Respuestas a las preguntas de Marianne[530]
20 de diciembre de 1937
Ustedes me formularon una serie de preguntas políticas muy «espinosas». Sin duda mis respuestas a ellas difieren en 180 grados de los puntos de vista de su periódico. Por esta razón puedo contestarlas solamente bajo la condición de que sean reproducidas en su totalidad y sin alteraciones. No dudo de que esto también va en interés de sus lectores; si de alguna manera son capaces de demostrar interés por mis ideas, ello sólo será posible, por supuesto, si no están cortadas o mutiladas.
Mi posición es la de la Cuarta Internacional, la única organización revolucionaria de nuestra época. Los elementos fundamentales de nuestro análisis de la situación mundial son los siguientes:
Desde la última guerra, el capitalismo entró definitivamente en una etapa de descomposición y decadencia. La humanidad es más pobre ahora que en 1913. El adelanto de la ciencia y la tecnología bajo las condiciones de descomposición del capitalismo significa solamente un aumento del desempleo «tecnológico», la ruina de las clases medias, y una enorme concentración de riqueza. La crisis actual comenzó a un nivel más bajo que la última y se está desarrollando a una mayor velocidad. En su caída el capitalismo arrastra con él a la democracia burguesa: sólo podía permitirse ese lujo en su época de ascenso. Sería absurdo decir que las «tradiciones» o «el carácter nacional» particular de Francia o Inglaterra son capaces de librarlas del fascismo. El factor fundamental en la historia humana no es ni «la tradición» ni «el carácter nacional» sino el desarrollo de las fuerzas productivas. Cuando cesa este desarrollo, las tradiciones e instituciones veneradas se desmoronan en polvo. Este hecho se verifica a lo largo de la historia de la civilización humana.
La tecnología moderna sobrepasó finalmente el sistema de propiedad privada, los medios de producción y los límites del estado nacional. Las fuerzas productivas de la humanidad se están sofocando en estos grillos. Es precisamente este hecho el que determina el carácter de nuestra época: levantamientos sociales, grandes y pequeñas guerras, revoluciones y contrarrevoluciones. Nuestro planeta no encontrará la paz mientras que las fuerza productivas y los medios de producción no se transformen en propiedad social y no se organicen de acuerdo a un plan científico, primero a escala nacional, luego europea y finalmente mundial. Pero tal reorganización es inconcebible sin la expropiación de los capitalistas, esto es, sin una revolución social.
En Bélgica, el señor de Man prometió instaurar una economía planteada sin revolución o levantamientos[531]. Desde el principio caracterizamos esta promesa como charlatanería política. Es una dura evaluación, pero los hechos la han confirmado claramente. El señor de Man ha llegado a ser de algún modo el ministro del capitalismo decadente.
El destino del señor León Blum es a duras penas mejor. Propuso «posponer» la idea de la revolución social (políticas de esta clase siempre van despacio en los asuntos más apremiantes) y ocuparse «mientras tanto» con un programa de grandes reformas sociales. En ese tiempo escribí que dicha política, que sigue la línea de menor resistencia, es la más ciega y utópica. La descomposición del capitalismo no puede ofrecer más reformas sociales, y por esta razón tiene que recoger con una mano lo que da con la otra. El gobierno de Blum era un gobierno en bancarrota, reformista y nada más. En julio de 1936, un político socialista, y ciertamente no muy serio, escribió en Le Populaire, «todo es posible». Esto era absolutamente cierto. El gobierno de Blum, gracias a la poderosa ofensiva de las masas y a la completa desorganización de los capitalistas, habría podido llevar a cabo la nacionalización de la economía con un mínimo de levantamientos o de víctimas. Pero obviamente ésta era una «posibilidad» puramente teórica, pues presuponía un gobierno revolucionario, homogéneo y valiente, y no una coalición de razonadores parlamentarios. No es sorprendente que se haya perdido esta gran oportunidad histórica. La política exterior del señor Blum especialmente en referencia a España estaba impregnada del mismo principio: postergar y por lo tanto permitir que los problemas se acumularan. Era la llamada «lucha por la paz». El resultado fue que el gobierno de Blum logró preparar un nuevo período de crisis internas y externas.
El llamado Frente Popular no es mucho mejor. Los radicales a pesar de sus viejos vestidos y anticuados amaneramientos representan al ala izquierda del capital financiero y nada más[532]. Son capaces de hacer todas las reformas que… no amenacen el dominio del capital. En otras palabras, ya no son capaces de hacer reforma alguna. Los socialistas, aun si lo quisieran, no pueden contribuir más de lo que los radicales han acordado. En cuanto a los llamados comunistas encuentro muy difícil hallar una expresión suficientemente parlamentaria que caracterice a este partido: en la historia es imposible encontrar otro ejemplo que tenga una mezcla tal de demagogia y servilismo. En suma, el Frente Popular es un frente político de la burguesía y el proletariado. Cuando dos fuerzas tienden en direcciones opuestas, la diagonal del paralelogramo se aproxima a cero. Ésta es exactamente la fórmula gráfica de un gobierno del Frente Popular.
En España el gobierno Caballero-Negrín-Stalin ha estrangulado con cierto éxito la revolución socialista; al hacerlo no sólo pisotearon la democracia, remplazándola con la vergonzosa dictadura de la GPU, sino que también aseguraron una serie de importantes victorias para Franco. Una vez más permítaseme referirme a lo que escribí en abril de 1931: «La revolución española no puede detenerse en la etapa democrática; concluirá o con la dictadura del proletariado o con el triunfo del fascismo». En mi concepto, los acontecimientos no han desmentido esta predicción.
La política del Frente Popular en Francia, como en España, es fundamentalmente indistinguible de la política de la socialdemocracia alemana, que también, incansablemente, construyó su «Frente Popular» con los demócratas y el Centro Católico. Es precisamente esta política de debilidad interna y de hacer tiempo (con un resultado igual a cero): lo que llevó al triunfo de Hitler.
Verdaderamente en ese período (nadie sabe porque se lo llamó el «tercero»[533]) los llamados comunistas ni siquiera estaban dispuestos a considerar la posibilidad de hacer algún tipo de unidad de acción con otras organizaciones obreras. La doctrina de Stalin decía, «la socialdemocracia y el fascismo son gemelos, no adversarios». Consideraron a Daladier, León Blum y a Ziromoski como fascistas[534]. Desde entonces la Comintern ha cambiado completamente su posición: «los fascistas se han vuelto antifascistas». Pero eso apenas mejora las cosas. La Comintern de ayer saboteó la lucha del proletariado obstaculizando cualquier reagrupamiento de sus fuerzas. La Comintern de hoy sabotea su lucha al someter al proletariado al control de la burguesía. Los métodos son diferentes; el resultado es el mismo.
El poderoso crecimiento de los sindicatos en Francia reflejó las confusas aspiraciones de las masas a un cambio en las condiciones sociales. La burocracia del señor Jouhaux con el apoyo de los stalinistas dirigió todos los esfuerzos de su aparato hacia la detención del desarrollo natural e inevitable de la lucha y por lo tanto preparó futuros ascensos repentinos. Se sabe que la falsa «independencia» de los sindicatos sólo ha servido para someterlos al control de los radicales, y empujar a la sociedad a una crisis aun más profunda.
La conclusión general es ésta: Europa, más que cualquier otra parte del mundo, verá en los años venideros explosiones nacionales e internacionales. Todos los partidos del orden, de la reforma, todas las fuerzas de la «democracia» y el «pacifismo» están de acuerdo, parece, en desatar la anarquía internacional y la guerra civil. ¡Es aquí precisamente donde se expresa la crisis histórica del capitalismo! Los infames Juicios de Moscú trataron de presentarme como el organizador de una «conspiración» dirigida a provocar una guerra mundial. A decir verdad, si yo hubiera apuntado a tal objetivo, no sé que ayuda podría haber agregado a la labor realizada por las fuerzas imperialistas, con la cooperación directa e indirecta de la Segunda y Tercera Internacional y la Federación Internacional de Sindicatos.
Estas tres organizaciones sobreviven de la misma manera que la democracia burguesa y el capitalismo. Todas ellas están destinadas a perecer. La Cuarta Internacional es el partido de la revolución socialista internacional. Su fuerza reside en que no se hace ilusiones acerca del curso futuro de la historia. Su norma fundamental es: decir abiertamente lo que es. También trata de predecir lo que sucederá, y, tal como los hechos lo demuestran, no sin éxito. La Cuarta Internacional está educando a nuevos cuadros revolucionarios y les ayuda a responder ante las exigencias de nuestra época. La bancarrota de la Segunda y Tercera Internacional prepara las condiciones para el rápido crecimiento de la Cuarta. En el curso de los próximos diez años llegará a ser una fuerza histórica decisiva.
Ustedes preguntan si Stalin, a pesar de todo, ha logrado sus objetivos domésticos con sus falsificaciones judiciales. No lo creo. Los Juicios, en sí mismos eran la expresión de contradicciones internas intolerables. En mis dos últimos libros, La revolución traicionada y Los crímenes de Stalin (publicado por Grasset[535]) entro en todos los detalles necesarios. Sin lugar a dudas Stalin no había previsto que sus fraudes judiciales traerían una conmoción a todo el sistema de gobierno. Pero no tenía otra alternativa. La creciente escala de «purgas» muestra que aun en las filas de la burocracia se desata el descontento. Cuando el número de víctimas (fusiladas, presas y deportadas) alcanza decenas de miles y luego cientos de miles y millones de personas, no se puede esconder la verdad. El veredicto de la Comisión Internacional en Nueva York, que declaró que los Juicios de Moscú eran fraudes judiciales, tiene que difundirse en la Unión Soviética; a través de la radio, de periódicos extranjeros que se reciben en las oficinas editoriales soviéticas, de ciudadanos soviéticos en el extranjero y visitantes de la Unión Soviética. Nuevas revelaciones siempre reforzarán el fallo de la comisión. La verdad saldrá a flote a pesar de todos los obstáculos.
Habiendo respondido a sus preguntas, permítanme ahora hacerles una: ¿saben ustedes cómo el presidente de la Liga por los Derechos del Hombre, el señor Bash y su incomparable abogado, el señor Rosenmark, se sintieron después del fallo de la comisión[536]?