El artículo de Stalin sobre la revolución mundial[669]

9 de marzo de 1938

En febrero, la prensa mundial prestó mucha atención a un artículo de Stalin que trataba el problema de la dependencia de la Unión Soviética del apoyo del proletariado internacional. El artículo fue interpretado como una negativa de Stalin a cooperar pacíficamente con las democracias occidentales, en nombre de la revolución internacional. La prensa de Goebbels anunció, «Stalin ha arrojado su máscara y ha demostrado que sus objetivos no difieren de los de Trotski», etcétera. El mismo pensamiento fue desarrollado incluso en las publicaciones más críticas de los países democráticos.

¿Es necesario hoy refutar esta interpretación? Los hechos son más elocuentes que las palabras. Si Stalin intentaba regresar a la senda de la revolución no habría exterminado y desmoralizado a los revolucionarios. En último análisis, Mussolini tiene razón cuando dice en el Giornale d’Italia que hasta ahora nadie ha golpeado tanto a la idea de comunismo (revolución proletaria) y ha exterminado comunistas con tanto odio como Stalin.

Visto desde un plano puramente teórico, lo cual no es difícil, el artículo del 12 de febrero es una simple repetición de las fórmulas que Stalin introdujo por primera vez en el otoño de 1924, cuando rompió con la tradición del bolchevismo: dentro de la Unión Soviética «nosotros» hemos introducido el socialismo, en cuanto liquidamos la burguesía nacional y organizamos la cooperación del proletariado y del campesinado; pero la Unión Soviética está rodeada de estados burgueses que amenazan con la intervención y la restauración del capitalismo; es por lo tanto necesario reforzar la defensa y asegurar el apoyo del proletariado mundial. Stalin nunca abandonó estas fórmulas abstractas, sino que gradualmente les ha dado una nueva interpretación. En 1924, la «ayuda» del proletariado occidental se entendía ocasionalmente como la revolución internacional. En 1938 comenzó a significar la cooperación política y económica de la Comintern con aquellos gobiernos burgueses que podrían ayudar directa o indirectamente a la Unión Soviética en caso de guerra. Es verdad que esta fórmula presupone, por otro lado, una política revolucionaria de los llamados partidos «Comunistas» de Alemania y del Japón. Pero precisamente en estos países la importancia de la Comintem es casi nula.

Sin embargo no fue sólo por casualidad que Stalin publicó su «manifiesto» el 12 de febrero. El artículo en sí y los ecos que evocó fueron un elemento esencialísimo en la preparación del actual juicio. Al renovar la campaña en las cortes contra los restos de la vieja generación bolchevique, después de un descanso de un año, naturalmente Stalin hizo lo posible para dar la impresión a los trabajadores de la Unión Soviética y del mundo de que actuaba no en interés de su propia camarilla sino en interés de la revolución internacional. De ahí la ambigüedad deliberada de algunas de las expresiones del artículo: sin asustar a la burguesía conservadora, deben también tranquilizar a los obreros.

Así, la afirmación de que Stalin arrojó su máscara pacifista en este artículo es completamente falsa. En realidad se puso temporalmente una semirrevolucionaria. Para Stalin la política internacional está subordinada a la interna. Esta significa para él, sobre todo, la lucha por la autopreservación. Por lo tanto los problemas políticos son secundarios a los policíacos. Solamente en este campo trabaja el pensamiento de Stalin ininterrumpida e infatigablemente.

En 1936, mientras preparaba secretamente la purga masiva, Stalin lanzó la idea de una nueva constitución «la más democrática del mundo». ¡No faltaron elogios para un giro tan afortunado de la política del Kremlin! Si se publicara ahora una colección de artículos escritos por los amigos patentados de Moscú sobre la «constitución más democrática» muchos de los autores no podrían hacer otra cosa que arder de vergüenza. La alharaca sobre la constitución sirvió a varios fines a la vez; pero el principal, el que prevalece completamente sobre los otros, fue el de manipular a la opinión pública antes del juicio Zinoviev-Kamenev.

El 1° de marzo de 1936, Stalin concedió una famosa entrevista a Roy Howard. Un pequeño punto de esta conversación escapó a la atención del público de la época: Las libertades democráticas futuras, dijo Stalin, están destinadas a todos, pero los terroristas no serán perdonados. La misma reserva ominosa fue hecha por Molotov en una entrevista dada al director de Le Temps, Chastenet. «La generación actual», dijo el jefe del gobierno, «hace más y más innecesarias ciertas estrictas medidas administrativas tomadas en el pasado. Sin embargo», añadió Molotov siguiendo a Stalin, «el gobierno debe continuar fuerte contra los terroristas…». (Le Temps, 24 de marzo de 1936). ¿«Terroristas»? Pero después del asesinato episódico de Kirov, con el consentimiento de la GPU, el 1° de diciembre de 1934, no se habían presentado actos terroristas. ¿Planes «terroristas»? Pero nadie sospechaba nada todavía sobre los «centros» trotskistas. La GPU descubrió estos «planes» y «centros» solamente a través del testimonio. Mientras tanto, Zinoviev, Kamenev y los demás empezaron a confesar sus crímenes ficticios solamente en julio de 1936; León Sedov lo probó en ese tiempo basándose en material oficial en su Libro Rojo (París, 1936).

Así, en las entrevistas mencionadas antes, Stalin y Molotov mencionaron a los terroristas por «previsión», es decir, preparación inquisitorial de las confesiones venideras. Las efusiones sobre libertades democráticas eran solamente una cáscara vacía. El meollo era una referencia a duras penas perceptible para «terroristas» anónimos. Ésta fue aclarada muy pronto con el fusilamiento de varios miles de personas.

Paralelos a la ostentosa preparación de la «constitución» hubo una serie de banquetes en el Kremlin, en los cuales miembros del gobierno abrazaban a miembros de la aristocracia obrera y campesina («stajanovistas»). Se anunció en todos los banquetes, que había comenzado por fin la época de una «vida feliz». Stalin fue confirmado con el nombre de «padre de los pueblos», que ama al hombre y se preocupa tiernamente por él. Y creo que se puede perdonar más de una vez a mis amigos por decir después de ver estas fotografías idílicas: «Evidentemente se fragua algo terrible». La idea del director de escena era dar al mundo un cuadro de un país que, después de años amargos de lucha y privaciones, entraba finalmente en el camino de la constitución «más democrática», creada por «el padre de los pueblos», que ama a la gente, especialmente a los niños… y que sobre este atractivo telón de fondo súbitamente presenta las figuras diabólicas de los trotskistas, que sabotean la economía, organizan el hambre, envenenan a los trabajadores, atentan contra la vida del «padre de los pueblos» y que entregan el país feliz para que lo destruyan en pedazos los tiranos fascistas.

Apoyado por el aparato totalitario e ilimitados recursos materiales, Stalin concibió un plan original: atraer la conciencia mundial y con la aprobación de toda la humanidad librar para siempre de toda oposición a la camarilla del Kremlin. Cuando se expresó este pensamiento en 1935-1936 en forma de advertencia, muchas personas lo explicaron como «el odio de Trotsky a Stalin». El odio personal en problemas de escala histórica es un sentimiento absolutamente mezquino y despreciable. Pero en la política, como en la vida personal, no existe nada más terrible que la ceguera. Mientras más difícil la situación, más necesario seguir el consejo de Spinoza: «Ni llorar, ni reír, sino comprender».

En el curso de la preparación del presente juicio, «la constitución más democrática» se las ingenió para revelarse como una farsa burocrática, como un plagio provinciano a Goebbels. Los círculos liberales y democráticos occidentales comenzaron a darse cuenta del engaño. La desconfianza hacia la burocracia soviética, que a menudo había coincidido desgraciadamente con frialdad hacia la Unión Soviética, comenzó a alcanzar más y más amplios estratos. Por otro lado, una grave decepción comenzó a penetrar a las organizaciones obreras. En la práctica política la Comintern se halla a la derecha de la Segunda Internacional. En España, el Partido Comunista ahoga al ala izquierda de la clase obrera con métodos de la GPU. En Francia los comunistas se volvieron, de acuerdo a una expresión de Le Temps, los representantes de «chauvinistas en vacaciones». Esto también puede verse más o menos en los Estados Unidos y en otros países. La política tradicional de la colaboración de clases, contra la cual se levantó la Tercera Internacional, se ha vuelto ahora, en una forma exagerada, la política oficial del stalinismo, con una represión sangrienta de la GPU en defensa de esta política. Discursos y artículos se usaron exclusivamente para enmascarar este hecho. Ésa es la razón por la cual en boca de los acusados se ponen monólogos teatrales, sobre cómo ellos, los trotskistas, eran reaccionarios, contrarrevolucionarios, fascistas, enemigos de la clase obrera, por un período de veinte años y cómo finalmente en una prisión de la GPU, entendieron el carácter salvador de la política de Stalin. Por otro lado éste, en vísperas de una nueva hecatombe sangrienta, encontró necesario decir a la clase trabajadora: «Si estoy obligado a destruir la vieja generación bolchevique, es solamente en interés del socialismo. Exterminé a los leninistas en base a la doctrina de Lenin».

Éste es el verdadero sentido del artículo del 12 de febrero. No tiene ningún otro. Estamos frente a una repetición abreviada de la maniobra de la «constitución democrática». La primera extorsión (llamemos las cosas por sus nombres verdaderos) fue dirigida principalmente contra los círculos democráticos occidentales. La más reciente tenía en mente principalmente a los obreros. Los gobiernos conservadores de Europa y América no tienen por qué preocuparse. Para una política revolucionaria es necesario un partido revolucionario. Stalin no lo tiene. El Partido Bolchevique ha sido asesinado. La Comintern está completamente desmoralizada. Mussolini tiene razón a su manera: nadie ha asestado a la idea de la revolución proletaria golpes semejantes a los del autor del artículo del 12 de febrero.

Escritos , Tomo V
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