Noventa años del Manifiesto Comunista[414]

30 de octubre de 1937

¡Es difícil creer que solamente faltan diez años para el centenario del Manifiesto Comunista! Este folleto, que demuestra una genialidad mayor que cualquier otro en la literatura mundial, nos pasma aun hoy por su frescura. Sus secciones más importantes parecen haber sido escritas ayer. Ciertamente los jóvenes autores (Marx tenía veintinueve años y Engels veintisiete[415]) fueron capaces de prever el futuro más que nadie antes o después de ellos.

En su prefacio común a la edición de 1872, Marx y Engels declararon que, a pesar de que algunos de los pasajes secundarios en el Manifiesto eran anticuados, sentían que ya no tenían derecho a alterar el texto original puesto que el Manifiesto se había convertido ya en un documento histórico, durante esos veintinueve años. Han transcurrido sesenta y cinco años desde entonces. Pasajes aislados han retrocedido aun más en el pasado. Trataremos de establecer sucintamente en este prefacio aquellas ideas del Manifiesto que conservan hoy su fuerza completa, como también aquellas que requieren importantes alteraciones y ampliaciones.

1.º. La concepción materialista de la historia, descubierta por Marx poco antes y aplicada con habilidad consumada en el Manifiesto ha resistido completamente la prueba de los hechos y los golpes de la crítica hostil. Hoy constituye uno de los más preciosos instrumentos del pensamiento humano. Todas las demás interpretaciones del proceso histórico han perdido todo significado científico. Podemos declarar con certeza que es imposible en nuestra época, ser no sólo un revolucionario militante sino incluso un observador culto de la política sin asimilar la interpretación materialista de la historia.

2.º. El primer capítulo del Manifiesto comienza con las siguientes palabras: «La historia de todas las sociedades existentes hasta hoy es la historia de la lucha de clases». Este postulado, la conclusión más importante extraída de la interpretación materialista de la historia, tornose inmediatamente en argumento de la lucha de clases. Ataques especialmente venenosos fueron dirigidos por hipócritas reaccionarios, doctrinarios liberales y demócratas idealistas contra la teoría que sustituía el «bienestar común», la «unidad nacional» y las «verdades morales eternas» por la lucha de intereses materiales como fuerza impulsora de la historia. A ellos más tarde se unieron reclutas de las filas del movimiento obrero, los llamados revisionistas, que proponían criticar («revisar») el marxismo con el espíritu de conciliación y colaboración de clases. En nuestra propia época finalmente, el mismo camino han tomado en la práctica los despreciables epígonos de la Internacional Comunista (los «stalinistas»): la política del llamado Frente Popular fluye totalmente de la negación de las leyes de la lucha de clases[416]. Mientras tanto, es precisamente la época del imperialismo, al llevar todas las contradicciones sociales a un punto de máxima tensión, lo que de al Manifiesto Comunista su supremo triunfo teórico.

3.º. Marx dio forma final a la anatomía del capitalismo, como una etapa especifica en el desarrollo económico de la sociedad, en El Capital (1867). Pero en el Manifiesto Comunista las líneas principales del análisis futuro están firmemente esbozadas: el pago por la fuerza trabajo como equivalente al costo de su reproducción; la apropiación del valor del excedente por los capitalistas; la competencia come ley básica de las relaciones sociales; la ruina de las clases intermedias, es decir, la pequeña burguesía urbana y el campesinado; la concentración de la riqueza hermanos de un número cada vez menor de propietarios por un lado, y por el otro, la preparación de condiciones materiales y políticas previas al régimen socialista

4.º. En el Manifiesto, la tesis que se refiere a la tendencia del capitalismo a rebajar el nivel de vida de los trabajadores y aun a transformarlos en indigentes, estuvo sujeta a un ataque de artillería pesada. Clérigos, profesores, ministros, periodistas, teórico socialdemócratas, dirigentes de gremios obreros, se enfrentaron contra la así llamada «teoría del empobrecimiento». Ellos descubrieron invariablemente señales de prosperidad creciente entre los trabajadores, manipulando la aristocracia obrera como si fuera el proletariado, o tomando una tendencia pasajera como permanente. Mientras tanto, hasta el desarrollo del capitalismo más poderoso del mundo, esto es, el capitalismo de los Estados Unidos, ha transformado millones de trabajadores en indigentes que son mantenidos a costa de la caridad federal, municipal o privada.

5.º. Contra el Manifiesto, que describía las crisis industriales y comerciales como una serie de más y más extensas catástrofes, los revisionistas juraron que el desarrollo de trusts nacionales e internacionales aseguraría un control sobre el mercado y conduciría gradualmente a la abolición de las crisis. El final del siglo pasado y el comienzo del presente estuvieron marcados en realidad por un desarrollo tan tempestuoso del capitalismo, que las crisis parecieron solamente interrupciones «accidentales». Pero esta época se ha ido para no regresar. En el análisis la verdad probó estar de lado de Marx también en esta cuestión.

6.º. «El gobierno del estado moderno no es más que un comité para el manejo de los negocios comunes de toda la burguesía». Esta fórmula sucinta, que los dirigentes de la socialdemocracia despreciaron como una paradoja periodística, contiene, de hecho, la única teoría científica del estado. La democracia ideada por la burguesía no es, como pensaron Bernstein y Kautsky[417], un saco vacío que se puede llenar indiferentemente con cualquier clase de contenido. La democracia burguesa puede servir solamente a la burguesía. Un gobierno del «Frente Popular», ya sea encabezado por Blum o Chautemps, Caballero o Negrín[418], es solamente «un comité para el manejo de los negocios comunes de toda la burguesía». Siempre que este «comité», maneja mal los negocios, la burguesía lo expulsa de una patada.

7.º. «Toda lucha de clases es una lucha política». «La organización del proletariado como clase, es, consecuentemente, su organización en un partido político». Los sindicalistas por un lado y los anarcosindicalistas por otro, se han desviado por largo tiempo —y aún ahora tratan de desviarse— de la comprensión de estas leyes históricas. Un golpe aplastante le fue asestado al sindicalismo «puro» en su principal refugio: los Estados Unidos. En España, su último bastión, el anarco-sindicalismo ha sufrido una derrota irreparable. Aquí también el Manifiesto probó estar en lo correcto.

8.º. El proletariado no puede conquistar el poder dentro del sistema legal establecido por la burguesía. «Los comunistas declaran abiertamente que sus fines pueden ser alcanzados solamente por el derrocamiento violento de todo el régimen social existente». El reformismo buscó explicar este postulado del Manifiesto en base a la inmadurez del movimiento en ese tiempo, y en el desarrollo inadecuado de la democracia. El destino de las «democracias» italiana, alemana y un gran número de otras, prueba que la «inmadurez» es el rasgo distintivo de las ideas de los mismos reformistas.

9.º. Para la transformación socialista de la sociedad, la clase trabajadora debe concentrar tal poder en sus manos que pueda aplastar todos y cada uno de los obstáculos políticos que obstruyan el camino al nuevo sistema. «El proletariado organizado como clase dirigente» es la dictadura. Al mismo tiempo es la única democracia proletaria verdadera. Su alcance y profundidad dependen de condiciones históricas concretas. A medida que un mayor número de estados tomen la línea de la revolución socialista, la dictadura asumirá formas más libres y flexibles y la democracia de los trabajadores será más amplia y profunda.

10.º. El desarrollo internacional del capitalismo ha predeterminado el carácter internacional de la revolución proletaria. «La acción unida de los países más civilizados por lo menos es una de las primeras condiciones para la emancipación del proletariado». El desarrollo subsecuente del capitalismo ha entrelazado tan estrechamente todos los sectores de nuestro planeta, tanto el «civilizado» como el «incivilizado», que el problema de la revolución socialista ha asumido completa y decisivamente un carácter mundial. La burocracia soviética trató de liquidar el Manifiesto con respecto a este problema fundamental. La degeneración bonapartista del estado soviético es una ilustración abrumadora de la falsedad de la teoría del socialismo en un solo país[419].

11.º. «Cuando, en el curso del desarrollo, las distinciones de clase han desaparecido, y toda la producción ha sido reunida en las manos de una vasta asociación de la nación entera, el poder público perderá su carácter político». En otras palabras: el estado se extingue. La sociedad persiste liberada de la camisa de fuerza. Esto no es otra cosa que socialismo. En cambio, el crecimiento monstruoso de la coerción estatal en la Unión Soviética es testimonio elocuente de que tal sociedad se está alejando del socialismo.

12.º. «Los trabajadores no tienen patria». Estas palabras del Manifiesto han sido evaluadas más de una vez por filisteos como un escarnio agitativo. En realidad proveyeron al proletariado con la única instrucción imaginable en el problema de la «patria» capitalista. La violación de esta directiva por la Segunda Internacional acarreó no solamente cuatro años de devastación en Europa, sino también el presente estancamiento de la cultura mundial[420]. En vista de la nueva guerra inminente, para la cual ha preparado el camino la traición de la Tercera Internacional, el Manifiesto continúa siendo ahora el consejero más fidedigno en el problema de la «patria» capitalista.

Así, vemos que esta obra conjunta y más bien breve de dos jóvenes autores continúa dando instrucciones irremplazables sobre los más importantes y vehementes problemas de la lucha por la emancipación. ¿Qué otro libro podría ser aun lejanamente comparado con el Manifiesto Comunista? Pero esto no implica que después de veinte años de desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas y vastas luchas sociales, el Manifiesto no necesita correcciones o adiciones. El pensamiento revolucionario no tiene nada en común con el culto a los ídolos. Programas y pronósticos son examinados y corregidos a la luz de la experiencia que es el criterio supremo de la razón humana. El Manifiesto también requiere correcciones y adiciones. Sin embargo como lo evidencia la misma experiencia histórica, estas adiciones y correcciones pueden ser llevadas a cabo con éxito, solamente al proceder de acuerdo con el método fijado en la base del Manifiesto mismo. Trataremos de indicarlo en varios ejemplos importantísimos.

1.º. Marx enseñaba que ningún sistema social abandona la arena de la historia, antes de agotar sus potencialidades creativas. El Manifiesto ataca al capitalismo por retardar el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo durante ese período, así como en las décadas siguientes, este retardo era solamente de carácter relativo. Si hubiera sido posible en la segunda mitad del siglo diecinueve, organizar la economía sobre principios socialistas, sus tempos de crecimiento hubiesen sido inconmensurablemente mayores. Pero este postulado, teóricamente irrefutable, no invalida el hecho de que las fuerzas productivas continuaron expandiéndose en una escala internacional hasta la guerra mundial. Solamente en los últimos veinte años, a pesar de las más modernas conquistas de la ciencia y la tecnología, ha comenzado la época de completo estancamiento y hasta decadencia de la economía mundial. La humanidad está comentando a gastar su capital acumulado, mientras la próxima guerra amenaza destruir por muchos años las bases de la civilización. Los autores del Manifiesto pensaron que el capitalismo decaería mucho antes de la época en que, de un régimen relativamente reaccionario, se convertiría a un régimen absolutamente reaccionario. Esta transformación tomó forma final solamente ante los ojos de la generación actual y convirtió nuestro tiempo en una época de guerras, revoluciones y fascismo.

2.º. El error de Marx y Engels respecto a las fechas históricas surgió, por un lado, de la subestimación de las posibilidades futuras latentes en el capitalismo y, por el otro, de una sobrestimación de la madurez revolucionaria del proletariado. La revolución de 1848 no se transformó en una revolución socialista como el Manifiesto había calculado, sino que permitió a Alemania un vasto ascenso posterior de tipo capitalista[421]. La Comuna de París comprobó que el proletariado sin tener a la cabeza un partido revolucionario templado no puede arrancar el poder a la burguesía. Entretanto sobrevino el prolongado período de prosperidad capitalista que logró, no la educación de la vanguardia revolucionaria, sino más bien, la degeneración burguesa de la clase obrera, la cual a su vez tornose en el principal freno de la revolución proletaria. Esencialmente, para los autores del Manifiesto era absolutamente imposible haber previsto esta «dialéctica».

3.º. Para el Manifiesto, el capitalismo era el reino de la libre competencia. Mientras se refiere a la concentración creciente del capital, el Manifiesto no estableció la conclusión necesaria con respecto al monopolio, que se ha vuelto la forma dominante del capitalismo en nuestra época y la precondición más importante para la economía socialista. Solamente después en El Capital Marx estableció la tendencia hacia la transformación de competencia libre a monopolio. Fue Lenin quien dió una caracterización científica del monopolio capitalista en su Imperialismo[422].

4.º. Al basarse en el ejemplo de la «revolución industrial» inglesa, los autores del Manifiesto imaginaron de una manera demasiado unilateral el proceso de liquidación de las clases intermedias, como una proletarización al por mayor de artesanado, campesinado y pequeñas industrias. En realidad, las fuerzas elementales de la competencia están lejos de haber completado este trabajo simultáneamente progresivo y bárbaro. El capitalismo ha arruinado a la pequeña burguesía a una velocidad mayor de lo que la ha proletarizado. Además el estado burgués ha dirigido por mucho tiempo su política consciente hacia el mantenimiento artificial del estrato pequeñoburgués. Al extremo opuesto, el crecimiento de la tecnología y la racionalización de la industria en gran escala, engendra un desempleo crónico e impide la proletarización de la pequeña burguesía. Al mismo tiempo, el desarrollo del capitalismo ha acelerado, hasta el extremo, el crecimiento de legiones de técnicos, administradores, empleados comerciales, en resumen, la llamada «nueva clase media». Por tanto, las clases intermedias, a cuya desaparición se refiere tan categóricamente el Manifiesto incluyen, aun en un país tan altamente industrializado como Alemania, casi la mitad de la población. Sin embargo, la preservación artificial del anticuado estrato pequeñoburgués no mitiga, en forma alguna, las contradicciones sociales, sino que por el contrario, las cubre con una malicia especial y, junto con el ejército permanente de los desempleados, constituye la expresión más nociva de la descomposición del capitalismo.

5.º. Calculado para una época revolucionaria, el Manifiesto contiene diez demandas (final del capítulo II), las cuales corresponden al período de transición directa del capitalismo al socialismo. En su prefacio de 1872, Marx y Engels declararon anticuadas en parte estas consignas y, en todo caso, de importancia secundaria. Los reformistas se apoderaron de esta evaluación para interpretarla en el sentido de que las consignas revolucionarias transicionales habían cedido para siempre su lugar al «programa mínimo» socialdemócrata, el cual, como es bien sabido, no trasciende los límites de la democracia burguesa. En realidad, los autores del Manifiesto indicaron precisamente la corrección principal de su programa transicional, al decir, «la clase trabajadora no puede tomarse la maquinaria estatal existente y manejarla para sus propios fines». En otras palabras, la corrección estaba dirigida contra el fetichismo de la democracia burguesa. Marx contrapuso más tarde al estado capitalista, el estado tipo comuna. Este «tipo» asumió consecuentemente la forma, mucho más gráfica, de soviets. No puede haber hoy un programa revolucionario sin soviets y sin poder obrero. En cuanto a los demás, las diez consignas del Manifiesto, han recuperado completamente hoy su verdadero significado. El «programa mínimo» socialdemócrata por otra parte se ha vuelto desesperadamente anticuado.

6.º. Al basar su expectativa de que «la revolución burguesa alemana… no será sino un preludio a una inmediatamente próxima revolución proletaria», el Manifiesto cita las condiciones mucho más avanzadas de la civilización europea comparadas a las que existían en Inglaterra en el siglo diecisiete y en Francia en el dieciocho, y el desarrollo mucho mayor del proletariado. El error en este pronóstico no era solamente la fecha. La revolución de 1848 revelé en unos pocos meses que precisamente bajo condiciones más avanzadas ninguna de las clases burguesas es capaz de llevar a cabo la revolución: la burguesía alta y media está demasiado vinculada a los terratenientes y limitada por el temor a las masas; la pequeña burguesía está demasiado dividida y sus altos dirigentes demasiado dependientes de la gran burguesía. Como evidencia el subsecuente y total curso de desarrollo en Europa y Asia, la revolución burguesa tomada en sí misma, no puede ser en general consumada. Una purga completa de la basura feudal de la sociedad es solamente concebible, bajo la condición de que el proletariado, libre de la influencia de los partidos burgueses, se declare a la cabeza del campesinado y establezca su dictadura revolucionaria. Con esta prueba la revolución burguesa se entrelaza con la primera etapa de la revolución socialista, para disolverse posteriormente en esta última. Entonces la revolución nacional se convierte en un eslabón de la revolución mundial. La transformación de la base económica y de todas las relaciones sociales asume un carácter permanente (e ininterrumpido).

Para partidos revolucionarios en países atrasados de Asia, Latinoamérica y Africa, una comprensión clara de la conexión orgánica entre la revolución democrática y la dictadura del proletariado —y por lo tanto la revolución socialista internacional— es un problema de vida o muerte.

7.º. Mientras describe cómo el capitalismo atrae hacia su vértice países atrasados y bárbaros, el Manifiesto no contiene ninguna referencia a la lucha por la independencia de países coloniales y semicoloniales. Teniendo en cuenta que Marx y Engels consideraron la revolución social «por lo menos en los principales países civilizados» como asunto de unos pocos años, el problema colonial estaba resuelto automáticamente para ellos, no como consecuencia de un movimiento independiente de nacionalidades oprimidas, sino de la victoria del proletariado en los centros metropolitanos del capitalismo. Los problemas de estrategia revolucionaria en países coloniales y semicoloniales no son tratados en absoluto en el Manifiesto. Sin embargo, estos problemas exigen una solución independiente. Por ejemplo, es axiomático que mientras «la patria nacional» es el freno histórico más pernicioso en países capitalistas avanzados, continúa siendo un factor relativamente progresivo en países atrasados obligados a luchar por una existencia independiente.

«Los comunistas», declara el Manifiesto, «apoyan en todas partes todo movimiento revolucionario contra el orden social y político existente». El movimiento de las razas de color contra sus opresores imperialistas es uno de los más poderosos e importantes y por lo tanto exige un apoyo completo, incondicional e ilimitado por parte del proletariado de raza blanca. El mérito de desarrollar una estrategia revolucionaria para nacionalidades oprimidas pertenece primordialmente a Lenin.

8.º. La parte más anticuada del Manifiesto —con respecto al material y no al método— es la crítica a la literatura socialista de la primera parte del siglo diecinueve (capítulo III) y la definición de la posición de los comunistas frente a varios partidos de oposición (capítulo IV). Loa movimientos y partidos enumerados en el Manifiesto fueron tan drásticamente arrollados por la revolución de 1848 o por la contrarrevolución siguiente, que uno tiene que buscar sus nombres en un diccionario histórico. Sin embargo, también en esta parte, el Manifiesto está más cerca de nosotros ahora de lo que lo estuvo de la generación precedente. En la época del florecimiento de la Segunda Internacional, cuando el marxismo parecía ejercer un dominio indiviso, las ideas del socialismo premarxista podían haber sido consideradas definitivamente en el pasado. Pero hoy las cosas son diferentes. La descomposición del Partido Socialdemócrata y de la Internacional Comunista engendra a cada paso monstruosas recaídas ideológicas. El pensamiento senil parece haberse vuelto infantil. En busca de fórmulas salvadores los profetas de la época de la decadencia, descubren como nuevas doctrinas enterradas por el socialismo científico.

En lo que respecta al problema de partidos de oposición, las décadas transcurridas han introducido los cambios más profundos, no solamente en el sentido de que los viejos partidos han sido remplazados por nuevos, sino en el sentido de que el carácter mismo de los partidos y su relación mutua han cambiado radicalmente bajo las condiciones de la época imperialista. El Manifiesto debe ser ampliado por lo tanto con los documentos más importantes de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, la literatura esencial del bolchevismo y las resoluciones de las conferencias de la Cuarta Internacional[423].

Hemos observado antes que, de acuerdo con Marx, ningún orden social abandona la escena sin agotar antes sus potencialidades latentes. Sin embargo hasta un orden social anticuado, no cede su lugar a uno nuevo sin oponer resistencia. Un cambio en regímenes sociales presupone la forma más severa de la lucha de clases, es decir, la revolución. Si el proletariado, por una u otra razón, demuestra su incapacidad de derrocar con un golpe audaz al orden burgués sobreviviente, entonces el capital financiero en su lucha por mantener su dominio inestable, no puede hacer otra cosa que convertir a la pequeña burguesía, arruinada y desmoralizada por él, en el ejército pogromista del fascismo. La degeneración burguesa de la socialdemocracia y la degeneración fascista de la pequeña burguesía están entrelazadas como causa y efecto.

En la época actual, la Tercera Internacional, mucho más desaforadamente que la Segunda, realiza en todos los países el trabajo de engañar y desmoralizar a los trabajadores. Al masacrar la vanguardia del proletariado español, los mercenarios desenfrenados de Moscú, no solamente preparan el terreno para el fascismo, sino que ejecutan una buena parte de su trabajo. La prolongada crisis de la revolución internacional, la cual se transforma más y más en una crisis de la cultura humana, es reducible en esencia, a la crisis de la dirección revolucionaria.

Como heredera de la gran tradición, de la cual el Manifiesto Comunista forma el más precioso vínculo, la Cuarta Internacional está educando nuevas células para la solución de antiguas tareas. La teoría es realidad generalizada. En una actitud honesta hacia la teoría revolucionaria está expresado el impulso apasionado de reconstruir la realidad social. El hecho de que en la parte sur del Continente Negro nuestros compañeros fueron los primeros en traducir el Manifiesto a la lengua africaans, es otra ilustración gráfica del hecho de que el pensamiento marxista vive hoy solamente bajo la bandera de la Cuarta Internacional. A ella pertenece el futuro. Cuando se celebre el centenario del Manifiesto Comunista, la Cuarta Internacional se habrá transformado en la fuerza revolucionaria decisiva de nuestro planeta.

Escritos , Tomo V
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