LA ESTUFA
A Vilaverd también vamos en navidades y por Todos los Santos para celebrar la castañada. La abuela asa las castañas en la estufa y toda la casa tiene un olorcito que calienta. Y, como hace más frío que en Barcelona, las castañas y los boniatos calentitos apetecen más que los panellets.
En Navidad, el tió descansa y come mandarinas delante de la estufa, y el abuelo cada año nos recuerda que, cuando yo era pequeño, me enfadé al ver que lo colocaban allí, porque por lo visto no me parecía bien que el tió viera cómo quemaban a sus primos los troncos. Todo el mundo ríe cuando lo cuenta, pero a mí no me hace ninguna gracia.
Cuando los abuelos vienen a Barcelona en invierno siempre tienen calor y dicen que mis padres ponen demasiado la calefacción y que el frío hay que combatirlo primero con lana y después con leña. Entonces papá les habla del progreso y el abuelo se acerca a un radiador y dice: «¡Esto es una bomba!», y ya no hay vuelta atrás. La discusión siempre acaba con mamá poniendo paz y reconociendo que echa de menos el olor de la estufa, pero que la calefacción es más práctica y más limpia. «Pero más cara», añade el abuelo, que siempre tiene la última palabra.