FÁBULAS
Al día siguiente el abuelo estuvo especialmente nervioso todo el día. Pero yo le veía que eran nervios buenos, como cuando yo me muero de ganas de ir a jugar con Moisès.
De vuelta del cole andaba a saltos y me hizo pararme delante de una fila de hormigas en mitad de la acera de la calle Urgell.
—¿Tú sabes qué es una fábula?
—Un cuento, ¿no?
—Sí y no.
Y siguió andando como si nada. Pero solo con mirarle la nuca ya se veía que sonreía. Llegamos a casa enseguida, y el abuelo quiso subir por la escalera.
—Esta noche toca fábula, Jan. Los cuentos, que te los cuente tu padre.
Papá, los cuentos. El abuelo, las fábulas. Y el cambio ya no era tan cambio.
Me calmé tanto que me habría dormido.