Los mineros bacterianos

Un grupo de científicos del Laboratorio Nacional de Ingeniería de Idaho informó en 1990 sobre la utilización de bacterias para ayudar a purificar cobalto en las meras pobres. Es posible que se trate de una técnica desconocida y adecuada para proseguir la búsqueda de metales, algo a lo que se han dedicado los seres humanos durante cinco mil años. Los metales acabaron con la Edad de Piedra, ya que se trata de materiales que se podían moldear con facilidad golpeándolos, mientras que la piedra tenía que ser tallada o triturada. Las herramientas de metal eran más duras y resistentes que las de piedra, les costaba más romperse y su filo duraba más tiempo. Sólo había una pega. Los metales eran mucho más difíciles de encontrar que las rocas. La propia palabra metal quiere decir en griego «buscar».

Al principio sólo se podían utilizar los metales que se encontraban en estado libre: oro, plata, cobre o hierro meteórico. Cuando se descubrió que ciertos «minerales rocosos» se podían calentar y fundir para obligarlos a liberar los metales, el suministro de estos materiales tan deseables aumentó. La metalurgia, por tanto, se convirtió en uno de los indicadores de las primeras civilizaciones.

A pesar de todo, los metales seguían siendo escasos. El cobre era demasiado blando para ser utilizado en utensilios, pero cuando se mezclaba con estaño se convertía en «bronce», mucho más duro. El bronce se utilizó en utensilios y armas («Edad de Bronce») hasta que se descubrieron métodos eficaces de fundir el mineral de hierro.

El estaño, no obstante, no es fácil de encontrar y las fuentes de mineral de estaño disponibles para las civilizaciones primitivas estaban casi agotadas en el año 1000 a. C. Éste fue el primer caso de desaparición real de un recurso. Los fenicios viajaron por el océano Atlántico y descubrieron este mineral en las «Islas del Estaño», que debía de ser Cornualles en Gran Bretaña, y se hicieron ricos al monopolizar un material tan valioso hasta que el hierro lo convirtió en algo obsoleto.

Desde entonces, los seres humanos han buscado por todo el mundo concentraciones naturales de minerales que contuvieran los metales deseados. No se trata sólo de oro, plata, cobre y hierro, sino también de nuevos metales descubiertos en los tiempos actuales. Níquel, cobalto, tungsteno, manganeso, cromo, vanadio, niobio y otros más, todos tienen usos muy valiosos.

Las grandes concentraciones de minerales necesarios se extrajeron y fundieron. Se utilizaron los metales y, con el tiempo, se los desechó como chatarra. Se agotaron las concentraciones más altas y los metalúrgicos aprendieron a utilizar concentraciones más pobres y extraer el metal de forma rentable. Los metales nunca se agotan, pero están dispersos por toda la superficie terrestre en aleaciones cada vez menores, de manera que conseguir concentraciones de estos materiales es un problema acuciante.

Muchas formas simples de vida son más capaces de concentrar determinados elementos de fuentes de escasa pureza que cualquier tecnología humana. Por ejemplo, el yodo es un elemento muy útil pero muy escaso. Se encuentra en el agua de mar, pero en concentraciones tan bajas que los químicos no pueden extraerlo de manera rentable. Pero las algas sí pueden hacerlo. Las plantas filtran el yodo de ingentes cantidades de agua y posteriormente se pueden cosechar las algas, quemarlas y aislar el yodo de sus cenizas. Las algas son nuestros mineros del yodo.

Hay una bacteria llamada Thiobacillus ferroxidans que vive sobre los minerales. Extrae los átomos de azufre de los minerales y los combina con oxígeno para obtener la energía necesaria para sus procesos vitales. Al hacerlo, la bacteria rompe el mineral y libera el contenido de otros átomos. Esto puede causar la liberación de venenos tales como arsénico y cianuro. Así que las bacterias pueden ser peligrosas para los mineros.

Sin embargo, en condiciones debidamente controladas, se descubrió que determinadas variedades de esta bacteria proliferaban en minerales que contenían cobalto en concentraciones demasiado bajas para poderse obtener por fusión de manera rentable. Cuando las bacterias han roído el mineral durante un tiempo, se puede extraer con facilidad por disolución el 10% del contenido en cobalto. Hasta el momento, la gente del Laboratorio Nacional de Ingeniería de Idaho ha realizado este trabajo sólo en muestras a pequeña escala, pero no hay razón para que, a la larga, no se pueda llevar a cabo a gran escala.

Es posible desarrollar cepas bacterianas que puedan vivir en una gran variedad de minerales de forma que se pueda obtener todo tipo de metales de fuentes que, por lo general, se abandonarían por su poca rentabilidad. En realidad, se puede conseguir mucho más. Se las podría poner a trabajar en la chatarra metálica desechada que no se puede aprovechar para su reciclado.

Las pequeñas bacterias trabajadoras son capaces de vivir en la chatarra enriquecida con el tipo de roca de que se alimentan y entonces reciclarán los metales que necesita el hombre. En tal caso, nunca nos quedaremos sin metal.

Fronteras II
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