LA MEMORIA DEL ÁRBOL
Moisès se ha dormido enseguida, no hemos hablado mucho. En la piscina he conseguido ser niño, el agua me ha borrado los pensamientos. Pero una vez acostado todo ha vuelto al mismo sitio y por un momento me han entrado ganas de no tener memoria. No sé cómo me he dormido.
De repente me he despertado en la cama de casa y he oído que alguien me llamaba. He salido al balcón y he visto que había luz en el agujero del plátano de la Ronda. He bajado la escalera descalzo y en pijama. La voz que me llamaba salía del árbol. La calle estaba vacía.
Dentro del agujero del plátano estaba el abuelo, aunque no sé cómo cabía. Y la luz salía de un reloj que sujetaba con las dos manos como si fuera un foco.
—¿Eres tú, Jan?
—Abuelo, ¿qué haces aquí?
—¿Eres tú?
El abuelo me ha deslumbrado con el reloj foco. He empezado a ver manchas de colores y un tictac muy fuerte me ha dejado medio sordo.
—Soy Jan, sí.
—Pasa, entra.
—No vamos a caber.
—Aquí dentro cabe todo. Es la memoria del árbol.
—¿Y ese tictac?
—Entra y no lo oirás.
He entrado y ha oscurecido. Y el tictac ha callado. Y el agujero del plátano de la Ronda se ha cerrado.
Y después estaba fuera, en la calle y solo, todavía en pijama y descalzo. Los pies en el gris como de humo desvaído, la cabeza dentro de un silencio de madera, el corazón que no olvida lleno de mi sauce llorón, que ahora es el abuelo.
Entonces he visto que se rompían los cristales del balcón de casa. Ha sido la rama del plátano. Pero dice el abuelo que los recuerdos no pueden repetirse.