Un episodio significativo[23]

30 de diciembre de 1936

Ya hemos realizado la mayor parte de la travesía. El capitán supone que si sigue el buen tiempo llegaremos a Veracruz el 8 de enero. El 8 o el 10: ¿qué importancia tiene? A bordo, todo es tranquilidad. Faltando los cables de Moscú, el aire es doblemente puro. No tenemos apuro. Pero es hora de volver al juicio.

Es asombrosa la persistencia con que Zinoviev, arrastrando consigo a Kamenev, preparó su propio y trágico fin a lo largo de varios años[24]. De no haber sido por la iniciativa de Zinoviev, Stalin no hubiera accedido al puesto de secretario general del partido. Zinoviev se empeñó en utilizar la momentánea polémica en torno a los sindicatos, desarrollada en 1920-21, para proseguir la lucha contra mí[25]. Consideraba, no sin razón que Stalin era el hombre más apropiado para el trabajo entre bastidores. En ese momento fue cuando Lenin oponiéndose a la designación de Stalin como secretario general, hizo su famosa observación: «No lo aconsejo. Este cocinero sólo preparará platos picantes». ¡Palabras proféticas! Sin embargo, la delegación de Petrogrado, encabezada por Zinoviev, se impuso en el congreso, y con tanta mayor facilidad cuanto que Lenin no dio la batalla. El mismo no quiso exagerar el significado de su advertencia. Mientras el Buró Político siguiera en el poder, el secretario general sería un personaje secundario.

Cuando Lenin sufrió su primer ataque, el propio Zinoviev tomó la iniciativa de lanzar la lucha franca en mi contra. Calculaba que el torpe de Stalin sería el jefe de su estado mayor. En esa época, el secretario general actuaba muy cautelosamente. Las masas no lo conocían. Su autoridad residía únicamente en un sector del aparato partidario, y tampoco allí era querido. En 1924 Stalin vacilaba bruscamente. Zinoviev lo acicateaba. Stalin necesitaba a Zinoviev y a Kamenev como escudo político para su actividad entre bastidores. Ésta fue la base para el mecanismo del «triunvirato». El más activo era Zinoviev. Arrastró consigo a su futuro verdugo.

En 1926, después de tres años de conspirar con Stalin en mi contra, Zinoviev y Kamenev se pasaron a la oposición. En esa época me dieron una serie de noticias y advertencias muy instructivas.

«¿Cree usted —dijo Kamenev— que Stalin está estudiando la mejor manera de refutar sus críticas? Se equivoca. Está estudiando la mejor manera de destruirlo… Moralmente y luego, si es posible, también físicamente. Cubriéndolo de calumnias, montando una provocación, achacándole una conjura militar, organizando un acto terrorista. Créame, esto no es especulación. En nuestro triunvirato tuvimos más de una ocasión de sinceramos con nosotros mismos, aunque en esa época nuestras relaciones personales atravesaron más de una crisis. Stalin libra la lucha en un plano distinto al suyo. Usted no conoce a este asiático…».

Kamenev sí conocía bien a Stalin. En su juventud, a fines de siglo, iniciaron juntos su actividad revolucionaria en la organización del Cáucaso; juntos fueron al exilio; juntos volvieron a Petrogrado en marzo de 1917 y juntos le imprimieron al órgano central del partido una orientación oportunista que no cambiaría hasta el arribo de Lenin.

«¿Recuerda usted —prosiguió Kamenev— el arresto de Sultan-Galev, ex presidente del Comisariado del Pueblo Tártaro, en 1923? Ese arresto, el primero de un destacado militante del partido, se realizó por iniciativa de Stalin. Desgraciadamente. Zinoviev y yo lo aprobamos. Desde entonces Stalin se comporta como un tigre cebado. Cuando rompimos con él redactamos una especie de testamento, señalando que si moríamos en forma ‘accidental’, debía responsabilizarse a Stalin. El documento está en lugar seguro. Le aconsejo que haga lo mismo. Puede esperarse cualquier cosa de este asiático…».

Durante las primeras semanas de nuestro efímero bloque (1926-27), Zinoviev me dijo: «¿Cree usted que Stalin no ha estudiado la posibilidad de eliminarlo? Sí lo ha hecho, y más de una vez. Sólo una cosa lo detiene: la posibilidad de que la juventud le eche la culpa al ‘triunvirato’, o a él personalmente, y recurra al terrorismo. Por eso Stalin considera necesario liquidar previamente a los cuadros de la juventud opositora. Ahora veremos. Nos odia a los dos, sobre todo a Kamenev, porque lo conocemos demasiado».

Dejemos pasar un intervalo de cinco años. El 31 de octubre de 1931. Rote Fahne, órgano central del Partido Comunista Alemán, publicó un despacho donde afirmaba que el general Turkul de la Guardia Blanca planificaba el asesinato de Trotsky en Turquía. La fuente de esa especie sólo podía ser la GPU. Dado que Stalin me había exiliado a Turquía, me pareció que la advertencia de Rote Fahne tenía por objeto darle a Stalin una coartada en caso de que Turkul llevara a cabo sus planes[26]. El 4 de enero de 1932 dirigí una carta al Buró Político. En esencia, decía que Stalin no lograría evadirse con maniobras baratas: la GPU, por intermedio de sus provocadores, era perfectamente capaz de convencer a los blancos de que realizaran un atentado terrorista y a la vez denunciarlos a través de los órganos de la Comintern:

Stalin se ha convencido de que fue un error expulsar a Trotsky de la Unión Soviética. De acuerdo con sus palabras —que constan en las actas del Buró Político— esperaba que Trotsky, privado de su ‘secretaría’ y de recursos, sería una víctima impotente de la campaña mundial de calumnias. El hombre del aparato se equivocó. Contra lo que él esperaba, resultó que las ideas tienen fuerza propia, aun privadas de aparato y recursos. Stalin es perfectamente consciente del grave peligro que representa la intransigencia ideológica y el crecimiento constante de la Oposición de Izquierda para su persona, su falsa ‘autoridad’, su omnipotencia bonapartista.

Stalin considera que se debe rectificar el error [«Carta al Buró Político», Escritos 1932].

No con medidas ideológicas, por cierto: Stalin libra la lucha en otro plano. No trata de golpear las ideas de su adversario, sino su cráneo.

Ya en 1924 Stalin estudiaba los pros y los contras de mi eliminación física: «Zinoviev y Kamenev me lo advirtieron cuando pasaron a la Oposición. Por otra parte, en las circunstancias imperantes y con todos los detalles que me dieron, no cabía dudar de la veracidad de su informe… Si Stalin obliga a Zinoviev y a Kamenev a retractarse de ese testimonio, nadie lo creerá» (el subrayado es de ahora). Ya en esa época el sistema de las confesiones falsas y las retractaciones a la orden florecía abundantemente en Moscú.

Diez días después de enviar mi carta desde Turquía, mis correligionarios franceses, encabezados por Naville y Frank, enviaron una declaración a Dovgalevski, embajador soviético en París[27]: «Rote Fahne ha publicado un despacho sobre un atentado contra Trotsky: con ello, el gobierno soviético confirma formalmente que conoce los peligros que acechan a Trotsky». Y dado que, siempre de acuerdo con el comunicado oficioso, el plan del general Turkul «se basa en el hecho de que las autoridades turcas no protegen a Trotsky», la declaración de Naville y Frank responsabilizaba a priori al gobierno soviético por todas las consecuencias y le exigía que tomara inmediatamente las medidas prácticas del caso.

Estos pasos alarmaron a Moscú. El 2 de marzo, el Comité Central del Partido Comunista Francés entregó a los activistas más responsables un documento confidencial: la respuesta del Comité Central del Partido Bolchevique de la URSS. Stalin no sólo no negaba ser la fuente del comunicado de Rote Fahne, sino que se ufanaba de haberme prestado un servicio especial y me tachaba de… desagradecido. La carta circular no decía nada sobre mi seguridad, pero afirmaba que, atacando al Comité Central, yo preparaba mi «alianza con los socialfascistas» (es decir, los socialdemócratas)[28]. En esa época a Stalin no le parecía oportuno acusarme de formar una alianza con los fascistas; tampoco previó su propia futura alianza con los «socialfascistas».

La respuesta de Stalin llevaba un apéndice: la retractación de Kamenev y Zinoviev, fechada el 13 de febrero de 1932 y escrita, como dice imprudentemente el mismo documento, a pedido de Iaroslavski y Shkiriatov, miembros de la Comisión de Control Central y Grandes Inquisidores en la lucha contra la Oposición[29]. En el estilo habitual de tales documentos, Kamenev y Zinoviev decían que el comunicado de Trotsky era una «mentira irracional, cuyo único fin es comprometer a nuestro partido… Demás está decir que semejante discusión es inconcebible… Jamás le dijimos nada parecido a Trotsky». Al final, la retractación llegaba al borde de la histeria: «Cuando Trotsky afirma que se nos podía obligar a hacer declaraciones falsas en un partido de bolcheviques, está haciendo una maniobra sucia, digna de un chantajista».

Visto de cerca, este episodio, que aparentemente no tiene nada que ver con el juicio, posee un interés fuera de lo común. Según la acusación, en mayo de 1931 y luego, en 1932, yo envié las siguientes instrucciones por intermedio de León Sedov y de Georgi Gaven[30]: iniciar la lucha terrorista, concertando con ese fin un bloque con los zinovievistas. Como tendremos más de una ocasión de ver, las «instrucciones» fueron cumplidas de inmediato por los capituladores, vale decir, por personas que habían roto relaciones conmigo mucho tiempo antes y que me combatían abiertamente.

Según la versión oficial, la capitulación de Zinoviev-Kamenev y los demás fue una maniobra militar, destinada a ganarles acceso al santuario de la burocracia. Esta versión, como veremos más adelante, cae hecha pedazos a la luz de varios centenares de hechos; sin embargo, aceptémosla por un instante. En tal caso, mi carta al Buró Político de enero de 1932 se convierte en un enigma inasequible para la mente humana. Si es verdad que en 1931-32 yo dirigía un «bloque terrorista» con Zinoviev y Kamenev, jamás se me hubiera ocurrido comprometer así a mis aliados a los ojos de la burocracia. La pueril retractación de Zinoviev y Kamenev, destinada a los no iniciados, no hubiera engañado a Stalin por un solo instante. Él sabía que sus ex aliados me habían contado la verdad desnuda. Éste solo hecho era más que suficiente para privar a Zinoviev y Kamenev de la menor posibilidad de recuperar la confianza de los gobernantes. ¿Qué queda, pues, de la maniobra militar? Yo tendría que ser un demente para comprometer así la situación del «centro terrorista».

Por otra parte, la retractación de Zinoviev y Kamenev, tanto por su contenido como por su tono, revela que entre nosotros hubo cualquier cosa excepto colaboración. Además, éste no es el único documento. Ya veremos, sobre todo en el caso de Radek[31], que, año tras año y mes tras mes, la función principal de los capituladores consistió en difamarme y denigrarme a los ojos de la opinión pública soviética y mundial. Es incomprensible que estas personas esperaran alcanzar la victoria guiados por un líder que ellos mismos desacreditaban. Aquí, la «maniobra militar» se transforma en su opuesto.

La retractación de Zinoviev-Kamenev del 13 de febrero de 1932, enviada a todas las secciones de la Comintern constituye, por su esencia, uno de los innumerables proyectos de sus testimonios de agosto de 1936: los mismos insultos sucios, que me acusan de adversario del bolchevismo y sobre todo del «camarada Stalin»; las mismas referencias a mis llamados a servir a la «contrarrevolución»; por último, el mismo juramento de que ellos, Zinoviev y Kamenev, dan sus testimonios con buena voluntad, sin ninguna clase de coerción. ¡Claro, claro! No podía ser de otra manera. Sólo un «chantajista» puede hablar de coerción en la «democracia» de Stalin. Los propios excesos estilistas son testimonio inequívoco de dónde está la fuente inspiradora. ¡Documento invalorable, por cierto! No sólo le quita todo fundamento a la historia del centro trotskista-zinovievista de 1932, sino que, de paso, nos permite un vistazo a ese laboratorio donde se preparaban los futuros juicios con sus retractaciones a la orden.

Escritos , Tomo V
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