El vigilante del espacio

A los asteroides pequeños que se aproximan hasta relativamente cerca de la Tierra se les llama «desolladores terrestres». Recientemente, David Rabinowitz, de la Universidad de Arizona, descubrió el objeto más pequeño y más cercano que nunca se haya visto fuera de la atmósfera terrestre, pues es posible que no midiera más de nueve metros de diámetro.

Se siguió al asteroide durante seis horas, utilizando detectores electrónicos muy sensibles, y se calculó su órbita.

Emplea entre tres y cuatro años en dar una vuelta completa al Sol, y, en su punto más próximo a él, se sitúa tan cerca como la órbita de Venus. En el otro extremo, el punto más lejano, se retira hasta el cinturón de asteroides entre las órbitas de Marte y Júpiter. En el camino, pasa cerca de la órbita terrestre y, muy de vez en cuando, la corta cuando está muy cerca. En estos casos, se aproxima a 170 000 kilómetros de la Tierra, algo menos de la mitad de la distancia a la Luna.

Por supuesto, 170 000 kilómetros significan una distancia inmensa para el hombre, pero desde el punto de vista astronómico no representan nada. Además, las órbitas de estos pequeños asteroides pueden variar con mucha facilidad. Por ejemplo, en este caso, al haberse acercado tanto a la Tierra, su trayectoria debió de curvarse aun mínimamente debido a la atracción gravitatoria de la Tierra y es posible que después no siguiera siendo la misma. Un pequeño asteroide cuya trayectoria se acerque a la de la Tierra a diferentes distancias, en el transcurso del tiempo puede adoptar una órbita que lo impulse hacia el planeta y lo avasalle.

¿Es algo que nos deba preocupar? Sí, ya que el impacto de un asteroide, aunque no mida más de nueve metros, podría ejercer un daño considerable y, además, no estamos hablando de un solo asteroide. Los astrónomos tienen conocimiento de cincuenta asteroides con diámetros entre uno y dos kilómetros que, en ocasiones, pueden acercarse a la Tierra a una distancia de 32 millones de kilómetros o menos. Debe de haber unos 1500 con diámetros de alrededor de medio kilómetro y muchos miles, también al descubierto, que miden unos pocos metros de ancho.

Si uno de estos cuerpos choca contra la Tierra, los resultados pueden ser catastróficos. Incluso el golpe de un asteroide de sólo nueve metros de ancho, pero que viaja a 32 kilómetros por segundo, podría destruir una ciudad casi por completo si impacta de lleno. Un asteroide que mida un kilómetro de ancho puede destrozar miles de kilómetros cuadrados. O bien, si cae en el océano (y las probabilidades de que lo haga son de siete a tres) originaría un maremoto que podría anegar millones de kilómetros cuadrados y destruir cantidades inimaginables de propiedades a lo largo de todas las regiones costeras del mundo. Un asteroide de diez kilómetros, si impacta, podría provocar la destrucción de la mayor representación de la vida.

Entonces, ¿por qué no ha sucedido nada de esto? Pero es que sí ha sucedido. En 1908, algún tipo de asteroide o cometa cayó en Siberia central y destruyó todos los árboles en 65 kilómetros a la redonda. Por fortuna era un área deshabitada y nadie murió, pero un hombre a 100 kilómetros fue derribado de su silla por la sacudida. Se trataba de un asteroide pequeño, quizá del tamaño que los astrónomos acaban de localizar.

En Arizona aparece el «cráter Meteoro», un cráter redondo de alrededor de ochocientos metros de diámetro causado por el impacto de un pequeño asteroide hace unos 50 000 años. Tuvo que ser más grande que el caído en Siberia, y si un asteroide de esas dimensiones chocase en la actualidad contra una región de la Tierra densamente poblada, morirían millones de personas instantáneamente.

La mayoría de los científicos supone que hace 65 millones de años se produjo un impacto todavía mucho mayor y que un asteroide o un cometa, que podía medir hasta 10 kilómetros de ancho, chocó y destruyó la mayoría de la vida existente en el planeta, incluidos todos los dinosaurios.

Hasta ahora los humanos no podíamos hacer nada respecto a los impactos futuros, salvo esperar y confiar. Aunque probablemente en un millón de años no choque ningún cuerpo, podría haber una gran sacudida mañana. Hasta ahora, no podíamos ni siquiera observar un cuerpo que se acercara hasta que hubiera sido demasiado tarde, pero actualmente, como hemos dicho, podemos localizar objetos incluso pequeños a suficiente distancia.

Sin duda, lo que necesitamos es un vigilante del espacio. Debería haber satélites o estaciones espaciales que custodiasen permanentemente el espacio más próximo en busca de estos objetos. Cualquier objeto potencialmente capaz de acercarse demasiado a la Tierra debe ser destruido por una bomba nuclear o por un instrumento más eficaz que pueda descubrirse en el futuro. De esta forma podría ser desmenuzado en guijarros. Otra solución es provocar una explosión lo bastante cercana al objeto para alterar su curso y desviarlo del de la Tierra.

Los astrónomos en la actualidad están considerando colocar un vigilante del espacio. No importa lo que cueste, sería compensado millones de veces si se evitara un solo impacto importante. Sin embargo, debo decir que allá por 1959, en un artículo que escribí para una revista de tirada reducida que ya no se edita, recomendaba este vigilante del espacio exactamente por la misma razón que he esgrimido aquí. Los astrónomos están considerándolo ahora, pero yo vengo recomendándolo desde hace más de veinte años.

Fronteras II
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