Una clave en los Juicios de Moscú[671]

10 de marzo de 1938

El Juicio de Moscú ha fatigado a la opinión pública mundial con sus incongruencias sensacionales aun antes de terminarse. Hasta un periodista mediocre habría podido prever con anticipación el discurso final del fiscal Vishinski, excepto tal vez, por la profusión de viles calumnias.

Vishinski mezcló un importante elemento de venganza personal en el juicio político. Durante los años de la revolución pertenecía al partido de la Guardia Blanca. Cuando cambió de colores después del triunfo bolchevique, se sintió humillado y sospechoso. Ahora se venga. Es libre de escarnecer a Nikolai Bujarin, Alexei Rikov, C. G. Rakovski, nombres que pronunció por años con la más obsequiosa reverencia. Y al mismo tiempo, los embajadores Alexander Troianovski, Iván Maiski y Jakob Surits[672], cuyo pasado se parece al de Vishinski, declaran al mundo civilizado que son ellos los herederos de los ideales de la Revolución de Octubre, mientras Bujarin, Rikov, Rakovski, Trotsky y otros los traicionaron. Todo está cabeza abajo.

La única conclusión posible para Vishinski después de la última serie de los Juicios de Moscú es que el gobierno soviético no es nada más que una maquinaria centralizada de traición.

Los jefes del gobierno y la mayoría de los comisarios del pueblo (Rikov, Kamenev, Rudzutak, Smirnov, Iakovlev[673], Rosengoltz, Chernov, Grinko, Ivanov, Osinski y otros); los más importantes diplomáticos soviéticos (Rakovski, Sokolnikov, Krestinski, Karajan, Bogomolov[674], Iurenev y otros); todos los dirigentes de la Internacional Comunista (Zinoviev, Bujarin, Radek); los principales jefes de la economía (Piatakov, Smirnov, Serebriakov, Lifshits[675] y otros); los mejores capitanes y jefes del ejército (Tujachevski, Gamarnik, Iakir, Uborevich, Kork, Muralov, Mrajkovski, Alksnis, el almirante Orlov[676], y otros); los más sobresalientes revolucionarios obreros producidos por el bolchevismo en treinta y cinco años (Toriski, Ievdokimov, Smirnov, Bakaev, Serebriakov, Boguslavski[677] y Mrajkovski); los jefes y miembros de los gobiernos de las repúblicas soviéticas rusas (Sulimov[678], Varvara Iakovleva); los jefes de todas las repúblicas soviéticas sin excepción, es decir, los dirigentes producidos por el movimiento de nacionalidades liberadas (Budu Mdivani, Okudshava, Kavtaradze, Cherviakov, Goloded, Skripnik, Liubchenko[679], Néstor Lakoba, Faizul Jodshaev, Ikramov y docenas de otros); los jefes de la GPU en los últimos diez años, Iagoda y sus colaboradores; finalmente y esto es lo más importante, los miembros del todopoderoso Politburó, actualmente el poder supremo del país, Trotsky, Zinoviev, Kamenev, Tomski, Rikov, Bujarin, Rudzutak, ¡todos ellos conspirando contra el poder soviético durante los años en que lo tenían en sus manos!

¡Todos ellos, como agentes de poderes extranjeros, trataron de hacer pedazos la federación soviética construida por ellos y esclavizar al fascismo a los pueblos por los que habían luchado docenas de años!

En esta actividad criminal, ministros, mariscales y embajadores se sometieron invariablemente a un individuo; no al dirigente oficial, no, ¡a un exiliado! Era suficiente para él mover un dedo y los veteranos de la revolución se transformaban en agentes de Hitler o del mikado.

Por «instrucciones» de Trotsky a través de un intermediario incidental de la agencia TASS, los jefes de la industria, del transporte y la agricultura, destruyeron las fuerzas productivas del país y su cultura.

Por una orden del «enemigo del pueblo» enviada desde Noruega o México, los trabajadores ferroviarios del Lejano Oriente destruyeron trenes militares y los venerables médicos del Kremlin envenenaron a sus pacientes. Éste es el asombroso cuadro del estado soviético que Vishinski está obligado a hacer en base a las revelaciones de los últimos juicios.

Pero aquí se presenta una dificultad. Un régimen totalitario es una dictadura de la burocracia. Si todas las posiciones claves estaban ocupadas por trotskistas sometidos a mí, ¿por qué está Stalin en el Kremlin y yo en el exilio?

En estos juicios todo está al revés. Los enemigos de la Revolución de Octubre se hacen pasar por sus ejecutores; los oportunistas se dan golpes de pecho como campeones de ideales; especialistas en fraudes se disfrazan de magistrados investigadores, fiscales y jueces.

Pero sin embargo, dice el hombre de «sentido común», es difícil creer que cientos de acusados, adultos e individuos normales y lo que es más, dotados en sumo grado de caracteres fuertes e intelectos excepcionales, se han acusado a sí mismos de una manera insensata ante toda la humanidad de crímenes terribles y detestables.

Como sucede a menudo en la vida, «el sentido común» cuela mosquitos pero se traga camellos. Por supuesto no es fácil comprender por qué se degradan cientos de personas. ¿Pero es más fácil creer que estos mismos cientos cometieron crímenes terribles que contradecían sus intereses, su psicología, toda la causa a la cual habían dedicado sus vidas? Para juzgar y evaluar deben considerarse condiciones concretas. Estas personas dieron su testimonio solamente después de ser detenidas, con la espada de Damocles suspendida sobre ellos; cuando ellos, sus esposas, madres, padres, hijos y amigos habían caído completamente en poder de la GPU; cuando no tenían ninguna defensa ni ningún rayo de esperanza; bajo una tensión mental, los nervios humanos no son capaces de resistir.

Por otro lado estos crímenes improbables por los que reconocieron su culpa, fueron cometidos —si les creemos— en una época en que eran completamente libres, ocupaban altas posiciones y tenían una absoluta oportunidad de reflexionar, estudiar y elegir.

¿No es evidente que la mentira más absurda, dicha bajo la boca de un revólver, es muchísimo más natural que la cadena de crímenes insensatos cometidos deliberadamente?

¿Qué es más probable: que un exiliado político, privado de medios y poder, separado de Rusia por un velo de calumnias, con un movimiento del meñique obligue a ministros, generales y diplomáticos, a traicionar a su país y a sí mismos en nombre de objetivos absurdos y sin esperanzas, o qué Stalin, teniendo a su disposición un poder ilimitado y un tesoro inagotable, es decir, todos los medios de intimidación y corrupción, obligue a los acusados a dar un testimonio que cumpla con sus objetivos?

Con el fin de superar definitivamente las dudas miopes del «sentido común», podemos plantear una última pregunta: ¿Qué es más probable: que en la edad media las brujas tuvieran realmente comunicación con los poderes infernales y ocasionaran el cólera, la peste negra y la plaga del ganado en sus aldeas después de una consulta nocturna con el demonio («el enemigo del pueblo»)…o qué estas desgraciadas mujeres simplemente se degradaron bajo el hierro candente de la Inquisición? Es suficiente plantear la pregunta para que toda la superestructura Stalin-Vishinski se derrumbe.

En medio de todas estas confesiones forzadas de los acusados, hay una que, tal como puede juzgarse a distancia, ha pasado desapercibida, pero que aislada aclara no sólo los enigmas de los juicios de Moscú sino también todo el régimen de Stalin. Me refiero al testimonio del doctor Levin, antiguo director del hospital del Kremlin. Este hombre de sesenta y ocho años declaró en la corte que deliberadamente ayudó a precipitar la muerte de Menshinski, Peshkov (hijo de Gorki), Kuibishev y Máximo Gorki.

El profesor Levin no habla de sí mismo como un «trotskista» secreto y nadie lo acusa de esto; ni siquiera el fiscal Vishinski le atribuye aspiraciones de tomar el poder en interés de Hitler. No, Levin mató a sus pacientes bajo la amenaza de Iagoda, por entonces jefe de la GPU.

Levin temía la «destrucción» de su familia. Ése es literalmente el testimonio en que se apoya el proceso.

El asesinato de Kirov, cometido por todos los «centros»; los planes para desmembrar a la Unión Soviética; la destrucción maliciosa de trenes; el envenenamiento masivo de obreros todo esto no es nada en comparación con el testimonio de Levin.

Los ejecutores de los crímenes especificados actuaron supuestamente por sed de poder, odio o avaricia; en una palabra por algo semejante a fines personales. ¡Levin al cometer el más odioso de los crímenes, el asesinato pérfido de pacientes confiados, no tenía en absoluto motivos personales! Por el contrario, «amaba a Gorki y a su familia». Asesinó al hijo y al padre temiendo por su propia familia. No encontró otra manera de salvar a su propio hijo e hija, sino el consentir en envenenar a un escritor enfermo, el orgullo del país. ¿Entonces qué nos queda por decir? En un estado «socialista», bajo «la más democrática» de todas las constituciones, un viejo médico, extraño a las intrigas y ambiciones políticas, envenena a sus pacientes por miedo al jefe de la policía secreta. El instigador de los crímenes es éste, investido del alto poder para luchar contra el crimen. Aquél cuya profesión es salvar la vida es el que asesina. Y asesina por miedo.

Admitamos por un momento que todo esto es verdad. En ese caso, ¿qué puede decirse de todo el régimen? Levin no es un individuo casual. Era el médico de Lenin, de Stalin, de todos los miembros del gobierno. Conocí a este hombre tranquilo y concienzudo. Como muchos médicos famosos tenía relaciones casi protectoras con sus altos pacientes. Conocía muy bien las columnas vertebrales de los señores «dirigentes» y cómo funcionaban sus riñones autoritarios. Levin tenía libre acceso a todos los altos oficiales. ¿No podría haber denunciado la sangrienta extorsión de Iagoda a Stalin, Molotov o algún otro miembro del Politburó? Parece que no pudo. En vez de acusar al canalla de la GPU, el doctor se vio obligado a envenenar a sus pacientes con el fin de salvar su propia familia. De este modo, en el panorama judicial de Moscú se revela el régimen stalinista, en su propia cúspide, en el Kremlin, en la parte más íntima de éste, en el hospital para los miembros del gobierno. ¿Qué sucede entonces en el resto del país?

«Pero todo esto es una mentira», exclama el lector. «¡El doctor Levin no envenenó a nadie! Simplemente dio un falso testimonio bajo la amenaza del Mauser de la GPU». Esto es absolutamente correcto. Pero por ello la perspectiva se vuelve más siniestra.

Si un médico amenazado por el jefe de la policía comete realmente un crimen, sería todavía posible, olvidando el resto, decir: un caso patológico, un complejo de persecución, chochez senil, lo que ustedes deseen. Pero no, el testimonio de Levin constituye una parte integral del plan judicial inspirado por Stalin y elaborado conjuntamente por el fiscal Vishinski con el nuevo jefe de la GPU, Iezov. Esta gente no temió recurrir a una trama de pesadilla. No la consideraron una imposibilidad. Por el contrario, de todas las variaciones posibles eligieron la más probable, es decir, aquella que correspondía más a las condiciones y costumbres existentes. El presidente de la corte preguntaría escasamente al antiguo director del hospital del Kremlin por qué se sometió al criminal en vez de denunciarlo. Aun menos capaz de plantear una pregunta tal es Vishinski.

Cada participante del juicio, toda la prensa soviética, todos los que manejan el poder confiesan tácitamente la total verosimilitud del hecho de que la GPU puede forzar a cualquier persona a cometer cualquier crimen, aun cuando esa persona sea libre, ocupe una alta posición y utilice la protección de los altos dirigentes. Pero una vez que la situación se aclara así, ¿es entonces posible dudar por un momento que la omnipotente y la siempre perspicaz GPU puede forzar a cualquier prisionero en las celdas de la Lubianka a confesar «voluntariamente» la culpa por crímenes que nunca cometió? El testimonio del doctor Levin proporciona la solución de todo el juicio. La clave abre todos los secretos del Kremlin y al mismo tiempo sella definitivamente las bocas de los defensores de la justicia stalinista en todo el mundo.

Que nadie nos diga: ¡He aquí el fin al cual nos trajo la Revolución de Octubre! Sería lo mismo que decir al ver el puente sobre las Cataratas del Niágara que se cayó recientemente: éste es el resultado de nuestra lucha contra éstas. La Revolución de Octubre no nos ha traído solamente fraudes judiciales. Fue un impulso poderoso a las fuerzas económicas y a la cultura de una gran familia de pueblos. Pero de la misma manera engendró nuevos antagonismos sociales en un nivel histórico más alto. El atraso y el barbarismo, herencia del pasado, encontraron su expresión más acabada en la nueva dictadura burocrática. En la lucha contra la sociedad que vive y se desarrolla, esta dictadura sin ideas, sin honor y sin conciencia ha sido llevada a crímenes sin precedentes y con eso a una crisis fatal.

La acusación de sadismo contra el doctor Pletnev como un episodio en la preparación del presente juicio; los asuntos románticos de Iagoda como causa de la muerte del hijo de Gorki; el talismán religioso de la esposa de Rosengoltz y especialmente las «confesiones» del doctor Levin, son todos episodios que despiden el mismo olor podredumbre que se levantó del asunto Rasputín en el último período de la monarquía[680].

La capa dirigente capaz de arrojar tales gases está condenada. El actual juicio es la trágica lucha a muerte de la dictadura stalinista.

Depende de la voluntad del pueblo de la Unión Soviética, tanto como de la opinión pública mundial, que en su caída inevitable este régimen no arrastre al fondo del abismo histórico todas las conquistas sociales por las cuales una serie de generaciones del pueblo ruso sufrió innumerables sacrificios.

Escritos , Tomo V
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