El derrotista totalitario en el Kremlin[806]

12 de septiembre de 1938

A partir de 1933 la importancia internacional de la Unión Soviética creció rápidamente. Por entonces era frecuente escuchar de los periodistas europeos opiniones como éstas: «El Kremlin tiene en sus manos el destino de Europa», «Stalin se ha convertido en árbitro mundial», etcétera. No importa cuán exageradas hayan sido estas apreciaciones, incluso para aquella época; las mismas se debieron a dos factores innegables: la agudización de los antagonismos mundiales y la creciente fuerza del Ejército Rojo. El relativo éxito del Primer Plan Quinquenal, un programa concreto de industrialización que creó la base material para el ejército y la marina, el freno a la progresiva parálisis de los ferrocarriles, las primeras cosechas favorables sobre la base de los koljoses, el incremento en el número de cabezas de ganado, el descenso del hambre y la miseria, tales fueron los requisitos internos para el éxito de la diplomacia soviética. Las palabras de Stalin, «la vida se ha vuelto más fácil, más feliz», se refieren a este período. En efecto, para las masas trabajadoras la vida se hizo algo más fácil. Para la burocracia, la vida se hizo mucho más feliz.

Mientras tanto, un gran porcentaje del presupuesto nacional se gastaba en defensa. El número de integrantes del ejército, que en tiempos de paz era de 800 000 hombres, fue elevado a un millón y medio. La marina comenzó a revivir. Durante los años del régimen soviético alcanzó a conformarse un nuevo equipo de comandancia, desde tenientes hasta mariscales. A esto debe agregarse un factor político: la oposición tanto de izquierda como de derecha había sido derrotada. La victoria sobre la oposición parecía encontrar su justificación objetiva en los logros económicos alcanzados. El poder de Stalin parecía inconmovible. Todos estos factores transformaron al gobierno soviético si no en el árbitro de Europa, por lo menos sí en un significativo factor internacional.

Los últimos dos años no han dejado el menor rastro de esta situación. En la actualidad, el peso específico de la diplomacia soviética es menor que el de los meses más críticos del Primer Plan Quinquenal. Londres no sólo gira hacia Roma y Berlín, sino que exige a París que vuelva la espalda a Moscú. Así, Hitler, a través de Chamberlain, tiene ahora la oportunidad de realizar su política de aislar a Rusia. Aunque Francia no ha derogado su acuerdo con la URSS, lo ha reducido a un arreglo de importancia secundaria. Al perder la fe en la ayuda de Moscú, la Tercera República se deja llevar por Inglaterra. Algunos patriotas conservadores franceses se quejan amargamente de que Francia se ha convertido en el «último dominio» británico. Italia y Alemania, con el consentimiento del propio Chamberlain, intentan enraizarse firmemente en España, donde hasta hace poco Stalin parecía —ante los ojos de muchos— ser el amo y señor del destino. En el Lejano Oriente, donde Japón se enfrentó a inesperadas dificultades de gran magnitud, Moscú demostró que no era rapaz sino de hacer escaramuzas fronterizas, siempre bajo la iniciativa de Japón.

La causa de la decadencia del rol internacional de la URSS en los últimos dos años de ninguna manera se debe a la conciliación o atenuación de las contradicciones mundiales. Sea cuales fueren las oscilaciones episódicas, lo cierto es que los países imperialistas se aproximan fatalmente a una nueva guerra mundial. La conclusión es obvia: la debilidad de Stalin en la arena mundial es, ante todo, producto del desarrollo interno de la URSS. ¿Qué ha ocurrido entonces en los dos últimos años en la Unión Soviética para convertir su fuerza en impotencia? La economía parece estar en crecimiento; la industria, a pesar del llamado «sabotaje», continúa conquistando estruendosos éxitos; las cosechas aumentan; los pertrechos militares se acumulan; Stalin logra derrotar con éxito a los enemigos internos. ¿Qué ocurre entonces?

Hasta hace poco, el mundo juzgaba a la Unión Soviética sobre la base casi exclusiva de las cifras de las estadísticas soviéticas. Dichas cifras, aunque muy exageradas, eran sin embargo, un índice de los innegables logros alcanzados. Se daba por seguro que tras la pantalla de las cifras existía una creciente prosperidad del pueblo y el gobierno. Pero no ha resultado ser así. Los procesos económicos, políticos y culturales son, en última instancia, relaciones entre seres vivientes, entre grupos, entre clases. Las tragedias judiciales de Moscú revelaron que dichas relaciones eran miserables, o más correctamente, intolerables.

El ejército es la quintaesencia de un régimen, no porque exprese sólo sus «mejores» cualidades, sino porque refleja más sus tendencias positivas y negativas. Cuando las contradicciones y antagonismos de un régimen llegan a agudizarse de un modo determinado, éstos comienzan a minar al ejército. La conclusión opuesta es la de que cuando el ejército —el órgano más disciplinado de la clase gobernante— comienza a desintegrarse por contradicciones internas, esto es un claro indicio de la intolerable crisis existente en la sociedad misma.

Los éxitos económicos de la URSS, que durante cierto tiempo fortalecieron su ejército y su diplomacia, han elevado y fortalecido el nivel de la burocracia gobernante. Históricamente, ninguna clase social había concentrado en sus manos tanto poder y riqueza como lo ha hecho la burocracia durante los dos planes quinquenales. Pero es precisamente por eso que se ha colocado en una creciente contradicción con el pueblo, el mismo que atravesó por tres revoluciones y derrocó a la monarquía zarista, la nobleza y la burguesía. La burocracia soviética combina hoy, en cierto sentido, los rasgos de todas las clases derrocadas sin poseer sus raíces sociales o sus tradiciones. Ésta sólo puede defender sus monstruosos privilegios a través del terror organizado y sólo puede justificar su terror mediante fraudes judiciales. Habiendo crecido gracias a los éxitos económicos, el gobierno autocrático de la burocracia se ha convertido en el principal obstáculo para la futura expansión de estas conquistas. Sin el crecimiento general de la cultura, es decir, sin la independencia de todos y cada uno, sin la libertad de investigación y crítica, es imposible que el país progrese. Estas elementales condiciones para el progreso se necesitan aun más en el ejército que en la economía, ya que es en él donde se comprueba con sangre la veracidad o falsedad de las estadísticas. Pero definitivamente, el régimen político soviético se asemeja a un batallón punitivo. Todos los elementos progresistas o creativos, realmente dedicados a los intereses de la economía, la educación pública y la defensa nacional, chocan invariablemente con la oligarquía gobernante. Así ocurrió bajo el zarismo, y ocurre ahora a un ritmo mucho más acelerado bajo el régimen de Stalin. La economía, la, cultura, el ejército, necesitan gente con iniciativa, gente que cree y construya. El Kremlin necesita fieles ejecutores, despiadados agentes de confianza. Estos tipos humanos —el creador y el agente— son irreconciliablemente hostiles entre sí.

Durante los últimos quince años, el Ejército Rojo ha perdido casi todo el equipo de comandancia que originalmente había sido reclutado en los años de la Guerra Civil (1918-1920) y luego, educado, entrenado y reforzado en los quince años siguientes. Los cuerpos de oficiales constante y profundamente renovados fueron sometidos por Stalin a la vigilancia policial de los nuevos comisarios. Tujachevski, y junto a él lo más granado del personal de comandancia, entabló una lucha contra la dictadura policíaca ejercida sobre los cuerpos de oficiales del Ejército Rojo. En la marina, donde los aspectos fuertes y débiles de las fuerzas armadas se concentraban de un modo particular, la aniquilación de los más altos oficiales ha sido mucho más devastadora que en el ejército. Es necesario repetir una y otra vez: las fuerzas armadas de la URSS están totalmente decapitadas, Los arrestos y ejecuciones continúan. Entre el cuerpo de oficiales y el Kremlin tiene lugar un prolongado duelo, en el cual el derecho a fusilar pertenece al Kremlin. Las causas de este trágico duelo no son de un carácter temporal o accidental sino de un carácter orgánico. La burocracia totalitaria concentra en sus manos dos funciones: el poder y la administración. Estas dos funciones entran ahora en aguda contradicción. Para asegurar una buena administración es necesario abolir el poder totalitario. Para mantener el poder de Stalin es necesario aplastar a los administradores independientes y capaces tanto militares como civiles.

El sistema de comisarios se introdujo por primera vez en el período en el que se formó al Ejército Rojo de la nada y cuando, por necesidad, éste tenía un régimen de doble comando. Los peligros e inconvenientes de tal arreglo eran claros, aun entonces, pero se les consideraba como un mal menor y temporal. La necesidad misma del doble comando en el ejército surgió del colapso del ejército zarista y de las condiciones de la Guerra Civil. ¿Qué significa el nuevo doble comando? ¿Significará la primera etapa del colapso del Ejército Rojo y el comienzo de una nueva guerra civil en el país?

Los comisarios de la primera conscripción representaban el control de la clase obrera sobre los especialistas militares extraños y hostiles. Los comisarios de la nueva formación representan el control de la camarilla bonapartista sobre la administración militar y civil y sobre todo el pueblo.

Los comisarios de la primera época fueron reclutados entre los más valiosos y sinceros revolucionarios, realmente entregados a la causa socialista. Los comandantes, en su mayoría provenientes de las filas de los viejos oficiales y sargentos, se orientaban con dificultad bajo las nuevas condiciones y los mejores de ellos buscaban los consejos y el apoyo de los comisarios. Aunque con algunas fricciones y conflictos, el doble comando llevó en aquel tiempo a una colaboración amistosa.

Ahora el asunto es totalmente distinto. Los actuales comandantes surgieron del Ejército Rojo, e indisolublemente ligados a él, y gozan de una autoridad adquirida a través de los años. Los comisarios por el contrario son reclutados entre los hijos de los burócratas y carecen de experiencia revolucionaria, conocimiento militar o formación moral. Son el tipo preciso de arribista de la nueva escuela. Se les asignan comandos únicamente porque representan a la «vigilancia», es decir, la supervisión policial de Stalin sobre el ejército, Los comandantes los miran con justificado desprecio. El régimen de doble comando se convierte en una lucha entre la policía y el ejército, con el poder central del lado de la policía.

La película histórica se proyecta al revés y lo que fue una medida progresista de la revolución es revivida como una repugnante caricatura reaccionaria. El nuevo doble comando atraviesa al aparato de gobierno de arriba a abajo. A la cabeza del ejército está nominalmente Voroshilov, comisario del pueblo, mariscal, caballero de muchas órdenes, etcétera, etcétera. Pero el poder real está concentrado en las manos de Mejlis[807], un don nadie, quien bajo las instrucciones directas de Stalin está trastornando al ejército. Esto ocurre en todos los distritos militares, en todas las divisiones, en todos los regimientos. Lo mismo sucede en la marina y en la fuerza aérea. Cada sitio tiene a su propio Mejlis que instaura la «vigilancia» en lugar del conocimiento, el orden y la disciplina. En el ejército todas las relaciones adoptan un carácter oscilante, inestable y flotante. Nadie sabe dónde termina el patriotismo y comienza la traición. Nadie está seguro de lo que puede o no hacer. En caso de discrepancia entre las órdenes del comandante y el comisario, todo el mundo debe adivinar cuál de las dos vías conduce a la recompensa y cuál a la prisión. Todo el mundo está a la expectativa y mira ansiosamente a su alrededor. Los trabajadores honestos pierden la motivación. Los pícaros, ladrones y arribistas realizan su trabajo bajo el amparo de las denuncias patrióticas. Los fundamentos del ejército flaquean. La devastación reina en el campo de los detalles así como en los más amplios aspectos. Las armas no se limpian ni se inspeccionan. Los cuarteles toman un aire sucio y desordenado. El Ejército Rojo vive bajo techos agujereados, sin baños suficientes y sin ropa limpia. La comida es cada vez peor y no se sirve a las horas señaladas. El comandante responde a las quejas pasándoselas al comisario; los verdaderos ofensores se encubren acusando a «saboteadores». El alcoholismo aumenta entre los comandantes. Los comisarios compiten con ellos en este aspecto. El régimen de anarquía encubierto por el despotismo policíaco se extiende ahora por todos los poros de la vida soviética. Este hecho es particularmente desastroso en el ejército, que sólo puede existir bajo un régimen claro y bajo relaciones totalmente transparentes. Tal es la razón, entre otras, por la cual se suspendieron las grandes maniobras militares de este año.

El diagnóstico es claro. El crecimiento del país, especialmente el de sus necesidades, es incompatible con el odio totalitario. Por lo tanto, muestra la tendencia a expulsar, a hacer a un lado a la burocracia de todas las esferas. Cuando Stalin acusa a tal o cual sección del aparato de carecer de «vigilancia» quiere con ello decir: «Ustedes se preocupan por los intereses de la economía, la ciencia o el ejército ¡pero no se preocupan de mis intereses personales!». Los stalinistas de todos los rincones del país y de todos los estratos de la pirámide burocrática se encuentran en la misma posición. La burocracia ya no puede mantener su posición de otra forma distinta a la de minar los fundamentos mismos del progreso económico y cultural. La lucha por el poder totalitario llevó a la aniquilación de los mejores hombres del país por los más degradados pícaros.

Afortunadamente para la URSS, la situación interna de sus enemigos en potencia —ya tensa de por sí— se tornará en el próximo período cada vez más crítica. Pero esto no cambia el análisis de la situación interna de la URSS. El sistema totalitario de Stalin se ha convertido en un verdadero nido del sabotaje cultural y del derrotismo militar. Para el pueblo soviético y la opinión pública mundial es un deber decir esto con toda claridad. La política y especialmente la política militar no puede reconciliarse con los engaños. Los enemigos saben perfectamente lo que ocurre en los dominios de Stalin. Existe una categoría de «amigos» que prefieren creer ciegamente a los agentes del Kremlin. Nosotros no escribimos para ellos sino para los que elijan enfrentar con honradez a la próxima tormenta.

Escritos , Tomo V
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