¡No hay oro!
Los últimos análisis de oro en el agua de mar realizados por Kelly Kennison-Faulkner y John Edmond, geólogos del MIT, demuestran que la cantidad presente es una milésima parte de la que se había pensado con anterioridad. Es una pena, pero tampoco es una tragedia, y me explicaré.
Los ríos de la Tierra fluyen a través de la superficie terrestre y alcanzan el océano, arrastrando con ellos materia disuelta de todas clases. La mayor parte de los materiales sólidos terrestres se disuelven muy poco, pero a pesar de ello pequeñas trazas se abren camino hasta el océano y permanecen allí.
No permanecen allí siempre obligatoriamente, ya que las zonas poco profundas del océano en ocasiones se secan, dejando detrás de sí lo que llamamos «minas de sal», vestigios de los distintos materiales disueltos en el océano además de la sal como principal componente. Incluso admitiendo este secado y la eliminación ocasionales, el agua marina contiene una pequeña parte de todos los elementos conocidos, incluido el oro.
Durante miles de años, los seres humanos han buscado oro por todo el mundo, y los hallazgos sensacionales de oro han provocado una prosperidad repentina de escasa duración en California en la década de 1850, en el Klondike en la década de 1890 y en otros lugares. Pero ¿qué pasa con el oro del océano? ¿No es la mayor mina del mundo?
Eso pensaba la gente antiguamente y la mina del océano incluso provocó la aparición de sueños de riqueza. Después de la Primera Guerra Mundial, cuando se exigió a Alemania pagar una enorme indemnización (que, en realidad, nunca pagó), el químico Fritz Haber, ganador del premio Nobel, pensó en un método para extraer oro del océano y utilizarlo para pagar la deuda de Alemania. Lo intentó, pero no funcionó.
Resultó que había menos oro en el océano de lo que Haber había calculado, y ahora se piensa que todavía hay mucho menos.
Kennison-Faulkner y Edmond, para conseguir análisis muy precisos, comprobaron las muestras a través de un material llamado «resinas de intercambio iónico». Estas resinas contienen determinados átomos con carga eléctrica («iones») que están unidos con poca firmeza a la resina y que se pueden separar de ella. Estos iones son reemplazados por otros presentes en el agua marina. De esta manera, todos los átomos de oro de la muestra de agua de mar son extraídos y después se pueden liberar de la resina.
La resina de intercambio iónico absorbe una mezcla desordenada de iones, por supuesto. Esta mezcla se reconoce por el vacío de un «espectómetro de masas», que aprovecha las cargas eléctricas de los iones para exponerlos a un campo magnético que los hace desplazarse en trayectorias curvas. La curva es diferente para cada tipo de ión y, de esta forma, los iones de oro terminan todos en un punto determinado, separados del resto, de manera que su cantidad es mensurable.
Resultó un gramo de oro por cada 100 millones de toneladas de agua de mar, con independencia de que el agua procediera del océano Atlántico o del Pacífico.
El mar Mediterráneo es algo diferente. Está conectado con el Atlántico sólo a través del estrecho de Gibraltar, que no es muy ancho, así que sus aguas no se mezclan con las del océano. Además, es un mar templado, por lo que se evapora mucha agua, lo que aumenta el contenido en sólidos del agua restante. Hay tres veces más oro en una cantidad determinada de agua del Mediterráneo que en la equivalente del océano. A lo mejor otras extensiones de agua rodeadas de tierra son algo más ricas en oro, pero la cantidad nunca es elevada en ningún sitio, ni siquiera parecida a lo que se pensaba.
Por supuesto, debemos recordar que el océano es enorme. La cantidad total de agua de mar que hay en el planeta pesa alrededor de 1,4 trillones de toneladas. Incluso aunque no haya más que un gramo por cada mil millones de toneladas, resulta que hay 1500 toneladas de oro en el océano que al precio actual valdrían unos 1725 billones de dólares.
Hubo una época en que una suma así nos habría hecho hablar de «riquezas incalculables», pero, por desgracia, la riqueza ya no es incalculable. La deuda nacional de Estados Unidos es superior a los cuatro billones de dólares y, a este paso, no pasarán muchos años antes de que el dinero que debe este país a sus propios ciudadanos y al resto del mundo sea igual al doble del valor de todo el oro de los océanos.
Una de las razones por las que el oro tiene el valor que tiene es porque es algo poco abundante. Si las 1500 toneladas de oro de los océanos se materializaran en los distintos bancos y cámaras acorazadas del mundo, su precio por gramo caería estrepitosamente y se podría pagar una parte mucho menor de lo que suponemos de la deuda nacional.
Por último, lo que cuenta no es la cantidad total que hay en el océano sino lo repartida que está, y lo está mucho. No hay ninguna técnica conocida (ni probabilidades de que se conozca en un futuro previsible) que pueda extraer este oro tan poco concentrado de manera rentable. Extraer oro por valor de un dólar, costaría 1000 dólares o más, como Fritz Haber descubrió después de la Primera Guerra Mundial. Así que dejemos al oro donde está y busquemos modos más sensatos de resolver los problemas monetarios del mundo y de las naciones.