Respuestas al Herald-Tribune de Nueva York[333]

23 de agosto de 1937

P: Muchos norteamericanos están seriamente preocupados por el posible resultado de la Guerra Civil española. Los estudiosos tratan de prever cómo terminará. En su opinión, ¿cuál será el resultado de este conflicto? ¿Cómo fundamenta su posición? ¿Cuándo cree usted que se producirá el desenlace?

R: Los mejores ayudantes del general Franco son Negrín y su aliado Stalin. Su reaccionaria política social y su no menos reaccionaria represión aniquilan las esperanzas de liberación de los campesinos españoles y el entusiasmo revolucionario de los obreros. Ésta es la única explicación de las derrotas militares de los republicanos y la prolongación de la guerra. Para el pueblo, existe cada vez menos diferencia entre los programas y regímenes de los dos campos en pugna. Los obreros y campesinos están dispuestos a hacer los mayores sacrificios, siempre y cuando sepan por qué pelean. La primera premisa para la victoria en la guerra civil es un programa social audaz. Si los «republicanos» tuvieran ese programa y lo pusieran inmediatamente en práctica en el territorio controlado por ellos, las nueve décimas partes de la población española serían arrastradas por un poderoso aliento revolucionario y el general Franco con sus pandillas quedarían suspendidos en el aire. El gobierno de Negrín-Stalin, al luchar contra los obreros y campesinos en la retaguardia, es incapaz de garantizar la victoria en el frente. Pero aun suponiendo que Negrín lograra la victoria sobre Franco, el resultado de una victoria puramente militar sería la instauración de una nueva dictadura militar que no sería muy distinta de la dictadura de Franco. Sin la revolución social, la victoria del fascismo o de un militarismo semifascista resulta totalmente inevitable, independientemente del resultado de las operaciones militares.

Si la guerra civil en su forma actual se prolonga por un periodo largo ante la creciente indiferencia de las masas nacionales, la culminación podría ser la desmoralización de los dos bandos y un acuerdo entre generales con el fin de instaurar una dictadura militar conjunta.

P: ¿Considera usted que existe alguna base legal o moral para la intervención italiana y alemana en apoyo a los rebeldes?

R: ¡No entiendo cómo se puede hablar de una base «legal» o «moral» para la intervención italiana y alemana en España! La verdadera «base» de la intervención fascista es: la pérfida política expectante de Gran Bretaña, la política cobarde e impotente de León Blum en Francia, la política servil de Stalin con respecto a Londres y París. Ya hubo incidentes de sobra como para convencer a los gobiernos de Berlín y Roma que los discursos sobre una guerra de la democracia contra el fascismo son charlatanería pura. El verdadero fin de la lucha es la conquista de posiciones estratégicas en el Mediterráneo y de materias primas españolas. Por consiguiente, el supuesto «frente único democrático» no asusta a Roma y a Berlín; ellos han resuelto invadir la vida interna española mediante operaciones de piratería. Se trata de un ensayo de la futura guerra mundial, en la cual los principios de la «democracia» jugarán un papel todavía menor que en el actual conflicto de las potencias en torno a España.

P: ¿Considera usted que existe alguna base legal o moral para la interferencia inglesa, francesa o rusa en apoyo a los republicanos?

R: Evidentemente, Francia, Inglaterra, o Rusia tenían bases «legales» para ayudar al gobierno legal de España, mucho mayores que las de Mussolini o Hitler para ayudar a un general insurrecto. Pero, como dijimos antes, la política de las grandes potencias no se basa en lo más mínimo en principios jurídicos o morales. La burocracia soviética quiere granjearse la confianza de las burguesías inglesa y francesa a costa del pueblo español. Por eso, anteriormente, la ayuda militar soviética estaba condicionada por el compromiso del gobierno español de combatir abiertamente a los obreros y campesinos revolucionarios. La GPU trasplantó su aparato al suelo español para exterminar a todos los defensores de la revolución proletaria. El asesinato del anarquista Durruti[334], de Andrés Nin y de otros dirigentes del POUM (quienes, digamos al pasar, no tenían nada que ver con el trotskismo) fue organizado por agentes soviéticos dirigidos por el cónsul Antonov-Ovseenko bajo las instrucciones directas de Moscú. Stalin dice a Londres y París: «Podéis confiar en mí».

P: Hablemos un poco de Alemania e Italia. ¿Cree usted que los regímenes fascistas se perpetuarán por mucho tiempo en esos dos países? ¿Por cuánto tiempo diría usted? ¿Cómo terminarán? ¿Qué tipo de sistema social sobrevendrá tras el derrumbe del fascismo?

R: Los regímenes fascistas surgieron en primer término en los países donde las contradicciones sociales habían alcanzado una agudeza excepcional. El fascismo suprimió las contradicciones sin eliminarlas. Tarde o temprano volverán a surgir. Repito que la ayuda principal al fascismo proviene de la Comintern actual, que paraliza a las masas trabajadoras con sus monstruosos virajes tácticos, ordenados por Moscú, y desmoraliza sistemáticamente a la vanguardia revolucionaria internacional, curando a los «dirigentes» obreros del hábito de pensar, o simplemente corrompiéndolos. El renacimiento de una auténtica internacional revolucionaria, independiente tanto de los gobiernos burgueses como de la diplomacia reaccionaria de Moscú, devolverá rápidamente la confianza a las masas trabajadoras y despertará al movimiento revolucionario en Alemania e Italia. Si estalla la guerra mundial, en un primer periodo los gobiernos fascistas demostrarán su superioridad sobre los demás. Pero en Alemania e Italia, desprovistas de materias primas y provisiones, las contradicciones alcanzarán un grado de agudeza sin precedentes. La guerra derrocará a muchos regímenes. Pero podemos decir con seguridad que los regímenes de Mussolini y Hitler serán sus primeras víctimas. Tras ellos, sólo puede sobrevenir la dominación política de la clase obrera y la reconstrucción socialista de la sociedad.

P: ¿Cree usted que la situación interna de Alemania e Italia obligará a esos países a meterse cada vez más profundamente en la guerra española?

R: No creo que Alemania e Italia profundicen su intervención en la guerra española, porque eso podría provocar un conflicto entre ellas. Sin embargo, en esta etapa les interesa demostrar su solidaridad. En la medida en que se trata de luchar contra la revolución social española, Hitler y Mussolini no podrían desear un jefe de policía mejor que Stalin. Por último, el grado de interferencia está determinado por las alineaciones internacionales de la trastienda, principalmente por el deseo de Hitler de no provocar las iras de Gran Bretaña. Sea como fuere, resulta muy difícil hacer pronósticos concretos al respecto.

P: En vista de la fuerza que ha adquirido el fascismo en el mundo, ¿no cree usted en la necesidad de un frente único de todos los grupos liberales? ¿Estaría dispuesto a colaborar con un frente único cuyo objetivo sea la destrucción del fascismo mundial? ¿Cree usted que semejante frente único sería impotente ante el fascismo?

R: De todo lo dicho surge con suficiente claridad que yo no creo de ninguna manera en la posibilidad, ni en la efectividad, de la alianza internacional de todos los «grupos liberales» para la lucha contra el fascismo. La experiencia de Italia, Alemania, Austria y otros países demuestra que los «grupos liberales» son absolutamente impotentes en la lucha contra el fascismo, que les contrapone un programa social demagógico y los condena a la aniquilación total. Sólo se puede luchar contra el fascismo sobre la base de un programa social revolucionario auténtico, serio, capaz de agrupar no sólo al proletariado, sino también a las masas oprimidas de la pequeña burguesía. Los «grupos liberales», en la medida que se oponen a ese programa, sólo pueden paralizar la iniciativa de las masas y arrojarlas a los brazos del fascismo. El «antifascismo» es una fórmula muy útil para la cháchara de sus excelencias los disputados, profesores, periodistas y charlatanes de salón. La fórmula desnuda del «antifascismo» no tiene ningún significado concreto para los obreros, desocupados, campesinos pobres, farmers arruinados, pequeños comerciantes en bancarrota, vale decir, la abrumadora mayoría de la población. El estruendo de los desfiles, banquetes, coaliciones, etcétera, etcétera, «antifascistas» de todos los colores, sólo sirve para sembrar ilusiones y facilitar el trabajo de la reacción. Sólo los millones y decenas de millones de trabajadores oprimidos y explotados pueden borrar a la plaga egipcia del fascismo de la faz de la tierra.

P: ¿Por qué existen diferencias entre los dirigentes del gobierno republicano español?

R: Las diferencias políticas en el seno del llamado campo «republicano» español obedecen directa o indirectamente al antagonismo de los intereses de clase. El gobierno de Negrín quiere salvar al régimen de propiedad privada a toda costa. Como lo demuestran la derrota de las organizaciones obreras, los arrestos, las acusaciones falsas, los asesinatos por la espalda y las emboscadas, salvaguardar los intereses del capital es, para Negrín, incomparablemente más importante que el respeto por los principios democráticos. El campesinado español quiere la tierra. Los obreros quieren expropiar los medios de producción para liberarse de la explotación.

Durante la revolución, los antagonismos sociales alcanzan su máxima tensión. Todo político debe elegir: ¿con la burguesía y el gobierno de Negrín contra los obreros y campesinos, o con los obreros y campesinos contra Negrín? Largo Caballero no quiere romper con los obreros, pero teme romper con la burguesía. De ahí su política vacilante («centrista»). Las masas trabajadoras anarquistas de Cataluña quieren la revolución social, a pesar de la vaguedad de sus ideas. Pero ante el primer contacto con la amarga realidad los dirigentes anarquistas echaron su anarquismo por la borda para convertirse en vulgares ministros burgueses. Los dirigentes del POUM vacilaron, contemporizaron, concertaron bloques por arriba, entraron en el gabinete reaccionario y, con eso, desorientaron a los obreros. La política errónea de las organizaciones obreras explica el hecho de que el proletariado español, a pesar de su capacidad combativa excepcional, capaz de garantizarle la victoria por partida doble o triple, sólo haya sufrido derrotas. El proletariado no puede alcanzar la victoria sin un auténtico partido revolucionario.

P: En su opinión, ¿qué es más importante: ganar primero la guerra o establecer primero una legislación de reformas?

R: Desde mi punto de vista, la pregunta está mal planteada. La experiencia de la guerra española y de todas las grandes guerras civiles, incluida la guerra civil de los años sesenta del siglo pasado en Estados Unidos, demuestra que no se puede triunfar en la guerra civil sin proclamar y poner en práctica un programa de grandes reformas sociales. Quien promete reformas para después de la guerra engaña a las masas y, éstas, con toda razón desconfían. Es precisamente por eso que el gobierno de Negrín-Stalin sufre tan vergonzosas derrotas.

P: ¿Por qué los dirigentes republicanos no pueden postergar sus diferencias para después de la victoria?

R: Las diferencias se sintetizan así, ¿cómo ganar la guerra: aplicando el terror policial contra las masas, o aplicando medidas sociales revolucionarias? «Postergar» estas diferencias hasta el final de la guerra significa darle al gobierno de Negrín plena libertad para preparar la catástrofe, es decir, la derrota militar y la victoria del fascismo.

P: Si Rusia dirigiera un frente único contra el fascismo mundial y librara la guerra contra Alemania e Italia, ¿estaría usted dispuesto a colaborar en esa guerra y poner sus recursos a disposición de Stalin?

R: Si la URSS estuviera en guerra contra un gobierno fascista, entonces mis partidarios y, en general, todos los revolucionarios auténticos, apoyarían con todas sus fuerzas a la URSS y al Ejército Rojo, a pesar de la dictadura stalinista. Así, en agosto de 1917, los bolcheviques pelearon en primera fila contra la insurrección del general reaccionario Kornilov, a pesar de la existencia del gobierno de Kerenski[335].

P: ¿Cree usted que alguna vez hará las paces con Stalin, o es algo absolutamente imposible?

R: Stalin es el dirigente de la burocracia privilegiada y de los nuevos aristócratas advenedizos. Por eso, proyecta una sombra reaccionaria sobre la arena internacional. Es imposible que yo concilie con semejante política, o con el individuo que la impulsa.

P: ¿Quisiera volver a Rusia? ¿Espera volver alguna vez?

R: No puedo responder con base en consideraciones de tipo sentimental. Todo depende de la situación política. No dudo de que las masas trabajadoras de la URSS derrocarán a la dictadura despótica de la burocracia desmoralizada. Desde luego que estoy dispuesto a participar en esa lucha de liberación.

P: ¿Qué reformas o, digamos, qué cambios implementaría usted si volviera a Rusia y tuviera la autoridad necesaria?

R: No se trata de mí, sino del programa que las masas trabajadoras de la URSS deberán impulsar e indudablemente impulsarán tras el derrocamiento de la dictadura bonapartista. En mi opinión, las reformas más importantes son las siguientes: instaurar la mayor democracia soviética y la legalización de la lucha de partidos; liquidar la casta burocrática inmutable mediante la elección de todos los funcionarios; elaborar los planes económicos con la participación directa de la población y en bien de sus intereses; eliminar las desigualdades flagrantes liquidar los grados, castas y demás distintivos de la nueva nobleza soviética; volver la política exterior al espíritu del verdadero internacionalismo principista. Considero que una medida secundaria pero importante sería la revisión pública de los últimos procesos, la rehabilitación de los inocentes y severos castigos para los organizadores del fraude.

P: ¿Tiene algo que decir, que yo pueda publicar, acerca de la situación política, social o económica de Estados Unidos?

R: Permítame abstenerme de responder, ya que observo estrictamente el principio de no intervención en la vida interna de México y de su poderoso vecino, Estados Unidos.

Escritos , Tomo V
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