Ni una palabra es cierta[122]
24 de enero de 1937
Las acusaciones presentadas en el juicio de Moscú tienen un solo objetivo: explotar las relaciones internacionales para eliminar a los enemigos internos. Stalin no ha inventado nada. Se limita a exagerar las acusaciones anteriores.
Por ejemplo, se dice que en 1935 escribí una carta a Radek, con quien había roto relaciones en 1928, para informarle que era necesario restaurar el sistema capitalista en la Unión Soviética; que envié esta carta por intermedio de Vladimir Romm (ex corresponsal de Izvestia en Washington), a quien no conocía.
Pero [el peligro de restauración del capitalismo] es exactamente lo que está haciendo esa nueva aristocracia cuyo jefe es Stalin. Éste se limita a atribuirme, por intermedio de Radek, la política que yo le acuso públicamente de poner en práctica.
Desarrollo este concepto en mi último libro, La revolución traicionada, ya publicado en francés, que aparecerá próximamente en inglés.
También se afirma que existen cartas secretas mías, que nadie puede ver, donde yo insisto en que se permita la entrada de capitales japoneses y alemanes a Rusia. En realidad, en momentos en que Hitler se acercaba al poder yo insistí a través de la prensa en que se debía movilizar al Ejército Rojo en las fronteras occidentales de la URSS, como demostración de aliento y estímulo al proletariado alemán. Denuncié a Stalin a través de la prensa internacional por buscar los favores de Hitler apenas éste logró su victoria. En 1934 publiqué artículos acerca del Ejército Rojo en varios periódicos, donde pronostiqué la derrota del ejército japonés en los llanos de Siberia Oriental.
Desde hace varios años, la segunda voz en el coro de los que me insultan pertenece a Goebbels (la primera pertenece a Stalin). En 1934 las carteleras de Berlín se cubrieron de denuncias contra Trotsky y los trotskistas. Los obreros alemanes que comparten mis ideas se encuentran actualmente en campos de concentración, cumpliendo condenas de trabajos forzados. El 6 de agosto del año pasado, los nazis noruegos, estrechamente asociados a los alemanes, violaron mi domicilio y luego se unieron al coro de los stalinistas para exigir mi expulsión del país.
Un juicio tan evidentemente fraudulento como éste sólo podía realizarse en el estado totalitario de Stalin, donde los soviets, las organizaciones obreras y el Partido Bolchevique están amordazados y donde únicamente la burocracia puede hablar, privilegio éste que se ha convertido, de hecho, en el monopolio de la mentira.
¿Qué podía ganar yo con la alianza con Hitler y el Mikado? ¿El poder? ¿Con qué fin? Si hasta los rusos blancos más obstinados han abandonado la idea de la intervención.
Debido a la derrota del proletariado en todo el mundo, mis ideas están representadas por pequeñas minorías en todos los países. Ni el asesinato de los burócratas soviéticos, ni la alianza con Japón y Alemania cambiarán esta circunstancia.
Al atribuirme estos objetivos Stalin busca, entre otras cosas, comprometerme ante la opinión pública de los países democráticos, para privarme de la posibilidad de encontrar asilo.
Rechazo todas las declaraciones de los acusados en mi contra. Ni una palabra es cierta. Considero que en este momento mi tarea política principal es destruir el control que ejerce la burocracia soviética sobre un sector importante de la clase obrera mundial. Este trabajo teórico y político, abierto a la inspección y a la crítica de todo el mundo, me satisface en la medida que está dedicado a la humanidad del futuro.