de la montaña Kemeys agazapado sobre el paseo oriental y Balto, el husky de Alaska, jefe del tiro de perros que llevó el suero de la difteria para «socorrer a la ciudad de Nome, atacada por la enfermedad», en 1925. Y por supuesto hay un zoológico, recién remodelado y más naturalista que nunca, sobre todo cuando se pasea por la casa tropical y los pájaros pasan silbando sobre las cabezas y lo contemplan a uno desde las ramas de los árboles a su alcance. Nuestros antepasados primitivos no tenían idea de la maravillosa historia del planeta que pisaban, una historia legible sabiendo cómo hacerlo. En Central Park, el afloramiento de los esquistos de Manhattan -una roca metamórfica formada hace unos 500 millones de años (y tan dura que es adecuada como fundamento para los rascacielos)- contiene estrías cinceladas por un glaciar de la Edad de Hielo.
Algunos dicen que en Central Park hay demasiados árboles y que no se ha llevado a cabo el desmonte como se debería. A lo mejor a muchos de nosotros nos gusta que haya muchos árboles porque nuestros antepasados eran cazadores primitivos en los bosques, mientras que los pueblos de las tierras menos boscosas construían Babilonia o se dedicaban a discutir filosofía en el Ágora.
Para el homínido nostálgico que hay dentro del habitante de ciudad, un parque -sobre todo Central Park- es un lugar de respiro con un paisaje para descansar la vista y la mente, con aire menos contaminado y más rico en oxígeno. Olmstead plantó árboles alrededor del perímetro del parque para ocultar los edificios que había detrás. En algunas áreas, sobre todo en «Ramble», zona montañosa y boscosa, es fácil olvidarse que se encuentra uno en medio de la ciudad hasta que se oye a lo lejos el ruido del tráfico. Suena como un animal de acero y hormigón hecho un ovillo alrededor del parque que respira con dificultad.