Stalinismo y bolchevismo[340]

Sobre las raíces históricas y teóricas de la Cuarta Internacional

29 de agosto de 1937

Las épocas reaccionarias como la que estamos viviendo no sólo desintegran y debilitan a la clase obrera y su vanguardia, sino que también rebajan el nivel ideológico general del movimiento y retrotraen el pensamiento político a etapas ya ampliamente superadas. En estas circunstancias, la tarea más importante de la vanguardia es no dejarse arrastrar por el flujo regresivo, sino nadar contra la corriente. Si la relación de fuerzas desfavorable le impide mantener las posiciones conquistadas, por lo menos debe aferrarse a sus posiciones ideológicas, porque éstas expresan las costosas experiencias del pasado. Los imbéciles calificarán esta política de «sectaria». En realidad, es la única manera de preparar un nuevo y enorme avance cuando se produzca el siguiente ascenso de la marea histórica.

La reacción contra el bolchevismo y el marxismo

Las grandes derrotas políticas provocan inevitablemente una reconsideración de los valores, que generalmente procede de dos direcciones. Por un lado, la verdadera vanguardia, enriquecida por la experiencia de la derrota, defiende la herencia del pensamiento revolucionario con uñas y dientes y, sobre esta base, trata de educar a los nuevos cuadros para las próximas luchas de masas. En cambio, los rutinarios, los centristas y los diletantes hacen todo lo posible por destruir la autoridad de la tradición revolucionaria y por volver en busca de un «Nuevo Verbo».

Podríamos señalar una gran cantidad de ejemplos de reacción ideológica la mayoría de los cuales toman la forma de la postración. Toda la literatura de las internacionales Segunda y Tercera y de sus satélites del Buró de Londres, consiste esencialmente en tales ejemplos. Ni sombra de análisis marxista. Ningún intento serio por explicar las causas de la derrota. Ni una palabra nueva acerca del futuro. Nada más que lugares comunes, conformismo, mentira y, por encima de todo, preocupación por la supervivencia de la burocracia. Basta olfatear diez líneas de Hilferding o de Otto Bauer para sentir el hedor de podredumbre[341]. En cuanto a los teóricos de la Comintern, ni siquiera vale la pena mencionarlos. El célebre Dimitrov es tan ignorante y trivial como un tendero con un jarro de cerveza. Los intelectos de esta gente son demasiado holgazanes como para renunciar al marxismo: lo prostituyen. Pero éstos no son los que nos interesan aquí. Vayamos a los «innovadores».

El ex comunista austríaco Willi Schlamm ha publicado un folleto sobre los procesos de Moscú, bajo el título sugestivo de «La dictadura de la mentira[342]». Schlamm es un periodista de talento, que se ocupa principalmente de los acontecimientos políticos del momento. Su crítica de los fraudes judiciales de Moscú, así como su denuncia del mecanismo psicológico de las «confesiones voluntarias» son excelentes. Sin embargo, no se limita a esto: quiere crear una nueva teoría del socialismo que nos inmunice contra nuevas derrotas y fraudes en el futuro. Pero dado que Schlamm no es un teórico y, aparentemente, no conoce bien la historia del socialismo, retorna por completo al socialismo premarxista, principalmente a su variante alemana, la más atrasada, sentimental y sensiblera de todas. Schlamm renuncia a la dialéctica y a la lucha de clases, por no hablar de la dictadura del proletariado. Para él, la cuestión de la transformación de la sociedad se reduce a la realización de ciertas verdades morales «eternas», con las cuales quisiera imbuir a la humanidad, inclusive bajo el capitalismo.

El intento de Willi Schlamm de salvar al socialismo mediante el trasplante de una glándula moral fue recibido con alborozo y orgullo en la revista Novaia Rossiia (vieja revista provinciana rusa que ahora se publica en París) de Kerenski: como era de esperar, la jefatura de redacción proclama que Schlamm ha llegado a los principios del auténtico socialismo ruso, el cual mucho tiempo atrás contrapuso los sacros preceptos de fe, esperanza y caridad a la austeridad y rigor de la lucha de clases. La «nueva» doctrina de los socialrrevolucionarios rusos es, en sus premisas «teóricas», un simple retorno al socialismo alemán anterior a marzo… ¡de 1848[343]! Sin embargo, sería injusto exigirle a Kerenski un conocimiento de la historia de las ideas más profundo que el de Schlamm. Es mucho más importante señalar que este mismo Kerenski que se solidariza con Schlamm, cuando encabezó el gobierno acuso a los bolcheviques de agentes del estado mayor alemán y los persiguió. Vale decir que organizó los mismos fraudes judiciales contra los cuales Schlamm moviliza sus apolillados absolutos metafísicos.

No resulta difícil desentrañar el mecanismo psicológico de la reacción ideológica representada por Schlamm y otros de su especie. Es gente que participó durante un tiempo en un movimiento político que juraba fidelidad a la lucha de clases y apelaba, si no en los hechos al menos en las palabras, al materialismo histórico. Tanto en Austria como en Alemania el asunto culminó en una catástrofe. Schlamm saca una conclusión global: ¡he aquí el resultado de la dialéctica y de la lucha de clases! Y dado que la elección de revelaciones está restringida por la experiencia histórica y… por el conocimiento personal, nuestro reformador y buscador del Verbo se encuentra con un hato de ropa vieja y la opone valientemente al bolchevismo y al marxismo en su conjunto.

A primera vista, se diría que la reacción ideológica variante Schlamm es demasiado burda (de Marx a… ¡Kerenski!) como para detenerse en ella. En realidad, es muy aleccionadora: por su primitivismo, representa el común denominador de la reacción en todas sus formas, principalmente de aquellas expresadas en la condena total al bolchevismo.

¿«De vuelta al marxismo»?

El marxismo encontró su expresión histórica más elevada en el bolchevismo. Bajo la bandera bolchevique se realizó la primera victoria del proletariado y se instauró el primer estado obrero. Pero, dado que en la etapa actual la Revolución de Octubre condujo al triunfo de la burocracia con su sistema de represión, pillaje y fraude —a la dictadura de la mentira, en la expresión feliz de Schlamm— muchas mentes formales y simplistas llegan a la misma conclusión sumaria: no se puede luchar contra el stalinismo sin renunciar al bolchevismo. Como hemos visto, Schlamm va todavía mas lejos: el bolchevismo, que degeneró en stalinismo, surgió del marxismo: por consiguiente, no se puede combatir al stalinismo sobre las bases sentadas por el marxismo. Otros individuos, menos consecuentes pero más numerosos, dicen lo contrario: «Debemos volver del bolchevismo al marxismo». ¿Cómo? ¿A cual marxismo? Antes de caer en «bancarrota» bajo la forma del bolchevismo, el marxismo ya había degenerado en socialdemocracia. ¿Significa, entonces, que «de vuelta al marxismo» es un salto por encima de las internacionales Segunda y Tercera… a la Primera Internacional? Pero también ésta se derrumbó en su momento. Por lo tanto, en última instancia, se trata de volver… a las obras completas de Marx y Engels. Cualquiera puede realizar este salto mortal sin abandonar su gabinete, sin siquiera quitarse las pantuflas. Pero ¿cómo hemos de pasar de nuestros clásicos (Marx murió en 1883, Engels en 1895) a las tareas de nuestro tiempo, salteando varias décadas de luchas teóricas y políticas, incluido el bolchevismo y la Revolución de Octubre? Ninguno de los que propone renunciar al bolchevismo como tendencia histórica «en bancarrota» ha señalado otro camino. Por consiguiente, el problema se reduce a estudiar El capital. Por nuestra parte no hay objeción. Pero también los bolcheviques estudiaron El capital, y no con los ojos cerrados. Lo cual no impidió la degeneración del estado soviético y la realización de los procesos de Moscú. Entonces, ¿qué hacer?

¿Es el bolchevismo el responsable del stalinismo?

¿Es cierto que el stalinismo es un producto legítimo del bolchevismo, como sostienen todos los reaccionarios, como jura el mismo Stalin, como creen los mencheviques, anarquistas y ciertos doctrinarios de izquierda que se consideran marxistas? «Siempre lo hemos predicho —afirman—. Al prohibir a los demás partidos socialistas, reprimir a los anarquistas e imponer la dictadura bolchevique en los soviets, la Revolución de Octubre sólo podía culminar en la dictadura de la burocracia. Stalin es la continuación y, a la vez, la bancarrota del leninismo».

La falla en este razonamiento radica en la tácita identificación del bolchevismo, la Revolución de Octubre y la Unión Soviética. Se remplaza al proceso histórico del choque de fuerzas hostiles por la evolución del bolchevismo en el vacío. Sin embargo, el bolchevismo es sólo una tendencia política, estrechamente fusionada con la clase obrera, mas no idéntica a la misma. Y en la Unión Soviética, aparte de la clase obrera, existen cien millones de campesinos, varias nacionalidades y una herencia de opresión, miseria e ignorancia. El estado construido por los bolcheviques refleja no sólo el pensamiento y la voluntad del bolchevismo, sino también el nivel cultural del país, la composición social de la población, la presión de un pasado bárbaro y un imperialismo mundial no menos bárbaro. Presentar el proceso de degeneración del estado soviético como la evolución de un bolchevismo puro, es ignorar la realidad social en nombre de uno sólo de sus elementos, aislado mediante un acto de lógica pura. Basta llamar a este error elemental por su verdadero nombre, para destruirlo sin dejar vestigios.

Sea como fuere, el bolchevismo jamás se identificó con la Revolución de Octubre, ni con el estado surgido de ésta. El bolchevismo siempre se consideró un factor de la historia, el factor «consciente», importante pero de ninguna manera el decisivo. Jamás caímos en el pecado del subjetivismo histórico. Para nosotros, el factor decisivo —sobre la base de las fuerzas productivas existentes— era la lucha de clases, no a escala nacional, sino internacional.

Al hacer concesiones a la propiedad privada campesina, establecer reglas estrictas para el ingreso y pertenencia al partido, purgar al partido de elementos extraños, prohibir otros partidos, introducir la NEP, entregar la concesión de empresas a sectores privados, concertar acuerdos diplomáticos con los gobiernos imperialistas, los bolcheviques sacaban conclusiones parciales de un hecho que, en el terreno teórico, les resultaba claro desde el comienzo: que la conquista del poder, por importante que sea, de ninguna manera trasforma al partido en soberano del proceso histórico. El partido que se apodera del estado puede, por cierto, ejercer su influencia sobre el desarrollo de la sociedad con un poder que antes le resultaba inaccesible; pero, a cambio de ello, se decuplica la influencia que los demás elementos de la sociedad ejercen sobre él. Un ataque directo de las fuerzas hostiles puede arrojarlo del poder. Si el ritmo del proceso es más lento, puede degenerar internamente sin perder el poder. Ésta es precisamente la dialéctica del proceso histórico que se les escapa a los lógicos sectarios para los cuales la decadencia del stalinismo constituye un argumento aniquilante contra el bolchevismo.

En esencia, lo que dicen estos caballeros es: el partido que no contiene en sí mismo la garantía contra su propia degeneración es malo. Con ese criterio, el bolchevismo está condenado, pues no tiene talismanes. Pero el criterio es erróneo. El pensamiento científico exige un análisis concreto: ¿cómo y por qué se degeneró el partido? Hasta el momento, sólo los bolcheviques han hecho ese análisis. Y no les resultó necesario romper con el bolchevismo: su arsenal les proveyó de todas las herramientas necesarias para aclarar su suerte. Llegaron a la siguiente conclusión: es cierto que el stalinismo «devino» del bolchevismo, pero no de manera mecánica, sino dialéctica; no como afirmación revolucionaria, sino como negación termidoreana. No es lo mismo.

El pronóstico fundamental del bolchevismo

Sin embargo, los bolcheviques no tuvieron que esperar a que se produjeran los procesos de Moscú para explicar las razones de la desintegración del partido gobernante de la URSS. Hace mucho tiempo ya que previeron y describieron la posibilidad teórica de ese proceso. Recordemos ese pronóstico que los bolcheviques formularon no sólo en vísperas, sino también muchos años antes de la Revolución de Octubre. Es posible que, en virtud de una determinada alineación de fuerzas nacionales e internacionales, el proletariado conquista el poder por primera vez en un país atrasado como es Rusia. Pero la misma alineación de fuerzas demuestra de antemano que, sin una victoria mas o menos rápida del proletariado en los países adelantados, el gobierno obrero ruso no sobrevivirá. El régimen soviético abandonado a su propia suerte degenerará o caerá. Más precisamente, degenerará y luego caerá. Yo mismo lo he escrito más de una vez, a partir de 1905. En mi Historia de la revolución rusa (véase el apéndice del último tomo: «El socialismo en un solo país») están las declaraciones formuladas por los dirigentes bolcheviques entre 1917 y 1923. Todas llevan a la misma conclusión: sin revolución en occidente el bolchevismo será liquidado por la contrarrevolución interna, la intervención extranjera, o una combinación de ambas. Lenin subrayó una y otra vez que la burocratización del estado soviético no era un problema teórico u organizativo, sino el comienzo potencial de la degeneración del estado obrero.

En el undécimo congreso del partido (marzo de 1922). Lenin habló del apoyo que ciertos políticos burgueses, como el profesor liberal Ustrialov, ofrecían a la Rusia soviética bajo la NEP. «Estoy a favor de apoyar al gobierno Soviético dice Ustrialov, a pesar de haber sido un demócrata constitucional, burgués y partidario de la intervención[344]. Estoy a favor de apoyar al gobierno soviético porque ha tomado un rumbo que lo conducirá al estado burgués común». Lenin prefiere la cínica voz del enemigo a las «sentimentales mentiras comunistas». Sobria, ásperamente, advierte al partido del peligro: «Debemos decir francamente que las cosas que dice Ustrialov son posibles. La historia conoce todo tipo de metamorfosis. Confiar en la firmeza de las convicciones, en la lealtad y en otras magníficas cualidades morales es todo menos una actitud seria en política. Algunos pocos poseerán cualidades morales magníficas, pero los problemas históricos son resueltos por las grandes masas, las cuales tratan a los pocos sin miramientos si éstos no les gustan». [Lenin, Obras completas, vol. 33, PP. 286-287J. En fin, el partido no es el único factor del proceso y, a escala histórica más amplia, ni siquiera es el factor decisivo.

«Una nación conquista a la otra —prosigue Lenin en el mismo congreso, el último al que asistió—. Esto es sencillo, cualquiera lo puede entender. Pero ¿qué sucede con la cultura de ambas naciones? Esto no es tan sencillo. Si la nación conquistadora es más culta que la vencida, aquélla le impone su cultura a ésta; si sucede lo contrario, los conquistados le imponen su cultura al conquistador. ¿No ha ocurrido algo parecido en la capital (de la República Rusa)? ¿No ha sucedido que 4700 comunistas (casi una división del ejército, y todos de lo mejor) se encuentran bajo la influencia de una cultura ajena?» (p. 288).

Esto se dijo a principios de 1922, y no por Primera vez. La historia no la hacen los pocos, ni siquiera «los mejores». Más aún: los «mejores» pueden degenerar en el espíritu de una cultura ajena, es decir, burguesa. Así como el estado soviético puede abandonar el socialismo, el Partido Bolchevique puede, en condiciones históricas desfavorables, perder su bolchevismo.

La Oposición de Izquierda surgió definitivamente en 1923 a partir de una comprensión clara de este peligro. Al registrar los síntomas de degeneración día a día, trató de oponer la voluntad consciente de la vanguardia proletaria al termidor creciente. Sin embargo, el factor subjetivo resultó insuficiente. Las «grandes masas» que, según Lenin, resuelven el resultado de la lucha, se cansaron de las privaciones internas y de aguardar a la revolución mundial. Su estado de ánimo decayó. La burocracia se impuso. Atemorizó a la vanguardia proletaria, pisoteó al marxismo, prostituyó al Partido Bolchevique. El stalinismo triunfó. El bolchevismo, bajo la forma de la Oposición de Izquierda, rompió con la burocracia soviética y su Comintern. Así fue el verdadero proceso.

Es cierto que, en sentido formal, el stalinismo surgió del bolchevismo. Hasta el día de hoy la burocracia de Moscú sigue autotitulándose Partido Bolchevique. Utiliza el viejo rótulo del bolchevismo para engañar mejor a las masas. Tanto más dignos de lástima son los teóricos que confunden el cascarón con el meollo, la apariencia con la realidad. Al identificar al stalinismo con el bolchevismo, le rinden el mejor de los servicios a los termidoreanos y, precisamente por eso, desempeñan un papel evidentemente reaccionario.

Eliminados todos los demás partidos de la escena política, los intereses y tendencias políticas antagónicas de los diversos estratos de la población deben expresarse, en mayor o menor medida, en el partido gobernante. En la medida que el centro de gravedad político se ha desplazado de la vanguardia proletaria hacia la burocracia, se ha alterado tanto la estructura social como la ideología del partido. En quince años, el desarrollo precipitado del proceso le ha provocado una degeneración mucho más radical que la sufrida por la socialdemocracia en medio siglo. Después de la purga, la demarcatoria entre el stalinismo y el bolchevismo no es una línea sangrienta, sino todo un torrente de sangre. La aniquilación de toda la vieja generación bolchevique, de un sector importante de la generación intermedia, la que participó en la guerra civil, y del sector de la juventud que asumió seriamente las tradiciones bolcheviques, demuestra que entre el bolchevismo y el stalinismo existe una incompatibilidad que no sólo es política, sino también directamente física. ¿Cómo ignorarlo?

Stalinismo y «socialismo de estado»

Por su parte, los anarquistas quieren ver en el stalinismo un producto orgánico no sólo del bolchevismo y del marxismo, sino también del «socialismo de estado» en general. Están dispuestos a remplazar el concepto patriarcal de Bakunin de la «federación de comunas libres» por el concepto más moderno de federación de soviets libres[345]. Pero, hoy como ayer, se oponen al poder estatal centralizado. En los hechos, un sector del marxismo «estatal» la socialdemocracia, llegó al poder y se convirtió en agente franco del capitalismo. Del otro surgió una casta privilegiada. Es evidente que la raíz del mal es el estado.

Desde un punto de vista histórico amplio, este razonamiento contiene una pizca de verdad. El estado, en tanto que aparato de coerción, es indudablemente una fuente de degeneración política y moral. La experiencia demuestra que esto también sucede en el caso del estado obrero. Puede decirse, por lo tanto, que el stalinismo es producto de una situación en la cual la sociedad fue incapaz de liberarse del chaleco de fuerza del estado. Pero esta situación no hace a la evaluación del marxismo y del bolchevismo: caracteriza tan sólo al nivel cultural general de la humanidad y, sobre todo… a la relación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía. Aun coincidiendo con los anarquistas en que el estado, incluyendo al estado obrero, es hijo de la barbarie de clase y que la verdadera historia de la humanidad comenzará con la abolición del estado, queda planteado, con todo vigor, el siguiente interrogante: ¿cuáles serán las vías y métodos que conducirán, por último, a la abolición del estado? La experiencia reciente nos demuestra que esos métodos no serán los del anarquismo, por cierto.

En el momento critico, los dirigentes de la CNT, la única organización anarquista importante del mundo, entraron a un gabinete ministerial burgués[346]. Para justificar su traición a los principios del anarquismo, invocaron la presión de las «circunstancias excepcionales». ¿Pero acaso los dirigentes socialdemócratas alemanes no invocaron el mismo pretexto en su momento? Lógicamente, la guerra civil no es una situación pacífica, ni común, sino una «circunstancia excepcional». Sin embargo, las organizaciones revolucionarias serias se preparan para actuar, precisamente, en «”circunstancias excepcionales». La experiencia de España demostró una vez más que se puede «negar» el estado en panfletos publicados en «circunstancias normales» con el permiso del estado burgués, pero que las circunstancias de la revolución no permiten «negar» el estado; por el contrario, exigen la conquista del estado. No tenemos la menor intención de condenar a los anarquistas por no haber abolido el estado de un plumazo. La conquista del poder (que los dirigentes anarquistas se mostraron incapaces de realizar, a pesar del heroísmo desplegado por los obreros anarquistas) de ninguna manera convierte al partido revolucionario en amo soberano de la sociedad. Pero sí condenamos severamente la teoría anarquista que, aunque aparentemente apta para épocas de paz, debió ser abandonada rápidamente cuando aparecieron las «circunstancias excepcionales» de… la revolución. Existían en los viejos tiempos ciertos generales —probablemente todavía existen— que decían que no hay cosa más dañina para un ejército que la guerra. A esa misma categoría pertenecen los revolucionarios cuya doctrina es destruida por la revolución.

Los marxistas coinciden plenamente con los anarquistas en cuanto al objetivo final: la abolición del estado. Los marxistas son «estatistas» tan sólo en la medida en que resulta imposible abolir el estado ignorándolo. La experiencia del stalinismo no refuta las lecciones del marxismo: las confirma por inversión. Evidentemente, la doctrina revolucionaria que enseña al proletariado a encontrar la orientación justa y a aprovechar activamente cada situación, no contiene una garantía automática de victoria. Pero sólo se puede alcanzar la victoria mediante la aplicación de esa doctrina. Por otra parte, no se debe visualizar a la victoria como un hecho único. Debe proyectársela sobre la perspectiva de la época histórica. El primer estado obrero —montado sobre bases económicas inferiores a las del imperialismo y rodeado por éste— se trasformó en la gendarmería del stalinismo. Pero el bolchevismo auténtico lanzó una lucha de vida o muerte contra ésa gendarmería. Ahora el stalinismo, para mantenerse en el poder, se ve obligado a librar una guerra civil franca contra el bolchevismo, bajo el rótulo de «trotskismo», no sólo en la URSS, sino también en España. El viejo Partido Bolchevique ha muerto, pero el bolchevismo levanta cabeza en todas partes.

Deducir al stalinismo del bolchevismo o del marxismo equivale, en un sentido más amplio, a deducir la contrarrevolución de la revolución. Esta perogrullada ha sido una característica permanente del pensamiento liberal-conservador y luego del reformista. Debido a la estructura de clases de la sociedad, las revoluciones siempre engendran contrarrevoluciones. ¿No significa esto —dice el lógico— que el método revolucionario tiene una falla intrínseca? A pesar de ello, hasta el momento ni los liberales, ni los reformistas han podido hallar un método más económico. Pero si no es fácil racionalizar el proceso histórico viviente, no resulta en absoluto difícil encontrar una interpretación racional de sus sucesivas oleadas y deducir, por pura lógica, al stalinismo del «socialismo de estado», el fascismo del marxismo, la reacción de la revolución, en fin, la antítesis de la tesis. En este terreno, como en muchos otros, el pensamiento anarquista cae en el racionalismo liberal. No puede haber pensamiento revolucionario auténtico sin dialéctica.

Los «pecados» políticos del bolchevismo: origen del stalinismo

En ciertas ocasiones, los argumentos de los racionalistas asumen, al menos en su forma externa, un carácter más concreto. No deducen al stalinismo del bolchevismo en su totalidad, sino de sus pecados políticos[347]. Los bolcheviques —según Gorter, Pannekoek—, ciertos «espartaquistas» alemanes y otros sujetos[348] remplazaron la dictadura del proletariado por la dictadura del partido; Stalin remplazó la dictadura del partido por la dictadura de su burocracia. Los bolcheviques destruyeron todos los partidos menos el propio; Stalin estranguló al Partido Bolchevique en el altar de su camarilla bonapartista. Los bolcheviques concertaron acuerdos con la burguesía; Stalin se convirtió en aliado y puntal de la burguesía. Los bolcheviques sostenían la necesidad de participar en los viejos sindicatos y en el parlamento burgués; Stalin buscó y consiguió la amistad de la burocracia sindical y de la democracia burguesa. Se pueden hacer comparaciones semejantes a voluntad. Con toda su aparente contundencia, su valor es nulo.

El proletariado sólo puede conquistar el poder por intermedio de su vanguardia. La necesidad del poder estatal es, de por sí, un producto del insuficiente nivel cultural y de la heterogeneidad de las masas. La vanguardia revolucionaria, organizada en partido, cristaliza las aspiraciones de libertad de las masas. Si la clase no confía en la vanguardia, si la clase no apoya a la vanguardia, ni siquiera puede hablarse de conquista del poder. En este sentido, la revolución y la dictadura proletarias son obra de la clase en su conjunto, pero sólo bajo la dirección de la vanguardia. Los soviets son sólo la forma organizada del vínculo entre la vanguardia y la clase. Sólo el partido puede darle a esta forma un contenido revolucionario, tal como lo demuestran la experiencia positiva de la Revolución de Octubre y la experiencia negativa de otros países (Alemania, Austria, ahora España). Nadie ha demostrado en la práctica, ni tratado de explicar en forma articulada sobre el papel, cómo el proletariado puede conquistar el poder sin la dirección política de un partido que sabe lo que quiere. La subordinación política de los soviets a los dirigentes del partido, a través del partido, no abolió el sistema soviético, de la misma manera que la mayoría conservadora no ha abolido el sistema parlamentario británico.

En cuanto a la prohibición de los demás partidos soviéticos, ésta no es producto de una «teoría» bolchevique, sino una medida de defensa de la dictadura en un país atrasado y devastado, rodeado de enemigos. Los bolcheviques comprendieron claramente, desde el principio, que esta medida, complementada posteriormente con la prohibición de fracciones en el propio partido gobernante, señalaba un peligro enorme. Sin embargo, el peligro no radicaba en la doctrina, ni en la táctica, sino en la debilidad material de la dictadura y en las dificultades internas e internacionales. Si la revolución hubiera triunfado tan sólo en Alemania, hubiera desaparecido por completo la necesidad de prohibir los partidos soviéticos. Es absolutamente indiscutible que la dominación del partido único Sirvió como punto de partida jurídico para el sistema totalitario stalinista. Pero la causa de este proceso no está en el bolchevismo, ni en la prohibición de los demás partidos como medida transitoria de guerra, sino en las derrotas del proletariado en Europa y Asia.

Lo mismo puede decirse de la lucha contra el anarquismo. Durante el período heroico de la revolución los bolcheviques pelearon hombro a hombro con los anarquistas auténticamente revolucionarios. Muchos pasaron a las filas del partido. Más de una vez, Lenin y el autor de estas líneas discutieron la posibilidad de conceder a los anarquistas determinados territorios donde, con el consentimiento de la población local, pudieran realizar la experiencia de abolir el estado. Pero la guerra civil, el bloqueo y la hambruna no permitieron dar cabida a tales planes. ¿La insurrección de Kronstadt? Pero, naturalmente, el gobierno revolucionario no podía «regalar» la fortaleza que defendía la capital a los marineros insurrectos, simplemente porque unos cuantos anarquistas vacilantes se unieron a la rebelión reaccionaria de los soldados y campesinos. El análisis histórico concreto de los acontecimientos reduce a polvo todas las leyendas, basadas en la ignorancia y en el sentimentalismo, sobre Kronstadt, Majno y otros episodios de la revolución.

Sólo resta el hecho de que, desde el comienzo, los bolcheviques aplicaron no sólo la convicción, sino también la compulsión, frecuentemente de la manera más brutal. También es indudable que la burocracia que surgió de la revolución posteriormente monopolizó el sistema coercitivo para sus propios fines. Cada etapa de un proceso, inclusive cuando se trata esenciales de la casta de usurpadores son hostiles a cualquier teoría: no puede rendir cuentas de su papel de cambios tan catastróficos como la revolución y la contrarrevolución, parte del estado anterior, está enraizada en él y conserva algunos de sus rasgos. Los liberales, inclusive los Webb, han dicho siempre que la dictadura bolchevique es una nueva versión del zarismo[349]. Cierran los ojos ante «detalles» tales como la abolición de la monarquía y de la nobleza, la entrega de la tierra a los campesinos, la expropiación del capital, la introducción de la economía planificada, la educación atea, etcétera. Asimismo, el pensamiento liberal-anarquista olvida que la revolución bolchevique, con toda su coerción, significó un trastocamiento de todas las relaciones sociales en bien de las masas, mientras que el trastocamiento stalinista termidoreano acompaña a la transformación de la sociedad soviética en bien de los intereses de una minoría privilegiada. Evidentemente, el pensamiento que identifica al stalinismo con el bolchevismo no contiene un grano de criterio socialista.

Problemas de teoría

Uno de los rasgos más sobresalientes del bolchevismo ha sido su actitud severa, exigente, inclusive irascible con respecto a las cuestiones teóricas. Los veintisiete volúmenes de las obras de Lenin permanecerán para siempre como un ejemplo de la más elevada seriedad teórica[350]. Sin esta cualidad fundamental, el bolchevismo jamás hubiera podido realizar su misión histórica. En esta esfera, el stalinismo, grosero, ignorante y totalmente empírico, se encuentra en el polo opuesto.

Hace ya más de diez años, la Oposición declaró en su programa: «Desde la muerte de Lenin se ha creado toda una serie de teorías nuevas, cuya única finalidad es justificar el alejamiento de los stalinistas de la senda de la revolución proletaria internacional»[351]. Hace pocos días, el autor norteamericano Liston. M. Oak, quien participó en la revolución española, escribió lo siguiente: «Hoy en día los stalinistas son los mayores revisionistas de Marx y Lenín: Bernstein no se atrevió a recorrer ni la mitad del camino que ha recorrido Stalin en la revisión de Marx.»[352] Es totalmente cierto. Sólo falta agregar que Bernstein debía satisfacer ciertas necesidades teóricas: trató conscientemente de establecer la relación entre la práctica reformista y el programa de la socialdemocracia. La burocracia stalinista, en cambio, es ajena no sólo al marxismo, sino también a cualquier doctrina o sistema. Su «ideología» está imbuida de subjetivismo policíaco; su práctica es la empiria de la violencia desnuda. Por la naturaleza misma de sus intereses esenciales, esta casta de los usurpadores es hostil a toda teoría: ella no puede rendir cuenta de su rol social ni a sí misma ni a nadie más. Stalin revisa a Marx y a Lenin, pero no con la pluma del teórico, sino con la bota de la GPU.

El problema moral

Los que más se quejan de la «inmoralidad» de los bolcheviques son esas nulidades jactanciosas a quienes el bolchevismo arrancó sus máscaras baratas. Los círculos pequeñoburgueses, intelectuales, democráticos, «socialistas», literarios, parlamentarios y otros de la misma calaña, conservan los valores convencionales, o emplean un lenguaje convencional para ocultar su falta de valores. Esta vasta y abigarrada cooperativa de protección mutua —«vivir y dejar vivir»— no puede soportar el roce del escalpelo marxista en su sensible epidermis. Esos teóricos, escritores y moralistas que oscilan entre los distintos campos, pensaban y siguen pensando que los bolcheviques exageran arteramente las diferencias, que son incapaces de colaborar en forma «leal» y que, con sus «intrigas», rompen la unidad del movimiento obrero. Por su parte, el centrista sensible y remilgado siempre ha creído que los bolcheviques lo «calumniaban»… simplemente porque desarrollaban los vagos pensamientos del centrista hasta el fin: él jamás pudo hacerlo. Pero es un hecho que sólo la invalorable cualidad de mantener una actitud intransigente hacia todo lo que sea sofisma y evasión le permite al partido revolucionario educarse y no ser sorprendido por «circunstancias excepcionales».

En última instancia, las cualidades morales de cualquier partido derivan de los intereses históricos que éste representa. Las cualidades morales bolcheviques de abnegación, desinterés, audacia y desprecio por todo oropel y falsedad —¡las más grandes cualidades del ser humano!— derivan de su intransigencia revolucionaria al servicio de los oprimidos. En este terreno, la burocracia stalinista imita los términos y gestos del bolchevismo. Pero la «intransigencia» y la «inflexibilidad», aplicadas por un aparato policial al servicio de una minoría privilegiada, se Convierten en fuente de desmoralización y gangsterismo. Sólo podemos sentir desprecio por esos caballeros que identifican el heroísmo revolucionario de los bolcheviques con el cinismo burocrático de los termidoreanos.

Hoy en día, a pesar de los acontecimientos dramáticos del pasado reciente, el filisteo común quiere creer que el choque entre el bolchevismo («trotskismo») y el stalinismo es un mero choque de ambiciones personales o, en el mejor de los casos, entre dos «matices» del bolchevismo. Tenemos la expresión más grosera de esta opinión en Norman Thomas, dirigente del Partido Socialista Norteamericano: «Existen pocas razones para creer —escribe (American Socialjst Review, setiembre de 1937, p. 6)— que si el ganador (!) hubiera sido Trotsky en lugar de Stalin, se hubieran terminado las intrigas, conjuras y el reino del terror en Rusia». El hombre que esto escribe se considera… marxista. Aplicando el mismo criterio, podríamos decir: «Existen pocas razones para creer que si el titular de la Santa Sede no fuera Pío XI sino Norman I, la iglesia católica se transformaría en un bastión del socialismo».

Thomas se niega a comprender que no se trata de una pelea entre Stalin y Trotsky, sino del antagonismo entre la burocracia y el proletariado. Es cierto que la burocracia gobernante se ve obligada inclusive hoy a adaptarse a la herencia de la revolución, aun no totalmente liquidada, a la vez que prepara un cambio en el régimen social a través de la guerra civil («purga» sangrienta: aniquilación en masa de los descontentos). Pero en España la camarilla stalinista ya actúa abiertamente como baluarte del orden burgués contra el socialismo. Ante nuestros ojos, la lucha contra la burocracia bonapartista se trasforma en lucha de clases: dos mundos, dos programas, dos morales. Si Thomas piensa que la victoria del proletariado socialista sobre la infame casta de opresores no regeneraría política y moralmente al régimen soviético, entonces demuestra que, a pesar de sus reservas, evasiones y suspiros piadosos, se encuentra mucho más cerca de la burocracia stalinista que de los obreros.

Thomas, al igual que todos los que se enfurecen con la «inmoralidad» bolchevique, no está a la altura de la moral revolucionaria.

Las tradiciones bolcheviques y la Cuarta Internacional

Los «izquierdistas» que trataron de «volver» al marxismo pasando por alto al bolchevismo, generalmente cayeron en panaceas aisladas: boicot a los viejos sindicatos, boicot al parlamento, creación de soviets «auténticos». Todo esto podía parecer muy profundo al calor de los primeros días de la posguerra. Ahora, después de las experiencias recientes, semejantes «enfermedades infantiles» ni siquiera resultan interesantes como objetos de estudio. Los holandeses Gorter y Pannekoek, los «espartaquistas» alemanes, los bordiguistas italianos, quisieron demostrar su independencia del bolchevismo: exaltaron artificialmente una de sus características y la opusieron a las demás[353]. Pero nada queda de estas tendencias de «izquierda», ni en la teoría, ni en la práctica; prueba indirecta pero contundente de que el bolchevismo es el único marxismo posible para nuestra época.

El Partido Bolchevique mostró en la acción la combinación de la mayor audacia revolucionaria con el realismo político. Mostró por primera vez cuál es la única relación entre vanguardia y clase capaz de garantizar la victoria. Demostró en la experiencia que la alianza entre el proletariado y las masas oprimidas de la pequeña burguesía rural y urbana requiere la previa derrota política de los partidos pequeñoburgueses tradicionales. El Partido Bolchevique le mostró al mundo entero cómo se debe realizar la insurrección armada y la conquista del poder. Quienes contraponen la abstracción de los soviets a la dictadura del partido deben comprender que sólo gracias a la dirección bolchevique pudieron los soviets elevarse del fango del reformismo y acceder a la forma estatal proletaria. En la guerra civil, el Partido Bolchevique logró la combinación justa de arte militar y política marxista. Si la burocracia stalinista lograra destruir los cimientos económicos de la nueva sociedad, la experiencia de la economía planificada bajo la dirección bolchevique pasará igualmente a la historia como una de las más grandes lecciones de la humanidad. Sólo pueden ignorarlo los sectarios lastimados y ofendidos, que le han vuelto la espalda al proceso histórico.

Pero no es todo. El Partido Bolchevique pudo realizar su magnífica obra «práctica» porque iluminó todos sus pasos con la teoría. El bolchevismo no creó la teoría: se la proporcionó el marxismo. Pero el marxismo es la teoría del movimiento, no del estancamiento. Sólo los acontecimientos de gran envergadura histórica podrían enriquecer la propia teoría. El bolchevismo hizo aportes invalorables al marxismo: el análisis de la época imperialista como época de guerras y revoluciones; de la democracia burguesa en la era de la decadencia capitalista; de la relación recíproca entre huelga general e insurrección; del papel del partido, los soviets y los sindicatos en la revolución proletaria; la teoría del estado soviético, la economía de transición, el fascismo y el bonapartismo en la época de decadencia capitalista; por último, el análisis de la degeneración del propio Partido Bolchevique y del estado soviético. Nómbrese alguna tendencia que haya agregado algún aporte esencial a las conclusiones y generalizaciones del bolchevismo. En los terrenos teórico y político, Vandervelde, De Brouckere, Hilferding, Otto Bauer, león Blum, Zyromsky, ni qué hablar del mayor Attlee y Norman Thomas, viven de los restos podridos del pasado[354]. La expresión más grosera de la degeneración de la Comintern es su descenso al nivel teórico de la Segunda Internacional. Los grupos intermedios en todas sus variantes (Partido Laborista Independiente de Gran Bretaña, POUM y demás) adaptan retazos tomados al azar de Marx y Lenin a sus necesidades de cada semana. Nada pueden enseñar a los obreros.

Sólo los fundadores de la Cuarta Internacional, que han asumido la tradición de Marx y Lenin, mantienen una actitud seria hacia la teoría. Los filisteos pueden burlarse de los revolucionarios que, veinte años después de la Revolución de Octubre, vuelven a convertirse en modestos grupos de propaganda y preparación. En este terreno, como en tantos otros, los grandes capitalistas demuestran ser mucho más perspicaces que los pequeños burgueses que se consideran «socialistas» o «comunistas». No es casual que el tema de la Cuarta Internacional no desaparezca de las columnas de la prensa mundial. La candente necesidad histórica de construir una dirección revolucionaria le asegura a la Cuarta Internacional un ritmo de crecimiento excepcionalmente rápido. La mayor garantía de su futuro éxito radica en que no ha surgido apartada del gran camino histórico, sino como producto orgánico del bolchevismo.

Escritos , Tomo V
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