Falsa alarma
En 1990, otro descubrimiento científico asombroso resultó ser una falsa alarma.
Estas cosas ocurren en ocasiones en el mundo de la ciencia. Se tropieza con algo que amenaza cambiar la visión fundamental en algún aspecto respecto del Universo. Se produce una gran conmoción, otros científicos comprueban el asunto y la amenaza se derrumba.
El caso más espectacular de este tipo en los últimos años ha sido un entusiasmo repentino por la posibilidad de la fusión fría: la perspectiva de energía sin límite a partir de un equipo sencillo, después de que los físicos habían gastado innumerables millones de dólares en máquinas enormes para el mismo fin, sin éxito hasta el momento.
El proceso de la fusión fría fue investigado en todo el mundo y resultó ser una falsa alarma. Los dos científicos que lo anunciaron se habían precipitado y nadie más fue capaz de obtener cantidades significativas de energía mediante el proceso.
Este no fue el único caso de ese tipo. En el Universo sólo hay cuatro fuerzas conocidas que justifican todo lo que sucede. Son la gravitación, el electromagnetismo, la fuerza nuclear fuerte y la débil.
Hace algún tiempo se aludió a una quinta fuerza con propiedades muy extrañas. Era más débil que la gravitación, sólo se percibía a una distancia limitada a unos pocos metros y variaba para las distintas sustancias químicas. Si esto fuera así, habría dado al traste con la teoría general de la relatividad de Einstein. No obstante, las comprobaciones metódicas mostraron que dicha quinta fuerza no existía.
En otra ocasión se publicó que las pequeñas burbujas de aire atrapadas dentro del ámbar demostraban que hace millones de años la atmósfera contenía el 30% de oxígeno y no el 20%, como se sabe en la actualidad. A primera vista esto parece poco probable. Con un 30% de oxígeno, cualquier fuego que se iniciara en un bosque arrasaría un continente. En efecto, exámenes posteriores demostraron que el informe estaba equivocado.
La gran supernova descubierta en 1987, en la Gran Nube de Magallanes, produjo supuestamente una estrella de neutrones que giraba a una velocidad de dos mil revoluciones por segundo. Al menos las observaciones parecían mostrarlo. Esto conmocionó a los astrónomos, que no podían justificar una velocidad de giro tan inusualmente rápida. Pero entonces resultó que las observaciones estaban equivocadas. Se trataba de un error y en realidad no se había observado la estrella de neutrones.
Hacia finales de 1989, dos físicos japoneses, H. Hayasaka y S. Takeuchi, informaron de un hecho realmente asombroso. Instalaron giroscopios a gran velocidad y descubrieron que, en determinadas circunstancias, cuanto más rápido giraban los giróscopos, menos pesaban. Lo que equivalía a que el aparato desarrollaba algún tipo de antigravedad. Esto es, de por sí, totalmente inconcebible. Si se pusiese a dar vueltas una hélice de juguete, se elevaría por los aires como consecuencia de fuerzas aerodinámicas bien conocidas. No lo haría en el vacío. Sin embargo, en el caso del giroscopio, los científicos no podían descubrir la causa de la disminución de peso. Con todo, si se estableciera, sería de máxima importancia. Podría representar una nueva forma de transporte por el espacio sin necesidad de cohetes.
Pero esto no era lo más apasionante del informe. Los físicos japoneses sostenían que la pérdida de peso sólo se producía si el giroscopio giraba en un sentido. Si lo hacía en el otro, no había ninguna pérdida de peso.
Esto resultaba difícil de creer. El Universo se rige por ciertas reglas de «simetría». Si algo sucede en una dirección debe suceder en la otra. Por ejemplo, el Sol atrae a la Tierra situada a una determinada distancia con la misma fuerza independientemente de donde esté, a un lado del Sol o a otro, arriba o abajo. ¿Cómo podía el giroscopio comportarse de una forma cuando giraba en un sentido y de otra cuando giraba en el contrario?
Naturalmente, físicos de todo el mundo empezaron a juguetear con los giróscopos. En febrero de 1990, T. J. Quinn y A. Picard, dos físicos establecidos en Francia, publicaron una investigación realizada con la máxima precisión. Hicieron dar vueltas a los giróscopos a velocidades de hasta 8000 revoluciones por minuto, en condiciones que garantizaban que no se verían afectados por los cambios de temperatura, la fricción, las influencias del entorno, etc.
Comunicaron que los giroscopios se comportaban de la misma manera desde todos los puntos de vista en todos los sentidos de giro y que, en ningún caso, había pérdida de peso significativa. Otra falsa alarma.
¿Quiere decir esto que ningún hallazgo científico asombroso tiene probabilidades de credibilidad? En absoluto. Alguna vez, hay científicos que hacen una propuesta inesperada con resultados probados. Así, hace algunos años, se descubrieron sustancias superconductoras a temperaturas muy altas. Lo que parecía totalmente increíble resultó ser verdad.