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Homo Sapiens es un nombre que hace pensar en la soberbia, ya que los seres humanos nos creemos las criaturas más inteligentes de la Tierra. Durante siglos hemos creído que ninguna otra criatura tenía nada en su cabeza de lo que mereciera la pena jactarse, lo que explica por qué siempre se considera una novedad que otros animales se muestren capaces de pensar mejor de lo que imaginábamos.

Admitimos a regañadientes que criaturas con una anatomía cerebral muy parecida a la nuestra sean más inteligentes que el resto del reino animal (asumimos alegremente que las plantas no son en absoluto inteligentes y que nunca lo serán). Los chimpancés y los gorilas pueden aprender signos del lenguaje, convertirse en artistas expresionistas abstractos y, por lo general, demuestran que son nuestros parientes más próximos.

Nos jactamos de nuestros perros, que parecen lo bastante inteligentes como para seguirnos como jefes de la jauría. Puesto que el perro es un mamífero, su cerebro es, en cierto modo, como el nuestro, pero por supuesto no tan magnífico en cuanto a las áreas fundamentales (las que utilizamos para pensar en nuestras duras obligaciones).

No toda la inteligencia depende de tener una gran corteza cerebral. A lo mejor el gran cuerpo estriado del cerebro de los loros les ayuda a cubrir los tests de inteligencia. Pueden contar e identificar con precisión objetos, colores, así como formar palabras para describir objetos, de la misma forma que lo hace Koko el gorila.

Cuando los dinosaurios se convirtieron en aves que volaban mejor que los reptiles voladores como el pterosaurio, sacrificaron gran cantidad de peso para ser los verdaderos dueños del aire. Puesto que para una criatura voladora no era posible desarrollar un cerebro del tamaño de un primate, el cerebro siguió siendo pequeño, pero funcionaba con mucha más eficacia que el de un mamífero. Las aves tienen la corteza cerebral pequeña pero, proporcionalmente a su tamaño, un diencéfalo mayor. A lo mejor eso junto con su magnífico sistema circulatorio hace sus pequeños cerebros mucho más eficaces. Las humildes palomas no sólo evitan ser arrolladas por hombres urbanos apresurados sino que pueden clasificar objetos y elegir los apropiados desde perspectivas mucho más lejanas que los poderes visuales de los humanos.

Muchos científicos investigan la conciencia de los animales. Algunos estudian la notable «inteligencia» de la masa en ebullición de los insectos de las colmenas, pero la mayoría se concentran en la división principal del reino animal: el phylum Chordata (animales con espinal dorsal), y en concreto en el subphylum Vertebrala. ¿Por qué no elegir a los mamíferos superiores y a las mejores aves cuando se investiga el poder del cerebro?

La respuesta a esta pregunta es que es más fácil estudiar los cerebros más sencillos. Pero no se imagina nadie que ningún otro phylum tiene una inteligencia que valga la pena mencionar. De vez en cuando el phylum Mollusca da lugar a titulares en los periódicos. Es una división fascinante del reino animal, hasta ahora muy utilizada por los investigadores, ya que pueden estudiar la transmisión nerviosa utilizando el axón gigante del calamar.

Hay unas 100 000 especies de moluscos viviendo en el agua o en hábitats de tierras húmedas. Los moluscos aparecieron allá por los tiempos del Cámbrico, millones de años antes de que aparecieran los verdaderos vertebrados. La mayoría de los moluscos muestra simetría bilateral con la cabeza más o menos en un extremo; sus órganos internos están cubiertos por un manto carnoso y se mueven mediante un pie muscular ventral. Muchos de ellos fabrican una concha por sí mismos.

A los humanos les encanta comer moluscos. Los miembros de la clase Pelecypoda a menudo son devorados enteros y vivos. A menos que su cena haya vivido en aguas contaminadas, no se preocupe nadie. Las almejas y las ostras son un ejemplo de «evolución retrógrada» del phylum, porque no tienen cabeza ni patas visibles y no son en absoluto inteligentes. En los dibujos animados de Johnny Hart, sus almejas parlantes tienen patas y pies, pero las verdaderas no hablan ni andan.

Perteneciente al phylum Mollusca, hay una clase notable llamada Cephalopoda, que quiere decir «cabeza más pies», porque sus tentáculos surgen de la cabeza. De las diez mil especies de cefalópodos que en otros tiempos surcaban los mares primitivos, sólo quedan unas setecientas. Los cefalópodos tienen ocho o más brazos alrededor de la cabeza; dentro de sus afiladas mandíbulas se sitúa la «rádula» que raspa las presas; y el músculo del manto, que es muy potente, controla un sistema de propulsión a chorro que le permite movimientos rápidos. Comparados con las perezosas almejas, los cefalópodos tienen un sistema circulatorio cerrado muy eficaz, con capilares de paredes finas y rápido intercambio de gases.

El sistema nervioso de los cefalópodos no parece muy desarrollado, un pequeño cerebro formado por unos pocos ganglios fusionados, pero gracias a la evolución convergente funciona como el del hombre en dos aspectos. Primero, está conectado con «sistemas receptores de equilibrio» muy precisos, uno para percibir la gravedad y otro para la aceleración angular, que permite a los calamares y los pulpos realizar maniobras complejas. Segundo, los ojos de los cefalópodos poseen una retina perceptora de imágenes muy parecida, aunque no idéntica, a la humana.

Los pulpos desarrollan ingenio para encontrar modos de escapar a la cautividad, incluso si ello implica surcar el aire un momento. También se les puede enseñar cosas, como coger objetos. Recientemente, los investigadores de la Estación Zoológica de Nápoles han hecho pruebas con ellos para considerar su capacidad de aprendizaje observando a los demás. El pulpo, considerado un animal insociable, confundió todas las expectativas al pasar con rapidez una prueba después de observar lo que hacían con éxito otros pulpos.

No menospreciemos cerebros diferentes del nuestro. Cuando un ordenador muy inteligente se impone, sus circuitos no se parecen al cerebro humano, pero puede trabajar casi igual de bien. ¿O mejor?

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